El juego de los abalorios (26 page)

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Authors: Hermann Hesse

Tags: #Clásico, Drama

BOOK: El juego de los abalorios
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El juego, pues, con que Knecht tomó parte en el gran concurso, era formal, no psicológico. Es posible que con eso tratara de demostrar a sus superiores y a sí mismo, que por su estada en Mariafels y su misión diplomática, nada había perdido como jugador de abalorios en práctica, elasticidad, elegancia y virtuosismo, y esta demostración resultó acabadamente lograda. Había confiado el último paso y la copia definitiva de su proyecto, que podía hacerse solamente en el archivo del juego en Waldzell, a su amigo Tegularius, que por otra parte era también uno de los candidatos en la competición. Pudo también entregar personalmente sus papeles al amigo, y discutirlos con él, del mismo modo que revisó el proyecto del amigo, porque había podido traer a Frite por tres días al monasterio; por primera vez, el
Magister
Tomás había satisfecho este pedido, que Josef hacía por segunda vez. Por cuanto Tegularius se complació por la visita y satisfizo gran parte de su curiosidad de isleño castalio, se sintió en cambio sumamente molesto en el monasterio, y ese ser tan sensible casi enfermó a causa de todas las extrañas impresiones y entre estos hombres amables, pero simples, sanos y hasta rudos, para ninguno de los cuales tenían importancia seguramente su pensamiento o sus preocupaciones, o sus problemas.

—Vives aquí en una estrella ajena, extraña —dijo al amigo—, y no comprendo y te admiro porque has resistido en este lugar tres largos años. Tus
Patres
son por cierto muy gentiles conmigo, pero aquí me siento rechazado y repelido por todo, nada viene a mi encuentro, nada se comprende por sí, nada se deja asimilar sin dificultades y dolores; sería para mí el infierno tener que vivir aquí dos semanas.

Knecht se preocupó, vio también con desagrado por primera vez esta desavenencia entre las dos Órdenes, los dos mundos, en posición de espectador al margen, y advirtió que su hipersensible amigo no hacía allí buena impresión con su angustioso desamparo. Pero repasaron juntos, críticamente y a fondo, los dos proyectos para el concurso, y cuando Knecht, después de esa compañía, marchaba a la otra ala para ver al
Pater
Jakobus o a una comida, también tenía la sensación de trasladarse de repente de la patria a otro país, con otra tierra, otro aire, otro clima y otras estrellas. Y cuando Fritz se hubo alejado para Waldzell, de regreso, provocó en el
Pater
un juicio sobre el caso.

—Espero —dijo el
Pater
— que la mayoría de Castalia se parezca más a usted que a su amigo. Es una clase de seres desconfiada, delicada, débil y, mucho me temo, un poco orgullosa, la que usted nos ha permitido ver representada en él. En lo sucesivo juzgaré por usted, de otra manera me volvería injusto para con Castalia. Porque este pobre hombre, sensitivo, demasiado inteligente e inquieto, podría quitar todo valor a la «provincia» entera.

—Ciertamente —replicó Knecht—, debe haber habido también entre los señores benedictinos, en el correr de los siglos, alguna vez, algún ser como mi amigo, enfermizo, físicamente débil, pero espiritualmente por eso mismo más valioso. Fue probablemente una imprudencia haberlo invitado a venir, donde se tiene seguramente el ojo muy agudo para ver su debilidad, pero ningún sentido físico o moral para sus grandes méritos. Con su presencia me ha prestado un gran servicio de amigo.

Y habló al
Pater
de su participación en el concurso. El anciano vio con agrado que Josef saliera en defensa de su amigo.

—¡Perfectamente! —exclamó riéndose amablemente—. Pero usted, por lo que se ve, tiene solamente amigos con quienes el trato resulta bastante difícil.

Se divertía viendo que Knecht no comprendía y ponía cara de sorpresa. Luego habló explicándose:

—Esta vez me refiero a otro. ¿No sabe nada de su amigo Plinio Designori?

