El libro de un hombre solo (53 page)

BOOK: El libro de un hombre solo
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No quiere cargar con más peso, ya ha anulado todas sus deudas sentimentales y puesto al día su pasado. Si ama a alguien, si estrecha de nuevo a una mujer entre sus brazos, es necesario que ella también lo ame, que lo acepte. De lo contrario, mejor tomarse un café o una cerveza en un bar, charlar y flirtear un poco, pero luego que cada uno siga su camino.

Si continúa escribiendo es porque todavía lo necesita. La escritura para él tiene que ser un acto totalmente libre; no lo considera como un modo de ganarse la vida. Tampoco toma su pluma como un arma para luchar contra esto o aquello, no se siente en ninguna misión. Si escribe todavía es para mantener esa especie de deleite personal, un monólogo que le sirve para escucharse y examinarse a sí mismo, al mismo tiempo que le permite saborear las sensaciones que le deja la vida que le queda.

Con lo único con lo que nunca ha roto los lazos es con el idioma. Por supuesto, puede escribir en otro idioma, pero si no ha abandonado el suyo es únicamente porque le es más fácil; no tiene que consultar ningún diccionario. De todos modos, también es posible que esa lengua, aunque le sea más práctica, no se adapte del todo a las circunstancias y tenga que encontrar su propia tonalidad, escuchar atentamente lo que escribe como si escuchara una canción, y puede que, como siempre le ocurre, sienta que la lengua que utiliza es demasiado vulgar. Quizás un día la abandone y recurra a un material que pueda transmitir mejor sus sensaciones.

Envidia a los actores que tienen un cuerpo muy ágil, sobre todo a los bailarines. Le encantaría poder expresarse libremente con su cuerpo, tropezar cuando lo quisiera, caer, dar un salto y levantarse, saltar de nuevo; pero la edad no perdona, al menor paso en falso, o tiene un tirón o una fractura, y se acaba la danza. Sólo le queda el lenguaje para moverse. El lenguaje es tan ligero que le fascina. Es un equilibrista incurable del lenguaje; no puede estar sin hablar, aunque no haya nadie a su lado. No para de hablar consigo mismo. Esta voz interior es el reconocimiento de su propia existencia. Está acostumbrado a transformar lo que siente en lenguaje, si no, no se siente del todo satisfecho; el placer que le provoca es como los gemidos o incluso los gritos que da cuando hace el amor.

Está sentado frente a ti, os miráis, y se ríe a mandíbula batiente delante del espejo.

57

Nueva York. El primer día hacía diez grados bajo cero y nevaba. Al día siguiente el tiempo mejoró de repente; el suelo estaba cubierto de hielo sucio, tus zapatos estaban empapados y tuviste que comprarte unas botas forradas por culpa de ese maldito clima. Prefieres el invierno suave de París. Aquí hay muchos chinos, no es raro oír en la calle el acento de Beijing, el de Shanghai, el dialecto de Shandong e incluso el de Henan, que se hablaba en los pueblos que había cerca de la granja de reeducación por el trabajo donde viviste. Se encuentran todas las especialidades chinas, incluso los panecillos al vapor rellenos de cangrejo o los tallarines frescos del Shanxi. Hay varios China Town, tanto en Manhattan, como en Flushing en Queen's. Estas chinas todavía son más chinas que las del país; los chinos de Nueva York han recreado aquí varios pueblos natales imaginarios.

Tú, que no tienes país natal, no tienes por qué dar un espectáculo chino en los Estados Unidos. Lo que tú necesitas son verdaderos actores occidentales. Y buscabas una actriz cien por cien norteamericana para el papel principal; pero no encontraste a la bellísima Linda hasta el estreno, aunque ella tiene algo de sangre turca. Os conocisteis en Italia, en un festival de teatro, durante la cena que siguió a la representación de tu obra. Ella se sentó a tu mesa, te abrazó y te dio un beso sonoro en una mejilla, luego te dijo:

—¡Me ha encantado su obra! ¡Si viene alguna vez a representarla a Nueva York, no olvide llamarme!

