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Authors: Francesc Miralles y Joan Bruna

Tags: #Intriga, Historica

El Legado de Judas (5 page)

BOOK: El Legado de Judas
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—Judas Iscariote.

—Eso no es novedad —repuso Andreas mientras se desesperaba ante la ausencia de tráfico rodado—. Ayer leí que la National Geographic Society ya hizo públicos los resultados de la restauración y traducción de un Evangelio de Judas. Tengo entendido que data del siglo n y fue recuperado en la década de 1970.

—Estás bien informado —repuso Solstice en tono admirativo—. Los fragmentos se encontraron en un códice copto con traducciones del griego. Permiten deducir que Judas era el apóstol preferido del Mesías y que fue el mismo Jesús quien planeó que le entregara a las autoridades romanas para ser crucificado. Por lo tanto, no hubo traición, sino puro teatro.

Para disimular sus escasos conocimientos, Andreas preguntó:

—¿Por qué te interesa tanto lo que sucediera hace dos mil años?

—Me gusta desenmascarar la mentira, igual que a mi hermano. Pero el evangelio del que hablas no lo hace posible. Solo son restos de un texto que desconocemos. Al parecer, lo encontraron en 1978 unos campesinos de El Minya, en Egipto, y un anticuario lo sacó del país ilegalmente. Lo metió en un banco de Nueva York mientras intentaba venderlo por tres millones de dólares junto con otros documentos menores. Finalmente tuvo que desistir.

—¿No logró venderlo?

—Sí, pero por un precio muy inferior. En 2002 lo adquirió una fundación privada de Basilea, que contactó con National Geographic para que restaurase y datase el manuscrito. También se encargaron de la traducción. Trabajaron con mucha prisa porque el códice estaba a punto de convertirse en polvo. En total se salvaron unas doscientas cincuenta líneas escritas en el dialecto sahídico de la lengua copta. Según parece, es una traducción del siglo ni de un texto más antiguo escrito en tercera persona.

—¿Y qué cuenta exactamente?

—Recoge las conversaciones entre Judas y Jesús tres días antes de su muerte. No fue escrito por el apóstol, sino por algún discípulo que asistió a esos encuentros o tuvo noticia de ellos. En uno de los diálogos, el Mesías dice a su favorito: «Tú serás el decimotercero, y serás maldito por generaciones, y vendrás para reinar sobre ellos». Cuando Judas recibe los siclos de plata de manos de los sacerdotes, Jesús se lo agradece porque ello le permitirá regresar «al reino grande e ilimitado cuya inmensidad no ha visto ninguna generación de ángeles».

Ante aquella muestra de erudición, el guía se sintió poco más que un inútil. Comentó:

—Aunque solo queden fragmentos, parece que este evangelio apócrifo aporta suficiente luz para saber qué ocurrió en realidad.

—Sería como dices si no fuera por un detalle importante: todo eso lo cuenta alguien a partir de lo que vieron y oyeron otros. Se escribió más de un siglo después de los hechos, por lo que no podemos considerarlo un documento demasiado fiable. El tiempo es como un espejo curvo que todo lo deforma.

—Entonces, lo que se ha encontrado en esas catacumbas… —empezó Andreas muy impresionado.

—… no es un evangelio más escrito por terceros —completó Solstice—, sino el testamento del propio Judas. Antes de morir dejó escrito el relato completo de su vida, con una versión muy distinta de los hechos que cuentan los Evangelios oficiales. Al parecer, tampoco tiene que ver con el de Judas hallado en Egipto. ¿No es emocionante?

—Lo es, pero me resulta inconcebible que no hubiera referencias de un documento de esta importancia.

—Piensa que los armenios, además de ser la primera nación en abrazar el cristianismo, se establecieron en Jerusalén en el siglo 1V y han permanecido allí desde entonces. Incluso cuando su país desapareció a finales de ese mismo siglo continuaron en Tierra Santa, que se convirtió en su capital espiritual. Es una comunidad hermética que vive entre muros milenarios. Eran los más adecuados para custodiar este legajo.

Andreas se quedó pensativo mientras en el horizonte de asfalto ya se perfilaba el taxi Vanette con rumbo a Jerusalén. Finalmente expuso sus conclusiones:

—Un documento así no pudo desaparecer sin más. Seguramente su escondite en las catacumbas era conocido por los religiosos armenios, o al menos por algunos de ellos que fueron transmitiendo el secreto de generación en generación. Lo de las excavaciones me suena a un bulo para mostrar algo que ya sabían que estaba allí.

—Esa es una buena deducción —opinó ella cuando el taxi se detuvo y abrió puertas.

—Me pregunto, en todo caso, por qué motivo han ocultado ese testamento durante dos mil años.

—Si todo sale bien, pronto lo sabremos.

11

Antes de subir al vehículo, que tenía capacidad para nueve pasajeros, el conductor obligó a Andreas a que levantara su maleta y la dejara caer al suelo. Era una forma algo expeditiva de comprobar que no transportaba una bomba: al parecer era mejor que explotara allí mismo que en plena ruta.

