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Authors: Neil Strauss

Tags: #Ensayo, Biografía

El método (The game) (51 page)

BOOK: El método (The game)
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Gabby no tenía ningún tacto.

Mientras se lavaba las manos, abrió el armario de las medicinas e inspeccionó concienzudamente su contenido. Al salir del cuarto de baño continuó su investigación en mi dormitorio.

—Me han dicho que eres escritor —dijo—. Deberías escribir algo sobre mí. Tengo una vida muy interesante. Quiero ser actriz. ¿Sabes que hay personas que nacen para ser famosas?  —Cogió unas Ray-Ban de la cómoda y se las probó—. Pues yo soy una de ellas. No es que tenga un don especial ni nada de eso. Sencillamente es algo que he sabido siempre por cómo me mira la gente. Lo sé desde que era pequeña. Una persona rica no necesita decir que es rica.

Gabby cogió una madalena del plato que había sobre el escritorio. El día anterior había sido el día de las madalenas en Proyecto Hollywood. Courtney había recorrido toda la mansión repartiendo platos atiborrados de madalenas. Había madalenas por toda la mansión; muchas más de las que podríamos comer nunca. Gabby le dio un mordisco a la madalena y volvió a dejarla en el plato. Yo no entendía qué hacía aquella chica en mi cuarto.

—Tengo que trabajar —le dije—. Ha sido un placer.

Supuse que sabría encontrar la salida de la mansión sola, pero me equivoqué. Unos minutos después, Mystery se la encontró sentada en su retrete.

Eran dos personas tan narcisistas que lo lógico hubiera sido que se repelieran como los polos positivos de dos imanes, pero, en vez de eso, acabaron acostándose.

Gabby pasó la siguiente semana acostándose con Mystery y peleándose como una gata con Courtney, cuya ropa le gustaba tomar prestada. Al igual que le ocurría a Mystery, el mayor temor de Gabby era que no hubiera nadie que la escuchara; de ahí que siempre estuviera yendo de un cuarto a otro, cotilleando sobre cualquier cosa, quejándose, poniendo a Courtney de los nervios…

Una tarde, mientras se ayudaba de dos cucharas para escarbar en un tarro de crema de cacahuete, Courtney le preguntó a Gabby:

—¿Es que no vas a irte nunca a tu casa?

—¿A mi casa? —Gabby la miró como si no entendiera la pregunta—. Estoy en mi casa.

Era la primera noticia que teníamos.

La mansión tenía la cualidad de atraer a la gente, aunque con el tiempo nos expulsaría a todos.

Twyla fue la siguiente víctima de Proyecto Hollywood. Apareció en nuestras vidas cuando una
stripper
a la que conocía Mystery cayó en una depresión. Al tener experiencia en la materia, Mystery se había ofrecido a darle algunos consejos. Una noche que Gabby había salido de juerga, la
stripper
apareció en la mansión borracha. La acompañaba Twyla, de la que no podía decirse que fuese precisamente un premio. Era una roquera de treinta y cuatro años con la piel curtida, el cuerpo tatuado, el pelo a lo rasta y un corazón de oro. Me recordaba a un Pontiac Fiero, un viejo coche deportivo que podía venirse abajo en cualquier momento.

Cuando Mystery y Twyla empezaron a coquetear, la
stripper
de la depresión se echó a llorar desconsoladamente. Se pasó media hora llorando en la piscina de cojines, hasta que Mystery se llevó a Twyla a su habitación. Por la noche, cuando llegó a casa, Gabby se metió en la cama en la que dormían Twyla y Mystery y se quedó dormida sin decir nada. Gabby y Mystery no estaban enamorados; sencillamente se utilizaban el uno al otro.

A la mañana siguiente, y a la siguiente, Twyla hizo tortitas para todo el mundo. Ya que no parecía tener la menor intención de marcharse, Mystery la contrató como su ayudante personal, con un sueldo de cuatrocientos dólares a la semana.

Cuanto más la ignoraba Mystery, más enamorada creía estar Twyla de él. Mystery le hacía daño una y otra vez, persiguiendo a otras mujeres, pero ella siempre volvía a por más. Mystery parecía disfrutar de las lágrimas de las mujeres; para él eran una constatación de que al menos le importaba a alguien. Cuando no estaba llorando Twyla, era Gabby quien lo hacía. Y cuando no estaba llorando Gabby, era otra chica quien lo hacía.

Se suponía que Proyecto Hollywood iba a ser una manera de rodearnos de sanas influencias que nos ayudaran a enriquecer nuestras vidas, nuestras carreras y nuestra vida sexual. Pero, en vez de eso, la mansión se había convertido en un imán para hombres necesitados y mujeres neuróticas. Proyecto Hollywood atraía a las personas con problemas emocionales y repelía a cualquiera que estuviera en sus cabales. Con tantos huéspedes permanentes, como Courtney, las mujeres de Mystery y los ayudantes, los alumnos y los empleados de Papa, resultaba imposible saber cuántas personas vivían realmente en la mansión.

