El lenguaje de los muertos (48 page)

BOOK: El lenguaje de los muertos
8.7Mb size Format: txt, pdf, ePub

De todos modos, Janos está allí. En su castillo en las montañas cercanas a Halmagiu. Dijo que tú eras su único enemigo vivo, y el más grande que jamás tuvo. Y que cuando os enfrentarais, quería que fuera en sus propios términos y en su territorio. Él leyó el futuro de esa manera, y es así como jugará sus cartas. Pero, Harry…, confío en que no amarás a esa joven
.

¡No hables de eso!
—Harry apretó los clientes, hizo un gesto negativo con la cabeza, rechazó las horribles imágenes que las palabras de Armstrong habían conjurado. Eran reacciones instintivas a algo que él esperaba no fuera mencionado—.
No quiero que me digas nada de eso
.

Armstrong se quedó callado, pero el necroscopio pudo percibir su comprensión e incluso… remordimiento. Y de repente, Harry lo supo. Ya lo había sospechado, pero había intentado no pensar en ello. Hasta ahora.

Se la llevaste tú, ¿verdad?

Armstrong comenzó a gemir de nuevo.

Eso lo cambia todo, ¿no es así?
—dijo. Y era una mera descripción de los hechos, no una pregunta—.
Sí, yo me introduje en la mente de Sandra y la conduje hasta él
.

Harry no se puso furioso ni maldijo. Sólo se puso en pie y se alejó con la cabeza baja. Darcy y Manolis le siguieron, y después de mirarlo y mirarse entre ellos, no hicieron ninguna pregunta. A sus espaldas el incinerador rugía y chisporroteaba, y un hombre lloraba desesperado, pero nadie más que Harry Keogh podía oírle. Y a pesar de sus promesas, Harry no hizo nada por él…

Más tarde, de regreso en el hotel donde Harry había pedido una habitación individual, el necroscopio intentó comunicarse con Möbius. Utilizó sus poderes para comunicarse con un lugar que conocía muy bien: el cementerio de Leipzig donde estaban enterrados desde hacía ciento veinte años los restos mortales de August Ferdinand Möbius, y desde donde la mente del astrónomo y matemático se había lanzado a explorar el universo.

¡Profesor!
—llamó Harry, con su habitual respeto—.
¡August, soy yo, Harry Keogh! Sé que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos comunicamos, pero confío en que podré hablar con usted otra vez
.

Esperó, pero no hubo respuesta, sólo un doloroso vacío. Las cosas sucedían tal como él había esperado: el hombre que le había enseñado a utilizar y aventurarse en una quinta dimensión enteramente conjetural estaba ahora allí, investigando en el continuo de Möbius. Harry no podía saber durante cuánto tiempo había estado ausente, y ni siquiera sospechaba cuándo podría estar de vuelta. Si es que volvía.

Pero Möbius era la única esperanza de Harry, si éste quería combatir a Janos con fuerzas equiparables a las del vampiro. Así que siguió intentándolo durante dos horas hasta que Darcy llamó a la puerta.

—¿Lo has conseguido? —preguntó cuando el necroscopio le abrió.

Harry negó con la cabeza, y luego añadió:

—Tengo hambre —algo sorprendente teniendo en cuenta las circunstancias.

Los tres comieron en una taberna que recomendó Manolis, y, mientras lo hacían, Harry explicó una posible línea de acción.

—Manolis —dijo—, necesito ir a Budapest, en Hungría, y de allí a Halmagiu, al otro lado de la frontera. Son unos doscientos cuarenta kilómetros. Una vez allí, puedo viajar en coche o por tren. Seré un turista, claro está. No sé muy bien cómo pasaré la frontera rumana. Ya veré cuando llegue allí. ¿Cuánto tiempo llevará conseguirme los documentos necesarios?

—No necesita nada más. Su pasaporte inglés dice que es un escritor; tiene el sello de entrada a Grecia, y evidentemente usted es un auténtico turista, o tal vez un escritor buscando material para su próximo libro. Puede volar a Budapest vía Atenas mañana mismo, si lo desea. No habrá ninguna dificultad.

