Pero en alguna parte
, pensaba Richard,
tiene que haber más información. Debo de estar pasando por alto algunos indicios
. Se hizo la firme promesa de llevar a cabo una investigación exhaustiva de todo el territorio aviano, incluidos no sólo los compactos departamentos situados del lado opuesto del corredor vertical donde no le permitían entrar, sino también, de los grandes depósitos de melones maná, en el nivel inferior.
Haré un mapa detallado
, se dijo para sus adentros,
para asegurarme de no haber pasado por alto algo crítico
.
No bien Richard representó la zona de morada de los avianos en gráficos tridimensionales, supo en qué no se había estado fijando. Richard nunca había sintetizado en una imagen coherente los desorganizados pasadizos del cilindro, incluidos los corredores horizontales y verticales que servían tanto para caminar como para volar.
Claro que sí
, se dijo, cuando proyectó diferentes imágenes de su complejo mapa en el monitor de la computadora.
¿Cómo pude haber sido tan estúpido? Pero más del setenta por ciento del cilindro sigue siendo un misterio
.
Richard resolvió llevar las imágenes de la computadora a uno de los líderes avianos y, de algún modo, pedirle ver el resto del cilindro. No fue tarea fácil. Ese día en particular, una crisis estaba perturbando a los avianos, pues los corredores estaban llenos de avianos que corrían de un lado para otro parloteando y chillando. Afuera, en el gran corredor vertical, Richard observó a treinta o cuarenta de los seres más grandes alzarse en vuelo y salir del cilindro, constituyendo una especie de formación organizada.
Finalmente, Richard logró conseguir que uno de los gigantes de tres anillos le prestara atención. El aviano quedó fascinado por el lujo de detalles que veía en el monitor de la computadora y por todas las diferentes representaciones geométricas de su hogar. Pero Richard no pudo transmitirle su mensaje primordial: que deseaba ver el resto del cilindro.
El líder llamó a algunos de sus colegas para que observaran la demostración y Richard recibió un parloteo aviano de admiración. Sin embargo, lo echaron cuando otro pájaro irrumpió en la reunión, trayendo noticias importantes sobre la crisis que los estaba afectando.
Richard regresó a su celda. Se sentía abatido. Permaneció acostado en su estera de heno y pensó en la familia que había dejado en Nuevo Edén.
Quizás es hora de que me vaya
, pensó, preguntándose cuál sería el protocolo, en el reino aviano, para obtener el permiso de salida. Mientras estaba acostado, un visitante entró en su habitación.
Richard nunca antes había visto a este aviano en particular. Tenía cuatro anillos azul cobalto alrededor del cuello y el terciopelo que le cubría el cuerpo era negro oscuro con mechones blancos. Los ojos eran asombrosamente claros y, le pareció a Richard, de mirada muy triste. El aviano esperó a que Richard se pusiera de pie y después empezó a hablar, muy lentamente. Richard entendió algunas de las palabras y, especialmente la repetida combinación “sígame”.
Afuera de la celda, otros tres avianos estaban parados respetuosamente. Caminaron detrás de Richard y de su importante visitante. El grupo dejó la zona en la que estaba la celda de Richard, cruzó el único puente que se extendía sobre el gran corredor vertical, e ingresó en la sección del cilindro en la que se almacenaban los melones maná.
En la parte trasera de los depósitos de melones maná había muescas en la pared que Richard no había notado cuando llevó a cabo su investigación. Cuando Richard y los avianos estuvieron a pocos metros de las muescas, la pared se corrió a un costado y reveló lo que parecía ser un enorme ascensor. El superlíder aviano le hizo a Richard un gesto para que entrara.
Una vez que estuvo en el interior, cada uno de los cuatro avianos parloteó «adiós» y se unieron formando un círculo, para formalizar su partida con un giro y una reverencia. Richard hizo lo mejor que pudo para imitar el parloteo de «adiós» que habían pronunciado los tres avianos, antes de que él también hiciera una reverencia y retrocediera hacia el ascensor. La pared se cerró segundos después.
El viaje en ascensor fue penosamente lento. El inmenso coche tenía un piso de aproximadamente veinte metros cuadrados con un techo que estaba a ocho o diez metros por encuna de la cabeza de Richard. El piso del coche era plano en todas partes, salvo por dos pares de surcos paralelos, uno a cada lado de Richard, que iban desde la puerta hasta la parte de atrás del ascensor.
Ciertamente pueden transportar cargas enormes en esto
, pensó Richard mientras contemplaba el techo, que estaba muy por encima de él.
Trató de calcular la velocidad de descenso del ascensor pero era imposible. No tenía marco de referencia De acuerdo con el mapa que había hecho del cilindro, los depósitos de melones maná debían de estar a unos cien metros por encima de la base.
Si vamos directamente hacia el fondo, a la velocidad normal de un ascensor en la Tierra, entonces este viaje puede tardar varios minutos
.
