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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

El jardín de Rama (72 page)

BOOK: El jardín de Rama
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La luz externa desaparecía con rapidez. Contemplativa, Nicole se inclinó contra la ventana de la celda, preguntándose si ésa sería la última noche de su vida. Se estremeció involuntariamente. Desde que el veredicto fue anunciado, Nicole había ido a dormir, cada noche, esperando morir al día siguiente.

El García le trajo la cena poco después de que cayó la tarde. La comida había sido mucho mejor en estos días pasados. Mientras comía lentamente su pescado asado a la parrilla, Nicole reflexionó sobre los cinco años transcurridos desde que ella y su familia se encontraron con esa primera partida exploradora de la
Pinta. ¿Qué es lo que anduvo mal aquí?
, se preguntó. ¿
Cuáles fueron nuestros principales errores?

Podía escuchar la voz de Richard resonando en su cabeza Siempre cínico y desconfiado del comportamiento humano, había sugerido, al finalizar el primer años, que Nuevo Edén era demasiado bueno para la especie humana.

«Con el tiempo lo arruinaremos, como hicimos con la Tierra», había dicho. «Nuestro bagaje genético (ya sabes, el territorialismo, la agresión y la conducta reptil) es demasiado fuerte para que la educación y el esclarecimiento lo superen. Mira los héroes de O'Toole, a los dos, a Jesús y a ese joven italiano, San Miguel de Siena. Los destruyeron porque sugirieron que los seres humanos debían intentar ser más que chimpancés inteligentes».

Pero aquí, en Nuevo Edén
, pensó Nicole,
había tantas oportunidades para obtener un mundo mejor. Se brindaban los elementos básicos de la vida. Estábamos rodeados por pruebas incontrovertibles de que en el universo había inteligencia mucho más avanzada que la nuestra. Eso debería haber producido un ambiente en el que

Terminó el pescado y arrimó el pequeño budín de chocolate que tenía delante de sí. Sonrió para sus adentros, al recordar cuánto le gustaba el chocolate a Richard.
Lo he extrañado mucho
, pensó.
En especial, su conversación y su agudeza mental
.

Nicole se sobresaltó al oír pasos que venían hacia su celda. Un profundo escalofrío de miedo le recorrió el cuerpo. Sus visitantes eran dos hombres jóvenes que llevaban sendas lámparas. Usaban el uniforme de la policía especial de Nakamura.

Los hombres entraron en la celda con actitud distante. No se presentaron. El mayor, que tenía un poco más de treinta años, rápidamente extrajo un documento y empezó a leer:

—Nicole des Jardins Wakefield —leyó—, se la encontró culpable del delito de sedición y la ejecutarán a las ocho, mañana por la mañana. Su desayuno será servido a las seis y treinta, diez minutos después de la primera luz, y vendremos a llevarla a la cámara de ejecución a las siete y treinta. La atarán a la silla eléctrica a las siete y cincuenta y ocho. Se aplicará corriente exactamente dos minutos después… ¿Tiene usted alguna pregunta?

El corazón de Nicole latía con tanta rapidez que apenas si la dejaba respirar. Luchó por calmarse.

—¿Tiene usted alguna pregunta? —repitió el policía.

—¿Cuál es su nombre, joven? —preguntó Nicole, con la voz quebrantada.

—Franz —repuso el hombre, sorprendido, después de vacilar.

—¿Franz
qué?
—preguntó Nicole.

—Franz Bauer —contestó el hombre.

—Bien, Franz Bauer —dijo Nicole, tratando de forzar una sonrisa—, ¿tendría la gentileza de decirme cuánto voy a tardar en morir? Después que ustedes apliquen la corriente.

—Realmente no lo sé —dijo Bauer, algo confuso—. Se pierde la conciencia en forma casi instantánea, en sólo un par de segundos. Pero no sé cuánto tiempo…

—Gracias —dijo Nicole, empezando a sentirse débil—. ¿Podrían irse ahora, por favor? Me gustaría estar a solas. —Los dos hombres abrieron la puerta de la celda—. Oh, a propósito —agregó Nicole—. ¿Podrían dejar un farol? ¿Y quizá, papel y lápiz o un anotador electrónico?

