El lenguaje de los muertos (41 page)

BOOK: El lenguaje de los muertos
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—Eso no es más que la voluntad actuando sobre la carne…, pero sólo si la carne es de wamphyri. La tuya no lo es. Aun así…, eso se puede modificar. ¿Qué más?

—Eres un nigromante muy hábil. En una ocasión, mataste a un Viajero solitario que pasaba por aquí. Yo estaba escondido, y te vi abrir su cadáver y hurgar en sus vísceras para extraer todo su conocimiento del mundo exterior. Aspiraste los gases de su abdomen para aprender de ellos. Chupaste sus ojos para ver lo que habían visto. Frotaste la sangre de sus oídos destrozados sobre los tuyos para oír lo que ellos habían oído. Más tarde, cuando pasó una tribu de cíngaros desconocidos, yo les robé una niña e hice con ella lo que tú con el Viajero. Pero no aprendí nada, sólo me puse enfermo.

—Los wamphyri somos excelentes nigromantes —le dije—. Sí, y es un difícil arte. Pero… puede ser enseñado. Si me hubieras permitido entrar en tu mente, yo podría haber sido tu maestro. Tú mismo te limitaste, Janos. ¿Alguna otra cosa?

—Tu enorme fuerza —respondió él—. Te he visto castigar a un hombre. ¡Lo levantaste en el aire y lo arrojaste a lo lejos como si fuera un pequeño madero! Y te he visto… en la cama. Tu energía no se agotaba nunca. Yo solía pensar que Marilena tenía algún secreto, una pócima misteriosa, algo que mantenía tu erección. También por eso me acosté con mi madre. Quería saber todos tus secretos.

Y había algo al respecto que yo también deseaba saber.

—¿Sospechó ella alguna vez que eras tú?

—Jamás —me respondió—. Mis ojos la habían sometido por completo. Sólo sabía lo que yo quería que supiera, y hacía lo que yo le ordenaba.

—E hiciste que creyera que tú eras yo —gruñí—, ¡para que lo hiciera todo! —y me adelanté para sujetarlo.

En ese instante, el muy perro leyó mi mente. Hasta entonces me había protegido, pero la imagen de él y Marilena juntos volvió a acosarme, y perdí el control. Janos vio mis pensamientos, mis intenciones, eludió mi brazo y me atacó con su lanza.

Yo estaba al borde del precipicio; me hice a un lado y el arma desgarró mi ropa y me rozó el hombro. Se la quité, y le golpeé con ella en la cara. Le destrocé la boca, y saltaron sus dientes. Hizo un movimiento convulsivo para apartarse de mí y se golpeó la cabeza contra el techo de la cueva. Y cuando se desplomó lo cogí. Aturdido, no pudo hacer nada cuando lo llevé hasta el borde del peñasco. Su cabeza se balanceaba, pero tenía los ojos muy abiertos, y me contemplaba mientras yo permitía a mi enfurecido vampiro que cambiara una y otra vez mi rostro y mi cuerpo.

—De modo que querías ser wamphyri —gruñí entre dientes, y le mostré mi mano, que ahora era la garra de una bestia primitiva—. Querías ser como yo. Quiero que sepas, Janos, que la única razón de que seas humano es tu madre. Yo deseaba que ella tuviese un niño, y en cambio le di un monstruo. Pero has dicho que eres algo intermedio, y tienes razón. No eres ni una cosa ni la otra, y no sirves ni para hombre ni para bestia. ¿Deseabas poder modelar tu carne a voluntad? ¡Que así sea, entonces!

Y junté una bola de flema, espuma y sangre sobre mi lengua hendida, y la metí dentro de su boca abierta, y la empujé por su garganta hasta que la tragó. Tosió, medio ahogado, hasta que pareció que iban a saltársele los ojos, pero no podía hacer nada.

—¡Ya está! —dije, riendo como un demente—. Deja que crezca en ti, y forme la elástica carne que deseas, y haga que tu carne sea la suya. Sí, necesitarás algo de vampiro en ti…, aunque sea para unir tus huesos rotos.

