El jardín de Rama (70 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El jardín de Rama
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Habían llegado a la plaza principal de Positano. Ellie se inclinó y besó a su marido.

—Eso fue muy interesante querido —dijo, embromándolo un poco— pero tengo que admitir que todavía no estoy segura de haber entendido todo lo que me dijiste.

Un gran sostén para bicicletas ocupaba la mayor parte de la plaza. Varias hileras y otras tantas columnas de posiciones de estacionamiento estaban diseminadas por todo el sector delante del cual había estado la estación de tren. Todos los colonos, con la excepción de los dirigentes del gobierno, que tenían autos eléctricos, empleaban bicicletas para el transporte.

El servicio de trenes de Nuevo Edén se había interrumpido poco después de que empezó la guerra Originariamente, los alienígenas habían construido los trenes con materiales muy livianos y excepcionalmente resistentes, que las fábricas humanas de la colonia nunca pudieron imitar. Estas aleaciones eran extremadamente valiosas para distintas funciones militares. En el curso de las etapas medias de la guerra, por consiguiente, el organismo de defensa había requisado todos los coches del sistema de trenes.

Ellie y Robert viajaban en sus bicicletas, uno al lado del otro, a lo largo de las orillas del lago Shakespeare. La pequeña Nicole se había despertado y observaba en silencio el paisaje que la rodeaba. Pasaron frente al parque, donde siempre se celebraba la comida campestre del Día del Asentamiento, y doblaron hacia el norte.

—Robert —dijo Ellie, con tono muy serio—. ¿Pensaste algo más sobre nuestra larga discusión de anoche?

—¿Sobre Nakamura y la política?

—Sí —respondió Ellie—. Todavía creo que
ambos
nos debemos oponer a su edicto que suspende las elecciones hasta después de que haya terminado la guerra… Tienes una muy importante estatura social en la colonia. La mayoría de los profesionales de la salud va a seguir tu ejemplo… Nai cree, inclusive, que los obreros fabriles de Avalon podrían iniciar una huelga.

—No puedo hacerlo —dijo Robert, después de un largo silencio.

—¿Por qué no, amor? —preguntó Ellie.

—Porque no creo que funcione… Desde tu idealista punto de vista, Ellie, la gente actúa en función del compromiso que asume con principios o valores. En la realidad no se comportan así en absoluto. Si nos opusiéramos a Nakamura, los dos iríamos a parar a prisión. ¿Qué le pasaría a nuestra hija? Además, todo el apoyo para las investigaciones sobre el RV-41 se retiraría, dejando a toda esa pobre gente en una situación aun peor de la que están. El hospital carecería aún más de personal… Mucha gente sufriría como consecuencia de nuestro idealismo. Como médico, encuentro inaceptable estas posibles consecuencias.

Ellie se desvió de la vereda para bicicletas, entrando en un pequeño parque que estaba a unos quinientos metros del primer edificio de Ciudad Central.

—¿Por qué nos detenemos aquí? —preguntó Robert—. Nos esperan en el hospital.

—Quiero tomarme cinco minutos para ver los árboles, oler las flores y abrazar con fuerza a Nicole.

Cuando Ellie bajó, Roben la ayudó a quitarse de la espalda el portabebé. Después, Ellie se sentó en la hierba, con Nicole en el regazo. Ninguno de los dos pronunció palabra mientras observaban a Nicole estudiar las tres briznas de hierba que había agarrado con sus regordetas manos.

Finalmente, Ellie extendió una manta donde posó suavemente a su hija.

Se acercó a su marido y le pasó los brazos alrededor del cuello.

—Te amo, Robert. Muchísimo —dijo—. Pero debo decir que a veces estoy de acuerdo contigo en absoluto.

9

La luz proveniente de la solitaria ventana que había en la celda producía una figura sobre la pared de barro que estaba frente al camastro de Nicole. Los barrotes de la ventana creaban un cuadrado reflejado con diserto de ta-te-ti. Era una matriz casi perfecta de tres por tres. La luz de la celda le indicó a Nicole que era hora de levantarse. Cruzó el cuarto, desde la litera de madera en la que había estado durmiendo, y se lavó la cara en la palangana. Después, respiró hondo y trató de reunir fuerzas para enfrentar otro día.

Nicole estaba bastante segura de que esta última prisión, en la que había estado durante unos cinco meses, estaba en alguna parte de la zona agrícola de Nuevo Edén, entre Hakone y San Miguel. Cuando la llevaron la última vez, le habían vendado los ojos. Sin embargo había llegado a la conclusión de que se encontraba en un sitio rural. Ocasionalmente, el intenso olor de los animales penetraba en su celda a través de la ventana de cuarenta centímetros cuadrados que estaba justo por debajo del techo. Además, por la ventana no podía ver ninguna luz reflejada cuando era de noche en Nuevo Edén.

Estos últimos meses fueron los peores
, pensó, mientras se ponía en puntas de pie para empujar algunos gramos de arroz sazonado a través de la ventana.
Sin conversación, sin lectura, sin ejercicio, sólo dos comidas diarias de arroz y agua
. La ardillita que la visitaba todas las mañanas apareció afuera. Nicole la oyó y se acercó al otro lado de la celda para verla comer el arroz.

