8Informe Número 298
Hora de Transmisión: 156 307 872 491.5116
Hora Desde Alerta Primera Etapa: 29.2873
Referencias: Nodo 23-419
Nave espacial 947
Viajeros Espaciales 47249 (A & B) 32806 2666
Durante el último intervalo, los seres humanos (Viajero Espacial Número 32806) han continuado con el emprendimiento de una guerra contra el par simbiótico aviano/sésil (número 47249 «-» A & B). Los seres humanos ahora controlan casi todo el interior del hábitat aviano/sésil, incluyendo la región superior del cilindro marrón que en otra época habitaban los avianos. Los avianos combatieron con valentía pero en vano contra la invasión humana. Los mataron sin misericordia y ahora queda menos de un centenar.
Hasta ahora, los humanos no vulneraron la integridad del dominio de los sésiles. Sin embargo, han encontrado los pozos de ascensor que conducen a las partes inferiores del cilindro marrón. En la actualidad, los humanos están elaborando planes para llevar a cabo un ataque contra la guarida de los sésiles.
Los sésiles son una especie carente de defensa: en sus dominios no existen armas de ninguna clase. Aun su forma móvil, que tiene la destreza física para usar armas, es esencialmente no violenta. Para protegerse de lo que temen, habrá de ser una invasión inevitable por parte de los humanos, los sésiles han ordenado a los móviles mirmigatos que construyan fortalezas que rodeen a los cuatro miembros más ancianos y más desarrollados de su especie. Mientras tanto, no se permite que evolucionen más melones maná, y aquellos mirmigatos que no intervienen en el proceso de construcción están formando capullo más temprano. Si los humanos retrasan su ataque por más tiempo, como parece probable que ocurra, es factible que durante su invasión únicamente encuentren unos pocos mirmigatos.
El hábitat humano sigue siendo dominado por individuos con características indiscutiblemente distintas de las del contingente humano que se observó dentro de Rama II y de El Nodo. El centro de atención de los dirigentes humanos actuales es la retención del poder personal, sin prestar verdadera consideración al bienestar de la colonia. A pesar del mensaje en el vídeo y de la presencia de humanos mensajeros en su grupo, estos dirigentes no deben de creer que realmente se los esté observando pues su comportamiento en modo alguno refleja la posible existencia de un conjunto de valores o de leyes éticas que sustituya al propio dominio que ejercen.
Los humanos han seguido adelante con la guerra contra los avianos/sésiles debido, primordialmente, a que con eso se distrae la atención de los demás problemas de la colonia, entre los que se cuentan la degradación del ambiente iniciada por los humanos y la reciente y vertiginosa decadencia del nivel de vida. Los dirigentes humanos y la mayor parte de los colonos no han demostrado el menor remordimiento por la destrucción y el posible exterminio de los avianos.
La familia humana que permaneció durante más de un año en El Nodo ya no tiene la más mínima influencia significativa sobre los asuntos de la colonia. La mujer que actuaba como mensajera primordial todavía está en prisión debido principalmente a que se opone a las acciones de los dirigentes actuales, y está en peligro de ser ejecutada. Su marido ha estado viviendo con los avianos y los sésiles y ahora es un componente fundamental del intento de esos simbiontes por sobrevivir a la feroz embestida de los humanos. Los hijos todavía no son lo suficientemente maduros como para representar un factor de importancia en la colonia humana.
Hace muy poco, el marido huyó de los dominios de los sésiles a la isla que estaba en medio de la nave espacial. Se llevó embriones de aviano y de sésil. Actualmente vive en un ambiente que le es familiar y, por consiguiente, debería poder sobrevivir, así como alimentar a las crías de las otras especies. Su exitosa huida puede haberse debido, en parte por lo menos, a la intercesión no invasora que comenzó en el momento de producirse el alerta de la primera etapa: las señales de intercesión casi con certeza desempeñaron un papel en la decisión de los sésiles de confiarle sus embriones a un ser humano.
Sin embargo, no hay pruebas de que las transmisiones de intercesión hayan afectado el comportamiento de alguno de los seres humanos. Para los sésiles, el procesamiento de información es una actividad primordial y, en consecuencia, no resulta sorprendente que hubieran sido susceptibles a las sugerencias intercesoras. Sin embargo, los humanos en particular los dirigentes, llevan una vida tan activa que les queda muy poco tiempo, si es que les queda algo, para la meditación.
Hay otro problema con los humanos y la intercesión no invasora: como especie son tan variados, de un individuo a otro, que el programa generalizado de transmisión no se puede diseñar con amplia aplicación. Un conjunto de señales que podría dar por resultado una modificación positiva del comportamiento en un ser humano, casi con seguridad no va a tener influencia sobre otro. En estos momentos se están efectuando experimentos con diferentes tipos de procesos de intercesión, pero muy bien puede ocurrir que los humanos pertenezcan a ese pequeño grupo de viajeros espaciales que son inmunes a la intercesión no invasora.
