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Authors: César Millán,Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

El líder de la manada (30 page)

BOOK: El líder de la manada
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Era la primera vez que yo veía un perro de asistencia, y cuando lo vi, me quedé completamente fascinado. Todo tenía un perfecto sentido. Al fin y al cabo, desde tiempos remotos el hombre había desarrollado razas de perros que le ayudaran a sobrevivir. En nuestro mundo, llevamos cargas mentales mucho mayores que físicas, de modo que ¿por qué no emplear a los perros para que nos ayuden a sobrellevar también esas cargas? Ser perro de asistencia está al alcance de cualquier raza de perro, siempre y cuando posea el temperamento adecuado. Algunos, como Sparky, brillan de modo natural en el desempeño de esas funciones. Darle a un perro una tarea importante que realizar es lo mejor que puedes hacer por él. Lleva impreso en sus genes el tener que ganarse la comida y el agua, así como la sensación de tener una misión en la vida. AJ y Sparky ya tienen la clase de lazo que muchas personas tienen que trabajarse durante mucho tiempo con su perro de asistencia, pero ¿podría él sobreponerse a sus dificultades para obtener el título?

Mi consulta con AJ y su marido fue muy reveladora. Vi que ella era una persona muy, muy fuerte, una superviviente que había alcanzado el límite de su capacidad para superar hechos traumáticos. Lo que le había ocurrido a ella podía pasarle a cualquiera, y estaba claro por las lágrimas que le brillaban en los ojos que estaba desesperada por superar ese obstáculo y seguir adelante con su vida. No obstante, aunque padecía un problema psiquiátrico que la incapacitaba profundamente, presentí una gran cantidad de energía positiva palpitando en su fondo. Sin embargo, esa energía estaba asfixiada por el miedo, y a pesar de ser una persona tan fuerte como era, ese temor se lo estaba contagiando a su marido y a sus dos perros. No me sorprendió que me dijera que Ginger y Sparky tenían problemas de agresividad por miedo. ¡Lo estaban bebiendo de su dueña!

Trabajé primero para reducir la agresividad de Sparky y Ginger en la casa, y desde el principio de la sesión pude ver que en el rostro de AJ se encendía una luz. Inmediatamente se dio cuenta de que era su propia inestabilidad la que se estaba reflejando en sus perros. Este momento es siempre crucial para mis clientes. Algunas personas como Danny o Warren, de los que hablamos en capítulos anteriores, nunca llegaron a darse cuenta de este concepto vital. A veces, incluso la persona que a simple vista parece que va a ser incapaz de darse cuenta, como el ejecutivo de los primeros capítulos, termina por captar el mensaje después de haber trabajado con ella durante largo tiempo. Pero en AJ estaba prendiendo como el fuego en pasto seco. Es una persona con una mente muy rápida, y que además estaba altamente motivada. A diferencia de otras a las que parece gustarles regodearse en su infortunio, AJ necesitaba desesperadamente salir del suyo, y en cuanto percibió una posibilidad, se lanzó en barrena. Me dijo: «si pudieras enseñarme a mí a mostrarme serena y firme, no tendría el trastorno del pánico y tampoco necesitaría un perro de asistencia». Y yo le contesté: «No voy a ser yo quien te enseñe, sino Sparky».

Curar tu energía serena y firme

Lo que quería que AJ comprendiera era que el modo más sencillo de ver tu propia energía es estudiar el comportamiento de los animales que tienes a tu alrededor. Mi propia manada me hace permanecer centrado porque siempre me muestra quién soy en todo momento. Si somos capaces de aprender a leer la energía de los animales que nos rodean, todos podremos ser mejores seres humanos y podremos incluso sanar nuestras heridas más profundas.