Dijo estas palabras con tanta emoción que te llenó de alegría. Le diste al grupo de teatro su dirección y su número de teléfono, pero no la llamaron y ella no leyó el anuncio en que pedían actores. En Nueva York hay muchas mujeres bellas y buenas actrices. Fue a ver la representación y, cuando la gente ya se marchaba, ella se echó a llorar. No sabías si lloraba por tu obra, por verte, o porque sentía haber perdido la ocasión de actuar en ella; de todos modos, te emocionó. Al final resulta que no estás tan solo en este mundo; tienes muchos antiguos y nuevos amigos. A menudo te das cuenta de que es más fácil comunicar con ellos que con algunos de tus compatriotas chinos, son más directos. Además, encuentras menos obstáculos para hacer el amor con las occidentales. A medianoche recibiste una llamada de París; le dijiste que pensabas en ella. «¿En qué en concreto?», te preguntó. Dijiste que pensabas en su olor. «Entonces te paso este olor por teléfono, totalmente húmeda, ¿de acuerdo?», dijo riendo. «No es suficiente», dijiste que pensabas en ella entera, de los pies a la cabeza. «¿No hay ninguna mujer en tu cama?», preguntó. «Ahora no, pero podría haberla en cualquier momento», contestaste. «¡Eres un cerdo! Aun así, recibe un beso por todo tu cuerpo, entero.»

No eres un hombre honesto, inútil hacerte el inocente. Lo único que quieres es esparcir tu deseo por todo el mundo, llenar de lodo todos los continentes. Por supuesto, es un deseo vano que te pone un poco triste, aunque sabes que esta tristeza se mezcla con una cierta falsedad. En realidad te encanta haber recuperado esta vida, esta vida que te pertenece, a ti, que te acaban de llamar cerdo, que eres correspondido por esa francesa que te acaba de insultar; quieres precisamente darle esta vida, ponerla húmeda para saborearla por completo.

El pasado está tan lejos ahora; viajas por todo el mundo, te sientes muy bien, le gusta el jazz y la improvisación del blues, que se parece a la obra que has escrito. En el cuarto trastero del teatro has encontrado un viejo marco en el que has colocado una pierna de mujer de plástico. Encima has escrito «What» como si fuera tu firma. Te ríes del mundo, y también te ríes de ti mismo. Sólo puedes ser feliz si el mundo y el «tú» se anulan mutuamente. Te gustaría convertirte en un blues, en la vieja canción que cantaba el negro Johnny Hartman:

Dicen que se ha enamorado
Es maravilloso
Maravilloso
Dicen que es tan maravilloso que no tiene cura...

Durante un ensayo, los actores han contado que el día anterior asesinaron a un cantante negro mientras reparaba una avería del coche en la autopista. Los periódicos del día publicaban la foto del cadáver. Una tristeza irresistible se ha apoderado de ti, aunque nunca hubieras escuchado las canciones de aquel hombre.

Te costaría mucho enamorarte de una china. Cuando saliste de tu país, dejaste en la estacada a aquella enfermera y ahora ya no sientes ningún remordimiento, ya no vives entre remordimientos.

Un dulce claro de luna, una ladera de montaña difuminada, unas chozas borrosas, unos arrozales desiertos después de la cosecha que se extienden por el valle, un camino de tierra serpenteando hasta la puerta de un almacén, un poema bucólico anticuado; tienes la sensación de haber visto la escena en sueños: has visto la puerta cerrada de esta casa de tierra, han violado a tu alumna en el interior, nadie puede socorrerla, ella no tenía otra salida, esperaba conseguir un puesto de trabajo para no tener que seguir trabajando en el campo para ganarse su ración de cereales, ése era el precio que debía pagar. Ella está allí, en el otro lado del mundo; hace mucho tiempo que habrá olvidado hasta tu existencia. Suspiras en vano. Lo que consigues que vuelva a ti, más que recuerdos, son deseos.

