Me senté a los pies de la cama. A nadie le agrada ser portador de malas noticias. Cogí el estuche del DVD y lo observé durante unos instantes. A Mystery le gustaban las películas como
Escuela de genios
,
El jovencito Einstein
o
Karate Kid
. A mí me gustaban Werner Herzog, Lars von Trier y Pixar. Eso no quería decir que yo fuese mejor que él; tan sólo que éramos diferentes.
—Tío —le dije—, tu chica me está tirando los tejos.
—No me sorprende —contestó él—. Antes se los ha tirado a Playboy.
—¿Y no piensas hacer nada?
—Me da igual lo que haga. Por mí, Katya puede hacer lo que quiera.
—Bueno —dije yo—. Por lo menos no está embarazada.
—Katya no tiene dos dedos de frente —señaló Mystery—. Lo que se hizo no fue un test de embarazo: fue un test de ovulación. Compró la prueba equivocada. Se hizo la prueba tres veces y las tres veces dio positivo. Eso sí, por si tenía alguna duda, ahora sabe que, a los veintitrés años, todavía ovula.
—Escucha, tío. —Vi que Mystery tenía varios arañazos en los brazos—. La estás alejando de ti. Si nos tira los tejos es sólo para vengarse de ti. Pedruscos contra oro, tío. No le has estado dando suficientes pedruscos.
—Es una alcohólica y una descerebrada. —Mystery guardó silencio durante unos segundos, con los ojos cerrados, mientras asentía repetidamente—. Pero qué cuerpo tiene. Y ese culo… Tiene un culo que es un diez.
Cuando volví al salón, Katya ya no estaba. La puerta de la habitación de Papa estaba abierta. Vi a Katya dentro, acurrucada a su lado en la cama, desnuda de cintura para arriba.
Me retiré a mi cuarto y esperé. La tormenta estalló al cabo de una hora: gritos, portazos, objetos de cristal rompiéndose.
Alguien llamó a mi puerta.
Era Courtney.
—¿Son siempre así tus compañeros de casa?
Mira quién hablaba.
Acompañé a Courtney al dormitorio de Herbal. Al entrar vi que Courtney se había apoderado de la habitación, relegando a Herbal a la piscina de cojines del salón. El suelo estaba cubierto de ropa, de libros y de ceniza de cigarrillos. A los pies de la cama, apenas a unos centímetros del edredón, ardía una vela. Courtney, además, había envuelto con un vestido la bombilla desnuda que iluminaba la habitación, dándole un ambiente más recogido. Abiertas sobre la cama descansaban las cuatro guías telefónicas que había en la mansión. Courtney había arrancado las páginas correspondientes a la sección de abogados.
El ruido que procedía de la habitación de Mystery era cada vez mayor.
—Vamos a ver qué pasa —dijo ella.
Yo no quería involucrarme. No quería tener que sacar a nadie de un lío en el que se habían metido ellos solos. Estaba harto. Lo que hicieran con sus vidas no era mi puto problema.
Aun así, Courtney y yo fuimos al cuarto de Mystery. Katya estaba arrodillada en el suelo, cogiéndose el cuello con las dos manos, como si se estuviera ahogando. Su hermano estaba a su lado, metiéndole un inhalador para asmáticos en la boca. Mystery estaba a un par de pasos, mirando a Katya con los ojos llenos de odio.
—¿Queréis que llame a una ambulancia? —me ofrecí.
—La arrestarían. Tiene demasiadas sustancias prohibidas en el organismo —dijo Mystery con desprecio.
Katya lo miró como si deseara verlo muerto.
Si tenía la fuerza suficiente como para mirarlo así, desde luego no se estaba muriendo.
Cuando Katya por fin salió del cuarto de baño, con la cara enrojecida y cubierta de sudor, Courtney la cogió de un brazo y se sentó con ella en uno de los sofás del salón. Ahí, sin soltarle la mano, le habló de los abortos que había tenido y de lo hermoso que era dar a luz. Yo observé a la extraña pareja.
En ese momento, Courtney parecía la persona más equilibrada de la mansión; la mera idea era como para echarse a temblar.
A la mañana siguiente, Courtney salió de su habitación inusualmente temprano. Llevaba puesto un camisón de Agent Provocateur.
—¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado? —me preguntó frotándose los ojos—. Debe de haber sido una pesadilla —dijo unos instantes después—. Al despertarme no sabía dónde estaba. —Courtney miró a su alrededor. Primero a mí, después a Katya, dormida en el sofá, y al hermano de Katya y a Herbal, que roncaban en la piscina de cojines—. Aquí nadie intenta hacerme daño —suspiró con alivio.
Volvió a su habitación y cerró la puerta. Al cabo de unos minutos, llamaron a la puerta de la mansión.
—¿Dónde está Courtney? —preguntó un chófer.
—Está dormida —dije yo.
—Tiene que presentarse ante el juez dentro de una hora.
El chófer llamó a la puerta de la habitación de Courtney y entró sin esperar a que ella respondiera. Un minuto después, Courtney salía de la habitación con un montón de vestidos.