Franz Bauer negó con la cabeza.

—Lo siento —dij—. No podemos…

Nicole les hizo un gesto con la mano para que se retiraran y se fue al lado opuesto de la celda.

Dos cartas
, dijo para sus adentros, respirando lentamente para juntar fuerzas.
Sólo quería escribir dos cartas: una para Katie y otra para Richard. Hice las paces finales con todos los demás
.

Después de que los policías se fueron, Nicole recordó las largas horas que había pasado en el foso, en Rama II, muchos años atrás, cuando creyó que moriría de hambre. Había transcurrido, lo que en aquel momento creyó que eran sus últimos días, reviviendo los momentos felices de su vida.
Eso no es necesario ahora
, pensó.
No hay hechos de mi pasado que no haya escudriñado a fondo. Ésas son las ventajas de pasarse dos años en prisión
.

Se sorprendió al descubrir que estaba enojada por no haber podido escribir esas dos cartas finales.
Voy a volver a plantear el asunto por la mañana. Me van a dejar escribir esas cartas, si hago suficiente ruido
. Sin ganas, sonrió.

—«No te retires en silencio…» —citó en voz alta.

De repente, sintió que el pulso se te volvía a acelerar. En su mente vio una silla eléctrica en una sala oscura. Ella estaba sentada en la silla; un extraño casco te envolvía la cabeza. El casco empezó a refulgir, y Nicole se vio a sí misma desplomarse hacia adelante.

Dios Bendito
, pensó,
dondequiera que estés y seas quien fueres, por favor dame coraje ahora. Estoy muy asustada
.

Nicole se incorporó en el camastro, en medio de la oscuridad del cuarto. Al cabo de unos pocos minutos se sintió mejor, casi sosegada. Se encontró preguntándose cómo sería el instante de la muerte.
¿Es como irse a dormir y después no hay nada? ¿O algo especial ocurre en ese preciso instante final, algo que ninguna persona viviente puede conocer jamás?

Había una voz que la llamaba desde muy lejos. Nicole se agitó pero no despertó del todo.

—Señora Wakefield —volvió a llamar la voz.

Nicole se sentó rápidamente en la cama, creyendo que ya era de mañana. Sintió una oleada de miedo, cuando su mente le dijo que todavía tenía dos horas más de vida.

—Señora Wakefield —dijo la voz— por aquí, afuera de su celda… Soy Amadou Diaba.

Nicole se frotó los ojos y se esforzó por ver la figura en la oscuridad, junto a la puerta.

—¿Quién? —preguntó Nicole, caminando lentamente por el cuarto.

—Amadou Diaba. Hace dos años, usted ayudó al doctor Turner a hacer mi trasplante de corazón.

—¿Qué está haciendo aquí, Amadou? ¿Y cómo llegó hasta aquí adentro?

—Vine a traerle algo. Soborné a todos los que fue necesario. Tenía que verla.

Aun cuando el hombre estaba a sólo cinco metros de ella, Nicole únicamente podía ver su vago contorno en la oscuridad. Los cansados ojos la engañaban también. En un momento, cuando hizo un esfuerzo especialmente intenso por enfocar la imagen, momentáneamente creyó que su visitante era su bisabuelo Omeh. Un agudo escalofrío le corrió por todo el cuerpo.

—Muy bien, Amadou —dijo Nicole finalmente—. ¿Qué es lo que me trajo?

—Debo explicarlo primero —dijo Diaba—. Y aun entonces puede no tener el menor sentido… Yo mismo no lo entiendo del todo. Simplemente sé que se lo tenía que traer esta noche.

Dejó de hablar un instante. Cuando Nicole se calló, Amadou le contó su relato rápidamente.