Al principio de la sesión, AJ me confesó que los «perros que salen en las noticias» le daban mucho miedo, es decir, Akita, rottweiler, pastor alemán y especialmente pitbull. No era de extrañar que sus perros temiesen a cualquier perro desconocido, ya que se limitaban a emular el miedo de su dueña. Pues bien, AJ estaba de suerte, porque tengo la cura perfecta para cualquiera que sienta miedo de los pitbull en mi Centro de Psicología Canina. Los invité a venir a conocer a mi manada, que en aquel momento estaba integrada por cuarenta y siete perros, incluidos doce pitbull. Quería que AJ se enfrentara a ellos cara a cara. Es que yo soy de la opinión de que el único modo en que los humanos o los animales podemos superar nuestros miedos es enfrentándonos al peor escenario posible y conquistándolo. Así es como yo superé mi miedo a volar: subiéndome a un avión y limitándome a experimentar las sensaciones. Por ahora ninguno de los aviones en los que he volado se ha estrellado, de modo que he conseguido que la experiencia de volar sea algo neutro (¡ya que no positivo!). Algunas personas que comparten mi mismo temor toman tranquilizantes o beben alcohol durante el vuelo para relajarse... y luego se preguntan por qué el miedo nunca desaparece. Yo creo que es simplemente porque no se enfrentan a él, sino que lo evitan. Cuantas más sustancias artificiales empleen para bloquear la ansiedad en lugar de pasar por la experiencia, más estarán reforzando su miedo.

También pienso —y lo he visto después de cientos de experiencias con los perros— que muchos animales pueden superar las fobias enfrentándose a sus propios temores. Ése fue el modo en que ayudé a Kane, el gran danés, en una sesión de
El encantador de perros
a superar su miedo a los suelos brillantes. Utilizando el propio ímpetu del perro para llevarle al suelo brillante al que ninguna fuerza ni divina ni humana había podido acercarle durante un año, simplemente esperé con mi energía serena y firme a que Kane se acostumbrara a aquella nueva situación. Proporcionándole una sensación de liderazgo en la que poder confiar, su sentido común consiguió abrirse paso y decirle: «¡vamos hombre, que aquí no hay nada que temer!» En menos de quince minutos Kane se liberó de aquella fobia que le había causado a él y a sus dueños un tremendo estrés durante más de un año. En la actualidad, cuatro años más tarde, sigue estando libre de su fobia al cien por cien. Algunos psicólogos y etólogos animales se refieren a esto como
técnica de inundación
, y algunos de mis críticos me han atacado por utilizarla. Le pedí a mi amiga Alice Clearman, doctora en psiquiatría, que explicase el modo en que la técnica de inundación funciona en el cerebro. Me informó de que
exposición
es el término habitual para esta práctica y que constituye el mejor tratamiento para las fobias en humanos. Su funcionamiento es el siguiente:

«La exposición tiene que ver con la reafirmación mental. Cada vez que nuestra respuesta a algo que tememos se vuelve una pauta en nuestro comportamiento, estamos reforzando ese temor. Si tenemos miedo de las arañas y retrocedemos ante ellas, reforzamos ese temor. Imaginémonos que somos presas de un pánico cerval a las arañas. Ves una en tu dormitorio y sales corriendo en busca de alguien que venga a matarla. O bien vacías medio bote de insecticida en el dormitorio. O llamas a una empresa de control de plagas. ¡Conozco a una persona que pasó tres meses sin entrar en su dormitorio después de haber visto en él a una araña!

»Cada vez que esa persona se aproxima al objeto o a situación temidos, su ansiedad crece. En el caso de las arañas, imaginemos que les tengo miedo y he de matar una. A medida que me voy acercando tengo cada vez más miedo. Puede que lleve un zapato en la mano para aplastarla. El corazón me late a toda velocidad, el pulso palpita en mis sienes, casi estoy hiperventilándome. ¡Estoy aterrada! Me acerco cada vez más, sudando a todo sudar, hasta que de pronto, decido que no soy capaz de hacerlo. Doy media vuelta y salgo a todo correr de la habitación, llamo a mi vecina y le pido que venga a matarla. Cuando huyo, ¿cómo me siento? ¡Aliviada! El pulso pierde velocidad y vuelve a su ritmo habitual. Me seco la frente con la mano, que aún tiembla. ¡Uf! ¡Casi!

