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Authors: Robert Vaughan Paul Block

Tags: #Intriga, Religión, Aventuras

El manuscrito Masada (9 page)

BOOK: El manuscrito Masada
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Sus miradas se encontraron y Flannery sintió algo parecido a una descarga eléctrica. Casi le gritó mientras se acercaba al extraño, que alargó su mano hacia él. La burbuja dorada de luz reapareció, tan brillante que Flannery tuvo que protegerse los ojos de su intenso brillo. Cuando se desvaneció el brillo, el hombre ya no estaba.

—¿Qué? —dijo Flannery en voz alta.

Quienes estaban cerca de él lo miraron, algunos por curiosidad, la mayoría con irritación, porque el Santo Padre todavía estaba hablando. Aparentemente, solo Flannery había visto la aparición… si es que había sido una aparición. Y si así fuese, ¿qué significaba?, se preguntó. ¿Qué quería de él el peregrino de piel negra y sencillo ropaje?

Cerrando los ojos, Flannery trató de fijar la imagen del extraño en su memoria. Mientras lo estaba haciendo, la temblorosa voz del Pontífice pareció llenarlo todo de intensidad y de luz.

Bendito sea su santo nombre por siempre jamás.

Bendito sea su santo nombre por siempre jamás.

La terraza de Sarah Arad tenía las mismas baldosas crema y azul marino que el resto de su piso de Jerusalén y estaba amueblada como si fuese otra habitación, con un sofá y una otomana de mimbre y una vajilla de acero y cristal. Por eso, no daba la sensación de que la terraza estuviese separada, sino que formaba parte del conjunto de habitaciones. De hecho, con las puertas correderas completamente abiertas, como estaban esa noche, la actividad fluía sin esfuerzo del interior al exterior.

Preston Lewkis, que había aceptado una inesperada pero bienvenida invitación a cenar, estaba de pie, en la barandilla de la terraza, mirando la ciudad. La noche era agradable y el aire, suave y aromático.

—Espero que tengas hambre —le dijo Sarah detrás de él.

—Nací hambriento y nunca me he recuperado —replicó, volviéndose e inclinándose contra la barandilla. Recordó que la primera vez que había visto a Sarah la había encontrado atractiva, incluso con su atuendo guerrero. La mujer a la que estaba mirando ahora lo era considerablemente más. Su cabello negro azulado, sus ojos almendrados y cutis aceitunado quedaban perfectamente realzados por un vestido de punto negro y corto que caía suelto sobre su cuerpo. Su aspecto era muy femenino,
sexy
, impresionante.

El rostro de Sarah enrojeció levemente y sonrió un poco apurada.

—Me estás mirando.

—Debes de estar acostumbrada a que los hombres lo hagan —replicó Preston, mientras entraba.

—¿Por qué?, gracias… creo —abrió el horno y sacó una parrilla que contenía dos brochetas de carne y verduras brillantes.

—Mmm, huele bien.

—Brochetas de cordero —dijo ella, levantando las brochetas—. ¿Quieres servir el vino mientras yo pongo el arroz?

Preston volvió a salir, descorchó la botella y sirvió un poco en una de las copas, después la hizo girar y tomó un sorbo. Satisfecho, sirvió vino para ambos, al tiempo que Sarah llevaba sus platos. El sostuvo la silla mientras ella se sentaba y se sentó frente a ella.

Sarah levantó su copa.

—Lchaim.

—Lchaim
—replicó Preston— y
mud in your eye
[3]
—añadió.

—¿Mud in your eye
? —hizo una mueca interrogativa.

—Es una especie de vuelta al hogar.

—¿Y dónde está?

—Bueno, ahora está en Waltham (Massachusetts), donde está la universidad, pero yo soy de San Luis.

—¡Oh!, yo he estado allí —dijo ella con entusiasmo—. Mi padre pronunció una conferencia en la Washington University.

—¿Tu padre pronunció una conferencia en Wash U?

—Sí, sobre los descubrimientos arqueológicos en Tierra Santa.

—Mmm, entonces yo ya debía de haber salido de la facultad. No recuerdo a ningún conferenciante que se llamara Arad.

—Mi padre era Saúl Yishar.

Bajando su copa, Preston la miró desconcertado.

—¿Saúl Yishar? —dijo por fin—. ¿Quieres decir que
el
Saúl Yishar
en el que pienso
era tu padre?

—¿Sabes quién era?

—Por supuesto. ¿Quién no ha oído hablar de Saúl Yishar en este campo? Y de tu madre también… Supongo que Nadia era tu madre.

—Sí.

—Asistí a esa conferencia. Hice la carrera en la Washington U. ¿Así que estuviste allí con él? Eso significa que estuvimos en el mismo edificio al mismo tiempo.

Ella sonrió.

—Ahora, en el otro lado del mundo, volvemos a encontrarnos.