Y sin una sola palabra más, lo arrojé al precipicio…

Janos estaba malherido. Todos los huesos rotos, tal como yo se lo había anunciado, y la carne desgarrada contra las rocas. Si hubiera sido un hombre, habría muerto. Pero siempre hubo algo de mí en él, y ahora había aún más. Lo que yo había escupido en su interior creció más rápido que un cáncer, pero en vez de matarle, le salvó la vida. Janos iba a curarse y a vivir, porque así me convenía.

Antes de dirigirme a Hungría, y a la ciudad de Zara, ordené a los cíngaros que dejaba tras de mí:

—Cuidadle bien. Y cuando haya curado, dadle mis órdenes. Ha de permanecer aquí y guardar mi castillo y mis tierras, porque he de ser bienvenido a mi regreso. Hasta entonces, él es el señor del lugar, y se hará su voluntad. —Y partí a unirme a la gran cruzada, y tú ya sabes lo que sucedió, y cómo terminó todo…

Cuando dejó de oírse la voz de Faethor, Harry echó una mirada al lugar y vio que las aplanadoras ya estaban en funcionamiento. A unos ciento ochenta metros de donde él se encontraba, una casa en ruinas se desplomó en medio de una nube de polvo y escombros, y a Harry le pareció que el suelo temblaba. También Faethor lo percibió.

¿Crees que hoy llegarán hasta aquí?

El necroscopio hizo un gesto negativo.

—No, no lo creo. Además, no parecen trabajar de acuerdo a un plan preconcebido, y tampoco se les ve trabajar muy deprisa. ¿Te afectará que destruyan este lugar? No queda ya mucho que destruir, de todos modos.

¿Preguntas si me afectará? No, nada puede hacerlo, puesto que ya no existo. Pero el estruendo de esas máquinas puede hacer que me sea mucho más difícil escuchar las conversaciones de los muertos
.

Y Harry sintió la sarcástica sonrisa del monstruo, quien a su vez percibía la inevitabilidad de una tumba de cemento, probablemente en el centro de una gran fábrica. Una sonrisa, sí, porque Faethor jamás aceptaría la compasión de Harry, e incluso haría como que la ignoraba.

Por consiguiente, la frase que a continuación le dirigió Harry era, tal vez, gratuita:

—Bueno, espero…, espero que te encuentres bien cuando las cosas cambien. —Pero de todos modos, la dijo. Y añadió de inmediato, antes de que se percibiera su incomodidad (o la de Faethor)—: Ahora tengo que marcharme. He aprendido mucho de ti, y te agradezco que me hayas devuelto la facultad de hablar con los muertos. Si puedo, me comunicaré de nuevo contigo (de noche, claro está, y probablemente desde lejos), para que termines de contarme tu historia. Porque sé que después de la cuarta cruzada regresaste a Valaquia y acabaste con Thibor, y deben de haber sucedido más cosas entre tú y Janos. Puesto que hace muy poco que se ha levantado de su tumba, antes alguien debió ponerlo en ella. Y sospecho que ese alguien eres tú, Faethor.

Harry sintió la sombría sonrisa del vampiro.

—Bien, lo que fue hecho en una ocasión, puede serlo en otra. Con tu ayuda, claro está.

Siempre serás bienvenido, Harry. El propósito de ambos es que Janos vuelva al polvo. Y ahora, sigue tu camino. Me gustaría descansar un poco, al menos mientras dure esta paz que acabará tan pronto
.

Pero cuando Harry cogió la mochila, sus pies resbalaron en la viscosa carne de las setas venenosas. Su «aroma» le asaltó como una ráfaga fétida.

—¡Aj! —Harry no pudo contener la exclamación de asco. Y Faethor la escuchó, y tal vez vio mentalmente cuál era la causa.

¿Setas?—
preguntó el vampiro, y Harry pensó que su voz sonaba como si el vampiro de repente se sintiera inquieto.