—¿Así de sencillo?

—Hungría no es Rumania. Las restricciones son menos severas. ¡Si todos los días escapan rumanos a Hungría! ¿Cuándo viajará?

—Dentro de tres o cuatro días —respondió Harry—. Tan pronto como termine aquí. Como ya he dicho antes, con Janos el tiempo no es lo fundamental. Creo que se quedará esperándome en su refugio de las montañas de Transilvania. Él sabe que tarde o temprano iré a buscarle.

Manolis le miró y luego miró hacia otro lado.

—No sé cómo puede decir que el tiempo no apremia —murmuró.

—Está bien —respondió de inmediato Harry con un tono de voz áspero muy raro en él—, sé en qué está pensando. Mire, intentaré explicárselo con la mayor claridad posible. Y luego, por el amor de Dios y mi propia tranquilidad, no hablemos más del tema. Caben dos posibilidades: que Janos haya vampirizado a Sandra, o que no lo haya hecho. Si no lo ha hecho, ella es el as que él guarda en la manga por si yo hago algo inesperado, en cuyo caso Janos utilizará a Sandra para negociar. Pero eso es lo que yo espero que haya sucedido, y no lo que en verdad creo que aconteció. Y si la ha convertido en un vampiro, haré todo, absolutamente todo lo que pueda para matarla. Por el bien de Sandra. Pero si ahora me preocupo sólo por ella, es evidente que no podré pensar como se debe. Ya sé que piensa que soy un tipo frío, Manolis, ¿pero ha comprendido cómo son las cosas?

—No, no creo que sea frío, sino muy fuerte. Pero a veces necesito que me lo recuerden. Ya ve, algunos no somos tan fuertes.

Harry suspiró e hizo un gesto de asentimiento.

—Creo que usted lo hará muy bien —dijo, y alzó el vaso de vino tinto.

—De modo que dentro de tres o cuatro días te vas a Hungría —dijo Darcy—. ¿Y entretanto? Creo que piensas que ya es hora de que nos encarguemos de los empleados de Janos, ¿verdad?

—Sí, eso es exactamente lo que pienso —respondió Harry—. Janos tiene hombres, o vampiros, en las excavaciones de Halki. Es posible que haya algunos más en la isla, y también está la tripulación de su barco. Son bastantes, y no sabemos su grado de peligrosidad. Quiero decir, si todos son vampiros, todos son peligrosos, pero hay vampiros y vampiros. ¡Janos es de los peores! Comparados con él, los demás no serán tan difíciles de combatir. En todo caso, no más difíciles que Armstrong.

—¡Jesús! —exclamó Manolis—. ¿Acaso piensa que el americano no era muy peligroso?

—Claro que lo era —respondió Harry—, sólo estaba pensando en voz alta, y recordaba algunas de las criaturas que vi en Starside. Pero aquí y ahora…, Manolis, ya ha visto lo efectiva que es una ballesta con dardos de madera dura. ¿Hay en Rodas armas de ese tipo?

—¿Ballestas? No creo. Lo más parecido serían arpones submarinos.

Harry comenzó a hacer un gesto negativo, pero luego miró a Manolis con expresión pensativa.

—¿Con proyectiles de acero? —preguntó.

—Sí, con arpones de acero —asintió Manolis, y se preguntó qué estaría pensando Harry.

El necroscopio no le mantuvo mucho tiempo en suspenso.

—¿Hay alguna fábrica o industria donde puedan dar un baño de plata a unos cuantos arpones?

—¡Claro que sí! —respondió Manolis.

—Muy bien, comprémonos entonces dos o tres arpones submarinos de gran precisión y rendimiento. ¿Puede ocuparse de esto, Manolis?

—Es lo primero que haré mañana. Yo practico pesca submarina y conozco esas armas. El mejor modelo es el llamado Champion, hecho en Italia, con gomas simples o dobles. Si utilizamos un dardo con una aleta de metal que se abre cuando ha dado en el blanco…, será tan efectivo como una ballesta.