—Eres mi única compañía, mi apuesta amiga —dijo Nicole en voz alta. La ardilla dejó de comer y escuchó, siempre alerta ante cualquier posible peligro—. Y nunca entendiste una sola palabra de lo que te dije.

La ardilla no se quedó mucho tiempo. Cuando terminó de comer su ración de arroz se fue y dejó sola a Nicole. Durante varios minutos, Nicole se quedó mirando fijo hacia la ventana donde había estado la anilla, preguntándose qué estaría pasando con su familia. Hasta seis meses, cuando su enjuiciamiento por sedición fue “pospuesto en forma indefinida” a último momento, a Nicole le permitían recibir un visitante cada semana, durante una hora. Aun cuando las conversaciones habían estado controladas por un guardia, y cualquier discusión sobre política o acontecimientos de actualidad estaba estrictamente prohibida, Nicole aguardaba con ansia esas sesiones semanales con Ellie o Patrick. Por lo general era Ellie quien la visitaba. Por algunos comentarios formulados con mucho cuidado por sus dos hijos, Nicole había inferido que Patrick estaba metido en alguna clase de trabajo para el gobierno y que sólo estaba disponible en momentos limitados.

Al principio, Nicole se había sentido enojada y después, deprimida, cuando se enteró de que a Benjy lo habían internado y que no le permitían verla. Ellie había tratado de asegurarle a Nicole que Benjy estaba muy bien, habida cuenta de las circunstancias. Se había hablado muy poco sobre Katie. Ni Patrick ni Ellie habían sabido cómo explicarle a su madre que su hermana mayor realmente no había mostrado el menor interés por visitarla.

El embarazo de Ellie siempre fue tema de conversación durante esas primeras visitas. Nicole se sentía emocionada al tocar el vientre de su hija o al hablar sobre los especiales sentimientos de una futura madre. Si Ellie mencionaba lo inquieto que era el bebé, Nicole compañía y comparaba sus propias experiencias («Cuando estaba embarazada de Patrick» —dijo Nicole en una ocasión—, «nunca estaba cansada. Tú, en cambio, eras la pesadilla de una madre. Siempre agitando brazos y piernas en mitad de la noche, cuando yo quería dormir»); si Ellie no se sentía bien, Nicole le recetaba alimentos o actividades físicas que la habían ayudado en las mismas circunstancias.

La última visita de Ellie había sido dos meses antes de la fecha en la que se preveía el nacimiento del bebé. A Nicole la habían mudado a su nueva celda la semana siguiente y no había hablado con un ser humano desde ese entonces. Los biots mudos que la atendían nunca daban la menor indicación de entender las preguntas que Nicole les hacía. Una vez, en un arrebato de frustración, le había gritado al Tiasso que le daba su baño semanal:

—¿No entiendes? —había dicho—. Se suponía que mi hija iba a tener un bebé, mi nieto, en algún momento de la semana pasada. Necesito saber si están bien.

En sus celdas anteriores, a Nicole siempre se le había permitido leer. Le traían de la biblioteca nuevos discolibros cada vez que los pedía, de modo que los días entre visitas pasaban con bastante rapidez. Había vuelto a leer casi todas las novelas históricas de su padre, así como algo de poesía, historia, y algunos de sus libros más interesantes sobre medicina. Se había sentido particularmente fascinada por el paralelo entre su vida y la de sus dos heroínas de la niñez: Juana de Arco y Eleanor de Aquitania. Nicole apuntaló sus propias fuerzas, al advertir que ninguna de las otras dos mujeres había permitido que su actitud básica cambiara, a pesar de largos y difíciles períodos en prisión.

Inmediatamente después de que la mudaran, cuando el García que la atendía en su nueva celda no le devolvió el lector electrónico junto con sus efectos personales, Nicole creyó que se había cometido un simple error. Sin embargo, después de que pidió varias veces el lector y no apareció jamás, se dio cuenta de que ahora se le negaba el privilegio de leer.

El tiempo pasaba muy lentamente para Nicole, en su nueva celda.

Durante varias horas, todos los días, deliberadamente medía su celda a pasos, tratando de mantener el cuerpo y la mente activos. Intentó organizar estas sesiones de marcha, alejándolas de los pensamientos sobre su familia, que inevitablemente intensificaban las sensaciones de soledad y depresión, y dirigiéndolas hacia conceptos o ideas filosóficas más generales. A menudo, al concluir estas sesiones, Nicole se concentraba en algún suceso pasado de su vida y trataba de extraer de él alguna percepción nueva o de importancia.