El asombro de Josef aumentó aún, si cabía: desorientado, pidió una aclaración. Las cosas habían ocurrido así: en una polémica política, Designori se había declarado violentamente de opiniones anticlericales y en la misma atacado muy enérgicamente también al
Pater
Jakobus. Éste había recibido informaciones acerca de Designori por intermedio de sus amigos de la prensa católica, y en ellas se recordaba también su período escolar en Castalia y su conocida relación con Knecht, Josef pidió el escrito de Plinio para leerlo; con este caso se relaciona la primera conversación de política actual que tuvo con el
Pater
y a la que siguieron muy pocas más. «Asombrosa y casi terrible —escribió Knecht a Ferromonte— me pareció la figura de nuestro Plinio y, como consecuencia, vi también a mi propia persona colocada de repente en el escenario de la política, aspecto en el cual nunca había pensado antes». Por lo demás, el
Pater
se expresó casi con admiración por esa polémica de Plinio, en todo caso sin mostrarse molesto; alabó el estilo de Designori y dijo que se notaba perfectamente su aprendizaje de selección, porque generalmente en la política del día era suficiente mucho menos inteligencia y elevación.

De su amigo Ferromonte, Knecht recibió por esos días la copia de la primera parte de la obra del primero, que más tarde alcanzó fama; te titulaba: «La recepción y reelaboración de la música popular eslava en la música clásica alemana, desde Josef Haydn en adelante». En la contestación de Knecht a este envió, entre otras cosas, leemos: «En tus estudios, que pude acompañar por un tiempo, lograste un resultado jugoso; los dos capítulos sobre Schubert, especialmente acerca de los cuartetos, pueden figurar entre lo más perfecto en historia musical que yo conozco, en años recientes. Recuérdame de vez en cuando; estoy muy lejos de una cosecha como la que te fue posible. Aunque puedo estar satisfecho de mi vida aquí —parece que mi misión en Mariafels no está fracasando—, debo considerar a veces como una opresión mi largo alejamiento de la «provincia» y del círculo de Waldzell a que pertenezco. Aquí aprendo mucho, infinitamente mucho, pero no es ciertamente un aumento de seguridad y de utilidad profesional lo que noto, tino un crecimiento de la problemática. Del horizonte también, a fuer de sincero. Estoy más tranquilo, por cierto, ahora, acerca de la inseguridad, la extrañeza, la falta de confianza, de alegría y de fe en mí mismo, que sentí muy a menudo aquí durante los dos primeros años: recientemente estuvo aquí, sólo tres días, Tegularius, pero aunque se alegró de verme y sació su curiosidad acerca de Mariafels, al segundo día ya no podía resistir casi, al sentirse como oprimido y extraño a sí mismo. Pero como, en resumidas cuentas, un monasterio es más bien un mundo protegido, pacífico y espiritualmente amable y ni lejanamente una cárcel, un cuartel o un taller, saco de mi experiencia como conclusión que los de nuestra querida «provincia» somos gente demasiado mimada y sensible, más mimada y sensible de lo que nosotros mismos creemos».

Justamente en la época que lleva la fecha de la carta a Carlos, Josef convenció al
Pater
Jakobus de que contestara afirmativamente en un breve escrito a la dirección superior de la Orden castalia en la conocida solicitación diplomática, pero el anciano agregó el pedido de que se dejara en el monasterio por más tiempo todavía al «aquí tan querido jugador de abalorios Josef Knecht», que se dignaba darle un curso especialísimo
de rebus castaliensibus
. Lógicamente, en Castalia se sintieron muy honrados en cumplir su deseo.

