El misterio de la jungla negra (24 page)

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Authors: Emilio Salgari

Tags: #Aventuras, Clásico

BOOK: El misterio de la jungla negra
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—¡Traidores…! —exclamó tratando de liberarse, pero en vano.

Después un grito de cólera y estupor se escapó de su garganta.

—¡Tú…! ¡Tremal-Naik…!

—Yo, Bharata —respondió el cazador de serpientes.

—¡Miserable!

—Te había dicho que mi misión no había acabado.

—¿Pero qué quieres de mí? Si necesitas mi vida, tómala; el capitán me vengará y muy pronto.

—No tan pronto como crees —dijo Tremal-Naik. —En lugar de amenazarme, responde a nuestras preguntas si te interesa la vida.

—No tengo en ningún aprecio mi piel; he sido dos veces tan estúpido como para caer en tus manos; por consiguiente, puedes matarme.

—Por el contrario, yo quiero salvarte; eres un rehén demasiado valioso para ser sacrificado. Quiero que me digas dónde se encuentra tu amo.

—Para matarlo, ¿verdad? —preguntó Bharata con ironía.

—Eso no te interesa. Dime dónde está.

—¿Dónde está? Abre esa puerta y lo verás.

—¡Está aquí! —exclamaron Tremal-Naik y el viejo
thug.

—Sí, y sólo espera una señal mía para entrar con sus cipayos, deteneros y ahorcaros.

—¡Por la muerte de Siva…! —exclamó Tremal-Naik palideciendo.

—¡Ah…! —exclamó el sargento, riéndose—. ¡Le creíais tan ingenuo como para caer en una trampa…! No, canallas, es él quien os ha tendido una trampa en la que dentro de pocos minutos os cogerá.

—Mientes —dijo Windhya. —Quieres asustarnos.

—¡Abre esa puerta, pues…!

Tremal-Naik empuñó las dos pistolas del prisionero e hizo un gesto como para lanzarse hacia la puerta; Windhya y el viejo
thug se
apresuraron a detenerlo.

—¿Qué locura vas a cometer? —le dijo el faquir.

—Quizás ahí está el capitán —repuso Tremal-Naik.

—¿Y cuántos hombres están con él? ¿Tú lo sabes?

—Bharata puede haber mentido.

—Y también puede haber dicho la verdad. ¿No has oído dos veces el aullido del chacal? Nuestros hombres escondidos en el pantano nos han señalado un peligro.

—¿Qué quieres hacer, entonces…?

—Tranquilizarnos y esperar una mejor ocasión para volver a intentar el golpe.

—Pero, ¿y si estamos rodeados?

—Aunque fuesen mil huiríamos igualmente. Espérame.

El indio estaba a punto de entrar en la habitación contigua cuando se oyó llamar ruidosamente a la puerta, al tiempo que una voz amenazadora gritaba:

—¡Abrid o prendemos fuego a la casa…!

—¡Mis compañeros! —exclamó Bharata.

—¡Que nadie responda! —ordenó el faquir. —Amordazad al prisionero y seguidme en silencio.

—¿Dónde vamos? —preguntó Tremal-Naik.

—Huimos.

—¿Y el capitán? ¿Debo perderlo una vez más?

—Si tienes en aprecio tu vida, ven —respondió el faquir. —Más tarde empezaremos con él otra partida, pero por ahora sólo nos queda escapar.

Amordazaron y ataron rápidamente a Bharata. A una señal del faquir, Tremal-Naik lo cogió entre sus brazos y luego todos pasaron a la habitación contigua, mientras la voz de antes, repetía con mayor fuerza.

—¡Abrid u os asaremos a todos!

El faquir alzó una estera de fibras de coco que cubría el pavimento, luego una piedra y finalmente una plancha de metal. Debajo de esta última apareció una estrecha y oscura escalinata.

—Tomad antorchas —dijo Windhya, —y seguidme.

Descendió por la estrecha escalera y se detuvo en una especie de bodega angosta y bastante húmeda, porque se había excavado a poca distancia del pantano. Lanzó alrededor una rápida mirada y luego dijo al
dondy:

—Súbete a ese trozo de columna que ves en ese rincón.

El indio obedeció.

—¿Hay una plancha de hierro incrustada en la pared?

El
dondy
dio un fuerte puñetazo y se oyó un sordo retumbar metálico.

—La plancha está aquí —dijo.

—Hay un botón en el medio, ¿lo ves?

—Sí, lo he encontrado.

—Aprieta fuerte.

El
dondy
hizo fuerza y pronto se vio cómo la plancha saltaba de golpe, dejando percibir un pasaje oscurísimo.

—¿Oyes algo? —preguntó Windhya.

—No, absolutamente nada.

—Subid todos.

—¿Y tú? —preguntó el viejo
thug.

—Yo os alcanzaré en seguida.

Tremal-Naik, el
dondy
y el
thug
se lanzaron por aquel pasadizo, llevándose consigo a Bharata, que no intentaba ni siquiera oponer la menor resistencia, sabiendo, por lo demás, que hubiera sido vana.