—No sé qué ponerme —dijo Courtney mientras entraba y salía de varios vestidos y se miraba una y otra vez en el espejo del cuarto de baño. Al final, salió de la mansión con un vestido de noche, negro y sin tirantes, de Katya, las gafas de sol baratas de Herbal y el libro de Robert Greene
Las 48 leyes del poder
bajo el brazo.
—Llevo un traje absurdo porque es un juicio absurdo —les diría después a los periodistas en los juzgados.
Mientras Courtney estaba fuera, nosotros aprovechamos para inspeccionar los daños. Había quemaduras de cigarrillo en la colcha de Herbal y el trozo de pared que había detrás de la puerta estaba destrozado por los continuos portazos. Además, había manchas de un líquido sin definir en el suelo y varias velas sin apagar.
En la cocina, la nevera estaba abierta, igual que lo estaban la mayoría de los armarios. Sobre la encimera había dos tarros abiertos de crema de cacahuetes y uno de mermelada; las tapas estaban en el suelo. Había crema de cacahuetes en la encimera, en las puertas de los armarios y dentro de la nevera. En vez dé quitar el alambre de la bolsa de pan, Courtney había arrancado el plástico de un extremo, como si fuera un animal. Le importaba una mierda. Tenía hambre, así que comía. Ésa era otra cua lidad que reconocían los MDLS: la capacidad de convertirse en un troglodita.
Al volver de los juzgados, Courtney se sentó con el consejo de sabios de Proyecto Hollywood y, entre todos, planeamos su aparición de esa misma noche en el programa de televisión «The Tonight Show with Jay Leno». Mystery y Herbal le enseñaron conceptos como la demostración de valía y los marcos de la
PNL
. Courtney necesitaba un nuevo marco. Ahora mismo, el mundo la veía como a una mujer desquiciada. Pero, tras convivir dos semanas con ella, nosotros sabíamos que sólo estaba pasando por una mala racha. Sí, Courtney era una mujer excéntrica, pero no estaba loca. Además, era increíblemente lista. Entendía e interiorizaba inmediatamente todos los conceptos que le enseñábamos.
—Así que tengo que mostrarme como si fuese una dama en apuros —repitió antes de irse.
Aquella noche, Courtney brilló con luz propia en «The Tonight Show». Al contrario que durante su tan comentada aparición en el programa de David Letterman, Courtney estaba tranquila y mostró buenos modales frente a la cámara; y las canciones que interpretó con su grupo, las Chelsea, fueron un recordatorio de que Courtney Love no era tan sólo una famosa; era una estrella del rock.
Herbal, Mystery, Katya, Kara —una chica a la que había conocido en un bar hacía un par de días— y yo fuimos en el coche de Katya a los estudios de televisión. Al acabar el programa, subimos al camerino de Courtney, donde ella estaba hablando con las chicas del grupo. La guitarrista me impactó desde el primer instante. Era una chica espectacular, alta, con el pelo teñido de rubio y la actitud desenfadada de un músico de rock. ¿Por qué no encontraba nunca chicas así en las discotecas?
—¿Podría quedarme otras dos semanas en tu habitación? —le preguntó Courtney a Herbal.
—Claro —contestó él.
A Herbal siempre le parecía todo bien.
—Puede que sea un mes —le dijo Courtney al salir del camerino.
En el aparcamiento, Mystery se subió al asiento del conductor del coche de Katya. No se habían dirigido la palabra en todo el día. Katya se sentó en el asiento del copiloto y puso un
dance-mix
de Carl Cox. Su gusto musical se centraba en la música house y el techno; Mystery, en cambio, prácticamente no escuchaba nada que no fuera Tool, Pearl Jam o Live. Eso debería haber bastado para hacerlos recapacitar.
El teléfono móvil de Mystery empezó a sonar. Él apagó la música antes de contestar.
Katya volvió a encenderla, aunque no subió mucho el volumen.
Mystery volvió a apagarla, con evidente enfado.
Y así, una y otra vez: encendida, apagada, encendida, apagada; cada vez con más veneno que la anterior. Hasta que Mystery detuvo el coche de un frenazo, mandó a Katya a tomar por culo y se bajó. El coche quedó parado en medio de Ventura Boulevard, bloqueando el tráfico. Mystery se agachó, extendió el brazo derecho y levantó el dedo corazón, exactamente a la altura de la cara de Katya. Ella se pasó al asiento del conductor y condujo hasta la siguiente intersección, donde dio la vuelta con la intención de recoger a Mystery. Al verla parar a su altura, Mystery se volvió, la miró con cara de asco, le hizo un corte de mangas y siguió andando.
Katya se marchó sin él. No estaba enfadada; tan sólo decepcionada por su inmadurez.
Mystery no volvió a la mansión en toda la noche. Lo llamé varias veces al móvil, pero no contestó. Cuando me desperté al día siguiente, seguía sin haber vuelto, y cada vez que marcaba el número de su móvil me saltaba directamente el contestador. Empecé a preocuparme.
Un par de horas después, llamaron a la puerta. Fui a abrir, esperando encontrar a Mystery, pero era el chófer de Courtney.
