El lenguaje de los muertos (47 page)

BOOK: El lenguaje de los muertos
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—Muy bien —asintió Harry—. Ese puede ser el comienzo. También me gustaría ver ese islote rocoso en el Dodecaneso. Ahora les diré lo que yo he descubierto, y verán cómo todas las piezas encajan. Pero les advierto que se trata de una historia increíble.

Les contó todo, y le escucharon fascinados hasta el final.

—He recuperado el lenguaje de los muertos —terminó Harry—, lo que puede ser considerado un paso hacia adelante.

—Usted es un tipo muy frío —dijo Manolis—, ya lo pensé cuando le vi por primera vez. Habla tan tranquilamente de pasos adelante, mientras Sandra, su amante…

—Manolis —le interrumpió Harry—, ningún hombre ha perdido tanto como yo. No, no me estoy haciendo el mártir, simplemente dejo constancia de un hecho. Comenzó cuando yo era un niño, y aún no ha acabado. He perdido a todos los que he amado. Hasta he perdido a mi hijo en otro mundo, y por otro credo. ¡El maldito credo del vampirismo! Pero cuanto más pierde, más se endurece uno. Pregúntele a cualquier jugador. No juegan para ganar sino para perder.
Antes
jugaban para ganar, pero ahora, cuando ganan, regresan de inmediato a la mesa de juego…

—Ya está bien, Harry —le cortó Darcy, cogiéndolo del brazo.

—Déjame terminar —dijo Harry, librándose con una sacudida. Y luego, dirigiéndose a Manolis—: Yo también solía jugar para ganar, pero es un juego infernal en el que los dados están siempre cargados, y contra ti. ¿Quiere que llore por Sandra? Tal vez lo haré más tarde. ¿Quiere que me desmorone, para que puedan advertir que soy un buen tipo? ¿Pero de qué servirá que el dolor me aplaste? Yo amaba a Sandra, sí, creo que la amaba. Pero ya es demasiado tarde para hacer nada. Ella es una más en mi lista de pérdidas. Sólo viendo las cosas de esa manera puedo seguir adelante. Y ahora quizá comience a ganar de nuevo. Quizá todos nosotros comencemos a ganar. No Sandra, porque está muerta. O sería mejor que lo estuviera, si aún no lo está. Yo ahora conozco a este Janos Ferenczy, y sé de qué estoy hablando. Usted dice que soy frío, pero no sabe que estoy ardiendo por dentro. Y voy a pedirle un favor: deje de preocuparse sobre cómo ve las cosas, deje de preocuparse por Sandra. Es demasiado tarde. Ésta es una guerra, y ella fue una de las víctimas. ¡Ahora tenemos que comenzar a devolver los golpes!

Manolis se quedó callado durante unos instantes muy largos.

—Amigo mío —dijo por fin, en voz baja—, usted lleva un peso muy grande sobre los hombros, y yo me he comportado como un tonto. Nunca sabré lo que se siente cuando se es como usted. No es un hombre común, y yo no tenía derecho a hablarle como lo hice, o a pensar lo que he pensado.

Harry permaneció sentado muy quieto, mirando al griego, y éste vio cómo los ojos del necroscopio se llenaban lentamente de lágrimas. Antes de que éstas pudieran caer, Harry se levantó bruscamente y se dirigió con paso inseguro al lavabo…

Más tarde:

—Hay algo que me provoca verdadero odio —dijo Harry—, y es que se está riendo de nosotros (de todos nosotros en tanto que seres humanos), y probablemente de mí en particular. Es su ego de vampiro. Se hace llamar Lazarides, como el Lázaro de la Biblia, al que Cristo resucitó de entre los muertos. Si se es cristiano, eso ya es una blasfemia. Pero él va aún más allá, ¡y le ha puesto a su barco el mismo nombre! Nos desafía a que le descubramos, grita: «¡Mirad, ya estoy de vuelta!». Ha roto la primera ley de los vampiros, y se ha hecho notar en más de un sentido. Y yo pienso que lo hace deliberadamente.

