—No lo sé —dijo al fin—. Voy a las minas del norte. ¿Las conoces?
—¿Te refieres a las minas de Ymenia o a las de Kasiba? También hay una explotación al sur de Maradia, casi en la frontera con Vanicia… —se detuvo al ver que la chica se encogía de hombros—. Bien, no importa. Si no recuerdo mal, no hay ningún portal público que te lleve a ninguna mina. Las de Kasiba no están lejos de la ciudad, aunque creo que para usar el portal que va de Rodia a Kasiba hay que pagar un peaje… —Se calló cuando comprendió que ella no entendía nada de lo que le estaba diciendo—. Pero ¿qué se te ha perdido en las minas, si no es indiscreción? —le preguntó, cambiando de tema.
—Busco trabajo —respondió la chica—. Me llamo Tash, y soy minero… minera —se corrigió, de mala gana—, y ya no hay apenas nada que sacar en los túneles del sur.
—¿Trabajabas en las minas de Uskia? ¿Y dices que se están agotando? —preguntó Tabit, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
Tash lo miró fijamente.
—No te hagas el tonto —le espetó—. Los
granates
sabéis perfectamente lo que pasa en la mina. Viene gente de la Academia a controlarnos cada dos por tres.
—Bueno, es que yo solo soy un estudiante —se justificó Tabit—. Como comprenderás, la logística de la Academia no es algo que mis superiores compartan conmigo.
—Vamos, que no tienes ni idea.
—Más o menos. Pero escucha, creo que tu mejor opción es acompañarme hasta Maradia. Su Plaza de los Portales es la más grande de Darusia. Desde allí hay varias maneras de llegar a cualquiera de los yacimientos del norte, así que… ¿qué me dices?
Tash asintió, conforme. Acompañó, pues, a Tabit hasta la lonja de pescado, que estaba desierta. Junto al portal del Gremio de Pescadores y Pescaderos dormitaba, como de costumbre, el viejo guardián. Tabit carraspeó para hacerse notar, y el anciano se despertó con un respingo, alzó el farol y los observó, guiñando los ojos.
—Hace una noche muy húmeda para estar al raso, señor guardián —lo saludó Tabit con cortesía.
El guardián lo reconoció; una sonrisa iluminó su rostro cansado.
—¡Ah, sois vos, maese! Os agradezco vuestro interés; no os preocupéis, pronto dejaré de vigilar este portal y podré dormir en mi cama todas las noches.
—¿Y eso?
—Oh, porque ya estoy muy viejo, maese, y la Academia me ha concedido permiso para ceder mi puesto a mi nieto —explicó, radiante de orgullo.
Tabit asintió. El trabajo de guardián podía ser hereditario, pero los aspirantes debían demostrar primero que estaban capacitados para ello. No le cabía duda de que el nieto de aquel anciano llevaba años preparándose para sustituirlo.
—Seguro que lo hará muy bien —dijo—. ¿Seríais tan amable de abrirnos el portal?
—Ah, por supuesto, maese, no faltaría más.
El guardián trazó el símbolo en la tabla mientras susurraba en voz muy baja:
—
Italna keredi ne
.
Tabit se preguntó si debía contarle cuál era el significado de aquella expresión. Después decidió que no; aunque podía llegar a ser una anécdota que el anciano relataría con cariño a su nieto, también eran palabras de uno de los lenguajes secretos de la Academia. Por si acaso, prefirió no revelar su sentido.
Se despidieron del guardián y cruzaron el portal. En esta ocasión, Tash estaba preparada para lo que iba a suceder o, al menos, eso creía; porque no pudo reprimir una exclamación de sorpresa cuando aquella sensación de vértigo la sacudió de pronto, y tuvo que aferrarse a Tabit para no caerse al suelo.
Cuando salieron del portal, Tash miró a su alrededor, aspirando el frío aire nocturno, seco y cortante, tan distinto del ambiente húmedo de Serena.