Cumplido el trámite, ocupó junto a Solstice el último asiento libre en la fila trasera.

Justo cuando el taxi comunitario cerró puertas, el guía advirtió algo que le erizó la piel. En la acera opuesta, una figura solitaria observaba muy atentamente cómo el vehículo arrancaba. Era el hombre alto y delgado del traje beis, el mismo que se había situado junto a su mesa la noche anterior en Jaffa.

Prefirió no decir nada a su acompañante para no preocuparla. Al menos hasta que llegaran a la ciudad triplemente santa.

Andreas encontró un ejemplar de The Jerusalem Post entre su asiento y la ventanilla. Como se le había quedado mal cuerpo después de toparse por segunda vez con ese tipo siniestro, decidió abstraerse por un momento de aquella extraña aventura.

Era un número atrasado del principal diario en inglés de Israel. Tras ojearlo un rato, le llamó la atención un artículo de Anshel Pfeffer sobre la crisis económica mundial y su atribución a artimañas judías por parte de los antisemitas.

Mientras el taxi ya surcaba la impecable autopista que conecta Tel Aviv con Jerusalén, se entregó a la lectura del artículo.

LOS PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE WALL STREET

Una nueva teoría antisemita de la conspiración se está extendiendo en los últimos días por la red: en vísperas de la quiebra del banco Lehman, este habría transferido cuatrocientos mil millones de dólares a Israel.

Esta teoría, que se presenta bajo la forma de una información confidencial, ya ha sido retomada en decenas de webs antisemitas y antiisraelíes. Según esta teoría, importantes ejecutivos judíos del banco de inversiones Lehman Brothers habrían transferido dinero de sus clientes a bancos israelíes, con la intención de huir a Israel para beneficiarse de él sin correr el riesgo de una extradición. Desde la quiebra del banco Lehman Brothers, fundado en Estados Unidos en 1850 por inmigrantes judíos procedentes de Alemania, la red está inundada de comentarios antisemitas que acusan a los judíos de causar la crisis económica mundial, designándolos también como los principales beneficiarios del desastre. Estos comentarios son especialmente frecuentes en las webs claramente racistas, pero hoy en día pueden encontrarse en las webs más populares y no necesariamente ideologizadas. Durante la última quincena, la Liga AntiDifamación (ADL) y otras organizaciones internacionales de vigilancia del antisemitismo han identificado varios cientos de casos.

Una serie de organizaciones islamistas, incluyendo a Hamás en Gaza (que calificó la crisis económica como un castigo a Norteamérica por sus malas acciones), se han unido al coro que acusa al inevitable lobby judío de ser responsable de la crisis.

Sin embargo, la teoría de una transferencia de cuatrocientos mil millones de dólares desde el banco Lehman hacia Israel es mucho más precisa. Esta «información» que da la vuelta al mundo ha sido redactada como si se tratara de un despacho proveniente de Washington, e incluye la cita de una «voz de la Casa Blanca». En ella se designa que tres bancos de Israel habrían recibido el dinero, explicando con detalle las leyes de Israel sobre extradición y secreto bancario, y acusando a las autoridades de Estados Unidos de haber estado al corriente de la transferencia. También se citan extractos de despachos del servicio de prensa económico Bloomberg concernientes a unas pérdidas económicas estimadas en cuatrocientos mil millones de dólares sufridas por el banco Lehman.

Esta «información» ha hecho su primera aparición en la página web de un periodista que ha publicado numerosas teorías de la conspiración implicando a los judíos, a Israel y a la administración norteamericana. Desde entonces, ha sido retomada por decenas de blogs y webs antisemitas. Algunos internautas han intentado difundirla sobre páginas web más respetables como las de The Huffington Post en Estados Unidos y las de The Independent en Gran Bretaña.

Esta teoría de la conspiración recuerda otras falsas acusaciones en contra de los judíos, y que van desde los «Protocolos de Sión» de la era zarista a los rumores que han circulado según los cuales el Mosad israelí habría estado al corriente de antemano de los ataques del 11-S contra el World Trade Center, advirtiendo a todos los empleados judíos de que no fueran a trabajar esa mañana (obviando la página web del Departamento de Estado, donde se hace mención de que un 10 por ciento de las víctimas de dicho ataque eran judíos, unas cuatrocientas personas del total, y donde se proporciona una lista de 76 ejecutivos judíos fallecidos).

Al terminar esta lectura, el guía miró con repentina desconfianza a Solstice, que parecía ponerse tensa a medida que se acercaban a Jerusalén. No pudo evitar preguntarle:

—¿Tienes algo que ver con el servicio de prensa económica Bloomberg? Lo digo por tu apellido.

—Me asombra tu ingenuidad, Andreas —respondió ella en tono sereno—. ¿Sabes cuántos Bloomberg hay en el mundo?

—Obviamente no.