—El día después de que me eligieron para la Colonia Lowell, mientras me encontraba aún en Lagos, recibí este extraño mensaje de mi abuela senoufo, en el que se me decía que era muy urgente que yo fuera a verla. Fui en la primera oportunidad que tuve, dos semanas más tarde, después de que recibí otro mensaje más de mi abuela, en el que insistía en que mi visita era cuestión “de vida o muerte”.

—Llegué a su aldea, en la Costa de Marfil, en mitad de la noche. Mi abuela se despertó y se vistió de inmediato. Acompañados por el médico brujo de nuestra aldea, hicimos una larga travesía por la sabana esa misma noche. Yo estaba agotado cuando llegamos a nuestro destino: una pequeña aldea llamada Nidougou.

—¿Nidougou? —interrumpió Nicole.

—Así es —contestó Amadou—. Como sea, allá había un hombre extraño, enjuto, que debió de haber sido una especie de superchamán. Mi abuela y nuestro médico brujo se quedaron en Nidougou, mientras este hombre y yo realizábamos la extenuante ascensión de una montaña casi yerma, que estaba al lado de un pequeño lago. Llegamos justo antes del amanecer.

—«Mira», dijo el anciano, cuando los primeros rayos del Sol tocaron el lago, «mira en el Lago de la Sabiduría. ¿Qué ves?».

—Le dije que veía treinta o cuarenta objetos parecidos a melones, que descansaban en el fondo de uno de los lados del lago.

—«Bien», dijo con una sonrisa. «En verdad eres el elegido».

—«El elegido ¿para qué?» pregunté.

—Nunca contestó. Caminamos alrededor del lago, cada vez más cerca de donde habían estado sumergidos los melones —ya no los podíamos ver más, porque el Sol estaba muy alto en el cielo— y el superchamán extrajo una pequeña botella. La hundió en el agua, le puso un tapón y me la entregó. También me dio una pequeña piedra semejante a los objetos en forma de melón del fondo del lago.

—«Éstos son los regalos más importantes que recibirás jamás», dijo.

—«¿Por qué?», pregunté.

—Pocos segundos después, los ojos se le pusieron completamente en blanco y cayó en estado de trance, entonando cantos en senoufo rítmico. Danzó durante varios minutos y después, repentinamente, saltó al frío lago para nadar.

—«¡Espera!», grité, «¿qué voy a hacer con tus regalos?».

—«Llévalos contigo todo el tiempo», dijo. «Ya sabrás cuándo es tiempo de usarlos».

Nicole creía que los latidos de su corazón eran tan fuertes que hasta Amadou podía oírlos. Extendió el brazo a través de los barrotes de la celda y le tocó el hombro.

—Y anoche —dijo—, una voz en un sueño o lo que quizás no era un sueño después de todo, le dijo que me trajera la botella y la piedra esta noche.

—Exactamente —dijo Amadou. Se detuvo—. ¿Cómo lo supo?

Nicole no contestó. No podía hablar. Todo su cuerpo estaba temblando. Instantes después, cuando sintió los dos objetos en la mano, sus rodillas estaban tan débiles que creyó que se iba a caer. Le agradeció a Amadou dos veces y lo instó a irse antes de que lo descubrieran.

Caminó lentamente hacía su camastro.
¿Es esto posible? ¿Y cómo? ¿Todo se sabe, de alguna manera, desde el principio? ¿Melones maná en la Tierra?
El organismo de Nicole estaba sobrecargado.
Perdí el control
, pensó,
y ni siquiera bebí del frasco aún
.

El solo hecho de sostener el frasco y la piedra le hicieron recordar a Nicole, con toda intensidad, la increíble visión que había experimentado en el fondo del pozo de Rama II. Abrió el frasco. Aspiró profundamente dos veces y tragó el contenido rápidamente.