Puede que, después de todo, la precariedad de su situación le afectara.

—Sí, hongos, setas venenosas, lo que sean. El calor del sol está acabando con ellas.

Harry percibió el estremecimiento de Faethor, y deseó no haber dicho nada. Su última frase había sido innecesariamente cruel. Pero… ¡qué diablos!… ¿por qué debería alguien sentir pena por el destino de una criatura muerta hacía ya tanto tiempo, y tan malvada como había sido el vampiro?

—Adiós —se despidió, y abandonó la morada en ruinas de Faethor, dirigiéndose hacia el antiguo cementerio, y la polvorienta carretera que pasaba junto a él.

Hasta siempre
—le respondió el espíritu inquieto—.
Y no te demores reflexionando sobre lo que debes hacer. Pon manos a la obra de inmediato, Harry, que en este caso la prontitud es fundamental
.

Harry esperó un instante, pero Faethor no dijo nada más…

Cuando Harry escaló el muro posterior del viejo cementerio y caminó entre las tumbas y las lápidas, alguien le llamó desde muy cerca:

¡Harry! ¡Harry Keogh!

Harry se sobresaltó y miró a su alrededor pero… ¡allí no había nadie! Claro que no, pues le hablaban en la lengua muerta…, aunque sin la terrible agonía mental que había llegado a asociar con el idioma de los difuntos. Le habían prohibido utilizar su macabro talento durante tanto tiempo que le costaría acostumbrarse de nuevo a su uso.

¿Te he asustado?
—preguntó la voz de algún alma muerta—.
Discúlpame. Pero te hemos oído hablar con la Criatura Muerta que Escucha, y supimos que eras tú, Harry Keogh, el necroscopio. ¿Quién otro podría hablar con los muertos? ¿Y qué otra persona podría querer hablar con una criatura como ésa? Sólo tú, Harry, que no tienes enemigos entre la Inmensa Mayoría
.

—Oh, sí que tengo unos pocos enemigos —respondió Harry—. Pero en general me llevo muy bien con los muertos, es verdad.

Y todo el camposanto pareció cobrar vida. Antes, había un silencio, un vacío doloroso que disimulaba… algo reprimido. Pero ahora ese algo desbordó sus límites como un río en una inundación, y cientos de voces demandaron la atención de Harry. Se oían las habituales preguntas de los muertos: ¿Cómo estaban aquellos que habían dejado en el mundo de los vivos? ¿Qué sucedía en el universo de los seres corpóreos, donde las mentes estaban alojadas en cuerpos? ¿Podía Harry llevar un mensaje a un amado padre, o madre, o hermana, o amante, o…?

¡Le llevaría toda una vida responder a las preguntas y llevar los recados de los habitantes de este cementerio! Pero apenas formuló este pensamiento, los muertos reconocieron que así era, y la algarabía mental calló de inmediato.

—No es que no quiera hacerlo —explicó Harry—, sino que no puedo. Para los vivos, vosotros estáis muertos e idos para siempre. Y sólo yo y unos pocos colegas sabemos que aún estáis aquí, aunque habéis cambiado. ¿Pensáis que a vuestros seres amados que todavía habitan el mundo de los vivos les ayudaría saber que…, que existís? No. Sólo serviría para hacer más profundo su dolor. Os imaginarían en una inmensa prisión, en un campo de concentración sin cuerpos. Ya sé que vuestra situación es mala, pero ahora que habéis aprendido a comunicaros entre vosotros, no lo es tanto. Mas no podemos contarles esto a los vivos, porque si lo hiciéramos, comenzaría de nuevo el sufrimiento de aquellos que han conseguido consolarse por vuestra pérdida, y continuar con sus vidas. Y me temo que, además, habría siempre falsos necroscopios que intentarían aprovecharse de vuestros seres queridos.