—¿Y qué son las gomas? —preguntó Darcy, que nunca había practicado deportes acuáticos.

—Esas armas utilizan propulsores de goma. Y son realmente mortíferas. No se cargan rápido, sin embargo, y necesitaremos propulsores de goma muy fuertes. Manolis, será mejor que compre media docena de arpones. Y ha llegado el momento, Darcy, de que solicites ayuda extra. No creo que sea muy difícil encontrar en Londres tres o cuatro voluntarios que quieran venir a trabajar con nosotros.

—¿De la Organización E? —respondió Darcy—. ¡Si están esperando que les llame! Traeré a los mismos que trabajaron en el caso Bodescu. Me ocuparé de eso cuando salgamos de aquí.

—Muy bien —aprobó Harry—, pero sería una buena idea comenzar antes de que lleguen los hombres de Londres. Creo que nuestro primer objetivo debe ser Halki. Sabemos que allí sólo hay un par de criaturas de Janos. Y ni siquiera sabemos si son «criaturas». Quizá sean hombres comunes y corrientes, ingenuos asalariados que no saben para quién trabajan. Bueno, sólo tengo que verlos para saber qué son. Manolis, ¿cuánto tiempo llevará que le den un baño de plata a los arpones?

—Podemos tenerlos para mañana por la noche.

—¿Y en cuánto tiempo podemos llegar a Halki?

—En una lancha rápida, dos horas, dos horas y media como máximo. Está a pocos kilómetros de la isla de Rodas, pero a unos cien kilómetros, yendo por la costa, de la ciudad de Rodas, donde estamos ahora. Halki es un islote pequeño, poco más que una gran roca en el mar. Hay un caserío con un par de tabernas, una carretera corta, algunas montañas y un castillo de los cruzados.

—Mañana es miércoles —dijo Harry—. Si consigue una embarcación y un hombre que la conduzca para el jueves por la mañana, podemos estar allí antes de mediodía. Entretanto, ¿hay alguna posibilidad de que podamos echar un vistazo a esa madriguera de piedra que Janos está construyendo en el Dodecaneso?

—Nos llevaría casi todo el día —dijo Manolis—. Yo sugiero que vayamos a Halki el jueves por la mañana y que antes vayamos directamente a ver Karpathos y la bahía cercana al aeropuerto donde está anclado el
Lazarus
. Dicho sea de paso, tanto Halki como Karpathos están situados en lo que antes era conocido como el mar Carpacio. Como ven, a ese vampiro le gustara sentirse en casa.

Harry asintió con un gesto.

—Supongo que es una coincidencia —dijo—. Extraña, pero coincidencia al fin. Pero estoy de acuerdo con todo lo que ha dicho. Además, el jueves por la noche ya habrán llegado los refuerzos de la Organización E. El viernes será un buen día para darle una ojeada a la moderna madriguera de Janos.

El bistec de Harry, grande y poco cocido, ya debía de estar frío. Él no había tocado su comida, y sus compañeros hacía tiempo que habían terminado de comer. Harry, tras encogerse de hombros, comenzó a comer. Hacía mucho tiempo que no comía la carne tan poco hecha, casi sanguinolenta. De hecho, ni siquiera recordaba cuándo fue la última vez. Y el vino tinto también era muy bueno. Y el necroscopio pensó con ironía: «Si no puedes vencerlos, únete a ellos».

Manolis quizá tenía razón, y después de todo era un tipo frío…

En el hotel les esperaba un mensaje: una de las monjas del asilo había solicitado que el inspector Papastamos la llamase por teléfono. Manolis lo hizo inmediatamente. Hablaba en su rápido y restallante griego, con largas pausas en medio de cada frase, y Harry y Darcy vieron que su cara pasaba sucesivamente por varias expresiones: inquisitiva y escéptica primero, asombrada luego, incrédula de inmediato, y feliz a continuación. Y entonces les tradujo la conversación.

