Read El líder de la manada Online
Authors: César Millán,Melissa Jo Peltier
Tags: #Adiestramiento, #Perros
En un país del Tercer Mundo o en una granja en cualquier parte, es más probable que te veas obligado a confiar en tu lado instintivo para sobrevivir. A diario te relacionas con la Madre Naturaleza de un modo muy similar al de nuestros ancestros. Te ves forzado a mostrarte sereno y firme porque has de conectar con la Madre Naturaleza en sus propios términos si quieres sobrevivir.
En el sur de California hay muchos emigrantes mexicanos, legales e ilegales. Muchos de ellos provienen de entornos rurales o pobres y tuvieron la misma clase de crianza instintiva-espiritual que tuve yo. Los norteamericanos acaudalados los contratan como jardineros, ama de llaves y para tareas de mantenimiento. Esta misma gente es la que me contrata a mí para que les ayude con su perro. Si veo a gente de mi país trabajando en el jardín, suelo preguntarles qué opinan sobre lo que de verdad le ocurre al perro, y nueve veces de cada diez me contestan: «Es que el dueño de la casa no le dice lo que tiene que hacer. Lo trata como si fuera un bebé». Sencillamente. Van directos al grano. Y de las personas que los han empleado me dicen: «Cuando se marchan, le digo al perro lo que tiene que hacer y el animal me escucha. Pero cuando ellos están en casa, no me dejan decirle nada porque temen que pueda herir sus sentimientos». Estos trabajadores no son personas que vayan a hacerle daño al perro, sino más bien al contrario. Rápidamente se ve que el animal se siente a gusto, que confía en ellos. A veces incluso parece que el animal prefiere estar con ellos que con su dueño. Cuando éste vuelve a casa es cuando la inestabilidad y la ansiedad del perro afloran de nuevo.
Hay una cuestión que quiero comentar: aunque soy de la opinión de que en general la gente del Tercer Mundo es más instintiva y está más en sintonía con la Madre Naturaleza que los norteamericanos, con ello no quiero decir que en los países del Tercer Mundo se trate mejor a los animales que la gente de las naciones industrializadas. Más bien al contrario: en los países tercermundistas se suele tratar muy mal a los animales. Yo, por ejemplo, estoy en Estados Unidos en parte por la poca importancia que se da a los perros en México, exceptuando quizás a los más ricos de sus habitantes. La carrera con la que yo soñaba no existe allí. Dado que muchas de las personas de países tercermundistas no ejercitan su lado intelectual-emocional, no siempre se sienten mal cuando un animal está herido, y no leen libros sobre psicología canina en un intento de saber qué es lo que motiva a su perro. Es más: en muchos países como México a las mujeres se las trata peor que a los perros y a los gatos en Norteamérica. Hasta que la gente de los países tercermundistas aprenda a valorar a las mujeres, ¿cómo podemos esperar que aprecien la más mínima dignidad en un animal? Sin embargo, no tienen dificultades a la hora de comunicarse con ellos, y eso es porque viven de un modo interpedendiente con los animales. En la Norteamérica urbana no necesitamos la participación de los animales en nuestra vida diaria para garantizar nuestra supervivencia. Nos hemos alejado cada vez más de nuestra naturaleza animal y hemos bloqueado las conexiones con ilusiones de superioridad intelectual o emocional.
Los habitantes del Tercer Mundo, los sin techo y los granjeros se relacionan con los animales en términos de supervivencia. Tampoco temen mostrar su dominancia sobre los animales. En entornos rurales el concepto de dominancia no es políticamente incorrecto. En una granja de Estados Unidos, el granjero sabe que sólo él puede crear armonía entre todos los animales, y que para conseguirlo, alguien debe llevar el bastón de mando. El animal con el cerebro más grande, el que puede estudiar y comprender la psicología de todos los demás se quedará con ese bastón. En una granja, a pesar de que todos los animales estén domesticados, han de trabajar para conseguir comida y agua. Y viven todos juntos en armonía. El granjero es quien crea esa armonía con la energía serena y firme de su liderazgo. El liderazgo por definición significa cierto grado de autoridad, o de influencia, o de dominación.
Desgraciadamente el término
dominación
se ha transformado en un vocablo de significado oscuro en Estados Unidos. Cuando empleo esta palabra para hacer referencia a nuestra relación con los perros, tengo la sensación de que la gente se siente muy incómoda y mal consigo misma, como si les estuviera pidiendo que se comportaran con sus perros como un dictador de república bananera. El hecho es que la dominación es un fenómeno natural que trasciende las especies gregarias. La Madre Naturaleza la inventó para ayudar a organizar a los animales en grupos sociales jerarquizados, y para asegurar su supervivencia. ¡No significa que un animal se vuelva un tirano contra otro! En la naturaleza, la dominación no es un estado «emocional». No hay coerción, ni culpa, ni sentimientos heridos. Cualquier animal que se gana la posición dominante en una manada de perros debe ganarse su puesto en lo más alto de la jerarquía, y al igual que en ocasiones ser líder de una comunidad humana es un trabajo ingrato, estudios recientes parecen apuntar a que ser el líder de la manada en la naturaleza tampoco es un camino de rosas.