—Pero tu apellido…

—Arad es mi apellido de casada —explicó.

—¿Casada…?

—Mi marido era comandante del Ejército de Israel —su voz se elevó suavemente—. Hace dos años lo mataron en un control militar.

—Lo siento… siento mucho oírte decir esto —pasando a un terreno más agradable, continuó—. Saúl y Nadia Yishar eran unos arqueólogos sin igual. No es raro que te interesaras por esta materia, educándote con esa inspiración.

—Puede asustar bastante. Aunque no lo mantengo en secreto, tampoco suelo decir que eran mis padres, porque puede provocar que esperen de mí más de lo que puedo dar.

—El mundo perdió a dos de sus eruditos más brillantes cuando… —se detuvo como si se diera cuenta de repente que hablaba de algo doloroso—. ¡Qué estúpido e insensible soy! A tus padres los mataron cuando…

—Sí, cuando los terroristas palestinos atacaron su excavación.

—Era la primera excavación en Masada, ¿no? —preguntó, y ella cerró los ojos y asintió—. Por eso solicitaste trabajar allí ahora…

—Continuar su trabajo es honrar su memoria —dijo, con una sonrisa apenas perceptible.

—Tu marido
y
tus padres… No puedo decirte cuánto lo siento.

—Sí, bueno, aquí esas cosas son inevitables —dijo Sarah—. Hay que seguir adelante.

Se produjo un silencio incómodo durante el que Preston probó la brocheta.

—Está absolutamente deliciosa.

—Me alegro de que te guste. Es una vieja receta familiar. Bueno, no las brochetas… todo el mundo las hace. Me refiero a las hierbas y las especias.

—Que es lo que la hace tan deliciosa. ¿Qué son?

—No te lo puedo decir. Es un secreto tan antiguo como… tan antiguo como el manuscrito de Masada.

—Como judía, ¿qué piensas del manuscrito? —preguntó.

—¿A qué te refieres con «como judía»?

—Bueno, pone en tela de juicio algunas de vuestras creencias, ¿no? Habla de Cristo, pero se encontró en Masada, que es uno de los lugares judíos más sagrados… y, hasta ahora, totalmente desconectado del cristianismo primitivo.

—¿Por qué iba a cuestionar mis creencias? Después de todo, Jesús fue uno de nuestros chicos —dijo ella con una ligera sonrisa—. Así que la historia judía y la historia del cristianismo primitivo tienen que solaparse por fuerza. Si acaso, apostaría a que acaba cuestionando tus creencias como cristiano.

—¿A mí? No —se burló—. Quizá si fuese católico, como el buen padre Flannery, pero nosotros, los protestantes, estamos acostumbrados a cuestionar y a ser cuestionados.

—Quería preguntarte algo acerca del padre Flannery —dijo Sarah, con cierta precaución.

—¿Sí?

—¿Estás seguro de que era oportuno traerlo al equipo?

—¿A Michael Flannery? Me fío de él por principio.

—Quizá. Pero, aunque puede haberse ganado justamente tu confianza, ha depositado una confianza aún mayor en…

Trataba de encontrar las palabras adecuadas.

—¿En Dios?

—No, en el Vaticano y en la autoridad papal —declaró.

—Dio su palabra de que no diría nada acerca del manuscrito, no hasta que nosotros…

—No estamos hablando de una antigüedad ordinaria —le cortó ella, dejando el tenedor en su plato—. Si se demuestra que el manuscrito es verdaderamente del siglo
I
y, especialmente, si se descubre que es el documento Q, puede sentirse obligado por una autoridad superior a romper su juramento terrenal.

—Michael no —Preston se inclinó sobre la mesa y puso una mano reconfortante sobre la de Sarah—. Pongo mi vida… todas nuestras vidas en sus manos. Y el secreto del manuscrito.

Sarah suspiró.

—Espero que tengas razón.

—Y lo necesitamos —continuó Preston. Le dio unas palmaditas en la mano, después cogió su tenedor y pinchó otro bocado de cordero—. No hay nadie mejor que él para ayudarnos a desvelar los misterios que pueda esconder el manuscrito.

—En realidad, no es el padre Flannery quien me preocupa —dijo ella—. Es la idea de que el Vaticano esté implicado en cualquier nivel. No quiero que quede comprometida la integridad del manuscrito de ninguna manera.

—¿A qué te refieres?

—Aunque siempre he admirado el cristianismo como un movimiento esencialmente judío, no puedo decir que sienta la misma debilidad por el Vaticano. ¿Hay en el mundo alguna organización de pensamiento más cerrado que la Iglesia Católica Romana? —preguntó—. Su motivación primordial es la defensa de la fe… no de la verdad o el saber. Si encontramos algo en este documento que cuestione de alguna manera su doctrina, no ahorrará esfuerzos para desacreditarlo o destruirlo… o, más probablemente, de enterrarlo en sus cámaras acorazadas con todos los demás escritos antiguos que no cuadran exactamente con su rígida ideología.