»Ahora fijémonos en lo que le he hecho a mi cerebro. La ansiedad había ido creciendo a medida que me acercaba a la araña, hasta que llegó el momento en que me convencí de que no iba a poder hacerlo y salí corriendo de la escena, con lo que experimenté un tremendo alivio. Ese alivio, esa sensación, constituyó en sí misma una recompensa. Me recompensé por haber acabado huyendo de la araña. Me he convencido a mí misma, en particular a mi cerebro, de que las arañas son en realidad criaturas peligrosísimas; lo sé por la sensación de alivio que experimenté al huir. El resultado es que he conseguido hacer crecer mi miedo. Tengo un poco más de miedo a las arañas cada vez que huyo».

La diferencia entre los perros y los humanos en lo referente a las fobias, dice la doctora Clearman, es que los humanos añadimos el pensamiento, la imaginación, los recuerdos y la anticipación a nuestros temores. Los perros no hacen esas cosas; ellos viven el momento, lo cual les proporciona una tremenda ventaja sobre nosotros a la hora de superar sus miedos y sus fobias. Pero para los humanos, aun con nuestra complejidad de pensamiento y memoria, el mejor tratamiento sigue siendo la exposición. La doctora Clearman me dice que el tratamiento para la fobia a las arañas es conseguir que el cliente tenga una araña sobre la piel hasta que deje de tener miedo. El paciente empieza por hablar con un terapeuta que determina el grado de temor, pero el tratamiento es siempre el mismo. Puede hacerse en pequeñas dosis a lo largo de un cierto periodo de tiempo, o sólo en una sesión. La exposición ha sido empleada por los psicólogos desde hace al menos treinta años. La doctora Clearman me explicó que la auténtica montaña de investigación que se ha hecho al respecto ha demostrado que es muy, muy eficaz
[4]
.

Uno de los grandes beneficios de la exposición es que es muy rápida. Con humanos y con perros, la exposición elimina la fobia en un tiempo muy corto. ¿Cuál es el riesgo de dejar que una persona viva con una fobia durante toda su vida? Muchos. Las fobias producen hormonas del estrés que acortan nuestra vida al dañar el corazón, el cerebro y el sistema inmunitario. A los perros les afecta del mismo modo que a los humanos, de modo que contribuir a eliminar este estrés lo antes posible es lo mejor que podemos hacer por un perro ansioso o miedoso. Hay quien dice que usar este método de la exposición es cruel. Por supuesto es una experiencia aterradora forzar a una persona o animal sin una guía experimentada —la ayuda de un terapeuta o un profesional experto en el caso de los animales— que puede hacer más mal que bien. Pero con la información adecuada y una energía firme y serena, ayudar a los perros a eliminar sus fobias les da la oportunidad de relajarse y tener una mejor calidad de vida. Si sabes que puedes hacer desaparecer el miedo o la ansiedad de un modo rápido y seguro, lo mejor que puedes hacer por alguien a quien quieres es exactamente eso. ¿Por qué habría de seguir arrastrando ese sufrimiento? En mi opinión es mejor eliminarlo cuanto antes.

Otro beneficio es la exposición a algo que la doctora Clearman llama
autoeficacia
, es decir, la convicción de que uno puede actuar adecuadamente en una situación. Es importante tanto para humanos como para perros tener confianza y autoestima. Cuando superan una fobia, se sienten muy poderosos y esa sensación afecta a otros aspectos de su vida: se sienten más fuertes, más cómodos y más felices. Esto es lo que yo quería ayudar a conseguir a AJ exponiéndola a mi manada de pitbull. Esperaba que no sólo superase su fobia, sino ayudarla a que se sintiera más fuerte como líder de la manada con Sparky... y en el resto de su vida, algo que necesitaba desesperadamente. La vida de AJ en aquel momento era como un archivador con dos cajones: el de las malas experiencias estaba desbordado mientras que el de las buenas estaba casi vacío. Mi objetivo era ayudar a llenar el que estaba vacío, y mi manada iba a ayudarme a conseguirlo.

