El lenguaje de los muertos (45 page)

BOOK: El lenguaje de los muertos
9.14Mb size Format: txt, pdf, ePub

Mucho después de que yo y los míos nos marcháramos del castillo en las alturas, volvieron algunos de los hombres de Janos, y escondieron sus cenizas de vampiro en un lugar secreto que él había preparado para una circunstancia semejante. Porque en mis trescientos años de ausencia, Janos había aprendido otros conjuros mágicos, y éste era uno de ellos. Mi hijo bastardo había poseído a mujeres de la tribu de los Zirras, y sembrado su semilla aquí y allá. Uno de los hijos de sus hijos, dotado sólo de cuatro dedos, se sentiría un día atraído por él y se dirigiría al antiguo castillo en las montañas…, pero quien descendería luego sería Janos. Así lo había planeado él, y así sucedió…

¿Y no encontraste nunca los tesoros que había hurtado de las antiguas tumbas?
—insistió Harry—.
¿No buscaste en tu castillo?

Sí, busqué
—respondió Faethor—.
¿Pero no me has escuchado? El tesoro estaba en otro lugar, enterrado o en el fondo del mar, hasta que Janos volviera a la vida y fuera a buscarlo
.

Es verdad —
asintió Harry—.
Lo había olvidado
.

De todos modos, no lo busqué exhaustivamente, no registré cada agujero de los que había excavado el perro de mi hijo. Yo ya no sentía que aquélla era mi casa, sino que él la había ensuciado. Podía sentir su olor, incluso su sabor, en todas partes. El castillo estaba marcado por él, y su despreciable blasón grabado en cada piedra, el murciélago de ojos rojos que se alzaba de una urna. Janos había usado el lugar, lo había hecho suyo, y yo no quería saber nada más con él. Muy poco tiempo después me mudé. En cuanto a mi propia historia después de aquel día, no te concierne
.

Entonces… el castillo todavía está en pie
—reflexionó en voz alta Harry un instante más tarde—.
¿Y sus sótanos? ¿Quedará algo del expolio de tumbas de Janos, de sus experimentos de nigromancia? Porque pareciera que fue allí donde se produjo su reciente resurgimiento…

Y Faethor supo que Harry estaba pensando en otro castillo en los Cárpatos, pero del lado ruso, en una región que antes llamaban Khorvaty, y que algunos aún conocen con el nombre de Bukovina. También allí tuvo Faethor su hogar en una época, y lo que había creado allí, y perduró aullando y ulcerándose en la tierra, era monstruoso; Harry, pues, sabía que en ciertas ruinas se esconden terribles peligros.

Puedo comprender tu preocupación
—le dijo el vampiro—,
pero creo que es infundada. Mi castillo en las alturas, sobre las antiguas aldeas de Halmagiu y Virfurilio, ya no existe. Fue barrido en octubre de 1928 por una inmensa explosión
.

Sí, lo recuerdo
—respondió Harry—.
Me lo dijo Ladislau Giresci. Al parecer, fue producida por una acumulación de gas metano en los sótanos, lo que parece posible, si eran tan grandes como tú dices. Pero si Janos —su reencarnación— salió de allí, ¿quién te asegura que no hubo otras resurrecciones?

Como ya te he dicho
—explicó Faethor—,
Janos había previsto lo que iba a suceder. Cuando el castillo se derrumbó, quienquiera que estuviera en él pereció, pero no Janos. Puede que sus cíngaros hubieran llevado sus cenizas a otro lugar, y las hubieran devuelto luego a las ruinas del castillo, no lo sé. Es posible que lo hicieran cuando el castillo pasó a pertenecer a otro propietario. Pero no lo sé a ciencia cierta
.

¿Quién era el otro propietario?
—preguntó Harry.

Sí, el otro
—suspiró Faethor al cabo de un largo silencio—,
escucha y te hablaré de él
.