—¡Trevor Jordan ha experimentado una gran mejoría! —exclamó con una sonrisa radiante—. Está consciente y habla con normalidad. Le dieron de comer, y luego le inyectaron un sedante para que pasara mejor la noche. Pero antes de dormirse dijo que quería verle, Harry. Me dicen que puede visitarlo a primera hora de la mañana.

Darcy y Harry se miraron.

—¿Qué piensas de eso? —le preguntó finalmente Darcy al necroscopio.

Harry, perplejo, no contestó durante un instante. Frunció el entrecejo y se rascó la barbilla.

—Podría ser que la distancia le hubiera puesto fuera del alcance de Janos. Yo creía que su condición era permanente (que habían alterado algo en su mente, como lo hicieron con la mía), pero quizá Janos no conoce esos trucos. Puede que no sea tan bueno, después de todo. En fin, ¿qué importa eso? Se deba a lo que se deba, me parece una muy buena noticia. Tendremos que esperar a mañana para descubrir lo que ha sucedido…

Capítulo trece

Primer contacto - El desafío - Esclavos

Antes de irse a dormir, Harry intentó una vez más comunicarse con Möbius. Fue inútil; su lenguaje muerto llegó hasta la tumba de Möbius en Leipzig, pero nadie respondió. Una de las razones por las que Harry había postergado la persecución de Janos fue que había esperado, contra toda esperanza, recuperar sus facultades matemáticas, y con ellas el acceso al continuo de Möbius. Éste había sido su plan, que ahora, posiblemente, se desvanecería en el olvido. Y aún preocupado por este asunto, Harry por fin se durmió… Pero su obsesión se trasladó a sus sueños, y en ellos, carente de las distracciones y pequeños problemas del mundo de la vigilia, continuó transmitiendo sus pensamientos a través del negro y profundo abismo que los hombres llaman muerte. Numerosos muertos le oyeron, y le hubieran respondido para consolarle, pero no se atrevieron. No eran ellos los buscados y la comunicación por la comunicación misma era inútil; ellos sabían que su simpatía, e incluso sus palabras de aprobación, sólo constituirían obstáculos en el camino de Harry. Porque el necroscopio no había podido nunca negarse a conversar con los muertos, porque él era el único hombre que comprendía el sufrimiento y la soledad de ellos.

Pero hubo una muerta, sin embargo, a quien el respeto no hizo callar, tal vez porque le amaba mucho más que los otros. ¡Si en más de una ocasión se había burlado cariñosamente de Harry! Las madres de los hombres son así.

¿Harry? ¿Puedes oírme, hijo?

Él suspiró y abandonó la búsqueda de Möbius. Había un matiz perentorio en el tono de ella que exigía su atención.

¿Qué pasa, madre?

¿Cómo qué pasa?
—Harry podía imaginársela frunciendo el entrecejo—.
¿Así le hablas a tu madre?

Madre
—Harry suspiró e intentó darle una explicación—,
he estado muy ocupado. Y lo que estoy haciendo es importante. Mucho más importante de lo que imaginas
.

¿Eso crees?
—respondió ella—.
¿Crees que no lo sé? ¿Pero quién te conoce mejor que yo, Harry? Bien, en todo caso sé una cosa, que estás perdiendo el tiempo
.

La mente soñadora de Harry jugó con las palabras de ella y no les encontró explicación. Ni se la encontraría a menos que ella se la proporcionara. Ella percibió estos pensamientos y de inmediato se enfadó como nunca lo había hecho con él.

¡Cómo! ¿Qué actitud es ésa? ¿Por qué me haces el objeto de tu impaciencia? Bien, los muertos puede que te adoren, pero no te conocen tanto como yo. Y tú…, Harry…, ¡eres un problema!

Other books

Valmiki's Daughter by Shani Mootoo
Tear Down These Walls by Carter, Sarah
Hot Mess by Julie Kraut
Oddments by Bill Pronzini
Phantom Angel by David Handler
Deborah Hockney by Jocasta's Gift
Soup by Robert Newton Peck