Windhya esperó a que sus compañeros hubieran desaparecido, luego volvió a ascender por la escalera que conducía a su cabaña y se puso a escuchar.

En el exterior se oía gritar a los cipayos, amenazando volar la casucha. Cansados de esperar comenzaron en seguida a trabajar con las culatas de los fusiles para derribar la puerta.

—Nadie os impedirá el paso —murmuró el faquir con una sonrisa irónica. —Veremos si sois capaces de descubrirnos en los tenebrosos subterráneos de la vieja pagoda.

Tomó una tercera antorcha, se sujetó en el cinturón un ancho y pesado cuchillo y luego descendió a la bodega deteniéndose ante la pared opuesta a la de la plancha.

Alzó la antorcha para observarla atentamente durante unos instantes y luego empuñó el cuchillo y asestó un golpe formidable.

Una gran plancha de vidrio, ennegrecida por el tiempo, el polvo y la humedad, quedó destrozada por el choque y un enorme chorro de agua irrumpió mugiendo en la bodega.

—Puede ser que el pantano se quede seco, pero, ¿qué importa? —murmuró. —Huyamos antes de que el agua llegue a la galería y nos ahogue a todos.

Mientras por encima de sus cabezas resonaban los golpes propinados por los cipayos a la puerta, el agua invadía rápidamente la bodega subiendo su nivel a ojos vistas; el viejo se alzó sobre la columna y se adentró por el corredor.

Tanteó durante unos instantes las jambas de la abertura, y habiendo encontrado un saliente, lo apretó con ambas manos. En seguida la gruesa plancha de hierro se volvió a cerrar violentamente.

—Ahora, alcanzadnos —dijo el indio riendo. —Entre nosotros y vosotros habrá una buena masa de agua.

Y se precipitó por el corredor para alcanzar a sus compañeros, ya muy lejos.

EN LOS SUBTERRÁNEOS DE LA PAGODA

Aquel pasadizo subterráneo, ignorado seguramente por el capitán y sus cipayos, era tortuoso, húmedo y tan estrecho que apenas dejaba pasar a un solo hombre.

Descendían por una pendiente unas veces más fuerte y otras menos, describiendo numerosas curvas, como si diese vueltas alrededor del pantano o de la vieja pagoda. Inmundos insectos, que habían penetrado por las fisuras del suelo, habían ocupado ya la galería seguros de gozar allí de una tranquilidad absoluta. A la luz de las antorchas se veía escapar, asustados por aquella imprevista e inesperada invasión, a escorpiones de todas dimensiones y todos los colores, escolopendras, arañas negras y velludas, de extraordinario grosor, y también a algunos biscobra, especie de lagartijas horribles, erizadas de pinchos, con la lengua dividida en dos dardos córneos que destilaban un veneno peligrosísimo.

Tremal-Naik, que mantenía siempre estrechado a Bharata entre sus brazos, después de haber recorrido unos quinientos pasos se detuvo en una pequeña caverna, que no parecía tener salida.

—No se puede avanzar —dijo al
dondy
y al viejo
thug,
que le habían alcanzado. —No veo ningún pasaje.

—Esperemos a Windhya —respondió el
thug.
Sólo él conoce estos subterráneos.

—He oído hablar de la vieja pagoda —dijo el
dondy. —
No creo que el túnel acabe aquí.

—Si fuese así, sería la muerte para nosotros —dijo Tremal-Naik. —Los cipayos no tardarán en descubrir el pasadizo.

En aquel momento divisaron a Windhya, que corría rápidamente para llegar hasta ellos.

—Ya está hecho —dijo apagando su antorcha. —Ahora estamos ya seguros de que no nos seguirán.

—¿Por qué? —preguntó Tremal-Naik.

—La bodega está llena de agua y nadie podrá descubrir la plancha.

—¿Adonde vamos ahora? —preguntó el
dondy. —
Aquí ya no hay más pasadizos.

—Yo sé dónde se encuentra el pasadizo —respondió Windhya.

Tomó una antorcha y estaba a punto de examinar las paredes de la caverna cuando una espantosa detonación se oyó resonar en lontananza. La sacudida en el suelo fue tal que una considerable cantidad de piedras se soltaron de la bóveda, cayendo con gran estrépito.

Afortunadamente los cuatro indios, que se habían dado cuenta a tiempo del derrumbamiento, se habían lanzado precipitadamente al túnel, arrastrando con ellos al prisionero.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Tremal-Naik—. ¿Habrán hecho estallar una mina?

—Han hecho saltar mi casa, según creo —dijo Windhya, que parecía lleno de inquietud. —Este es un golpe que no me esperaba.

—¿Se habrá derrumbado la galería? —preguntó el
dondy.

—No creo, pero… ¡Escuchad! ¿No oís nada?

Tremal-Naik y sus dos compañeros contuvieron la respiración y se pusieron a escuchar. Del oscuro túnel que habían recorrido se oía avanzar un sordo mugido que cada vez se hacía rápidamente más claro.

Los cuatro indios se miraron entre sí con inquietud.

—¿Qué es ese rumor que se aproxima? —preguntó Tremal-Naik.

—No lo sé —dijo Windhya.