En los siglos XV, XVI, XVII, e incluso XVIII, el mundo «civilizado» tuvo un conocimiento cada vez mayor de la existencia de las llamadas brujas, y la magia negra. Hechiceras, nigromantes, demonios, vampiros y otras criaturas semejantes —reales e imaginarias, culpables o inocentes—, fueron perseguidos por tenaces cazadores de brujas, su condición fue «demostrada» mediante la tortura, y fueron aniquilados. Ahora bien, el vampiro verdadero fue siempre consciente de su mortalidad, y del gran enemigo de su especie: la prominencia. Y el siglo XVI, especialmente, no fue una buena época para que descubrieran que se era demasiado viejo, o diferente, o amante de la soledad, o que se era diferente de los demás en cualquier aspecto. En resumen, si el anonimato había sido siempre sinónimo de longevidad para los vampiros, en los sombríos siglos XVI y XVII, lo fue más que nunca
.

Ahora bien, a mediados y fines del siglo XVII los cazadores de brujas desplegaron una gran actividad en América, y un hombre llamado Edward Hutchinson escapó de un lugar llamado Salem. Arrendó mi antigua casa de las montañas y se refugió allí… durante demasiado, demasiado tiempo. Era un demonista, un nigromante, y probablemente un vampiro. ¡Y hasta puede que fuera wamphyri! Pero como ya he insinuado, fue imprudente: habitó demasiado tiempo en el mismo lugar y se hizo notar
.

El americano estudió la historia del castillo y adoptó varios seudónimos: se hacía llamar barón, Janos e incluso Faethor. Y finalmente se decidió por barón Ferenczy. Y todo esto, como bien puedes suponer, hizo que me fijara en él. Aquello me ofendía, y me molestaba que viviera en mi castillo, porque yo pensaba que algún día volvería a él, cuando las cosas hubieran cambiado y el tiempo atenuara la huella que]anos había dejado. Los wamphyri, como sabes, están muy compenetrados con su territorio. Y así fue como juré que cuando llegara el momento y lo permitieran las circunstancias, pondría las cosas en claro con ese Hutchinson
.

Pero la suerte no lo permitió; no, porque yo tenía que cuidar de mi propia existencia, y el mundo se había vuelto un lugar caótico y cambiante. Y así fue como aquel hombre vivió durante más de doscientos años en el castillo que yo había construido, mientras yo habitaba en la casa de Ploiesti
.

Como ya he dicho antes, el americano se hizo notorio en más de un aspecto. Por cierto que le habrían llamado a Bucarest para justificarse de no haber sido por la explosión que acabó para siempre con él y con sus obras. Pero con respecto a Janos, sólo puedo suponer que estaba en su recipiente o urna en un lugar secreto, y esperó a que le llegara la hora, e hiciera su aparición el descendiente con cuatro dedos de los cíngaros, quien estaba destinado a encontrarlo y rescatarle
.

Yo…, yo regresé al lugar en una ocasión —creo que fue en 1930—, y no me preguntes por qué lo hice. Tal vez porque deseaba ver si quedaba algo del lugar; tal vez deseara vivir allí si es que aún era habitable. Pero no, el toque de Janos aún perduraba en las piedras; su huella sobre el cemento y su odiado recuerdo en el aire de las ruinas. ¡Cómo no habría de ser así, si Janos aún estaba allí! Pero yo entonces lo ignoraba
.

Pero ¿sabes una cosa? Creo que, al final, Janos estuvo más cerca de su antecesor wamphyri de lo que yo nunca hubiera podido suponer. Porque, a pesar de que mi exploración de las ruinas en 1930 fue superficial, hallé evidencia de trabajos que… Pero basta ya. Ambos estamos cansados y no me prestas toda tu atención. No importa; ya conoces lo principal, y del resto te enterarás en alguna otra ocasión
.

Tienes razón
—dijo Harry—,
estoy cansado. Demasiada tensión, supongo
—y se hizo la firme promesa de dormir todo el viaje entre Atenas y Rodas.