Ella dice que en este momento no le apetece nada, sólo tiene ganas de llorar; no paran de caerle las lágrimas. Dices que la deseas con locura; pero ella dice que no quiere ser una sustituta, que no es en ella en quien tú quieres entrar; ella tampoco puede entrar en tu corazón, estás tan distante. Tú dices que estás cerca de ella, que sólo le has contado esta historia porque compartes tu cama con ella esta noche, para excitarla, pero ella te pide que no la utilices para sacar tu dolor interno. Tú dices que nunca habrías imaginado que una francesa como ella fuera tan estúpida. Ella dice que aunque sea tonta no puede hacer nada para evitarlo. Tú le preguntas por qué no comprende la maldad masculina; pero ella dice que está bien así, tumbada contigo en la cama, le gusta vuestra relación, no quiere que el deseo sexual ensucie estos buenos sentimientos, desea que la dejes así, tumbada tranquilamente. Luego añade que también puede ser frenética, que podría permitir que un hombre que no conociera de nada hiciera con ella lo que le viniera en gana; pero, justamente porque te ama, no quiere estropear todo lo que tiene contigo. Le recuerdas que te ha dicho que era una puta. Reconoce que lo ha dicho y que, además, es tu puta, pero no en este momento. Le preguntas: ¿Cuándo entonces? Dice que no lo sabe, que cuando llegue el momento te dará todo lo que quieras, pero ahora, además, no tienes condón; tiene miedo de las enfermedades. No tienes que enfadarte con ella, ¿por qué no lo pensaste antes? ¿Dónde encontrar un preservativo de madrugada? Si tienes tantas ganas, eyacula sobre ella, pero no dentro. La abrazas, hueles su cuerpo, la acaricias por todas partes, la embadurnas con tu esperma, con sus lágrimas, con vuestros dos sudores mezclados en su pubis, en sus senos. Le preguntas si está bien. Ella dice que hagas lo que quieras menos preguntas. Te abraza con fuerza para pegarte contra su pecho opulento, dice que de todos modos te ama. Su aliento jadeante y dulce acaricia tu oído.

Cuando abres las cortinas, empieza un nuevo día. Salís a un bar, os sentáis fuera bajo un parasol. Es domingo; la luz del sol de la tarde es dorada. Ha venido expresamente para ver tu obra de teatro. Debe volver a París, a las seis tendrá lugar la inauguración de la exposición de pintura de su amigo. Dice que quiere serle fiel, pero también que te ama. Estás rebosante de alegría. Tiendes el brazo hacia el sol y afirmas que puedes tomar un poco de luz con tus manos, que ella debería intentarlo; mira hacia el astro y ríe. Llega el camarero disculpándose, ya no sirven de comer, el cocinero se ha marchado. ¿Qué se puede comer todavía? Sólo jamón frito con huevos. ¡Pues venga, jamón frito con huevos!

El sol tiene un color dorado irreal, te das cuenta de que todo brilla. Ella dice que es como si hubiera fumado droga. Es cierto, cuando estás con ella te parece que todo lo que os rodea es irreal; escucháis las palabras de las personas de vuestro alrededor como un murmullo lejano y muy nítidas a la vez. Ella dice que se siente muy feliz.

Dices que quieres escribir todo eso. Dice que sería fantástico. Dices que ella ha sido la que te ha provocado estas sensaciones, ella te ha ayudado a transformar tus desgracias en belleza, todo aquello que te pesaba tanto. Ella dice que el sufrimiento, cuando pasa, puede convertirse en belleza, y tú exclamas que ella es una auténtica tía francesa. ¡Una mujer!, rectifica ella, claro. Dices que también es una bruja. Ella dice que es posible. Ha querido que desahogues tus sufrimientos, la has obedecido y te has quedado tranquilo. Es cierto, tanto externa como internamente te has relajado, como si te hubieran lavado por fuera y por dentro. Ella dice que busca justamente sentir lo mismo, ¿no crees que esta sensación es maravillosa? Dices que se la debes a ella. Dice que lo que quiere es a un hombre como tú, y no tu deseo. Dices que todavía tienes ganas de comértela. Pero si no queda nada de mí, ¿no te arrepentirás?, dice ella.