Fueron los tres minutos más largos de su vida. Richard no tenía la menor idea de qué iba a encontrar cuando las puertas del ascensor se abrieran.
A lo mejor estoy en el borde de esa región de las estructuras blancas… ¿Podría ser que me estén enviando a casa?
Cuando se estaba preguntando cómo habría cambiado la vida en Nuevo Edén, el ascensor se detuvo. Las grandes puertas se abrieron y durante varios segundos Richard sintió que el corazón le había saltado fuera del cuerpo. Parados directamente delante de él y contemplándolo con todos sus ojos, había dos seres mucho más extraños que cualquiera que Richard hubiese podido imaginar jamás.
Richard no se podía mover. Lo que estaba viendo era tan inconcebible que quedó físicamente paralizado, mientras su mente luchaba con las insólitas informaciones que estaba recibiendo de sus sentidos: cada uno de los seres que tenía delante de sí poseía cuatro ojos en la “cabeza”. Además de los dos óvalos grandes, lechosos, que había a cada lado de una invisible línea de simetría que bisecaba la cabeza, cada ser tenía dos ojos adicionales unidos a pedúnculos que se elevaban entre diez y doce centímetros por encima de la parte superior de la frente. Por detrás de la gran cabeza, el cuerpo tenía dos segmentos más con un par de apéndices por segmento, lo que sumaba seis extremidades en total. Los alienígenas estaban erguidos sobre las dos extremidades traseras, los cuatro apéndices frontales elegantemente recogidos contra la porción ventral, suave y de color crema.
Avanzaron hacia él en el ascensor y Richard retrocedió, asustado. Los dos seres se volvieron el uno hacia el otro y se comunicaron con un ruido de alta frecuencia que se originaba en un pequeño orificio circular que estaba por debajo de los ojos ovalados. Richard parpadeó, se sintió mareado y se dejó caer sobre una rodilla, para calmarse. El corazón le seguía latiendo furiosamente.
Los alienígenas también habían cambiado de posición, poniendo las extremidades medias en el piso: en esa postura se asemejaban a gigantescas hormigas que hubieran tenido las dos patas anteriores separadas del suelo y la cabeza muy levantada. Todo el tiempo, las esferas negras que estaban en el extremo de los pedúnculos oculares seguían girando sobre sí mismas, describiendo un ángulo completo de trescientos sesenta grados y el material lechoso que había en los óvalos marrón oscuro se movía de un lado para otro.
Durante varios minutos se sentaron casi inmóviles, como si estuvieran alentando a Richard para que los examinara. Luchando contra su miedo, Richard trató de estudiarlos de manera objetiva, científica. Los seres tenían, aproximadamente, el tamaño de un perro mediano pero indudablemente pesaban mucho menos. El cuerpo era delgado y bastante esbelto. El segmento anterior y el posterior eran más grandes que el del medio, y las tres divisiones del cuerpo exhibían un carapacho pulido en la parte superior, que estaba hecho con alguna clase de material duro.
Richard los habría clasificado como insectos muy grandes, de no ser por sus extraordinarios y gruesos apéndices quizá hasta provistos de músculos y que estaban cubiertos con un “vello” corto, muy denso, con listas blancas y negras semejantes a medias largas. Las manos, si es que ésa era la denominación adecuada, estaban exentas de la cobertura pilosa y tenían cuatro dedos cada una, comprendido un pulgar opuesto a los demás dedos en el par frontal.
Richard había reunido suficiente coraje como para volver a mirar esas increíbles cabezas, cuando se oyó un ruido estridente, como el de una sirena, detrás de los dos alienígenas. Se dieron vuelta. Richard se puso de pie y vio a un tercer alienígena que se acercaba a paso rápido. Su movimiento era maravilloso de observar, corría como un gato con seis patas, extendiendo el cuerpo hasta dejarlo paralelo al piso y empujándose con un par diferente de patas en cada punto de su marcha a zancadas.
Los tres se enfrascaron en una rápida conversación y el recién llegado, levantando la cabeza y las patas anteriores, le hizo un gesto inconfundible a Richard para que abandonara el ascensor. Richard siguió al grupo de los tres alienígenas y entró en una cámara muy grande.
Esta sala también era un deposito de melones maná pero la única similitud con la que había en la parte aviana del cilindro era la alta tecnología y el equipo automatizado que se veían por doquier. En el techo, a diez metros por arriba de ellos, una grúa alzacoches mecánica se estaba desplazando en un sistema de rieles. Tomaba melones individuales y los cargaba en vagones que estaban montados sobre surcos, en uno de los extremos de la sala. Mientras Richard y sus anfitriones miraban, un vagón se desplazó por el surco y se detuvo en el ascensor.
