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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

El jardín de Rama (61 page)

BOOK: El jardín de Rama
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Los sueños de Richard eran muy extraños: a menudo caía cabeza abajo, hacia lo más profundo y nunca tocaba fondo. En el último sueño, antes de que Richard despertara, Toshio Nakamura y dos matones orientales lo estaban interrogando en una habitación pequeña con paredes blancas.

Cuando despertó, durante varios segundos no supo dónde estaba. Su primer movimiento fue apartar la mejilla derecha de la superficie metálica del muro. Pocos instantes más tarde recordó que se había puesto a dormir en posición vertical sobre el muro, en el interior del hábitat aviano, y encendió la linterna para mirar hacia abajo. El corazón le dio un vuelco cuando vio que la niebla ya no estaba ahí. En cambio, pudo ver el muro, que se extendía hasta mucho más abajo. Donde éste finalmente terminaba, parecía haber agua.

Inclinó la cabeza hacia atrás y miró atentamente hacia arriba. Dado que sabia que estaba a unos noventa metros por debajo de la portilla (la cuerda de escalamiento tenía cien metros de largo), estimó que la distancia que quedaba hasta el agua era de alrededor de doscientos cincuenta metros más. Las rodillas se te aflojaron cuando su mente empezó a comprender la magnitud del apuro en el que se hallaba. Cuando Richard se empezó a zafar de las lazadas adicionales que había hecho en la cuerda antes de ponerse a dormir, advirtió que los brazos y las manos le estaban temblando.

Sintió un tremendo deseo de huir, de ascender de vuelta a la portilla y de abandonar por completo el mundo alienígena.
Alto
, se dijo a sí mismo, luchando contra la reacción instintiva,
aún no. Únicamente si no hay otras opciones viables
.

Decidió que, primero, iba a comer algo. Con mucha cautela se liberó de parte de la cuerda y extrajo un poco de comida y agua de la mochila. Después, giró en forma parcial y dirigió el haz de la linterna hacia el interior del hábitat. Creyó ver contornos y formas en la distancia pero no podía estar seguro.
Podría ser nada más que mi imaginación
, pensó.

Cuando terminó de comer revisó su provisión de comida y agua y repasó mentalmente las opciones que tenía:
Todo es muy sencillo
, se dijo, con una carcajada nerviosa.
Puedo volver a Nuevo Edén y convertirme en convicto o puedo abandonar la seguridad de mi cuerda y seguir bajando por el muro
. Hizo silencio un instante mientras miraba con atención hacia arriba y hacia abajo.
O puedo permanecer aquí y esperar a que se produzca un milagro
.

Al recordar que un aviano había venido rápidamente cuando el Príncipe Hal chilló, Richard empezó a gritar. Después de dos o tres minutos dejó de gritar y empezó a cantar. Cantó sin cesar durante casi una hora. Empezó con tonadas de sus días en la Universidad de Cambridge y después pasó a canciones que habían sido populares durante sus solitarios años de adolescencia. Estaba asombrado por lo bien que recordaba las letras.
La memoria es un dispositivo asombroso
, meditó para sus adentros.
¿Qué explica su confiabilidad selectiva?, ¿por qué puedo recordar casi todas las palabras de esas tontas canciones de mi adolescencia y virtualmente nada de mi odisea en Rama?

Estaba buscando otro trago de agua en la mochila, cuando de repente hubo luz en el hábitat. Se sobresaltó tanto que los pies le resbalaron del muro y, durante algunos segundos, todo su peso estuvo sostenido por la cuerda de escalamiento. La luz no era cegadora como la de aquel amanecer en Rama II mientras él estaba viajando en la telesilla, pero era luz de todos modos. En cuanto se volvió a afianzar, contempló el mundo que ahora se revelaba frente a él.

La fuente de la iluminación era una gran bola cubierta con una pantalla, que colgaba del techo del hábitat. Richard estimó que la bola estaba a unos cuatro kilómetros de él y a casi un kilómetro directamente por encima de la estructura más destacada que había a la vista: un gran cilindro marrón ubicado en el centro geométrico del hábitat. Una pantalla opaca cubría los tres cuartos superiores de la bola incandescente, de modo que la mayor parte de su luz se dirigía hacia abajo.

El principio básico de diseño del interior del hábitat era la simetría radial. En el centro estaba el cilindro marrón erecto, que parecía estar hecho con tierra y que probablemente medía mil quinientos metros desde la base hasta la parte superior. Por supuesto, Richard sólo podía ver uno de los lados de la estructura pero, por su curvatura, estimó que el diámetro estaba entre los dos y tres kilómetros.

En la parte de afuera del cilindro no había ni ventanas ni puertas. Ninguna luz escapaba de su interior. El único diseño que había en el costado de la estructura era un conjunto de líneas curvas, ampliamente separadas, cada una de las cuales empezaba en la parte superior y corría todo alrededor del cilindro, antes de llegar al fondo, directamente por debajo del punto de iniciación. El fondo del cilindro estaba casi a la misma altura que la portilla a través de la cual había entrado Richard.