—No creo que tengamos que preocuparnos por eso —dijo Preston—. Tu gobierno puede estar dispuesto a facilitar fotocopias del manuscrito, pero nunca su posesión. Y el Vaticano tendría que vérselas primero con nosotros, con los Estados Unidos.

—¿Con vosotros?

—Mi universidad está financiando la excavación de Masada, ¿recuerdas? Brandéis tendrá algo que decir si Israel tratara de entregar el manuscrito al Vaticano.

—Espero que tengas razón —dijo ella, moviendo dubitativamente la cabeza—. Sin embargo, cuando la política se mezcla con la religión, ¿quién sabe lo que pueda ocurrir? ¿A qué acuerdos puede llegarse? ¡Ah!, pero eso es mejor dejárselo a los curas y a los políticos —ella levantó su copa y sonrió—. ¿Qué es lo que dijiste?… ¡Tierra en tu ojo!

Preston se rió. Después, levantó su copa y la entrechocó con la de ella; ambos bebieron.

—Bueno, ya está bien de hablar de manuscritos sagrados y de religión —dijo Sarah—. Si hubiese querido comentar cosas del trabajo esta noche, te hubiese invitado al laboratorio.

—¡Oh! —dijo Preston, momentáneamente confundido. Después, al ver la mirada de sus ojos que lo estudiaban por encima del borde de su copa, asintió—. ¡Oh! —repitió—. Sí, por supuesto.

Capítulo 10

E
l padre Sean Wester sirvió dos tazas de café de una cafetera de plata, después añadió cantidades copiosas de leche y azúcar a la de Michael Flannery.

—Michael, ya sé cuánto te gusta un poco de café con su leche y azúcar —bromeó.

Flannery reprimió una sonrisa mientras se inclinaba sobre la mesa y aceptaba la taza.

—Me conoce bien, padre.

—Te conocía mejor que tú cuando eras un sacerdote joven, deseoso de aprenderlo todo, que pasabas todo tu tiempo libre en los archivos. Los dos éramos irlandeses en una tierra extranjera y tuvimos algunas conversaciones verdaderamente interesantes, pero ya no vienes mucho por aquí y este viejo se está quedando solo.

—¡No me diga, padre! ¿Cómo es posible que se encuentre solo en un lugar como este? Rodeado, como está, por todos los santos y sus obras.

Wester bebió su café y miró a su alrededor, a las pilas de libros y manuscritos. A sus setenta y muchos años, había pasado buena parte de ellos secuestrado entre los documentos y objetos de los archivos del Vaticano, algunos de ellos anteriores al nacimiento de Cristo.

—Sin duda, lo que dices es cierto —dejó escapar un leve suspiro—. La sabiduría de los tiempos está reunida entre estos antiguos muros, y, si estás aquí un tiempo suficiente, y el Señor sabe que ya llevo más que eso, ni siquiera tienes que abrir algunas tapas para leer, porque los mismos santos se acercarán y te lo susurrarán al oído.

—¿Alguna vez le ha ocurrido eso?

—Siempre, muchacho. ¿Cómo no va a ocurrir en este lugar?

—No, no estoy hablando metafóricamente. Me refiero a si alguna vez ha visto algo que no pueda explicar, una figura, un santo quizá… —Flannery se detuvo, dejando a medias la frase, cuando vio de qué modo lo miraba el sacerdote mayor—. Bueno, era solo…

—¿Has visto algo?

Flannery tomó un sorbo de su café, evitando a propósito la pregunta de Wester.

—Michael, chico, ¿has visto algo?

Flannery asintió.

—¿Y qué ha sido?

—Durante la misa de ayer, en San Pedro. Me pareció ver algo, a alguien…

—¿Un santo?, ¿la misma Virgen María?

—No, no, nada de eso. Era un hombre corriente, un hombre negro, musculoso y vestido de un modo raro. Fue un segundo; después desapareció.

—¿No es posible que simplemente lo perdieras entre la muchedumbre?

—Supongo… supongo que podría haber sido así —dijo Flannery—. Pero ya no volví a verlo. Quiero decir que yo estaba mirándolo directamente y… bueno, simplemente se desvaneció.

—El calor —dijo Wester—. La ceremonia puede ser terriblemente larga y llegar a hacer un calor espantoso.

—Sí, pero no ha respondido a mi pregunta, padre. ¿Le ha ocurrido a usted algo parecido?

Wester escogió cuidadosamente sus palabras.

—Michael, ¿no habrás vuelto a…?

—No, padre —interrumpió Flannery. Su respuesta era rotunda, aunque no desafiante—. Llevo doce años sin beber nada.

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