—Bienvenida a Maradia —le dijo Tabit en voz baja.
Habían llegado a una gran plaza en la que había muchos portales pintados sobre un larguísimo muro. La mayoría estaban apagados, pero a Tash le llamó la atención una sección en la que los portales relucían suavemente con un brillo rojizo que se le antojó casi mágico.
—¿A dónde llevan todos estos portales? —le preguntó a Tabit.
Él sonrió.
—A todos los rincones de Darusia —respondió—, o, al menos, a casi todos.
—¿Y por qué están esos encendidos?
—Son los portales públicos. Siempre están activos. No tienen contraseña y todo el mundo puede utilizarlos cuando quiera. La mayoría conducen a diversas poblaciones de la provincia de Maradia, pero hay tres que llevan aún más lejos: a Esmira, a Rodia y a Serena.
Tash calló, impresionada. Después preguntó:
—¿Y ninguno de ellos puede acercarme a las minas del norte?
Tabit negó con la cabeza.
—En la Academia hay portales que llevan a todas las minas de Darusia, pero están reservados para uso exclusivo de los maeses. Sin embargo —añadió al ver el gesto de decepción de ella—, ese otro conduce hasta Rodia.
Señaló uno de los portales activos; tenía la forma de una sencilla flor de ocho pétalos, y sobre él se veía una inscripción que anunciaba en darusiano: «A Rodia». Pero Tash no la entendió, porque no sabía leer.
—Y entonces… ¿eso es todo? —preguntó—. ¿Atravieso el portal y ya está?
Tabit volvió a sacudir la cabeza.
—Rodia —explicó— es una ciudad bastante grande, aunque no tanto como Maradia o Serena, claro. Allí tal vez encuentres alguna caravana que parta en dirección a Ymenia, donde hay una explotación de bodarita. Sé que existen un par de portales privados en la región que podrían acercarte más a tu destino, pero no tienes permiso para utilizarlos, me temo. A pie… quizá tardes dos o tres semanas, con buen tiempo. No estoy seguro. He perdido práctica en esto de calcular distancias.
Tash estaba impresionada.
—Tú podrías cruzar el mundo… en un solo instante —murmuró.
—El mundo, no —puntualizó Tabit—, pero sí Darusia. Y tampoco creas que hay portales en todas partes. De hecho, conozco al menos un sitio que está demasiado lejos hasta para los maeses —añadió, pensando en Yunek y su familia—. Pero, con el tiempo… quizá sí se pueda llegar a todos los rincones de nuestra tierra y de otras naciones, como Rutvia, Scarvia o la lejana Singalia. Hay un proyecto para pintar un portal que lleve a las islas aldianas, ¿te imaginas? —concluyó, entusiasmado.
Pero Tash no compartía su emoción. Ninguno de aquellos nombres le decía gran cosa.
Hubo un silencio incómodo que ninguno de los dos sabía cómo romper. Tabit tiritaba de frío sin su capa, pero se resistía a dejar a Tash sola en una ciudad extraña. Ella, por su parte, no tenía ganas de reemprender el camino inmediatamente. No se sentía preparada para cruzar el portal sola y, además, estaba muy cansada. Lo que de verdad quería era dormir en alguna parte y reanudar su viaje por la mañana, ya recuperada y más despejada. El problema era que no tenía ningún sitio donde refugiarse hasta entonces.
Tabit comprendió su dilema.
—Escucha, ¿conoces a alguien en Maradia?
Tash estuvo a punto de decir: «Te conozco a ti», pero, en realidad, ni siquiera sabía cómo se llamaba el joven
granate
que la había sacado de aquella casa deprimente. De modo que se limitó a sacudir la cabeza y a responder:
—No.
—Tendrás al menos dinero para pagar un alojamiento, ¿no? ¿O vas a marcharte ya a Rodia? —inquirió, señalando el portal.
—No —repitió Tash, y el pintor entendió que con esa breve palabra contestaba a ambas preguntas—, pero da igual. Ya me las arreglaré.