Uno de los dones de Courtney era su capacidad para convertir a todo el que estuviera cerca de ella en su asistente personal. Un alumno que había ido a la mansión por primera vez había acabado conduciendo hasta Tokyopop para comprarle un libro de manga en el que salía ella; otro había ido a por sábanas limpias al apartamento de Courtney, y un tercero le había mandado varios correos electrónicos a la asesora financiera Suze Orman.
—¡Cara de culo! —le dijo Courtney al hermano de Katya—. ¿Por qué no acompañas al chófer a mi apartamento y me traes mis DVD?
Cuando él se marchó, Courtney le dijo a Katya:
—Es un buen chico. Y además es bastante mono.
—¿Sabías que nunca se ha acostado con una mujer? —le dijo Katya.
Courtney permaneció unos instantes en silencio, como si estuviera analizando la información que acababa de recibir.
—Puede que algún día le haga un favor —comentó finalmente.
Mystery volvió avanzada la noche con una
stripper
de cada brazo. Por el aspecto de los tres, parecía que llevaran veinte años sin salir de una cueva; desde luego, nuestras bombillas de cien vatios no les hacían ningún favor.
—Hola, tío —me dijo, como si acabara de volver de comprar el pan.
—¿Dónde has estado?
—Conocí a Gina en un club de
striptease
—me dijo Mystery—. He pasado la noche con ella.
—Hola —me saludó la morena con cara de caballo que se sujetaba al brazo izquierdo de Mystery.
—Podrías haber llamado. Estábamos preocupados.
Mystery paseó a las chicas por la mansión y, tras asegurarse de presentárselas a Katya, salió al patio con ellas.
Pero Katya no le hizo el menor caso. Como cualquier otra noche, se duchó, limpió las manchas de crema de cacahuete de la cocina y, como deberes para su clase de efectos especiales, le dibujó una lobotomía en la cabeza a Herbal.
Aunque la escenita de las
strippers
no logró poner celosa a Katya, sí consiguió que la reputación de Mystery descendiera más aún entre el resto de los inquilinos de Proyecto Hollywood.
Por la noche, al volver de Standard, Mystery fue a la cocina a por un Sprite. Y fue entonces cuando los oyó. Otro hombre estaba disfrutando de los gemidos que hasta hacía unas horas estaban reservados para él. Se quedó paralizado, escuchando a Herbal y a Katya al otro lado de la puerta. Y Katya parecía estar disfrutando de veras.
Mystery fue al salón y se dejó caer en el suelo. La sangre abandonó su rostro. Al igual que había ocurrido con la muerte de su padre, la pérdida de Katya le había afectado más de lo que él mismo había creído posible.
Nunca subestimes tu capacidad afectiva.
—Estoy enamorado de ella —dijo mientras la primera lágrima manchaba su mejilla—. Estoy enamorado de Katya.
—No, no lo estás —lo corregí yo—. El otro día dijiste que la odiabas y que lo único que te gustaba de ella era su cuerpo. La única razón por la que te sientes así es porque ella está con otro.
—No es verdad —protestó él—. Lo que me duele es que Katya no sienta lo mismo que yo siento por ella.
—Katya te ha querido más que ninguna otra chica que yo haya conocido. Una noche, en el jacuzzi, me dijo que se estaba enamorando de ti. Y en cuanto ocurrió, tú empezaste a tratarla como un frío, distante y miserable cabrón.
—Pero la quiero.
—Dices lo mismo de cada chica con la que te acuestas. Eso no es amor, Mystery. Es vanidad.
—No es verdad —me gritó él con todas sus fuerzas—. ¡Te equivocas!
Se levantó, se fue a su cuarto y cerró la puerta de un portazo; unos trozos de pintura cayeron sobre la moqueta.
Eran tantas sus carencias que una pérdida como aquélla era como un detonador que sacaba a la superficie todos sus problemas afectivos, destruyendo el caparazón narcisista tras el que se escondía.
De camino a mi habitación recordé la escena de
El mago de Oz
en la que el Mago le dice al Hombre de Hojalata: «Un corazón no se juzga por lo que ama, sino por lo que lo aman los demás».
Lo que más deseaba en aquel momento era dormir, que mis sueños limaran mis pensamientos, mis preocupaciones y mis problemas, y levantarme al día siguiente con fuerzas renovadas. Pero Courtney me esperaba en la puerta de mi habitación con unas hojas de papel en la mano.
—Tienes que conseguir localizar a Frank Abagnale —me exigió—. Y llama a Lisa y dile que necesito verla.
—Vale.
No tenía ni la menor idea de qué me estaba pidiendo. No sabía cómo ponerme en contacto con Frank Abagnale (el falsificador de obras de arte cuyas memorias inspiraron la película
Atrápame si puedes
), ni tampoco sabía dónde estaba Lisa, la guitarrista del grupo de Courtney. Pero, a esas alturas, ya había aprendido que lo mejor que podía hacerse ante las constantes órdenes de Courtney era decir que sí y luego no hacer nada. Dentro de un par de horas ya no se acordaría de lo que me había pedido.