Al cilindro lo circunscribía una serie de pequeñas estructuras blancas, que estaban dentro de dos anillos separados entre sí unos trescientos metros. Los dos cuadrantes del norte (Richard había entrado en el hábitat aviano a través de la portilla norte) de estos anillos eran idénticos. Richard supuso que la simetría de los otros dos cuadrantes conformaría el mismo diseño.

Un delgado canal circular de setenta u ochenta metros de ancho rodeaba las estructuras. Tanto el canal como los anillos de edificios blancos estaban situados en una meseta cuya altura era igual a la del fondo del cilindro marrón. Sin embargo, por fuera del canal una gran región de lo que parecían ser cosas en crecimiento ocupaba la mayor parte del resto del hábitat. El terreno de la región verde presentaba un declive que descendía en forma pareja desde el canal hasta las orillas de un foso de cuatrocientos metros de ancho, que se encontraba precisamente dentro del muro interior. Los cuatro cuadrantes idénticos de la región verde estaban además subdivididos en cuatro sectores. Richard los llamó jungla, bosque, prado y desierto, basando estas denominaciones en términos análogos de la Tierra.

Durante unos diez minutos, Richard contempló en silencio el vasto panorama. Debido a que el nivel de iluminación disminuía en relación directa con la distancia al cilindro, no podía ver las regiones más cercanas con más claridad que las que estaban a la distancia. De todos modos, los detalles seguían siendo impresionantes. Cuanto más miraba, más cosas advertía: en la región verde había pequeños lagos y ríos, una ocasional isla diminuta en el foso y lo que parecían ser calles entre los edificios blancos.
Pero claro
, Richard se descubrió pensando,
¿por qué habría de ser de otra manera? Hemos reproducido una pequeña Tierra en Nuevo Edén. Esto debe de representar, del alguna manera, el planeta natal de los avianos
.

Este último pensamiento le hizo recordar que tanto Nicole como él mismo habían estado convencidos, desde el principio, de que los avianos ya no eran (si es que lo habían sido alguna vez) una especie viajera por el espacio, con alto desarrollo tecnológico. Richard extrajo los binoculares y estudió el cilindro marrón desde lejos.
¿Qué secretos escondes?
, se preguntó, momentáneamente animado por las posibilidades de aventura y descubrimiento.

Acto seguido, Richard buscó en el cielo para ver si había alguna señal de los avianos. Quedó decepcionado. Creyó haber visto seres voladores una vez o dos en la parte superior del cilindro marrón. Sin embargo, como los puntos de luz revoloteaban tan rápido y aparecían en su campo visual para luego desaparecer, no podía tener absoluta certeza. Por más que miraba toda la región verde del vecindario, los edificios blancos, e incluso el foso, no veía evidencias de movimiento. No había una indicación cierta de que hubiera algo vivo en el hábitat aviano.

La luz desapareció después de cuatro horas y Richard otra vez quedó en la oscuridad, en la mitad del muro vertical. Revisó su termómetro que incluía una base de datos históricos: la temperatura no había variado más que medio grado de 26°C desde que Richard ingresó en el hábitat
¿Pero por qué tan estricto? ¿Por qué usar tanto de los recursos de energía para mantener una temperatura fija?
, se preguntó Richard.

Cuando la oscuridad empezó a prolongarse durante horas, Richard se puso impaciente. Aun cuando hacía descansar en forma regular cada masa muscular, al sostenerse temporalmente de diferentes maneras en la cuerda, el cuerpo lentamente se le estaba fatigando. Era hora de que considerara tomar algún curso de acción. Con renuencia, decidió que sería una temeridad abandonar la cuerda y descender al foso.
¿Qué haría cuando llegara ahí, de todos modos?
, pensó,
¿nadar hasta el otro lado? Aun así tendría que dar la vuelta si no encontrara comida de inmediato
.

Empezó a trepar lentamente hacia la portilla Mientras descansaba a mitad de camino hacia la salida, oyó algo muy débil hacia su derecha. Se detuvo y con calma buscó el receptor en la mochila. Con un mínimo movimiento puso el selector de amplificación en su máximo nivel y se colocó los auriculares. Al principio no oyó nada pero después de varios minutos percibió un sonido que provenía desde debajo de él, del foso. Le era imposible identificar con exactitud lo que estaba oyendo —pudieron haber sido varias lanchas desplazándose por el agua— pero no había duda de que alguna clase de actividad estaba teniendo lugar allá abajo.

¿Fue ése un tenue aleteo también, una vez más, en alguna parte a la derecha? Sin advertencia previa, Richard repentinamente lanzó un alarido y después truncó el alarido en forma brusca. Los sonidos de batimiento de alas se extinguieron rápidamente pero durante un segundo o dos fueron inconfundibles.

Richard se sentía alborozado.