La boca del cocodrilo

Cuando AJ llegó al centro le di las normas habituales: no tocar, ni hablar, ni mirar a los ojos. Estaba claro que tenía sus dudas, pero sentía curiosidad y su actitud era muy positiva. Fue algo realmente curioso que en cuanto abrí la puerta uno de mis pitbull, Popeye, salió corriendo a recibirla. AJ tenía miedo de los pitbull, y sin embargo fue Popeye quien acudió para servirle de embajador ante la manada. Inmediatamente me di cuenta de que su ansiedad disminuía. Fue como si se creara un vínculo especial entre Popeye y ella. Empezaba a sentir el poder curativo de los perros.

AJ pasó entre cuarenta y siete perros con sorprendente serenidad. Luego lo describió como una «experiencia extracorpórea». ¡Creo que no podía terminar de creerse que lo estaba haciendo! Salió conmigo a jugar con una pelota de tenis y los perros. A cada momento que pasaba sentía más y más confianza. De hecho, tuve la impresión de que se sentía lo bastante bien como para que entrásemos en un área cerrada juntos y con la compañía de unos cuantos pitbull para organizar una fiesta pitbull privada. Aquello le resultó un poco más duro, pero confiaba en mí y me siguió. Dejé que viera qué ocurría cuando los pit tenían algún conflicto entre ellos, y cómo detenía yo la excitación antes de que escalase. Y le enseñé a esperar a que un perro estuviera relajado antes de darle afecto. Esto, por supuesto, anima al perro a relajarse. Fue precioso ver a Popeye tumbado junto a nosotros todo el rato, muy cerca de AJ, casi como si estuviera protegiéndola. Y también cerca Sparky lo observaba todo. Al ver cómo la incomodidad de AJ con los perros grandes empezaba a disolverse, la agresividad de Sparky podría dar el primer paso hacia la curación.

Un momento verdaderamente importante fue cuando AJ y yo dimos un paseo por el vecindario del centro, que es una zona industrial llena de almacenes y perros sueltos. Cerca de un desguace, nos cruzamos con una hembra preñada cruce de labrador que empezó a ladrarnos. AJ no perdió la calma, de modo que Sparky tampoco. De nuevo volvió a iluminarse el rostro de AJ. Fue un momento en el que quedó patente que ella era la fuente de energía de Sparky. Le mostré a AJ cómo mantenerse firme y serena y repetirse en silencio «no pretendo hacerte daño, pero éste es mi espacio». Le dije que diera un paso hacia el perro agresivo, y AJ vio al animal alejarse sumiso. «¡Eso es!», le dije. «Has ganado». Abbie estaba maravillada. Y a punto de ganar mucho más.

Unas dos semanas después, invité a AJ y a Charles a que trajeran a Sparky y a Ginger al centro. La visita serviría para reforzar los lazos de la manada, pero también serviría para que AJ asegurara lo aprendido en la primera visita. Fue increíble ver el cambio obrado en ella. Le brillaban los ojos, caminaba más erguida y estaba claro que ardía en deseos de volver a entrar con los perros. Para poner a prueba lo que había aprendido, le pedí que compartiera con Charles las mismas normas que le di durante su primera visita. Ella se lanzó confiada a repetir lo de «no tocar, no hablar, no establecer contacto visual», como si llevara viniendo mil veces. Los educadores profesionales saben que cuando una persona comparte sus conocimientos o enseña algo nuevo a alguien, su propio aprendizaje sale reforzado
[5]
. Simplemente enseñar a Charles todas las cosas que había aprendido dos semanas antes dio a AJ una nueva inyección de confianza.

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