El jardín de Rama (47 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El jardín de Rama
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—Muy bien, ahora —gritaba una joven que estaba de espaldas a ellos—. Con cinco y seis gano.

Patrick lanzó una mirada de sorpresa a Max.

—Ésa es Katie —dijo, apurando el paso en dirección a ella. Katie estaba completamente absorbida por el juego. Le dio una rápida pitada a un cigarrillo, se bajó de un trago la bebida que le había alcanzado el hombre de tez morena que tenía a la derecha y, después, sostuvo los dados bien en alto, por sobre la cabeza.

—Todos los números —dijo, dándole fichas al croupier—. Aquí hay veintiséis, más cinco en el difícil ocho… Ahora, aparece. Cuarenta y cuatro —dijo lanzando los dados con un seco movimiento de la muñeca contra el extremo opuesto de la mesa.


Cuarenta y cuatro
—la multitud que estaba alrededor de la mesa gritó al unísono.

Katie dio saltos en el aire, abrazó con fuerza a su acompañante, se bajó otra bebida de un trago y le dio una pitada prolongada y lánguida al cigarrillo.

—Katie —dijo Patrick, justo cuando su hermana estaba a punto de tirar los dados de nuevo.

Ella se detuvo a mitad del tiro y se dio vuelta, con un gesto burlón en el rostro.

—Bueno, bueno, miren quién está aquí —dijo—. Es mi hermanito menor.

Katie se tropezó para saludarlo, mientras los croupiers y los demás jugadores de la mesa gritaban para que continúe el juego.

—Estás ebria, Katie —dijo Patrick en voz baja, mientras la sostenía en los brazos.

—No, Patrick —replicó Katie lanzándose bruscamente hacia atrás, hasta apoyarse en la mesa—. Estoy
volando
. Estoy en mi transbordador personal hacia las estrellas.

Se volvió hacia la mesa de dados y alzó el brazo derecho.

—Muy bien, ¿preparados? —gritó.

2

Otra vez los sueños vinieron en las primeras horas de la mañana. Nicole despertó y trató de recordar lo que había estado soñando pero todo lo que le venía a la memoria eran imágenes aisladas. El rostro sin cuerpo de Omeh había estado en uno de los sueños: su bisabuelo senoufo le había estado advirtiendo sobre algo, pero Nicole no había podido entender lo que estaba diciendo. En otro sueño, Nicole había visto a Richard meterse en un océano tranquilo, justo antes de que una devastadora ola azotara la orilla.

Nicole se frotó los ojos y miró el reloj: eran casi las cuatro.
Casi la misma hora todas las mañanas de esta semana
, pensó.
¿Qué quieren decir?
Se levantó y pasó al baño.

Instantes después estaba en la cocina, vestida con su ropa de gimnasia. Bebió un vaso de agua. Un biot Abraham Lincoln, que había estado apoyado, inmóvil, contra la pared al final de la mesada, se puso en actividad y se acercó a Nicole.

—¿Querría usted café, señora Wakefield? —preguntó y tomó el vaso vacío que ella tenía en la mano.

—No, Linc —contestó Nicole—. Voy a salir ahora. Si alguien se despierta, dile que volveré antes de las seis.

Nicole fue por el corredor hacia la puerta. Antes de salir de la casa, pasó frente al estudio, que estaba en el costado derecho del corredor. Había papeles diseminados por sobre todo el escritorio de Richard, tanto al lado como arriba de la nueva computadora que él mismo había diseñado y construido. Richard estaba sumamente orgulloso de la nueva computadora que Nicole le había instado a construir, aun cuando era improbable que alguna vez llegara a reemplazar por completo al juguete electrónico favorito de Richard: la computadora de bolsillo estándar de la AIE. Richard había llevado religiosamente la pequeña portátil, aun desde antes del lanzamiento de la Newton.

Nicole reconoció la letra de su marido en algunas de las hojas pero no pudo leer nada del lenguaje simbólico para computadoras que él empleaba.
Ha pasado mucho tiempo aquí adentro, en estos últimos tiempos
, pensó Nicole, sintiendo una punzada de culpa,
aun cuando está convencido de que lo que está haciendo está mal
.

Al principio, Richard se había rehusado a participar en el esfuerzo por descifrar el algoritmo que regía las condiciones climáticas en Nuevo Edén. Nicole recordaba con claridad las discusiones que habían tenido.

—Estuvimos de acuerdo en participar en esta democracia —había opinado ella—. Si tú y yo optamos por pasar por alto sus leyes, entonces imponemos un peligroso ejemplo para los demás…

—Ésta
no
es una ley —la había interrumpido Richard—, sólo es una resolución. Y sabes tan bien como yo que es una idea inconcebiblemente estúpida. Tanto tú como Kenji lucharon contra ella… y, además, ¿no fuiste tú quien me dijo, una vez, que tenemos el
deber
de protestar contra la estupidez de la mayoría?