En el sur de la nave espacial, las octoarañas (Número 2 666) siguen prosperando en una colonia casi indistinguible de cualquiera de sus otras colonias aisladas en el espacio. Toda la gama de posible expresión biológica se mantiene latente debido, primordialmente, a los restringidos recursos territoriales y a la falta de verdaderos competidores. Sin embargo, las octoarañas llevan consigo el importante potencial de expresión que caracterizó sus varias transferencias exitosas de un sistema estelar a otro.
Hasta que los humanos mandaron sondas a través del muro de su propio hábitat y rompieron el sello de su recinto, las octoarañas prestaron muy poco atención a las otras dos especies, que viajaban en la nave espacial. Sin embargo desde que los humanos empezaron explorar, las octoarañas observaron los acontecimientos que ocurrían en el norte con un interés cada vez mayor. Su existencia es todavía desconocida para los seres humanos, pero las octoarañas ya empezaron a formular un plan de contingencia para cubrir el caso de una posible interacción con sus agresivos vecinos.
La pérdida potencial de toda la comunidad aviano/sésil reduce en gran medida el valor de la misión. Es posible que los únicos sobrevivientes sésiles y avianos sean los que estén en el pequeño jardín zoológico de las octoarañas y, quizás, también aquellos criados en la isla por el ser humano. Incluso la pérdida irrevocable de una sola especie no exige que se pase a un alerta de etapa dos. De todos modos, el continuo comportamiento impredecible y negativo de los actuales dirigentes humanos constituye la terrible preocupación de que la misión pueda sufrir más pérdidas graves. La actividad intercesionaria en el futuro cercano se centrará en aquellos seres humanos que no sólo se opongan a los dirigentes actuales sino que hayan revelado, a través de su comportamiento, que evolucionaron más allá del territorialismo y de la agresión.
—Mi país se llamaba Tailandia. Tenia un rey cuyo nombre también era Rama, como el de nuestra nave espacial Tu abuela y tu abuelo, mis padres probablemente siguen viviendo allá, en un pueblo llamado Lamphun… Aquí está.
Nai señaló un punto en un mapa descolorido. La atención de los niños empezó a divagar.
Todavía son jóvenes
, pensó.
Aun para niños brillantes, es esperar demasiado de sus cuatros años
.
—Muy bien, pues —dijo, plegando el mapa—, pueden ir afuera y jugar.
Galileo y Kepler se pusieron sus gruesas chaquetas, recogieron una pelota y salieron corriendo por la puerta, hacía la calle. En cuestión de segundos estuvieron concentrados en un partido de fútbol entre ellos dos.
Oh, Kenji
, pensó Nai, observando a los niños desde la puerta,
cómo te extrañaron. No hay manera de que uno solo de los padres pueda ser padre y madre
.
Había empezado la lección de geografía, como siempre lo nacía, recordándoles a los niños que todos los colonos de Nuevo Edén originariamente habían venido de un planeta llamado Tierra. Después, les había mostrado un mapa de su planeta natal, discurriendo primero sobre el concepto básico de continente y océano, y después identificando a Japón, el país natal del padre de ellos. Esta tarea había hecho que Nai se sintiera al mismo tiempo nostálgica y solitaria.
Quizás estas lecciones no sean para ustedes
, pensó, todavía observando el juego de fútbol que se realizaba bajo los mortecinos faroles de alumbrado público de Avalon. Galileo le hizo una finta a Kepler y disparó la pelota hacia un arco imaginario.
Quizá realmente son para mí
.
Eponine venia por la calle en dirección a los niños. Recogió la pelota y se la tiró de vuelta a ellos. Nai le sonrió a su amiga.
—Qué gusto verte —dijo—. Hoy es uno de esos días en los que me hace bien ver un rostro feliz.
—¿Qué pasa, Nai? —preguntó Eponine—. ¿La vida en Avalon te está deprimiendo? Por lo menos es domingo: no trabajas en la fábrica de armas y los niños no están en el centro.
Las dos mujeres entraron en la casa.
—Y por cierto que tus condiciones de vida no pueden ser la causa de tu desesperanza. —Eponine hizo un gesto amplio, abarcando la habitación—. Después de todo, tienes una habitación
grande
para ustedes tres, con inodoro y un baño que compartes con cinco familias más. ¿Qué más podrías querer?
Nai rió y estrechó a Eponine en un fuerte abrazo.
—Eres una gran ayuda —dijo.
—¡Mami, mami! —Kepler estuvo de pie en la puerta un instante después—. Ven pronto —dijo el niño—. Volvió… y está hablando con Galileo.
Nai y Eponine volvieron a la puerta: un hombre con el rostro gravemente desfigurado estaba arrodillado en el polvo, al lado de Galileo. Era evidente que el niño estaba asustado. El hombre sostenía una hoja de papel en la mano enguantada. En la hoja había dibujado, de modo muy cuidadoso, un rostro humano con cabello largo y barba poblada.