Y lo hizo…

Pero despertó inmediatamente antes del aterrizaje, y cuando bajó del avión, junto a los otros pasajeros, y le envolvió el brillante sol de Rodas, tuvo la sensación de que algo estaba mal. Y su corazón se aceleró cuando vio a Manolis Papastamos y a Darcy Clarke que le estaban esperando más allá de la zona de llegada. Porque a pesar del sol y el calor, sus rostros se veían pálidos y demacrados.

Harry miró a los dos hombres que le esperaban, buscó una respuesta en sus rostros, y casi arrancó su pasaporte falso de manos del guardia cuando éste se lo tendió. Después fue deprisa hacia sus amigos.

«Falta un rostro, el de Sandra», pensó, «pero eso no significa nada, porque ella ya debe de estar en Londres… ¿o quizá no sea así?».

—¿Ha pasado algo con Sandra? —preguntó cuando estuvieron frente a frente. Ellos le miraron y luego apartaron los ojos—. Decídmelo todo —les urgió Harry, curiosamente calmo, pese a que se sentía repentinamente enfermo.

Y ellos se lo contaron…

Veinticuatro horas antes:

Darcy había acompañado a Sandra al aeropuerto, en las afueras de Rodas, y había permanecido junto a ella hasta poco antes de que embarcara. Pero en el último momento se había visto obligado a ir al lavabo. Los servicios estaban bastante lejos de la zona de embarque, así que, cuando salió del lavabo, Darcy había corrido de una punta a otra del aeropuerto para decirle adiós. Cuando encontró un lugar desde donde veía el avión, ya estaban subiendo los últimos pasajeros, pero Darcy de todos modos saludó agitando los brazos, pues pensó que ella tal vez le vería desde una ventanilla.

Después de que el avión partió, Darcy volvió a la villa y comenzó a hacer sus maletas, pero le interrumpió una llamada telefónica de Manolis, desde la comisaría. Manolis había pensado que Darcy no debía quedarse solo después de que Sandra se marchara. El policía griego se alojaba en un hotel del centro de la ciudad, y Darcy podía compartir sus habitaciones. Pero antes de ir a buscar a Darcy a la villa, y como los vuelos llevaban cierto retraso, Manolis había llamado al aeropuerto para asegurarse de que Sandra ya estaba a salvo y en el aire. Y había descubierto que la joven había perdido el avión.

—¿Cómo? —Darcy no podía creerlo—. ¡Si yo estaba allí! Quiero decir, estaba en el…

—¿Dónde?

—¡Mierda! —estalló Darcy cuando finalmente no pudo sino aceptar aquella realidad.

—¿Estaba en…, en la mierda?

—No, en los malditos lavabos —gruñó Darcy—, que en este caso viene a ser lo mismo. ¿No lo ve, Manolis? Era mi talento que estaba actuando en mi favor… o en contra de mi trabajo. Y de esa pobre chica.

—¿Su talento?

—Mi ángel guardián, la facultad que me mantiene lejos de todo peligro. Es algo que no puedo controlar. Opera de diferentes modos. Esta vez vio el peligro cerca de Sandra… ¡y tuve que ir al maldito lavabo!

Manolis lo entendió, y comprendió también lo terrible de todo aquello.

—¿La han cogido? —susurró—. Ese Lazarides y sus criaturas, ¿han sacado la primera sangre?

—¡Dios, sí! —respondió Darcy—. No se me ocurre ninguna otra explicación.

Manolis lanzó una retahíla de tacos en griego, y luego dijo en inglés:

—Quédese donde está, que salgo de inmediato para allí.

—No —respondió Darcy—, encontrémonos en ese lugar donde cenamos la otra noche. ¡Cristo, necesito una copa!

—Muy bien —respondió Papastamos—. Dentro de quince minutos.

Darcy iba por el tercer metaxa cuando llegó Manolis.

—¿Va a emborracharse? —preguntó el griego—. Será peor.

—No —respondió Darcy—. Sólo necesitaba darme ánimos, eso es todo. ¿Y sabe qué me da vueltas todo el tiempo en la cabeza? Qué le diremos a Harry.