—Por favor, Richard —había replicado Nicole—. Puedes, naturalmente, explicarles a todos por qué crees que la resolución es equivocada. Pero este esfuerzo por develar el algoritmo ahora se convirtió en tema de campaña política. Todos los colonos saben que somos íntimos de los Watanabe: si pasas por alto la resolución, va a dar la impresión de que Kenji está tratando, deliberadamente, de socavar…

Mientras Nicole recordaba su anterior conversación con su marido, miraba ociosamente alrededor del estudio. Cuando su mente volvió a enfocarse en el presente, se sorprendió al descubrir que estaba mirando fijo a tres pequeñas figuras que había en un anaquel abierto, encima del escritorio de Richard.
Príncipe Hal, Falstaff, EB
, pensó
¿cuánto tiempo ha pasado desde que Richard nos entretenía con ustedes?

Nicole rememoró las largas y monótonas semanas posteriores al momento en que la familia despertó después de años de sueño. Mientras aguardaban la llegada de los demás colonos, los robots de Richard habían sido su primordial fuente de entretenimiento. En su mente, Nicole todavía podía oír las gozosas carcajadas de sus hijos y ver: cómo su marido se sonreía con deleite.
Ésas eran épocas más sencillas más fáciles
, se dijo a sí misma. Cerró la puerta del estudio y siguió caminando por el pasillo.
Antes de que la vida se volviera demasiado complicada para jugar. Ahora ustedes, amiguitos, se limitan a permanecer sentados en silencio en la repisa
.

Afuera, en el sendero, debajo del semáforo, Nicole se detuvo un instante al lado del sostén para bicicletas. Vaciló, miró la suya y después giró sobre los talones y enfiló hacia el patio trasero. Un minuto después había cruzado la zona cubierta de césped que estaba detrás de la casa y estaba en el sendero que serpenteaba ascendiendo por el monte Olimpo.

Nicole caminaba rápidamente. Estaba muy sumida en sus pensamientos. Durante largo rato no le prestó atención a lo que la rodeaba. Su mente saltaba, sin orden, de un tema a otro. De los problemas que acosaban a Nuevo Edén a sus extrañas pautas oníricas, a su angustia respecto de los hijos, especialmente de Katie.

Llegó a una bifurcación del sendero. Una señal chica, impresa con buen gusto, explicaba que el sendero de la izquierda llevaba a la estación de cablecarril, a ochenta metros de distancia. Desde allí se podía ascender hasta la cima del monte Olimpo. La presencia de Nicole en la bifurcación se detectó en forma electrónica y eso impulsó a un biot García a acercarse desde la dirección donde estaba el cablecarril.

—No se moleste —gritó Nicole—. Voy a caminar.

El panorama se hacía cada vez más espectacular, a medida que la vía en zig zag rodeaba la ladera de la montaña que daba al resto de la colonia. Nicole se detuvo en uno de los puntos de observación, a quinientos metros de altura y a apenas tres kilómetros de distancia a pie del hogar de los Wakefield, y contempló todo Nuevo Edén. Era una noche clara y no había casi humedad en el aire.

No lloverá hoy
, pensó Nicole, ya que sabía que las mañanas siempre eran húmedas en los días en los que luego llovía. Inmediatamente debajo de donde estaba Nicole se encontraba el pueblo de Beauvois. Las luces de la nueva fábrica de muebles le permitían identificar la mayor parte de los conocidos edificios de la región, incluso desde esa distancia. Hacia el norte, el pueblo de San Miguel estaba oculto detrás de la voluminosa montaña. Pero más allá de la colonia, y lejos en el otro lado de una oscurecida Ciudad Central, Nicole pudo discernir los destellos de luz que señalaban Las Vegas de Nakamura.

Instantáneamente la invadió el malhumor.
Ese maldito sitio permanece abierto toda la noche
, gruñó,
usando importantes recursos eléctricos y ofreciendo entretenimientos desabridos
.

A Nicole le era imposible no pensar en Katie cuando miraba Las Vegas.
Tanto talento natural
, Nicole comentó para sí misma, con un sordo dolor en su corazón acompañando la imagen de su hija. No podía dejar de preguntarse si Katie todavía estaba despierta, en medio de la rutilante vida de fantasía que llevaba en el otro lado de la colonia.
Y un desperdicio tan colosal
, pensó, meneando la cabeza.

Richard y ella habían discutido a menudo sobre Katie. Sólo había dos temas por los que peleaban: Katie y la política que se seguía en Nuevo Edén. Y no era del todo exacto decir que peleaban por cuestiones de política. Básicamente, Richard opinaba que todos los políticos, salvo Nicole y,
a lo mejor
, Kenji Watanabe, eran esencialmente gente carente de principios. El método de discusión de Richard consistía en emitir arrolladoras declaraciones sobre los insípidos acontecimientos que se producían en el Senado o, incluso, en el propio tribunal de Nicole y después se rehusaba a prestarle más consideración al tema.

Katie era otro tema. Richard siempre sostenía que Nicole era demasiado dura con Katie.
También me culpa
, pensó Nicole, mientras miraba fijo las lejanas luces,
por no pasar con ella suficiente tiempo. Sostiene que cuando yo entré en el terreno de la política colonial, comencé a ser para nuestros hijos, en el momento más crítico de sus vidas, una madre de dedicación parcial
.