—¿Tú conoces este rostro, no? —el hombre decía con insistencia—. Es el señor Richard Wakefield, ¿verdad?
Nai y Eponine se acercaron al hombre con cautela.
—Ya se lo dijimos la última vez —dijo Nai con firmeza—. No moleste mas a los niños. Ahora vuelva al pabellón o llamaremos a la policía.
Los ojos del hombre estaban desorbitados.
—Lo volví a ver anoche —dijo—. Parecía Jesús pero era Richard Wakefield, claro que sí. Le empecé a disparar y ellos me atacaron. Cinco de ellos. Desgarraron mi cara… —El hombre empezó a llorar.
El policía de servicio vino corriendo por la calle. Agarró al hombre.
—Lo vi —gritaba el hombre, enloquecido, mientras se lo llevaban—. Sé que lo vi. Por favor, créanme.
Galileo estaba llorando. Nai se inclinó para reconfortar a su hijo.
—Mamá —dijo el chico—, ¿crees que ese hombre realmente vio al señor Wakefield?
—No lo sé —repuso Nai. Le lanzó una mirada a Eponine—. Pero a algunos de nosotros nos gustaría creer que así fue.
Los niños finalmente se habían quedado dormidos en sus camas, en el rincón. Nai y Eponine se sentaron una junto a la otra, en las dos sillas.
—Según los rumores, está muy enferma —dijo Eponine en voz baja—. Apenas si le dan de comer. La hacen sufrir de todas las formas posibles.
—Nicole nunca se va a rendir —dijo Nai con orgullo—. Ojalá yo tuviera su fuerza y su coraje.
—Ni a Ellie ni a Robert les permiten verla desde hace más de seis meses… Nicole ni siquiera sabe que tiene una nieta.
—La semana pasada, Ellie me dijo que presentó otra petición ante Nakamura para visitar a su madre —dijo Nai—. Me preocupa por Ellie. Sigue insistiendo con mucha, mucha tozudez.
Eponine sonrió.
—Ellie es tan maravillosa, aunque increíblemente ingenua. Insiste en que si obedece todas las leyes de la colonia, Nakamura la va a dejar tranquila.
—Eso no debe sorprender… en especial si tienes en cuenta que Ellie todavía cree que el padre está vivo —dijo Nai—. Habló con cada una de las personas que aseguran haber visto a Richard desde que desapareció.
—Todo lo que cuentan sobre Richard le da esperanzas —dijo Eponine—. A todos nos viene bien una dosis de esperanza de vez en cuando…
Se produjo un momentáneo intervalo en la conversación.
—¿Y que hay respecto de ti, Eponine? —preguntó Nai—. ¿Te permites…?
—No —interrumpió Eponine—. Siempre soy honesta conmigo misma… Voy a morir pronto. Simplemente no sé cuándo… Además, ¿por qué habría de luchar para seguir viviendo? Las condiciones aquí, en Avalon, son mucho peores que las del centro de detención de Bourges. Si no fuera por los pocos niños de la escuela…
Ambas oyeron, al mismo tiempo, el ruido que hubo afuera. Nai y Eponine se quedaron totalmente calladas. Si uno de los biots merodeadores de Nakamura había grabado la conversación, entonces…
La puerta súbitamente se abrió de par en par. Las dos mujeres se levantaron de sus sillas como disparadas por una catapulta. Max Puckett entró a los tropezones, sonriendo.
—Están bajo arresto —dijo— por entablar una conversación sediciosa.
Max llevaba una caja grande de madera. Ambas mujeres lo ayudaron a ponerla en el rincón. Max se sacó la gruesa chaqueta.
—Lamento aparecer tan tarde, señoras, pero no lo pude evitar.
—¿Otra demanda de comida para las tropas? —preguntó Nai en voz baja. Señaló a los mellizos, que dormían. Max asintió con la cabeza.
—El rey Jap —dijo, en voz más baja— siempre me hace recordar que un ejército marcha con el estómago.
—Ésa era una de las máximas de Napoleón. —Eponine miró a Max con sonrisa sarcástica—. Imagino que en Arkansas nunca oíste hablar de él.
—Bueno, bueno —contestó Max—. La encantadora maestrita está muy astuta esta noche. —Del bolsillo de la camisa extrajo un paquete cerrado de cigarrillos—. Quizá deba guardarme este regalo.
Eponine rió y dio un salto para agarrar los cigarrillos. Después de una breve pelea fingida, Max se los entregó.
—Gracias, Max —le dijo Eponine con sinceridad—. No hay muchos placeres que nos estén permitidos…
—Y ahora, miren aquí —dijo Max, todavía sonriendo—. No hice todo el trayecto hasta acá nada más que para escuchar cómo te compadeces. Me detuve en Avalon para inspirarme con tu hermoso rostro… Si vas a estar deprimida, simplemente tomaré mi maíz y mis tomates…