Knecht, que precisamente creía estar aún muy lejos de su «cosecha», recibió de la dirección de la Orden y del señor Dubois una felicitación escrita por el cumplimiento de su encargo. Lo que le pareció más importante entonces en ese escrito de las supremas autoridades y le causó la mayor alegría (se lo comunicó casi triunfalmente en una breve carta a Fritz), fue un corto párrafo de su contenido: la Orden conocía por intermedio del
Ludi Magister
su deseo de volver al
Vicus Lusorum
y estaba enteramente dispuesta a satisfacerlo en cuanto concluyera su misión actual. Leyó el pasaje también al
Pater
Jakobus y le confesó cuánto se alegraba de ello y cuánto asimismo había temido quedar desterrado de Castalia para siempre y ser enviado a Roma.

Sonriendo, el
Pater
expresó su opinión:

—En realidad, usted tiene la Orden metida en el alma, amigo, y vive preferentemente más en su seno que en la periferia y aun en el exilio. Puede olvidar tranquilamente el poquito de política en cuya proximidad indefinida cayera, porque usted no es un político. Pero no debe ser infiel a la historia, aunque permanezca para usted tal vez para siempre apenas rama accesoria de un aficionado. Porque en usted hay pasta de historiador. Y ahora vamos a aprovecharnos mutuamente, mientras lo tenga aquí.

Parece que Knecht hizo poco uso del permiso para volver más a menudo a Waldzell; pero siguió escuchando por radiotelefonía un curso de seminario práctico y algunas conferencias y partidas. Y de la misma manera tomó parte también desde lejos, sentado en su cuarto de huésped distinguido en la fundación, a la «solemnidad» durante el cual se daban a conocer desde la sala de fiestas del
Vicus Lusorum
los resultados del concurso. Había enviado un trabajo no muy personal y menos aún revolucionario, pero sí fino y sumamente elegante, cuyo valor conocía y esperaba una mención de honor o un tercero o cuarto premio. Para su asombro, oyó que se le había discernido el primer premio, y aun antes de que la sorpresa cediera su lugar a la alegría, el locutor de la oficina del
Ludi Magister
siguió leyendo con su profunda y hermosa voz, para nombrar como merecedor del segundo premio a Tegularius. Emotiva y atrayente vivencia, sin duda alguna, era el hecho de que salieran de esta competición ambos de la mano, proclamados como vencedores. Se puso de pie de un salto, sin oír más nada, corrió por las escaleras y a través de los corredores resonantes salió al aire libre. En una carta escrita en esos días al ex
Magister Musicae
, podemos leer lo siguiente: «Me siento muy feliz, mi venerado maestro, como puedes imaginarte. En realidad era mucho de una sola vez para mí, primeramente el cumplimiento de mi misión y su reconocimiento muy honroso de parte de la dirección de la Orden, juntamente con la perspectiva tan importante para mí de un pronto regreso a la patria, a los amigos y al juego de abalorios, en lugar de ser empleado ulteriormente en los servicios diplomáticos, ahora este primer premio por una partida en la que utilicé ciertamente lo formal, pero que por mis buenas razones no agotó todo lo que podría dar, y después de todo esto, todavía el gozo de compartir este triunfo con mi amigo. Me siento feliz, ciertamente, pero no podría decir que estoy alegre. En tan breve periodo (breve por lo menos a mi juicio), estos resultados son para mi intimo sentir algo demasiado repentino y generoso; con mi gratitud te mezcla cierta aprensión, como si necesitara apenas de una gota más en el recipiente colmado hasta el borde, para ponerlo todo nuevamente en tela de juicio. Pero considera esto como no expresado, por favor; aquí toda palabra está de más».