En lobos y muchos otros miembros de la familia de los cánidos las hembras no reproductoras cooperan en la crianza de los cachorros de la hembra alfa, aunque es la pareja dominante la que se encarga de la mayoría o de la totalidad de la reproducción. En 2001 un estudio llevado a cabo por endocrinos pretendía averiguar si ser un miembro subordinado en una manada con esta clase de cooperación en la crianza causaba más estrés a los no dominantes. Al fin y al cabo, son los que pierden en los conflictos y no pueden elegir pareja. Pero estudios de las hormonas del estrés en perros salvajes africanos y mangostas enanas —ambos carnívoros sociales— arrojaron resultados sorprendentes: ¡eran los
dominantes
los que soportaban un nivel mucho más elevado de la hormona del estrés! Tomando por correctas las conclusiones de estos estudios, el investigador Scout Creel de la Montana State University escribió que «ser dominante» puede no ser «tan beneficioso como parece a simple vista. Un coste psicológico oculto podría acompañar al acceso a la pareja y a los recursos de que disfrutan los individuos dominantes. Esto explicaría por qué los subordinados aceptan su posición en la manada con tan sorprendente buena disposición»
[1]
. En otras palabras: los animales dominantes no aceptan el papel del líder ni por dinero ni por las compensaciones. Simplemente han nacido con la energía necesaria para liderar, y aceptan el bastón de mando de un modo natural. Con los perros es el bien de la manada lo que prevalece. Es la misma razón que el dueño de un perro necesita aprender para ser el líder de su manada... y sí, ello implica dominación.
Ser el líder de la manada no es sinónimo de enseñarle a tu perro «quién es el jefe». Se trata de establecer una estructura segura y consistente en la vida de tu perro. Los líderes naturales no controlan a sus subordinados inspirándoles temor. A veces han de desafiarlos o de mostrar su autoridad, pero la mayor parte del tiempo son líderes tranquilos y benévolos. En
Los lobos también lloran
, el famoso relato del naturalista Farley Mowat del tiempo que vivió entre lobos grises en Alaska, hablaba de George, el macho dominante al que observó durante dos años: «George tenía presencia. Su dignidad era imbatible y sin embargo no resultaba distante. Concienzudo al extremo, preocupado por los demás y afectuoso dentro de unos límites razonables, era la clase de padre cuya imagen idealizada aparece en muchos libros melancólicos de reminiscencias familiares, pero cuyo prototipo real prácticamente nunca ha hollado la faz de la tierra sobre dos piernas. George era, en resumen, la clase de padre que todo hijo desea»
[2]
. Por supuesto Mowat está humanizando al lobo, y fue precisamente esa tendencia lo que hizo de él un escritor popular, pero si dudas aún de si ser o no el líder de tu perro, deberías leer de nuevo esa bella descripción de George. Medítala. ¿No te encantaría que tu perro te viese de ese modo?
Ya hemos establecido que los perros no desean vivir en una democracia. Tampoco asimilan sumisión a debilidad. Un animal sumiso está abierto y se muestra deseoso de seguir las directrices que le marca otro más dominante. En los humanos, este rasgo crea la predisposición y la posibilidad de aprender y asimilar información nueva.
Solemos estar en una disposición serena y sumisa mientras leemos un libro o mientras permanecemos sentados y en silencio viendo un concierto o una película. ¿Te consideras «servil» cuando te encuentras en este estado? ¡Por supuesto que no! Sin embargo sí que estás relajado y receptivo. Cuando imparto algún seminario, la mayoría de la audiencia está serena y sumisa. Han venido con la mente abierta, para escuchar y aprender cosas nuevas. Si vas a la iglesia podrás encontrar todas las razas (blanca, latina, negra, asiática) sentada tranquilamente la una al lado de la otra y sumida en el espíritu de la oración. El líder de la manada es el líder religioso, o Dios, y todo el mundo está sereno y sumiso. Si la congregación se reúne después para tomar un café, todo el mundo está de buen humor y puede relacionarse con los demás. Cuando traspasan el umbral del templo es cuando todas las dificultades de siempre, las diferencias y los prejuicios vuelven a asediarlos. Queremos crear para nuestros perros un mundo que les sirva de refugio como la iglesia, para que se sientan seguros, relajados y libres para relacionarse con los demás. Y para producir ese entorno, debemos dominar el arte de proyectar una energía serena y firme.
