Los cipayos, después de haber volado el paso para desembarazarlo de la masa líquida que obstruía su avance, se preparaban para invadir la caverna.
Mientras el faquir llegaba a la escalerilla que conducía al corredor que comunicaba con el río, se oyó una voz gritar:
—¡Adelante!
Tremal-Naik lanzó un grito de rabia.
—¡La voz de Bharata!
—Nos ha engañado y ahora intenta cazarnos —dijo el viejo
thug.
—Si ese bribón vuelve a caer en nuestras manos, no dejaré que se salve.
A la orden dada por el sargento, los cipayos se habían lanzado por la galería con la furia de un torrente, chapoteando en el agua. Eran quince o veinte, armados de fusiles y provistos de antorchas.
Cuando llegaron a la caverna se detuvieron, ya que el agua les llegaba hasta el cuello.
—Aquí están —gritó uno de ellos.
Windhya, Tremal-Naik y el viejo
thug
habían llegado ya al túnel y se habían refugiado en él, pero el
dondy,
más viejo que ellos y ya quebrantado por aquella carrera y aquellos continuos baños, se encontraba en el último escalón.
Al divisarlo, algunos cipayos apuntaron rápidamente sus armas y lo saludaron con una descarga.
El desgraciado faquir, acribillado por las balas, soltó la escalera y se precipitó al agua sin lanzar un solo grito.
Oyendo la sacudida producida por el cuerpo que se hundía, Tremal-Naik se había vuelto.
—El
dondy
ha muerto —gritó.
—¡Adelante! —respondió Windhya—. ¡No es momento de ocuparse de los muertos!
Los tres indios se lanzaron por la galería mientras los cipayos avanzaban nadando para llegar a la escalerilla.
Habiendo recorrido doscientos metros, Windhya se detuvo un momento para dejar pasar a sus compañeros. Había una gruesa puerta de hierro en aquel punto, pero estaba abierta.
—Este obstáculo bastará para retenerles algún tiempo —dijo.
Y cerró la puerta tras sí con gran estruendo.
—¿Adonde vamos? —preguntó Tremal-Naik.
—Siempre adelante —respondió el faquir.
—¿No hay obstáculos? —No se ve nada.
—El río no está lejos.
Los tres reemprendieron la carrera, chocando entre sí y empujándose. Corrían a tientas, con las manos tendidas para no romperse la cara contra cualquier pared o contra cualquier obstáculo, espoleados por el temor.
De repente, en el fondo de un largo corredor comenzaron a percibir un atisbo de luz, mientras a sus oídos llegaba un sordo roce que parecía producido por el lejano curso de agua.
—¿Qué es ese rumor? —preguntó Tremal-Naik.
—Es el Ganges —respondió Windhya.
Continuando su carrera, llegaron poco después a una tercera y aún más amplia caverna, que recibía un poco de luz por una estrecha abertura practicada en la altísima bóveda.
Su aparición en este último antro fue saludada por un chirrido ensordecedor que venía de arriba. Tremal-Naik y el
thug,
al no saber de dónde procedía, se detuvieron, mirando con inquietud a su alrededor.
Sólo entonces se dieron cuenta de que las paredes y la bóveda estaban tapizadas con grandes manchas negruzcas que se agitaban, emitiendo sordos charloteos como si fueran personas que murmurasen entre sí. Eran millares y millares de
badul,
especie de repugnantes murciélagos de una longitud de más de un pie y con las alas bastante amplias, la cabeza y el cuerpo cubiertos de un vello castaño oscuro, atravesado por una franja amarillenta.
Viendo a aquellos tres hombres irrumpir en su caverna, aquellos habitantes de las tinieblas comenzaron a agitarse y a protestar contra el allanamiento de morada. Al principio se reunieron, apretándose entre sí para formar una gran masa viviente y ruidosa y luego comenzaron a volar por la caverna huyendo en todas direcciones al tuntún, chocando contra los tres hombres y golpeando sus rostros con las frías y gigantescas alas.
Tremal-Naik y sus compañeros pasaron corriendo en medio de aquel caos de animales espantados y llegaron a un nuevo corredor en cuyo extremo se oía el ruido continuo que anunciaba la proximidad del río.
—Venid —dijo Windhya—. ¡Ahora estamos a salvo!
Recorrieron el último tramo de la galería, cuya bóveda descendía rápidamente, y llegaron ante una hendidura a través de la cual se veía correr el agua.
—¿Pasaremos? —preguntó Tremal-Naik.
—Basta sumergirse —respondió Windhya.
Dio unos pasos adelante y se encontró con el agua hasta los muslos. El plano de la galería descendía rápidamente siguiendo la inclinación de la orilla y terminaba a un metro bajo el nivel del río.
El faquir, que continuaba sumergiéndose, estaba para arrojarse resueltamente al Ganges cuando se le vio retroceder rápidamente con un gesto de rabia.
—¿Qué sucede? —preguntó Tremal-Naik.