Durante una de dichas sesiones, recordó, de modo muy definido, una secuencia de acontecimientos que había tenido lugar cuando ya había cumplido los quince años. Para ese entonces, ella y su padre ya estaban confortablemente acomodados en Beauvois y Nicole se desempeñaba brillantemente en el colegio. Decidió anotarse en la competencia nacional donde seleccionarían muchachas para desempeñar el papel de Juana de Arco, en el conjunto de exhibiciones al aire libre con el que se iba a conmemorar el septingentésimo quincuagésimo aniversario del martirio de la doncella, en Rouen. Nicole se dedicó al concurso con una pasión y una perseverancia que emocionaban y preocupaban a su padre. Después de que Nicole ganó el concurso regional en Tours, Pierre dejó de trabajar en su novela durante seis semanas para ayudar a que su adorada hija se preparara para las finales nacionales en Rouen.

Nicole resultó primera tanto en el aspecto atlético como intelectual del concurso. Hasta llegó a obtener un puntaje muy alto en las evaluaciones sobre actuación teatral. Ella y su padre habían estado seguros de que iba a ser seleccionada. Pero, cuando se anunció a las ganadoras, Nicole había queda en segundo lugar.

Durante años
, pensó Nicole, mientras daba vueltas alrededor de su celda de Nuevo Edén,
creí haber fracasado. Lo que mi padre dijo respecto de que Francia no estaba lista para tener una Juana de Arco de tez oscura no importaba. En mi mente, yo era un fracaso. Estaba devastada. Mi autoestima realmente no se recuperó hasta las Olimpíadas y, después, duró sólo unos pocos días más, antes de que Henry me volviera a derribar
.

El precio fue terrible
, continuó Nicole.
Estuve completamente encerrada en mí misma durante años, debido a mi falta de autoestima. Tuvo que transcurrir mucho tiempo, antes de que finalmente estuviera feliz conmigo misma. Y recién entonces pude brindar afecto a los demás
. Detuvo un momento el hilo de sus pensamientos.
¿Por qué es que tantos de nosotros pasan por la misma experiencia? ¿Por qué la juventud es tan egoísta, y por qué primero nos tenemos que encontrar a nosotros mismos para darnos cuenta de cuántas cosas más hay en la vida?

Cuando el García que siempre le traía la comida incluyó algo de pan fresco y unas zanahorias en su cena, Nicole sospechó que se estaba a punto de producir un cambio en su régimen. Dos días más tarde, el Tiasso entró en la celda con un cepillo para el cabello, maquillaje, un espejo, y hasta perfume. Nicole se dio un baño prolongado, placentero y se refrescó por primera vez en meses. Cuando el biot recogió la bañera de madera y se preparaba para irse, le alcanzó a Nicole una nota: «Usted recibirá un visitante mañana a la mañana».

Nicole no pudo dormir. Por la mañana, habló sin cesar como una niñita, con su amiga, la ardilla, discurriendo sobre sus esperanzas, así como sobre sus angustias, por el inminente encuentro. Varias veces se repasó el rostro y el cabello, antes de proclamar que los dos no tenían arreglo. El tiempo pasaba muy lentamente.

Finalmente, justo antes del almuerzo, oyó pisadas de ser humano que venían por el corredor hacia su celda. Nicole corrió hacia la puerta, expectante.

—¡Katie! —gritó, cuando vio a su hija dando la vuelta a la última esquina.

—Hola, mamá —dijo Katie, abriendo la cerradura de la puerta y entrando en la celda. Las dos mujeres se abrazaron con fuerza durante varios segundos. Nicole no trató de contener las lágrimas que caían de sus ojos a raudales.

Se sentaron en el camastro de Nicole, el único mueble de la celda, y charlaron amablemente sobre la familia. Katie le informó a Nicole que había tenido una nieta, «Nicole des Jardins Turner», dijo Katie. «Deberías estar muy orgullosa», y después, sacó a relucir unas veinte fotografías. Eran instantáneas de la beba con sus padres, Ellie y Benjy juntos en un parque, Patrick vistiendo un uniforme y hasta un par de Katie con vestido de fiesta. Nicole las estudió, una por una. Los ojos se le llenaron de lágrimas repetidas veces. «Oh, Katie», exclamó en varias oportunidades.

Cuando terminó, Nicole le agradeció profundamente a su hija el haberle traído las fotografías.

—Las puedes conservar, mamá —dijo Katie, poniéndose de pie y yendo hacia la ventana. Abrió el bolso y sacó cigarrillos y un encendedor.

—Querida —dijo Nicole, vacilante—, ¿te molestaría no fumar aquí? La ventilación es escasa y yo olería el cigarrillo durante semanas, Katie miró fijo a su madre durante unos segundos y después, volvió a meter los cigarrillos y el encendedor en el bolso. En ese momento, un par de García llegaron desde el exterior de la celda, trayendo una mesa con dos sillas.

—¿Qué es esto? —preguntó Nicole. Katie sonrió.

—Vamos a almorzar juntas —contestó—. He ordenado que preparen algo especial para la ocasión: pollo con salsa de hongos y vino. Un tercer García trajo la comida, que tenía un exquisito aroma y la colocó sobre la mesa con mantel, al lado de finos cubiertos de plata y vajilla de porcelana. Hasta había una botella de vino y dos copas de cristal.

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