Katie ya casi no venía más a casa. Todavía tenía un cuarto en la casa Wakefield, pero pasaba la mayor parte de las noches en uno de los selectos departamentos que Nakamura había construido dentro del complejo de Las Vegas.

—¿Cómo pagas el alquiler? —le había preguntado Nicole a su hija una noche, inmediatamente antes del disgusto de costumbre.

—¿Cómo crees, mamá? —había respondido Katie, con tono beligerante—. Trabajo. Tengo mucho tiempo. Sólo estoy cursando tres materias en la universidad.

—¿Qué clase de trabajo haces? —había preguntado Nicole.

—Soy anfitriona, animadora… ya sabes, lo que se necesite —había contestado Katie con vaguedad.

Nicole apartó la vista de las luces de Las Vegas.
Claro
se dijo,
es del todo comprensible que Katie esté confundida: nunca tuvo adolescencia. Pero, aun así, no parece que le esté yendo mejor
… Nicole empezó a subir la montaña otra vez, velozmente, tratando de aventar su cada vez mayor abatimiento.

Entre los quinientos y los mil metros de altitud, la montaña estaba cubierta por espesos árboles que tenían cinco metros de altura. Aquí, el sendero hacia la cumbre corría por entre la montaña y el muro exterior de la colonia, en un trecho extremadamente oscuro que se extendía más de un kilómetro. Había una interrupción en esa oscuridad, cerca del final, en un punto panorámico que miraba hacia el norte.

Nicole había llegado al punto más elevado de su ascenso. Se detuvo en ese punto de observación panorámica y contempló San Miguel:
Ahí está la prueba
, pensó, meneando la cabeza,
de que hemos fallado aquí, en Nuevo Edén. A pesar de todo, hay pobreza y desesperanza en el Paraíso
.

Había visto venir el problema, hasta lo había predicho con precisión, hacia el final de su período de un año como gobernadora provisional. Irónicamente, el proceso que había dado lugar a San Miguel, donde el nivel de vida era la mitad más bajo que en los otros tres pueblos de Nuevo Edén, había comenzado poco después del arribo de la
Pinta
. El primer grupo de colonos se había asentado, principalmente, en el pueblo del sudeste que, más adelante, se habría de convertir en Beauvois. Así fijaron un precedente que se acentuó después de que la
Niña
llegó a Rama. Cuando se instrumentó el plan de asentamiento libre, casi todos los orientales decidieron vivir juntos en Hakone; los europeos, los norteamericanos blancos y los del Asia Central optaron por Positano o por lo que quedaba de Beauvois. Los mejicanos, otros grupos latinoamericanos, los norteamericanos negros y los africanos se dirigieron hacia San Miguel.

Como gobernadora, Nicole había tratado de resolver la segregación de facto que había en la colonia con un utópico plan de reasentamiento que a cada uno de los cuatro pueblos le asignaba porcentajes raciales que representaban a la colonia como un todo. La propuesta hubiera sido aceptada en la época más temprana de la historia de la colonia, en particular inmediatamente después de los días transcurridos en el somnario, cuando la mayoría de los demás ciudadanos veían a Nicole como a una diosa. Pero fue demasiado tarde después de un año: la libre empresa ya había creado brechas, tanto en la riqueza personal como en el valor de los bienes raíces. Incluso los seguidores mas leales de Nicole se dieron cuenta de lo impracticable que era, en ese momento, el concepto de reasentamiento ideado por la gobernadora provisional.

Después de que Nicole completó su período de gobernación, el Senado aprobó de manera resonante, que Kenji nombrara a Nicole como uno de los cinco jueces permanentes de Nuevo Edén. Sin embargo, la imagen de Nicole en la colonia decayó considerablemente cuando se dio amplia publicidad a los comentarios que había hecho en defensa del abortado plan de reasentamiento. Nicole había argüido que para los colonos era esencial vivir en vecindarios pequeños, integrales, de modo de desarrollar una verdadera apreciación de las diferencias raciales y culturales. Sus críticos pensaron que Nicole era “una ingenua irremediable”.

Nicole se quedó mirando las parpadeantes luces de San Miguel durante varios minutos más, mientras descansaba del arduo ascenso a la montaña. Inmediatamente antes de dar la vuelta y dirigirse de regreso a su hogar en Beauvois recordó de pronto otro conjunto de luces parpadeantes, que provenía del pueblo de Davos, en Suiza, allá en el planeta Tierra. Durante las últimas vacaciones de esquí de Nicole, ella y su hija Genevieve habían cenado en la montaña que estaba por sobre Davos y, después de comer, se habían tomado de las manos en medio del tonificante frío, en el balcón del restaurante. Las luces de Davos brillaban como diminutas piedras preciosas, muchos kilómetros por debajo de ellas. Las lágrimas inundaron los ojos de Nicole cuando pensó en el garbo y el humor de su primera hija, a la que no había visto desde hacía tantos años.
Gracias otra vez, Kenji
, murmuró mientras empezaba a caminar, recordando las fotografías que su nuevo amigo había traído desde la Tierra,
por compartir conmigo tu visita a Genevieve
.

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