—Se diría que una corriente de agua irrumpe por la galería.

—¡Agua! —exclamó Windhya con acento aterrorizado. —Entonces han hecho saltar también la plancha de hierro que nos protegía.

—Huyamos —dijo el viejo
thug. —
¡Pronto, busca el pasadizo!

Windhya se lanzó hacia un rincón de la caverna donde, como sabía, se encontraba una segunda plancha que comunicaba con los subterráneos de la vieja pagoda. Ya había descubierto el botón que debía hacer saltar el muelle cuando por el oscuro túnel se volcó un verdadero alud de agua tumultuosa.

El choque de aquella masa líquida fue tan violento que los cuatro indios y el prisionero fueron lanzados contra la pared opuesta. Dos antorchas se apagaron, pero el viejo
thug
había alzado rápidamente la suya, para que la oscuridad no se hiciera total.

Durante algunos minutos los desgraciados se sintieron arrastrar unas veces adelante, otras veces atrás, por aquel furioso torrente que irrumpía con mugidos pavorosos en la caverna, amenazando llenarla hasta la bóveda y ahogarlos a todos. Al no encontrar salida el agua chocaba contra las paredes formando verdaderas oleadas y crecía a ojos vistas, haciendo extraordinariamente peligrosa la situación de aquellos cinco hombres.

—¡Por la muerte de Siva! —exclamó Tremal-Naik, que había soltado a Bharata—. ¡Estamos a punto de ahogarnos! ¿Qué ha ocurrido?

—Se ha roto la plancha de metal y el agua de la bodega y del pantano ha invadido la galería —explicó Windhya.

—Es preciso abrir un escape para el agua —dijo el viejo
thug.

—Hay un pasaje, pero ahora se encuentra sumergido.

—Tratemos de abrirlo.

—El túnel se secará y los cipayos nos cazarán.

—Es mejor una persecución que la muerte cierta —dijo Tremal-Naik. —Rápido, Windhya, encuentra la plancha o en pocos minutos estaremos ahogados.

—Mantén alta la antorcha —dijo el faquir al viejo
thug.
—Si se apaga estamos perdidos.

El agua continuaba irrumpiendo furiosamente en la caverna, pero, como todo el túnel estaba ya invadido, las oleadas se habían calmado. No obstante, el nivel continuaba elevándose y los cinco hombres se encontraban sumergidos hasta el pecho. Unos minutos más y el agua llegaría a sus barbillas.

Después de haber observado las paredes de la caverna, el faquir se había dirigido hacia un ángulo y luego, provisto de una buena cantidad de aire, se había sumergido resueltamente para hacer saltar el muelle de la plancha.

Tres veces se vio obligado a volver a la superficie para respirar; a la cuarta inmersión encontró finalmente el botón y lo pulsó con todas las fuerzas de sus dedos. Casi en seguida en aquel ángulo se formó un pequeño remolino, luego se oyeron mugidos cortos que cada vez se hacían más claros.

El faquir, agarrándose a las protuberancias de las rocas, se alejó precipitadamente para no ser arrastrado por la corriente subterránea y sumergido en los túneles de escape.

—Estamos salvados —gritó, alcanzando a sus compañeros—. ¡El agua huye por las galerías de la pagoda!

—Ya era hora —murmuró Tremal-Naik. —Nuestro prisionero, que es de estatura más baja que la nuestra, estaba a punto de ahogarse.

El agua comenzaba a descender, aunque lentamente, porque aún continuaba entrando otra.

Antes de que la caverna quedase seca era necesario esperar a que el pantano agotase totalmente su depósito de agua, no muy grande, a decir verdad, pero de todas formas considerable.

—Tendremos que esperar un par de horas —dijo Windhya a Tremal-Naik, que se lo había preguntado.

—Y luego, ¿adonde iremos?

—A los subterráneos de la pagoda.

—¿Nos perseguirán los cipayos?

—Casi con toda seguridad. Cuando vean secarse el pantano adivinarán el camino seguido por el agua y buscarán la galería.

—¿Crees que podremos escapar de ellos?

—Así lo espero.

—¿Y a Bharata, lo llevaremos con nosotros? Temo que ya nos será más de estorbo que de utilidad.

—Es verdad —respondió Windhya. —Sin embargo, no podemos abandonarlo. ¿Quién sabe? Puede sernos todavía necesario, para conocer mejor los propósitos del capitán.

—Y además puede transformarse en un rehén valioso —dijo el viejo
thug. —
Si lo dejamos aquí puede enseñar a los cipayos el camino que hemos tomado.

—Podemos matarlo —dijo el faquir.

—Sería un delito inútil —respondió Tremal-Naik.

—Entonces lo llevaremos con nosotros —concluyó el viejo
thug.

Mientras cambiaban estas palabras, el agua continuaba descendiendo, encontrando desahogo en los subterráneos de la vieja pagoda. Al cabo de media hora los cinco indios tenían agua solamente hasta la cintura.

El faquir, que era presa de una viva inquietud, temiendo la aparición repentina de los cipayos, quiso aprovecharse de ellos para hacer una rápida exploración en la galería que comunicaba con su bodega.

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