La acompañas hasta la estación; te pasa el brazo por el hombro. Le dices que la amas. Ella te dice que también. Dices que la quieres mucho. Ella dice que también te quiere mucho. Vale la pena vivir, dices. Atención, ¡tienes ganas de cantar! Se ríe a más no poder. Te dice que subas con ella al tren. Dices que todavía falta una representación, no puedes dejar a los actores solos, todavía tienes ese sentido de la responsabilidad. Dice que lo comprende, que no tienes que tomarla en serio, lo ha dicho por decir. Las puertas del tren se cierran y, cuando el convoy se pone en marcha, mueve tres veces los labios para decirte que te quiere. Sabes que no lo dice en serio; quiere seguir fiel a su amigo, como ha dicho. Sin embargo, tú la quieres de verdad, aunque puedas querer también a otras mujeres.

Te sientes ligero como una pluma; tienes la sensación de haber perdido peso. Viajas de país en país, de ciudad en ciudad, de mujer en mujer, no piensas en encontrar un abrigo para toda la vida. Tienes la sensación de que vuelas; sueltas palabras divertidas que, como el esperma que eyaculas, dejan una huella de vida. No esperas nada, no te preocupas por los detalles mínimos de la existencia. Ahora que has sobrevivido, ¿para qué preocuparte? Sólo quieres vivir el presente, como la hoja del árbol que cae después de haber volado por el aire. El destino de las hojas de los árboles, sean del sebo, del álamo o del tilo, es el de caer tarde o temprano; mientras flotes en el viento, debes vivir lo más cómodamente posible. Sigues siendo ese prodigio incurable que viene de una familia condenada al fracaso. Debes liberarte de los obstáculos, compromisos, tormentos y preocupaciones que te han provocado tus ancestros, tu mujer y tus recuerdos. Eres como la música, como este poema de jazz del negro: Dicen que se ha enamorado, es maravilloso, maravilloso; dicen que es tan maravilloso que no tiene cura...

La pierna de plástico que lleva tu firma dentro de un viejo marco está en lo alto del escenario. Mientras cantaban, un viejo desdentado la alzó con la solemnidad con que se alza una bandera. Tu bailarina, una joven japonesa, está de pie en medio del escenario, ofreciendo solemnemente una rosa cortada a los espectadores con las dos manos tendidas. Luego se echa a reír, dejando al descubierto unos dientes muy negros. ¡Es maravilloso, maravilloso, tan maravilloso que no tiene cura!

El arte revolucionario y la revolución del arte; hace tiempo que se juega con todo esto. Si todavía quieres jugar no encontrarás nada nuevo; el mundo se parece a una bandera hecha trizas y desplegada. Al alba, en coche hacia los Alpes, una capa de niebla horizontal te viene a la cara, ya no tienes un cuerpo humano, ni peso, te disuelves siguiendo el viento, riéndote de los demás y de ti mismo...

Eres un triste poema de jazz en la palma de la mano de las mujeres, y en la gruta oscura y húmeda eres insaciable, ¿de qué te puedes quejar? ¿Este pobre pajarillo?

Eres un saxofón que suena según sus sensaciones, que grita dejándose llevar por sus sentimientos, ¡ah, adiós revolución! Si crees que llorar te hace feliz, ponte a llorar, sin miedo a perder nada, sólo eres libre cuando no tienes nada que perder, como el humo ligero que va acompañado del dulce perfume de la hoja de marihuana y de la houttuynia. ¿De qué tienes que preocuparte todavía? ¿De qué puedes tener miedo? Cuando llegue el momento de desaparecer, desaparecerás. Desaparecer entre las piernas opulentas y suaves de una mujer sí que sería maravilloso; entonces comprenderías plenamente lo que llamamos la vida, sin necesidad de tener compasión, sin necesidad de ahorrar nada, poder dilapidarlo todo, ¡sería tan maravilloso que no tiene cura!

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