—Decenas de miles, como mínimo. El alcalde de Nueva York, Mike Bloomberg, es uno de ellos. Y te aseguro que no es mi padre, aunque por la edad podría serlo.

Andreas estuvo dudando sobre si debía decirle lo que tenía en mente. Al fin se decidió a poner las cartas sobre la mesa.

—Ayer te pregunté en el avión si tenías familia en Israel y me dijiste que no. Sin embargo, tu apellido es judío.

—Ambas cosas son compatibles —repuso con irritación— ¿O es que tampoco sabes que la mayoría de los judíos viven fuera de Israel?

—Disculpa, no quería…

—Solo en Estados Unidos hay la misma población judía que en este país —explicó encendida—, sin contar los cientos de miles que viven en Francia, Canadá o Gran Bretaña, entre otros países. Actualmente hay solo doce mil en el tuyo gracias a los Reyes Católicos.

—Insisto, en ningún momento he pretendido ofenderte —intervino Andreas—. Simplemente, me gusta estar informado.

—La información es poder —repuso algo más calmada—. Ahora que sabes que soy judía, espero que no lo consideres un pecado capital. A fin de cuentas, soy una mujer de carne y hueso, como cualquier otra.

—¿Qué has querido decir con eso? —dijo Andreas contemplando de reojo sus piernas bellamente formadas bajo el vestido negro.

Solstice no contestó.

A ambos lados de la autopista empezaron a aparecer barrios enteros de bloques uniformados. Andreas supuso que se estaban adentrando en los arrabales del Jerusalén moderno. Le sorprendió que hubieran llegado en apenas una hora desde Tel Aviv.

Recordó entonces lo que había oído decir a un predicador en tono de amenaza: el reino de Dios siempre está más cerca de lo que uno piensa.

12

La Vanette descargó el pasaje junto a una plaza bulliciosa, a cuatro kilómetros del viejo Jerusalén. Desde allí tuvieron que buscar otro taxi que les llevara hasta el hotel, que se hallaba en el corazón de la ciudad santa.

Para su estupefacción, el taxista se negó a abrir el maletero, lo que obligó a Andreas y Solstice a viajar en al asiento trasero con las dos incómodas maletas en su regazo.

—Aquí todo el mundo teme los atentados —explicó ella, que parecía familiarizada con la ciudad—. Evitan todo lo posible meter maletas en el portaequipajes, porque el pasajero puede ser un terrorista que salga del coche segundos antes de que estalle la carga.

Mientras hablaban, el taxi pasó por un barrio habitado exclusivamente por ultraortodoxos. Los hombres vestían de negro, con abrigos largos y sombreros antiguos de los que brotaban tirabuzones de pelo. Las mujeres se cubrían la cabeza con un pañuelo y llevaban vestidos y zapatos de aspecto anticuado. Andreas tuvo la impresión de estar atravesando un plató donde se rodaba una película de principios del siglo xx.

Aparte de aquellas singulares indumentarias, el barrio era perfectamente normal, a excepción de las rejas que protegían las ventanas de las casas. A diferencia de Tel Aviv, se notaba que aquello era «zona caliente» y la gente tenía miedo.

—¿En qué piensas? —preguntó Solstice.

El guía prefirió no hacer ningún comentario sobre la comunidad ultraortodoxa ante la perspectiva de meter la pata otra vez. Le pareció más seguro volver sobre el tema del testamento de Judas.

—Me preguntaba cuál es el motivo por el que has querido venir hasta aquí a ver la documentación. Si los armenios la van a hacer pública, ¿no te pueden mandar el PDF por correo electrónico?

Solstice no pudo contener una carcajada al oír esto, lo que ofendió profundamente a Andreas. Mientras tanto, el conductor árabe había tenido que pasar ya dos controles militares y parecía de un humor de perros.

—¿Qué tiene eso de divertido? —protestó el guía. —Creo que no te das cuenta de la trascendencia de este documento. La historia no se podrá ver con los mismos ojos después de esto. Por ese mismo motivo, el testamento de Judas va a ser retenido durante años por los exegetas y demás estudiosos. Cuando la traducción llegue al público, habrá sufrido toda clase de cambios y mutilaciones para disfrazar las verdades fundamentales. Estaremos hablando ya de otro documento. ¿Entiendes por qué no es algo que se pueda mandar por correo ordinario o electrónico?

—Perfectamente —repuso Andreas vigilando a través del retrovisor la expresión del chófer, que no parecía entender ni estar interesado en lo que hablaban—. Mi única duda es cómo nos las vamos a componer para conseguir una copia de ese testamento, que debe de estar guardado bajo siete llaves.

—Tenemos algo mejor que una copia —repuso emocionada—. Nuestro hombre en Jerusalén nos entregará esta noche una traducción completa del testamento. Cenaremos con el mismo traductor, un sefardí especialista en griego bíblico. Es una de las tres personas que tienen acceso al legajo original. Y lo mejor de todo es que nadie sospecha de él. Cuando el testamento salga a la luz, será demasiado tarde para adulterarlo.

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