—¡Sé que están ahí! —gritó con júbilo—. ¡Sé que me están observando!

Tenía un plan. Por cierto que era aventurado pero no había duda de que era mejor que nada. Richard revisó su provisión de comida y agua y se aseguró de que tenía cantidades adecuadas. Luego respiró hondo.
Es ahora o nunca
, pensó.

Practicó el descenso sin depender de la cuerda para tener apoyo. Eso determinó que el avance fuera más difícil pero podía hacerlo. Cuando llegó al final de la cuerda, se quitó el arnés y con la luz de la linterna recorrió el muro hacia abajo: hasta la parte superior de la niebla, por lo menos, había muchos rebordes a disposición de Richard. Siguió bajando con mucho cuidado, admitiendo para sus adentros que estaba asustado. Varias veces creyó oír el latido de su propio corazón a través de los auriculares.

Si estoy en lo cierto
, pensó cuando descendió al interior de la niebla,
voy a tener compañía ahí abajo
. La humedad hacía que el descenso fuera doblemente difícil. Una vez resbaló y casi cayó pero logró recuperarse. Se detuvo en un lugar en el que los puntos de apoyo de las manos y los pies eran insólitamente firmes. Estimó que estaba a unos cincuenta metros del foso.
Ahora voy a esperar hasta que oiga algo. Se van a tener que acercar en la niebla
.

Al poco tiempo volvió a oír las alas. Esta vez, el sonido parecía provenir de un par de avianos. Richard permaneció donde estaba durante más de una hora, hasta que la niebla empezó a perder espesor. Varias veces más oyó las alas de sus observadores.

Había planeado esperar hasta que hubiera luz otra vez para bajar hasta el agua. Pero, cuando la niebla se levantó y las luces todavía no regresaban, Richard se empezó a preocupar respecto de la hora. Empezó a descender el muro en medio de la oscuridad. A unos diez metros por encima del foso oyó a sus observadores irse volando. Dos minutos después, el interior del hábitat aviano estuvo iluminado otra vez. Richard no perdió tiempo. Su plan era sencillo: basándose en el ruido de lanchas que había oído en la oscuridad, Richard supuso que en el foso estaba ocurriendo algo que era de importancia crítica para tos avianos o para quienquiera que hubiera estado viviendo en el cilindro marrón. De no ser así, razonó, ¿por qué habrían seguido con la actividad, sabiendo que él la podría oír? Si la hubieran pospuesto nada más que unas horas, casi con seguridad Richard se habría ido del hábitat.

Richard pretendía entrar en el foso. Si
los avianos se sienten amenazados de alguna manera
, razonó,
adoptarán algún curso de acción. Si no, empezaré de inmediato mi ascenso y regresaré a Nuevo Edén
.

Antes de meterse en el agua, Richard se sacó los zapatos y, con cierta dificultad, los puso en la mochila impermeable. Por lo menos, no iban a estar mojados si tenía que volver a trepar. Segundos después, en cuanto su pie tocó el agua, un par de avianos voló hada él desde el sitio en el que habían estado ocultos, en la región verde que estaba directamente del otro lado del foso.

Estaban enloquecidos. Farfullaban, chillaban y se comportaban como si fueran a hacer pedazos a Richard con sus garras. Él se sentía tan extático por el hecho de que su plan hubiera funcionado que pasó por alto las demostraciones de amenaza. Los avianos revoloteaban sobre él y trataban de arrastrarlo de vuelta hacia el muro. Richard pataleó en el agua y los estudió de cerca.

Estos dos eran ligeramente diferentes de aquellos con tos que él y Nicole se habían encontrado en Rama II. Estos avianos tenían el cuerpo cubierto con pelaje como de terciopelo, exactamente igual que los otros, pero de color púrpura. El anillo único que tenían alrededor del cuello era negro. También eran más pequeños que los avianos anteriores y mucho más frenéticos.
A lo mejor son más jóvenes
, pensó Richard. Uno de los seres realmente tocó la mejilla de Richard con su garra, cuando Richard no se desplazó lo suficientemente rápido hacia el muro.

Finalmente, Richard trepó el muro, apenas fuera del agua, pero eso no pareció aplacar a los avianos. Casi de inmediato, los dos pájaros empezaron, por turno, a describir pequeñas figuras de vuelo hacia lo alto del muro, mostrándole a Richard que querían que subiera. Como no se movió, se desesperaron cada vez más.

—Quiero ir con ustedes —dijo Richard, señalando hacia el cilindro marrón que se elevaba a la distancia. Cada vez que repetía la señal que hacía con la mano, los gigantescos seres chillaban y parloteaban y volaban hacia lo alto, en dirección a la portilla.

Los avianos se estaban frustrando y Richard se empezó a preocupar de que lo pudieran atacar. De pronto, tuvo una idea brillante.
¿Podré recordar el código de entrada?
, se preguntó.
Han pasado tantos años
.

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