Tabit suspiró.
—Quizá puedas quedarte en mi habitación de la Academia… pero no, espera, eres una chica. A los estudiantes se nos permite recibir visitas en nuestros cuartos, siempre que sean amigos o familiares, y solo una persona cada vez. Si fueras un chico de verdad…
—¿Academia? —repitió Tash de pronto; alzó la cabeza y lo miró con los ojos verdes chispeantes de interés—. Espera, tú vives en esa escuela de donde salen todos los
granates
, ¿verdad? ¿Podrías llevarme allí? Tengo algo que enseñaros.
Tabit la miró con cierta incredulidad; pero se le había ocurrido una idea para alojarla en la Academia, por lo que asintió, animado.
—Claro; vamos.
Caminaron juntos hasta la Academia de los Portales, pero ninguno de los dos habló. Cada uno estaba inmerso en sus propios proyectos, cavilando sobre la mejor forma de llevarlos a cabo. Tash se preguntaba cuánto le pagarían los pintores por los fragmentos de mineral azul que aún conservaba en su saquillo. Tabit, por su parte, ensayaba diferentes formas de convencer a su amiga Relia de que albergase a aquella extraña muchacha en su cuarto, al menos por una noche.
Era ya muy tarde cuando llegaron al edificio de la Academia. Tabit saludó al adormilado portero, que parpadeó al verlo entrar.
—Van ya dos veces este mes —señaló este en tono festivo—. ¿Cómo es que ahora te ha dado por trasnochar, chico? ¿Y quién es tu amigo?
Tabit respiró, aliviado, al constatar que Tash seguía pasando por un muchacho.
—No lo hago por gusto —replicó—, sino por trabajo. Este es Tash, y viene de Uskia. Se alojará conmigo esta noche.
—Bien —asintió el portero, anotándolo todo—. Si va a quedarse más tiempo tienes que notificarlo en Administración, ¿de acuerdo? Y asegúrate de que tu compañero de cuarto no tiene previsto usar la cama de invitados. Ya conoces las normas.
—Sí —asintió Tabit, un poco preocupado de pronto. En realidad, él nunca recibía visitas, de modo que no tenía muy claro el reglamento al respecto. Además, si Tash aparecía en el registro como invitado de Tabit y compartía su habitación oficialmente, quizá él se metería en problemas si llegaban a descubrir que era una chica.
Sacudió la cabeza mientras guiaba a la muchacha al interior del edificio. Decidió que seguiría el plan original y la llevaría al cuarto de Relia. De todas formas, seguramente Tash se marcharía por la mañana.
Ella, por su parte, apenas prestó atención al complejo de la Academia, a su estructura circular ni a sus altos muros. Se movía como una autómata detrás de Tabit, soñando con una cama o, al menos, con un rincón donde dejarse caer y dormir hasta bien entrada la mañana. Se despejó un poco cuando el joven llamó a una puerta situada en un largo corredor flanqueado por otras puertas exactamente iguales.
—¿Qué…? —empezó ella, pero Tabit la mandó callar:
—Sssshh… Es muy tarde, y están todos durmiendo.
Tash guardó silencio mientras el estudiante llamaba de nuevo. Por fin, la puerta se abrió; pero la persona que apareció tras ella, soñolienta y en bata de dormir, no era Relia.
Tabit lanzó una exclamación y dio un paso atrás al reconocer a Caliandra. Ella bostezó y lo miró, guiñando los ojos a la luz del candil que sostenía él.
—¿Tabit? —murmuró—. ¿Tienes idea de qué hora es? ¿Y por qué me miras como si hubieses visto un fantasma?
—Ca-Caliandra —balbuceó él; tragó saliva y dijo—: disculpa, no quería molestarte. Creo que me he equivocado de puerta.
Ella se frotó un ojo, tratando de pensar.