Sin embargo, tal y como lo veía yo, todo aquello formaba parte de mi proceso de aprendizaje y de crecimiento. Yo había vivido y había trabajado solo prácticamente durante toda mi vida. Nunca había formado parte de un círculo social tan estrecho ni había tenido tantos amigos. Nunca había participado en deportes de equipo ni pertenecido a ningún club ni a ninguna otra agrupación, de cualquier otra índole, antes de unirme a la Comunidad. Proyecto Hollywood me había sacado de mi caparazón solipsista; me estaba proporcionando los recursos que necesitaba para convertirme en un líder; me estaba enseñando a andar sobre la cuerda floja de las dinámicas de grupo; me estaba ayudando a renunciar a todo aquello que carece de valor, como la propiedad privada, la soledad, la higiene, la salud mental y el sueño. Proyecto Hollywood, tal y como yo lo veía, me estaba convirtiendo en un adulto responsable.

Lo cierto era que no me quedaba más remedio; al fin y al cabo, vivía rodeado de niños. Todos los días, alguno de ellos acudía a mí para que le solucionase algún problema:

Gabby: Mystery se está portando como un cabrón. Dice que ésta no es mi casa, que aquí no me quiere nadie.

Mystery: Courtney ha cogido ochocientos dólares de mi cuarto y a cambio me ha dado un cheque sin fondos.

Courtney: El tío ese que siempre lleva los pantalones demasiado subidos no deja de molestarme. ¿No puedes decirle que me deje en paz?

Playboy: Courtney guarda su pis en la nevera, y Twyla está llorando en mi cuarto de baño y se niega a salir.

Twyla: Mystery está intentando tirarse a una chica en su habitación. Me ha dicho que los deje solos, y Papa no me deja dormir en su cuarto.

Papa: Cliff, el de Montreal, se va a quedar unos días en mi habitación, y Courtney le ha quitado cuatro libros y tres pares de calzoncillos.

Aunque había una solución para cada problema, una manera de mimar cada ego, entre tantas cosas apenas me quedaba tiempo para
sargear
. Evitar que Proyecto Hollywood se derrumbara se había convertido en un trabajo a tiempo completo, y las únicas mujeres nuevas que conocía eran las que venían a la mansión.

CAPÍTULO 4

Había salido a comprar algo de comida. Sólo había estado fuera una hora, una sola hora. Al volver me encontré con un Porsche rojo que escupía humo en la entrada, una chica de trece años en el salón y dos rubias de bote que fumaban en el patio.

—¿Qué pasa? —pregunté al tiempo que cerraba la puerta de una patada.

—Te presento a Mari —me dijo Mystery.

—¿La hija de la mujer de la limpieza?

Las mujeres de la limpieza no duraban mucho en Proyecto Hollywood. Limpiar una semana de platos y vasos, de papeleras rebosantes, restos de comida rápida, alcohol derramado y colillas de una docena de tíos y un número indefinido de tías era demasiado para la mayoría de ellas. El resultado era que Proyecto Hollywood podía acumular porquería durante un mes, o incluso más, entre una mujer de la limpieza y otra. La última había batido el récord de permanencia: llevaba con nosotros dos semanas consecutivas.

—Su madre ha ido a comprar productos de limpieza —me dijo Mystery—. Así que yo estoy cuidando de Mari. Me recuerda a mis sobrinas.

Resultaba agradable ver a Mystery portándose como una persona normal, para variar. Aquella adolescente parecía tener un efecto balsámico en él.

En cuanto al Porsche, Courtney había hecho que lo trajeran para que Mystery pudiera llevarla a sus ensayos. Pero, al probarlo, Mystery había descubierto que no bastaba con la intuición para conducir un coche con marchas.

—¿Y quiénes son ésas? —pregunté señalando a las rubias.

—Tocan en el grupo de Courtney.

Volví al patio y me presenté.

—Hola. Soy Style.

—Yo soy Sam —me dijo una chica con aspecto algo varonil y acento de Nueva York—. Toco la batería con Courtney.

—Sí, nos hemos visto antes —le dije yo.

—Sí. Yo también te he visto antes —comentó con sorna la otra chica. Tenía un acento tan duro de Long Island que casi me asustó. Debía de medir cinco centímetros más que yo. Llevaba el pelo recogido en la parte de arriba de la cabeza, como la crin de un caballo, y los ojos castaños pintados con una cantidad de rímel negro que me recordó a Susanna Hoffs de las Bangles y me hizo pensar en todas las veces que me había masturbado viendo el vídeo de
Walk like an egyptian
. Esa chica era la personificación del rock.

—Sí —tartamudeé yo—. Nos vimos en el «Tonight Show», ¿no?

—No. Fue mucho antes. En una fiesta en el hotel Argyle. Recuerdo que te pasaste toda la noche hablando con dos gemelas.

—Ah, las gemelas de porcelana.

No entendía cómo podía haberla olvidado. Tenía muchísimo carisma. Además, una buena postura es una de las virtudes que más atractivas me resultan en una mujer, y la postura de esa chica gritaba seguridad en sí misma. Aunque también parecía decir: «Ten cuidado conmigo».

Volví a entrar en la mansión y le pregunté a Mystery por ella.