—Pero ¿por qué? —preguntó Darcy.

—Puede permitírselo —respondió Harry— porque la gente ya no cree en vampiros. No, no hablo de nosotros, sino del pueblo en general. En estos tiempos, un vampiro puede permitirse ser prominente porque hasta cierto punto está a salvo de las masas. Pero también lo hace porque sabe que hay personas que aún creen (y es en ellas en quienes está interesado, en la gente peligrosa, tú, yo, los agentes de la Organización E), que se apresurarán a combatirle.

—¿Quieres decir que él… desea una confrontación?

—Sí, claro que sí, porque ha visto el futuro. Él hacía muy bien eso, y así fue como desbarató todos los planes de Faethor. Sabe que tarde o temprano nos enfrentaremos, y está conduciendo los acontecimientos para tener todas las ventajas. Utilizará mis propios recursos contra mí, y contra cualquiera que esté conmigo. Tiene a Ken Layard, y puede localizarnos cuando y como quiera. Ha herido a Trevor Jordan de tal manera que no nos es de ninguna utilidad, y se ha llevado a Sandra no por deseo o hambre sino para conocerme mejor, porque por medio de ella no sólo conoce mis virtudes, sino también mis debilidades. Anoche envió a su vasallo Armstrong para probarte, Darcy, y probablemente para destruirte, y acabar así con uno de mis últimos sostenes.

—Pero si él puede ver el futuro, ¿no sabía que íbamos a acabar con Armstrong? —Manolis utilizó su lógica de policía—. Y en ese caso, ¿por qué sacrificarlo de esa manera?

—Como ya he dicho, era una prueba —respondió Harry—. Él no lo ve como un sacrificio. Los vampiros no tienen amigos, sólo siervos. Y, de todos modos, Armstrong sólo era uno de los jugadores de Janos. Tiene muchos más. Ken Layard, por ejemplo, que puede hacer todo lo que hacía Armstrong, y más. Pero comprendo su pregunta: ¿por qué provocar una escaramuza que no se puede ganar? ¿No era eso lo que preguntaba?

—Sí, exactamente.

—El futuro no es así —dijo—. No se lo puede leer tan fácilmente, sin riesgos, y no hay manera de evitarlo. Y hay que recordar siempre que
nada
es cierto hasta que ha sucedido. Había un hombre, un ruso dotado de poderes extrasensoriales llamado Igor Vlady. Me encontré con él en una ocasión en el continuo de Möbius. En vida había sido un pronosticador, leía el futuro. Y continuó haciéndolo después de muerto, hasta llegar a ser un experto en el pasado y en el futuro. Así como el espacio era un libro abierto para Möbius, el tiempo era el patio de juegos de Vlady. Era incorpóreo y navegaba para siempre en la corriente del tiempo. Vlady me contó que en vida consideraba siempre inviolable su propio futuro. Jamás lo leía, pues pensaba que hacerlo era tentar al destino. No quería conocer cuándo ni cómo le llegaría la muerte, porque sabía que a medida que se aproximara el momento se obsesionaría con ello. Pero un día, en un instante de miedo e incertidumbre, rompió la ley que se había impuesto y predijo su propia muerte. Pensó que sabía de dónde vendría, y huyó para evitarla. Pero estaba equivocado, y en vez de huir fue a su encuentro. Era como un hombre que está cruzando las vías del tren y salta para evitar un tren que se aproxima… y cae bajo las ruedas de otro.

—¿Quieres decir que Janos no puede fiarse de lo que lee en el futuro? —preguntó Darcy.

—Puede, pero sólo hasta cierto punto. Sólo ve un esquema general de las cosas, no los detalles. Y sabe que no puede evitar nada de lo que ve. Por ejemplo, sabía que Faethor iba a acabar con él, pero vio más allá de aquello. No podía detener a Faethor, y no intentó hacerlo, porque lo inevitable es por definición aquello a lo que no podemos escapar, pero sí podía asegurarse de que regresaría.