—Claro, buscas a Relia. Es el cuarto de al lado, pero no te molestes en llamar; no está.
—¿No está? —repitió Tabit estúpidamente.
—Pidió un permiso y se ha ido esta tarde a Esmira, creo.
Tabit recordó la conversación que había mantenido con sus amigos aquella misma mañana, a la hora del almuerzo; cerró los ojos y se maldijo a sí mismo en silencio por haberlo olvidado.
Caliandra lo miró con curiosidad, ya completamente despierta.
—¿Así que Relia y tú…? —aventuró—. Pobre Unven. Lleva detrás de ella desde segundo año por lo menos. ¿Se lo has contado?
—No, no, no es nada de eso —se apresuró a aclarar Tabit, enrojeciendo ligeramente—. De verdad. Es solo que tenía que hablar con ella, pero… déjalo, no te molesto más.
—Puedes dejarle el recado a su compañera de cuarto —le propuso Caliandra—. O a mí, si quieres, para no despertar a nadie más. No es que seamos muy amigas, pero seguro que la veré antes que tú cuando regrese, porque vamos juntas a la clase de Arte de maesa Ashda.
Tabit negó con la cabeza.
—Es algo que no puede esperar —suspiró.
Miró a Caliandra, su rival, la que le había arrebatado el puesto de ayudante por el que tanto había luchado. Pero en aquel momento no vio a la brillante estudiante de la Academia, sino a una chica con el pelo enmarañado y cara de sueño. Una chica que disponía de una cama auxiliar libre en su habitación.
—Tal vez tú puedas ayudarme —tanteó—. Necesita un lugar donde pasar la noche —le explicó, señalando a Tash, que contemplaba la escena con interés—. ¿Puede quedarse contigo?
Caliandra les lanzó a los dos una mirada penetrante.
—¿Me estás pidiendo que meta a un desconocido en mi habitación? ¿A qué se supone que estás jugando?
—Es una chica. Si fuera un chico, se quedaría conmigo y no habría problema, ¿entiendes?
Ella seguía estudiando a Tash de arriba abajo.
—Es un chico —decretó—, y, si esto es alguna clase de treta sucia para que me echen de la Academia por conducta inapropiada, debo decirte que es muy burda. No me lo esperaba de ti, Tabit.
Él impidió que le cerrara la puerta en la cara. Caliandra parecía realmente enfadada; Tabit no recordaba haberla visto nunca así, y trató de explicarse:
—Caliandra, en serio, esto no tiene nada que ver con eso. De verdad, es una chica, está sola en la ciudad y no tiene a dónde ir.
—Oye, no hace falta que supliques por mí —intervino Tash, con mala cara—. Me echaré en cualquier rincón tranquilo y ya está. Lo he hecho otras veces. Lo único que necesito ahora es que me dejéis dormir, sea donde sea, ¿vale?
Caliandra la observó con mayor atención.
—¡Vaya, es verdad que eres una chica! —exclamó, estupefacta.
Tash se limitó resoplar, de mal humor, y a mirar para otro lado, como si la cosa no fuera con ella.
—¿Puede quedarse contigo, por favor? —suplicó Tabit.
Caliandra suspiró.
—Está bien, que pase.
Tabit sonrió, muy aliviado.
—¡Gracias! Me haces un gran favor. ¿A tu compañera de cuarto no le importará?
—No tengo compañera de cuarto —respondió Caliandra, haciendo pasar a Tash al interior de la estancia—. La mía es una habitación individual. Siempre ha habido categorías, ya sabes —añadió, guiñando un ojo con picardía, ante el gesto de sorpresa de Tabit.
Y cerró la puerta.
El joven se quedó solo en el pasillo. Ni siquiera había tenido ocasión de despedirse de Tash, pero en aquel momento, agotado como estaba, no le importó. Se dirigió con paso lento a su cuarto, dispuesto a dormir hasta muy tarde, contento de que aquel accidentado viaje a la granja de Yunek hubiese concluido por fin.