—Es Lisa, la guitarrista de Courtney —me dijo—. Es insoportable.

Las chicas habían venido a la mansión para grabar unos temas en acústico para la televisión inglesa. Pero Courtney no aparecía por ninguna parte y Sam y Lisa estaban que echaban chispas. Me uní a ellas e intenté tranquilizarlas. Me sentía tan pequeño a su lado.

Eché un vistazo al estuche de CD de Lisa. Me impresionó que tuviera CD de Cesária Évora, la diva de Cabo Verde. La melancolía y el melodioso ritmo latino de sus canciones son la mejor música con la que se puede besar a una chica. En cuanto vi ese CD supe que acababa de conocer a alguien a quien quería conocer mejor.

Enterrado en algún lugar de mi mente, conservaba un vago recuerdo de lo que me había permitido conocer e interactuar con las mujeres antes de descubrir la industria de la seducción: eran los puntos en común. Basta con descubrir que algo que te apasiona también le guste a otra persona para que surja esa extraña emoción que llamamos química. Los científicos que estudian las feromonas mantienen que cuando dos personas descubren que tienen cosas en común, las feromonas se liberan y surge la atracción.

Mystery se unió a nosotros en el patio y se dejó caer en una silla sin decir nada; era como un remolino que chupaba cualquier feromona que Lisa y yo pudiéramos haber liberado.

—He hablado con Katya hace un rato —me dijo—. Todavía siento algo especial por esa chica.

Miró a Sam y a Lisa, como si estuviera eligiendo un
objetivo
.

—¿Sabéis lo que pasó con Katya? —me preguntó.

Las chicas arquearon las cejas; ya tenían bastante con sus propios problemas.

—Bueno —dije yo al tiempo que me levantaba—. Voy a por un burrito a Poquito Más. Me alegro de volver a veros.

Tenía que largarme de allí. No quería verme mezclado en aquella locura; aunque, pensándolo bien, ya formaba parte de ella.

Bajé la cuesta, hasta Poquito Más, donde me encontré a Extramask sentado a una de las mesas de fuera. Llevaba unos pantalones cortos, una cinta en el pelo y una camiseta blanca empapada en sudor. Extramask estaba leyendo un libro tan grueso como su cabeza.

Era la primera vez que lo veía a solas desde hacía meses. Desde que nos habíamos conocido en el primer taller de Mystery, yo me había sentido como su hermano mayor; aunque, desde que se había incorporado al equipo de la
VDS
, más bien era como un hermano ausente. Así que decidí hacer un esfuerzo por acercarme a él.

—¿Qué lees? —le pregunté.


Yo soy eso
, de Sri Nisargadatta Maharaj —dijo—. Me gusta más que Sri Ramana Maharshi. Sus enseñanzas son más modernas y más fáciles de comprender.

—Vaya. Me dejas impresionado. —No sabía qué otra cosa podía decir. Lo cierto es que no estaba muy al día en literatura espiritual india.

—Sí, empiezo a darme cuenta de que hay algo más en la vida aparte de las mujeres. De que todo esto no significa nada —dijo señalando en la dirección de Proyecto Hollywood—. Nada significa nada.

Yo esperaba que en cualquier momento se echara a reír y se pusiera a hablar de su pene, como en los viejos tiempos.

—Entonces, ¿vas a dejar de
sargear
? —le pregunté.

—Sí. He vivido obsesionado con ello durante mucho tiempo, pero al leer tu boletín sobre los robots sociales me di cuenta de que me estaba convirtiendo en uno. Así que voy a dejar Proyecto Hollywood.

—¿Vas a volver a casa de tus padres?

—No —dijo él—. Me voy a la India.

—¿De verdad? ¡Eso es alucinante! ¿Qué vas a hacer allí?

Extramask era una de las personas más sobreprotegidas que yo había conocido jamas. ¡Si ni siquiera había volado en avión!

—Quiero descubrir quién soy realmente. Hay un ashram cerca de Chennai que se llama Sri Ramanasramam. Ahí es donde quiero ir.

—¿Cuánto tiempo estarás?

—Seis meses, quizá un año. Quién sabe. Puede que nunca vuelva. La verdad es que no lo sé.

Aunque radicales, los planes de Extramask no me sorprendieron. Su repentina transformación, de MDLS en persona espiritual, me recordaba a la de Dustin. Hay personas que se pasan la vida entera intentando llenar el vacío que sienten en el alma y, cuando no consiguen llenarlo con las mujeres, buscan algo mucho más grande: a Dios. Me pregunté dónde buscarían Dustin y Extramask cuando descubrieran que ni siquiera Dios era lo suficientemente grande como para llenar ese vacío.

—Buena suerte, tío —le dije—. Ojalá pudiera decir que te iba a echar de menos, pero la verdad es que casi no te he visto en los últimos meses. De hecho, todo ha sido un poco extraño.

—Ya —dijo Extramask—. Ha sido por mi culpa. —Guardó silencio durante unos instantes, mientras sus labios dibujaban una sonrisa—. A veces mi inseguridad hace que me comporte como un tonto.

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