Al principio pensó que no ocurría nada. La oscuridad que la rodeaba no parecía haber cambiado. Entonces, súbitamente, una gran bola anaranjada se formó en medio de la celda. Explotó, diseminando color por toda la oscuridad. La siguió una bola roja; después, una púrpura. Mientras Nicole retrocedía, escapando del brillo de la explosión púrpura, oyó una risa intensa fuera de su ventana. Echó un vistazo en esa dirección: la celda desapareció. Nicole estaba afuera, en un campo.

Estaba oscuro, pero aun así pudo ver el contorno de objetos. Lejos, volvió a oir la risa.
«Amadou»
, llamó en su mente. Nicole corrió por el campo con velocidad cegadora. Estaba alcanzando al hombre. A medida que se le acercaba, el rostro de él cambiaba: no era Amadou era Omeh.

Omeh rió otra vez y Nicole se detuvo.
«Ronata»
, gritó ella. El rostro de Omeh aumentaba de tamaño. Más grande, cada vez más. Era tan grande como un auto; después tanto como una casa. La risa era ensordecedora. El rostro de Omeh era un enorme globo, que ascendía alto, cada vez más alto, hacia la oscura noche. Rió una vez más y su rostro de globo estalló, bañando a Nicole con agua.

Estaba empapada. Estaba sumergida, nadando debajo del agua. Cuando salió a la superficie, estaba en el estanque de un oasis, en la Costa de Marfil. Allí, cuando era una niña de siete años, se había enfrentado con la leona durante el Poro. La misma leona estaba merodeando por el perímetro del estanque. Nicole era una niñita otra vez. Estaba muy asustada.

Quiero a mi mamá
, pensó Nicole.
Acuéstate ahora y quédate dormida, que tu sueño es bendito
, cantó. Empezó a caminar saliendo del agua. La leona no la molestó. Nicole le echó otra vez un vistazo al animal. La cara de la leona se había transformado en el rostro de la madre de Nicole. Nicole corrió para abrazar a su madre. Entonces, la misma Nicole se convirtió en la leona, merodeando en la costa del oasis, en medio de la sabana africana.

Ahora había seis bañistas, en el estanque, todos ellos niños. Mientras la leona Nicole seguía cantando la
“Canción de Cuna”
de Brahms, uno por uno los niños salieron del agua. Genevieve lo hizo primero; la siguieron Simone, Katie, Benjy, Patrick y Ellie. Cada uno de ellos pasó al lado de Nicole, caminando en dirección a la sabana. Nicole corrió detrás de ellos.

Estaba corriendo en el campo de un estadio de béisbol atestado de gente. Nicole era humana otra vez, joven y atlética. Se anunció su salto final. Mientras se dirigía hacia la parte superior de la pista para el triple salto, un juez japonés se le acercó: era Toshio Nakamura. «Vas a cometer una falta», le dijo con el ceño fruncido.

Nicole creyó estar volando, mientras corría hacia la línea de partida. Rebotó en el trampolín en forma perfecta, se elevó por el aire, ejecutó una cabriola equilibrada y salió disparada muy lejos, hacia el pozo impulsada por el salto. Sabía que lo había hecho bien. Nicole fue hacia donde había dejado sus elementos de precalentamiento. Su padre y Henry vinieron a darle un fuerte abrazo. «Muy bien hecho», dijeron al unísono, «muy bien hecho».

Juana de Arco trajo la medalla de oro al podio de los ganadores y la colgó del cuello de Nicole. Eleanor de Aquitania le alcanzó una docena de rosas. Kenji Watanabe y el juez Mishkin estaban parados al lado de ella y le ofrecieron sus felicitaciones. El anunciador dijo que su salto era un nuevo récord mundial. La multitud le brindaba una ovación de pie. Nicole miró hacia el público, y advirtió que en la multitud no sólo había seres humanos: El Águila estaba ahí, en un palco especial, sentado al lado de un grupo de octoarañas. Todos la saludaban, incluso los avianos y los seres esféricos con tentáculos como de telaraña y las anguilas con capa apretadas contra la ventanilla de un gigantesco bol cerrado. Nicole saludó a todos, agitando la mano.

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