Los seres avanzaron a los saltos por uno de los pasillos de la sala y Richard se apuró a seguirlos. Lo esperaron en la puerta y después salieron corriendo hacia la izquierda, mirando hacia atrás para ver si el humano todavía estaba a la vista. Richard corrió detrás de ellos durante la mayor parte de los dos minutos siguientes, hasta que llegaron a un patio interior muy abierto y de muchos metros de altura, que tenía un dispositivo de transporte en el centro.
El dispositivo tenía cierta similitud con la escalera mecánica. En realidad, había dos: una que subía y otra que bajaba, que describían una trayectoria en espiral en tomo de los gruesos postes que había en el centro de ese patio. Las escaleras mecánicas se desplazaban muy rápido y en un ángulo muy empinado. Cada cinco metros, más o menos, llegaban al nivel o piso siguiente, y entonces el pasajero caminaba un metro hasta la escalera mecánica en espiral que estaba alrededor del otro poste. Lo que pasaba por ser una barandilla en el costado de la escalera mecánica era una barrera de nada más que treinta centímetros de altura. Los alienígenas viajaban en posición horizontal, con las seis extremidades apoyadas sobre la rampa móvil. Richard, que originalmente iba parado, pronto se dejó caer sobre los brazos y las piernas para evitar caerse.
Durante el viaje, algunos alienígenas que viajaban en la mitad descendente de la escalera mecánica pasaron al lado de Richard y lo miraron boquiabiertos con sus asombrosas caras.
¿Cómo harán para comer?
, se preguntó Richard, al observar que el agujero circular que usaban para la comunicación no era lo suficientemente grande como para admitir mucha comida. En la cabeza no había otros orificios, si bien se veían algunas prominencias y arrugas cuyo propósito era desconocido.
Estaban llevando a Richard al octavo o al noveno nivel. Los tres seres lo esperaron hasta que llegó a la plataforma designada. Richard los siguió al interior de un edificio hexagonal con marcas en rojo brillante.
Qué raro
, pensó Richard, al mirar fijo los extraños garabatos,
yo vi esa escritura antes… Claro que sí. En el mapa o lo que fuera el documento que los avianos estaban leyendo
.
Pusieron a Richard en una sala que estaba bien iluminada y decorada con buen gusto en colores blanco y negro con diseños geométricos. Alrededor de él había objetos de todas formas y tamaños, pero Richard no tenia idea de lo que eran. Los alienígenas usaron lenguaje de gestos para informarle a Richard que ése era el lugar donde se iba a quedar. Después se fueron. El señor Wakefield, fatigado, estudió el amoblamiento, tratando de desentrañar cuál podría ser la cama y después se estiró en el suelo para dormir.
Mirmigatos. Así es como los voy a llamar
. Richard se había despertado, después de dormir durante cuatro horas, y no podía dejar de pensar en los seres alienígenas. Quería darles un buen nombre. Después de rechazar “gatormiga” y “gatisecto”, recordó que la persona que estudia las hormigas se llama mirmecólogo. Optó por “mirmigato” porque creía que la palabra sonaba mejor cuando se la pronunciaba con una i, en vez de una e.
El cuarto de Richard estaba bien iluminado. De hecho, en cada lugar del hábitat de los mirmigatos en el que había estado había una buena iluminación. Esto contrastaba con los corredores oscuros, parecidos a catacumbas, de las partes superiores del cilindro marrón.
No he visto ningún aviano desde el viaje en ascensor
, estaba pensando Richard,
así que, aparentemente estas dos especies no viven juntas… no completamente juntas, por lo menos. Pero ambas usan melones maná… ¿Cuál es exactamente la conexión entre ellas?
Un par de mirmigatos vino a los saltos por la entrada, colocó un melón pulcramente seccionado y un vaso con agua delante de Richard y después desapareció. Richard estaba hambriento y sediento. Varios segundos después de terminar su desayuno, la pareja de seres regresó. Con las manos que tenían en las extremidades anteriores, los mirmigatos hicieron el ademán de que se pusiera de pie. Richard los contempló.
¿Son éstos los mismos seres de ayer?
, se preguntó,
¿son la misma pareja que trajo el melón y el agua?
Volvió a rememorar todos los mirmigatos que había visto, incluidos los que pasaron al lado de él mientras descendían en la escalera mecánica: no pudo recordar una sola característica identificatoria o distintiva de ningún individuo.
Si todos se parecen
, pensó,
¿cómo hacen para reconocerse?
Los mirmigatos lo llevaron al corredor y doblaron como un rayo hacia la derecha.
Esto es grandioso
, se dijo Richard, empezando a trotar después de haber pasado algunos segundos admirando la belleza de la marcha de esos seres,
deben de creer que todos los terrícolas son atletas
. Uno de los mirmigatos se detuvo a unos cuarenta metros delante de Richard. No se dio vuelta pero Richard pudo darse cuenta de que lo estaba observando porque los dos ojos pedunculados estaban doblados hacia él.