Veremos más adelante que el recipiente colmado hasta el borde estaba destinado a recibir muy pronto algo más que una gota. Pero en el breve lapso hasta llegar a ello, Josef Knecht vivió por su dicha y el temor connatural en ella, con una entrega y una intensidad que parecía presentir el gran cambio inminente. También para el
Pater
Jakobus, ese par de meses fueron un período feliz y alado. Le dolía tener que perder pronto al colega y alumno, y trató de darle como heredad casi, en las mismas horas de labor y más en sus libres entretenimientos, la mayor cantidad posible de lo que él durante su vida rica en obra y pensamiento había logrado en la penetración cognoscitiva de los altibajos de la vida de los hombres y los pueblos. También habló a veces con Knecht acerca del significado y las consecuencias de su misión respecto de la posibilidad y el valor de un acercamiento y una unidad política entre Roma y Castalia, y le recomendó el estudio de la época, entre cuyos frutos se contaban la fundación de la Orden castalia y el paulatina resurgimiento de Roma saliendo de un período de prueba descorazonador. Le recomendó también dos obras sobre la Reforma y el cisma del siglo XVI, pero le encareció sobre todo preferir básicamente el estudio directo de las fuentes documentales y la momentánea limitación a campos parciales más accesibles a la lectura de gruesos mamotretos de historia universal; no le ocultó tampoco su profunda desconfianza por todas las filosofías de la historia.

VI
MAGISTER LUDI

KNECHT había resuelto aplazar su regreso definitivo a Waldzell hasta la primavera, la época de los grandes torneos públicos de abalorios, el
Ludus anniversarius o sollemnis
.
[26]
. El apogeo de la memorable crónica de estos juegos era también el momento en que había terminado y pasado a la historia para siempre el acto anual de varias semanas, al que asistían dignatarios y representantes de todo el mundo, pero aquellas sesiones primaverales, juntamente con el juego solemne de unos diez a catorce días, eran para Castalia el gran acontecimiento festivo del año, es decir una fiesta a la que no faltaba un significado muy noble, religioso y moral, porque reunía a los sostenedores de todas las opiniones y tendencias de la provincia (no siempre ni enteramente concordantes) en un sentido de equilibrio de la armonía, apaciguaba los egoísmos de las diversas disciplinas
y
despertaba el recuerdo de la unidad que debía presidir su multiplicidad. Poseía para los creyentes la fuerza sacramental de una genuina consagración, para los no creyentes era por lo menos un sustituto de la religión, y para ambos grupos un baño en las puras fuentes de lo bello. En forcea parecida, las «Pasiones» de Juan Sebastián Bach —no tanto en el momento de su creación cuanto después de su redescubrimiento en el siglo— habían sido un día para sus actores y sus oyentes, en parte genuina acción y consagración religiosas, en parte acto de piedad y casi una religión, y para todos manifestaciones solemnes del arte y del
Creador spiritus
[27]
.

Poco le costó a Knecht obtener la aprobación de su propósito tanto de parte de la gente del monasterio como de parte de sus autoridades patrias. No podía imaginar aún exactamente de que naturaleza sería su posición al incorporarse nuevamente a la pequeña república del
Vicus Lusorum
, pero suponía que no lo dejarían mucho tiempo en esa situación, sino que muy pronto le impondrían el peso y el honor de algún cargo o de alguna misión. Por el momento se alegraba de su retorno, por los amigos, por las fiestas inminentes; gozó de los últimos días de compañía con el
Pater
Jakobus y aceptó de buen grado y humor que el Abad y el monasterio festejaran su partida con muchas manifestaciones de benevolencia. Luego se marchó, no sin sentir la nostalgia de quien se va de un lugar que ha aprendido a querer, de un período de la propia vida que quedaría alguna vez más rezagado, pero si ya en un gozoso estado de ánimo por los ejercicios de contemplación que serían la consecuencia lógica del festival, ejercicios a que se sometía sin directores ni camaradas, pero muy exactamente de acuerdo con el texto de los reglamentos. No empañaba sus sensaciones el hecho de no haber logrado convencer al
Pater
Jakobus, invitado especialmente hacía mucho tiempo por el
Magister Ludi
al
Ludus sollemnis
, para que aceptara la invitación y lo acompañara en el viaje; comprendía la reservada conducta del anciano anticastalio, y él mismo se sintió por un instante liberado de todos los deberes y las limitaciones, y completamente preparado a abandonarse a la fiesta que lo aguardaba.

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