Tienes razón, Harry
—respondió el portavoz de los muertos—.
¡Pero es algo tan poco frecuente —algo único— poder hablar con un ser vivo! Ya percibimos tu prisa, y por cierto que no queremos retenerte
.

Harry se paseó entre las tumbas —las había muy antiguas y otras más recientes—, y preguntó:

—¿Qué sucederá con vosotros? Quiero decir, ¿tendrá algún efecto sobre vosotros que nivelen toda la zona? Ya sé que permaneceréis aquí cuando lo aplanen todo, ¿pero os perturbará que borren vuestras tumbas de la superficie de la tierra?

¡No lo harán, Harry!
—dijo un muerto que había sido miembro de la Comisión de Planificación de Ploiesti—.
Este cementerio está en la lista de edificios protegidos. Es verdad que han reducido a escombros un montón de camposantos, pero éste escapará a la locura de Ceausescu. Y me enorgullezco de haber contribuido a que así sea. Era mi deber. Los Bercius, mi familia, son enterrados aquí desde hace siglos. Y las familias deben permanecer unidas, ¿verdad?
—Radu Berciu rió con cierta ironía—.
Pero nunca pensé que yo mismo me beneficiaría de esa decisión…, o al menos no tan pronto. Porque nueve días después de firmar el decreto que impedía la demolición del cementerio, morí de un ataque al corazón
.

—¿Y hay otros muertos recientes? —preguntó Harry con todo el tacto posible, porque sabía que eran los que más sufrían al no haber tenido aún tiempo suficiente como para recuperarse del trauma de la muerte. Lo menos que podía hacer era hablar un instante con ellos antes de marcharse.

Y un par de voces, jóvenes, tristes e infinitamente desvalidas le respondieron.

Sí, Harry, somos los hermanos Zaharia
.

Ion y Alexandru
—dijo la otra voz—.
Hemos muerto en un accidente, cuando trabajábamos en la carretera nueva. Un camión cisterna chocó y derramó su carga de combustible cuando estábamos preparando té en un brasero. Ardimos. Y ambos nos habíamos casado hacía muy poco tiempo. Si al menos pudiéramos hacerle saber a nuestras esposas que no hemos sufrido nada, que no hubo dolor…

—¡Pero…, pero debéis haber sufrido muchísimo! —Harry no pudo contenerse.


—respondió uno de los Zaharias—,
pero quisiéramos que ellas pensaran que no fue así. De lo contrario, quizá pasen cada noche que les queda de vida pensando en nosotros, oyendo nuestros gritos mientras nos abrasábamos. Nos gustaría evitarles al menos ese sufrimiento…

Harry estaba conmovido, pero no podía hacer nada por ellos. En todo caso, no por el momento.

—Escuchadme —dijo—. Creo que podré ayudaros, pero no ahora, sino más adelante. Espero que pronto. Y cuando llegue ese momento, os lo haré saber. Pero eso es todo lo que puedo prometeros.

¡Harry!
—respondieron al unísono—.
¡Eso es muchísimo para nosotros! Nos has dado esperanza, y sabemos que tenemos un amigo en un lugar que, de no ser por ti, estaría absolutamente fuera de nuestro alcance. Los muertos somos afortunados de que tengas el poder de comunicarte con nosotros
.

Harry salió del cementerio y cogió la polvorienta carretera en dirección a Bucarest. A su espalda, las emocionadas voces del cementerio fueron perdiéndose gradualmente en la distancia. Ahora hablaban entre ellos y no con él. Y Harry sabía que había hecho nuevos amigos. Luego, carretera abajo encontró a dos que no eran precisamente amigos. Todo lo contrario.

El coche negro pasó a su lado. Iba en la dirección contraria, pero cuando Harry oyó el repentino chirrido de los frenos y miró hacia atrás, lo vio dar la vuelta. Y en ese instante tuvo la sensación de que se hallaba en dificultades. Luego, cuando el coche se detuvo a su lado y sus ocupantes bajaron del vehículo, Harry supo sin lugar a dudas que sí, que se hallaba en un aprieto.

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