Manolis había escuchado todo esto atentamente, pero ahora comenzó a sentirse abatido. Y preguntó:

—Pero ¿cómo puede pensar que va a vencer a esa criatura? ¡A mí me parece… invencible!

En el rostro de Harry apareció una extraña y torva sonrisa.

—¿Invencible? No, no estoy convencido de que lo sea, pero sí estoy seguro de que quiere que así lo creamos. Formúlese esta pregunta: si es invencible, ¿por qué se preocupa por nosotros? ¿Y por qué está tan preocupado por mí? No, Igor Vlady tenía razón. El futuro nunca es seguro, y sólo el tiempo puede decirlo. Además, ¿qué importa? Si yo no voy a buscarle, él vendrá por mí. Sí, el enfrentamiento es inevitable. Y por ahora, es Janos quien tira de las cuerdas. Pero esperemos que se pase de listo con sus manipulaciones, y cometa el mismo error que Igor Vlady… y salte frente a otro tren.

A las veinte horas cinco minutos, Manolis recibió la llamada que esperaba del piloto del avión que cubría la ruta entre Rodas y Karpathos. Al parecer, el avión de Jianni Lazarides, pilotado por uno de sus empleados, había despegado a las tres de la mañana de la pista de Karpathos con destino desconocido. A bordo se encontraban Lazarides, acompañado por un hombre y una mujer cuyas señas coincidían con las de Sandra y de Ken Layard.

Harry se esperaba algo así y no se sintió especialmente conmovido, pero sí desconcertado.

—¿Qué quiere decir destino desconocido? ¿No tiene que pedir autorización el piloto, dar a conocer su ruta, o pasar la aduana?

Manolis hizo un gesto irónico.

—¡Ya le he dicho que estamos en Grecia! Y Karpathos es una isla muy pequeña. El aeropuerto es… ¡un cobertizo! Existe desde hace sólo uno o dos años, y eso gracias a los turistas. Pero ¿dijo usted aduana? Alguien pondrá un sello en su pasaporte si usted es un extranjero que entra al país, pero no si es un ciudadano griego que se va. Y a las tres de la mañana…, ¡vaya, si lo que me asombra es que alguien recordara con tanta precisión la hora!

—¡Ahora sí que la hemos liado! —exclamó Darcy—. Puede haber ido a cualquier parte.

—No, yo puedo encontrarlo —respondió Harry—. El problema es que tal vez no sea tan fácil para mí dirigirme al mismo lugar. Ya resolveremos eso cuando llegue el momento. Entretanto, tengo que hablar con Armstrong.

Manolis y Darcy se quedaron atónitos… pero sólo por un instante. Darcy fue el primero en recuperarse porque ya había visto antes al necroscopio en acción.

—¿Quieres que te llevemos junto a él?

—Sí, ahora mismo. No porque el tiempo tenga ahora mucha importancia. Las ruedas ya se han puesto en movimiento, y, a su debido tiempo, todo llegará. Pero si me quedo sentado retorciéndome las manos…, creo que me volveré loco.

—¿Quiere decir que va a hablar con un muerto? —intervino Manolis.

—Sí —asintió Harry—. En el incinerador. Allí es donde está, y estará para siempre.

—¿Y él… hablará con usted?

—A los muertos no les molesta hablar conmigo —respondió Harry—. Armstrong no es el vasallo de Janos, e incluso puede que desee vengarse de él. Y más tarde, por la noche, debo intentar comunicarme con otro muerto.

—¿Möbius? —preguntó Darcy.