—No fue culpa suya —se compadeció Manolis—, y debe dejar de pensar en eso. Harry vuelve mañana, y dejaremos que él decida el curso a seguir. Entretanto, todos los policías de la isla están buscando a Lazarides, a su tripulación y a su barco. Y a Sandra, claro está. Di órdenes de que lo hicieran antes de venir aquí. Pero hay algo más; tendré toda la información que es posible obtener sobre este…, este cerdo vrykoulakas a primera hora de la mañana. No sólo de Atenas; también de América. Armstrong, la mano derecha de Lazarides, es americano.

Darcy miró a Manolis y dio gracias a Dios por haberles puesto en contacto con el policía griego.

Darcy no era un agente secreto, ni siquiera era policía. Había pertenecido a la Organización E durante varios años, no porque su talento les fuera indispensable, sino simplemente porque dicho talento existía, y todos los poderes extraños y esotéricos interesaban a la Organización. Pero Darcy no podía usar su talento como lo hacían los telépatas y localizadores, y, salvo en especiales circunstancias, era inútil. Darcy incluso tenía la impresión de que en algunas ocasiones su talento le había utilizado a él. Por cierto que le había ocasionado sufrimientos más de una vez; por ejemplo, en el asunto Bodescu, cuando le había salvado a expensas de otro agente PES. Y Darcy aún no se había perdonado aquello. Y ahora…, ahora esto. Darcy no sabía qué habría hecho si no estuviera Papastamos, que podía hacerse cargo de la situación y actuar físicamente.

—¿Qué cree que debemos hacer? —preguntó.

—No podemos hacer nada hasta que no sepamos dónde están Lazarides y la chica. Y entonces necesitaremos autorización para atacar a esa criatura. A menos que… Yo puedo decir que sospechaba que traficaban con droga, y proceder sin más. Pero lo mejor será esperar hasta mañana por la mañana, cuando recibamos la información que he pedido. Y puede que a Harry Keogh también se le ocurra algo. Pero por ahora —y el griego se encogió de hombros en un gesto de impotencia— no podemos hacer nada.

—Pero…

—Sin peros. Sólo podemos esperar. —Manolis se puso de pie—. Vamos a buscar sus cosas.

Fueron hasta la villa, y una vez allí Darcy advirtió que sentía un extraño rechazo a bajar del coche.

—¿Sabe que me siento sin fuerzas? Como si me hubieran apaleado —dijo—. Supongo que debe de ser por los nervios.

—Pues yo creo que se debe al Metaxa —respondió con ironía Manolis.

Pero cuando se acercaron a la puerta, Darcy repentinamente supo lo que le sucedía. Cogió al griego del brazo y susurró:

—¡Manolis, hay alguien en la casa!

—¿Qué dice? —Manolis le miró y miró luego la villa—. ¿Y cómo lo sabe?

—¡Lo sé porque no quiero entrar a la casa! Es mi ángel guardián en acción, mi talento. Alguien nos está esperando allí adentro, o, en todo caso, me está esperando a mí. Y yo tengo la culpa. Estaba tan perturbado cuando salí que dejé la puerta abierta.

—Y ahora está seguro de que allí hay alguien, ¿no? —la voz de Manolis era un tenue susurro mientras desenfundaba la pistola, le ponía un silenciador y la amartillaba.

—¡Dios mío, sí! —también Darcy susurró su respuesta—. ¡Estoy completamente seguro! Me siento como si alguien intentara darme la vuelta por la fuerza y me empujara para que saliera corriendo. Primero no quería salir del coche, y ahora, con cada paso que doy la sensación es más intensa. ¡Y créame, el que está adentro, sea quien sea, es letal!

Other books

A Gathering Storm by Hore, Rachel
Dangerous Lies by Becca Fitzpatrick
The Man of Gold by Evelyn Hervey
Desert Gold by Zane Grey
Cicero's Dead by Patrick H. Moore
The War Chest by Porter Hill
Dante of the Maury River by Gigi Amateau
The Last Orphans by N.W. Harris