El liderazgo sereno y firme es el único que funciona en el mundo animal. En nuestro propio mundo, los seres humanos hemos seguido a líderes que nos han coartado, nos han intimidado, han sido agresivos con nosotros y nos han inspirado temor para poder controlarnos. Pero incluso entre los humanos los estudios han demostrado que un liderazgo sereno y firme, el liderazgo esencial, es el mejor modo de avanzar. Daniel Goleman, autor de
Inteligencia emocional
, Richard Boyatzis y Annie McKee han pasado décadas investigando el papel del cerebro humano en la creación del liderazgo más poderoso y eficaz. Basándose en todo lo que sabemos sobre cómo funciona la energía en el reino animal, lo que ellos descubrieron y contaron en su libro
El líder resonante crea más
no debería sorprendernos: «El mejor liderazgo trabaja a través de las emociones»
[3]
. Según ellos, esto se debe a que la razón de nuestras emociones, el sistema límbico del cerebro, es un sistema de bucle abierto, es decir, que depende de fuentes externas al cuerpo para funcionar. «En otras palabras: confiamos en las conexiones con otras personas para alcanzar nuestra propia estabilidad emocional». En este sentido, somos exactamente iguales que otros animales sociales, especialmente los perros. Reflejamos las señales emocionales de los demás «hasta tal punto que una persona puede transmitir señales que pueden alterar los niveles hormonales, la función cardiovascular, el ritmo del sueño e incluso la función inmunológica en el cuerpo de otra»
[4]
.
¿Te acuerdas de Warren, el cliente que tenía una energía negativa tan intensa que afectaba a su perro, a su prometida y a mí? Esa energía que sentíamos los demás no era imaginaria. No sólo la energía negativa o el estado de ánimo que la acompaña pueden afectarnos; las hormonas del estrés que se secretan cuando nos enfadamos tardan horas en ser reabsorbidas por nuestro sistema y desaparecer. Por eso tardé horas en recuperarme de mi encuentro con Warren
[5]
. De acuerdo con los autores de
El líder resonante crea más
«los investigadores han constatado una y otra vez cómo las emociones se diseminan irreparablemente en este sentido cuando las personas están cerca las unas de las otras, incluso cuando el contacto es totalmente no verbal. Por ejemplo, cuando tres extraños se sientan unos frente a otros en silencio durante un par de minutos, el que sea más emocionalmente expresivo transmitirá su estado de ánimo a los otros dos sin haber pronunciado una sola palabra»
[6]
. Los resultados de una energía negativa pueden acarrear consecuencias literalmente letales: los pacientes ingresados en unidades de enfermedades cardíacas atendidas por enfermeras que presentaban un estado de ánimo deprimido y malhumorado padecían un índice de mortalidad cuatro veces superior a aquellos ingresados en unidades atendidas por enfermeras cuyo estado de ánimo estaba más equilibrado
[7]
.
Como hemos visto ya, los animales están más en sintonía con esas energías emocionales que nosotros. Se le llama «contagio emocional» y son la razón de que la rehabilitación que yo practico empleando el «poder de la manada» funcione tan bien para casos «imposibles» de perros en los que la intervención humana no ha servido de nada. Puesto que los perros se comunican entre ellos sin palabras, empleando sólo energía y lenguaje corporal, invitar a un perro desequilibrado a integrarse en una manada equilibrada puede recuperarle de un modo casi inmediato, siempre y cuando se encuentre en un estado sumiso y sereno, lo cual significa abierto también, de modo que esté dispuesto a aprender y absorber la nueva energía. En una manada de perros, la inestabilidad no está permitida. Es más: en caso de detectarse, el grupo en su conjunto toma algún tipo de acción, que a menudo consiste en un ataque. Páginas atrás hablé ya de cómo mi coautora experimentó el modo en que la onda del contagio emocional pasó por toda mi manada en cuestión de décimas de segundo, prácticamente en el momento mismo en que ella cambió de predisposición y pensamiento. Si alguna vez has presenciado cualquier manada en acción, tanto en persona como en un documental de vida salvaje, es uno de los ejemplos más dramáticos y visuales de cómo las emociones y la energía se alían para regular todas las especies sociales del reino animal.
En sus estudios, Goleman, Boyatzis y McKee han definido dos tipos de liderazgo. Al primero lo llamaron
liderazgo disonante
, y en los centros de trabajo norteamericanos es responsable del 42 por ciento de las denuncias de los trabajadores por gritos, abuso verbal y otros comportamientos no deseables. «El liderazgo disonante produce grupos que se sienten emocionalmente discordantes, en los cuales la gente tiene la sensación de estar continuamente desentonada»
[8]
. Muchos peces gordos confían ciegamente en esta forma de liderazgo, ya que opinan que de ese modo consiguen mantener a la gente «alerta». La película documental
Enron: el chico más listo de la sala
contaba la historia de una empresa en la que el liderazgo disonante era la norma. Imaginemos una empresa de Wall Street en la que los agentes compiten entre ellos constantemente, gritándose, con la presión arterial y el temperamento echando humo; todo el mundo está agotado y frenético al final del día, preguntándose si habrán conseguido suficientes beneficios como para mantener su trabajo... eso es el liderazgo disonante.