—El mismo —asintió Harry—. Un vampiro manipuló mi mente y me quitó el lenguaje de los muertos, y tuvo que ser otro vampiro quien deshiciera el entuerto. Pero el que causó el daño era también un gran matemático: mi hijo, que heredó de mí sus dones. Y mientras estaba en mi mente, cerró también algunas puertas, de manera que ahora soy un analfabeto en matemáticas. Bien, si Faethor pudo devolverme el lenguaje de los muertos, puede que Möbius pueda restaurar mi otro talento. Y entonces, Janos tendrá un contrincante digno de él…

El incinerador todavía funcionaba. Un joven trabajador griego arrojaba trozos de leña en las rojas fauces de la rugiente bestia, y arriba, una alta chimenea escupía humo negro y chispas. Darcy y Manolis se quedaron a un lado, mirando trabajar al obrero, y Harry se sentó en un cajón, un poco apartado, mirando al vacío. Su mente, no obstante, estaba muy activa, y su talento de necroscopio le decía que el espíritu de Seth Armstrong se encontraba allí. Sí, podía oír sus gemidos.

Armstrong
—dijo Harry con tono suave—,
ya estás libre de todo eso. ¿Por qué tanto pesar?

Los gemidos cesaron.

¿Harry Keogh?
—dijo Armstrong, asombrado e incrédulo—.
¿Hablarás conmigo?

He hablado con muchos peores que tú, Seth
—respondió Harry—.
Además, sospecho que no eres más que una víctima, como tantos otros. Y no creo que pudieras evitar convertirte en lo que eras
.

¡No pude, no, claro que no pude!
—respondió Armstrong con evidente alivio—.
Durante cinco largos años fui sólo… una mosca en su tela. Él era mi amo, y yo su vasallo; nada de lo que hice fue por mi propia voluntad
.

Lo sé
—le respondió Harry—,
pero a ellos les gusta fingir que es así. Supongo que aun sabiendo que es una mentira, salvan así su conciencia: fingiendo que eres suyo por tu propia voluntad
.

¿Conciencia?
—dijo con amargura Armstrong—.
No me hagas reír, Harry. Las criaturas como Janos Ferenczy nunca padecieron remordimientos de conciencia
.

¿Te alegras entonces de haberte librado de él? ¿Por qué entonces tus gemidos? Ahora perteneces a la multitud de los muertos. Y eso, como muchos me lo han dicho, no es tan malo como parece
.

¿Pero de verdad piensas que los muertos querrán tener algo que ver conmigo?
—preguntó Armstrong.

Harry pensó durante un instante.

Sí, al menos dos que yo conozco
—dijo luego—,
y probablemente más. ¿Y tus padres, Seth?

Están muertos desde hace tiempo. Pero… ¿tú crees que…?

Creo que sería una buena idea que cuando te hayas recuperado intentes comunicarte con ellos
—respondió Harry—.
En cuanto a la gran mayoría, quién sabe. Tal vez no te tratarán tan mal como tú crees. Yo podría hablarles bien de ti
.

¿Y lo harás?

¿Por qué no les preguntas sobre mí a los muertos cuando llegue el momento?
—dijo Harry—.
Ya verás, te dirán que no soy una mala persona. Pero hasta entonces, me gustaría pedirte un favor
.

Nadie da nada por nada, ¿verdad? Ni siquiera aquí
—dijo con amargura Armstrong.

No, Seth, te equivocas
—le respondió Harry—.
Si lo deseas, puedes decirme que no, eso no cambiará en nada las cosas, y yo les hablaré a los muertos en tu favor. Estás muerto, y convertido en cenizas, y como todos ellos saben, para ti ya no puede haber más castigo
.

¿Qué quieres saber?
—preguntó Armstrong.

Janos se ha marchado de Rodas, probablemente fuera de las islas. Se ha llevado a una mujer con él —supongo que tú dirías que es mi mujer—. Quiero saber dónde está
.

Ella es el cebo en su trampa, supongo que tú lo sabes
.

Claro que lo sé, pero de todos modos iría tras él
.

Entonces ve a Rumania
.

Harry se quejó por lo bajo. Aquél era el peor escenario posible.

Ya he estado en Rumania
—dijo—.
No creo que pueda entrar con tanta facilidad por segunda vez
.

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