—¡El río está vigilado por los cipayos!
—¡Maldición…!
El faquir no se había equivocado. A las primeras claridades del alba había descubierto tres chalupas, en las que había una docena de cipayos, detenidas en medio del río como si vigilasen la salida de la galería.
Probablemente los hombres que iban a bordo debían de ignorar el punto exacto donde terminaban los grandes subterráneos de la vieja pagoda, porque, de no ser así, no habrían dudado en entrar para coger a los fugitivos entre dos fuegos; sin embargo, se les debía de haber informado de que la galería desembocaba cerca de aquella orilla.
Al divisar aquellas tres chalupas, Tremal-Naik palideció. Retrocedió lentamente hasta llegar junto al faquir, y, mirándole con ojos amenazadores, le dijo:
—¡Alguien nos ha traicionado!
—¿Te has olvidado, pues, de Bharata? —preguntó el faquir. —El es quien nos ha perdido.
—¡Bharata!
—Ha oído nuestra charla, me ha oído hablar de una salida al Ganges; y apenas se ha visto libre ha dado órdenes para que se vigile la orilla.
—Y ahora, ¿qué haremos? —preguntó Tremal-Naik.
—Intentemos un golpe desesperado —respondió Windhya. —Si nos quedamos aquí, pronto caerán sobre nosotros a través de los subterráneos.
—¿Y la puerta de hierro?
—A estas horas la habrán hecho saltar con una mina.
—¿Qué quieres intentar?
—Todos somos buenos nadadores. Sumerjámonos y nademos bajo el agua, intentando llegar a la orilla opuesta.
—Si los hombres de las chalupas nos descubren la emprenderán a tiros con nosotros.
—Ya lo sé, pero yo de todas formas lo intentaré. El río arrastra siempre cadáveres, troncos de árboles, urnas funerarias; por consiguiente, no es fácil descubrirnos. ¡Al agua!
No cabía la vacilación. Dentro de pocos instantes los soldados que les perseguían a través de los túneles, derribando todos los obstáculos con las minas, llegarían a aquel último refugio y les harían prisioneros. Hicieron una buena provisión de aire y luego se sumergieron abandonando la galería.
Tremal-Naik, en lugar de atravesar el río en línea recta, se dejó transportar por la corriente con el fin de no chocar contra las tres chalupas que estaban fondeadas a trescientos pasos de la orilla, nadando con extraordinario vigor y manteniéndose sumergido el mayor tiempo posible.
Reteniendo la respiración hasta el punto de sentir los latidos del corazón en sus oídos, recorrió doscientas brazas, luego salió a la superficie, dejando sólo emerger la punta de la nariz. Renovada su provisión de aire, volvió a hundirse, intentando cortar la corriente para llegar a las plantas acuáticas de la orilla opuesta. Ya había recorrido otras cuatrocientas brazas cuando al volver a flote oyó un disparo, seguido por un aullido.
—Han acertado a alguien —pensó.
Aunque se sentía exhausto, continuó nadando bajo el agua, hasta que se percató de que estaba a punto de perder el sentido. Aun a riesgo de recibir una bala en el cráneo, con un golpe de piernas volvió a la superficie.
Cuando iba a emerger chocó contra una masa que arrastraba la corriente.
—Algún cadáver o algún tronco de árbol —pensó.
Se agarró a él y luego, manteniéndose escondido detrás de aquella masa, sacó la cabeza y abrió los ojos.
Se le escapó un grito ahogado. El cadáver con el que había chocado era el de Windhya.
El desgraciado faquir había recibido una bala en el cráneo y era arrastrado por la corriente enrojeciendo el agua a su alrededor.
Tremal-Naik rechazó con repugnancia aquel cuerpo todavía tibio y luego volvió a meterse bajo el agua. Había divisado la orilla a poca distancia, mientras las chalupas se encontraban ya a una distancia de medio kilómetro.
Recorrió aquel tramo en dos períodos, nadando desesperadamente por temor a ser descubierto y muerto, y llegó hasta el centro de un matorral de hojas flotantes, redondas y muy grandes,
ghil,
especie de loto que produce raíces gruesas que semejan nabos y que son ávidamente buscadas por los habitantes del Ganges.
Una bandada de aves acuáticas levantó el vuelo a través del río.
Tremal-Naik, temiendo que los cipayos de las chalupas sospecharan el verdadero motivo de aquella fuga precipitada de los volátiles, se mantuvo algunos minutos escondido entre las hojas flotantes y luego se acercó lentamente a la orilla, que en aquel lugar descendía dulcemente, cubierta por césped y hierbas altas, y con un último impulso salió del agua.
Ocultándose en lo más espeso del matorral, Tremal-Naik se izó a una gran rama cubierta de espeso follaje y miró hacia el río.
De las tres chalupas, dos se habían acercado a la desembocadura del túnel de donde se veían salir algunos soldados, probablemente los mismos que habían atravesado los subterráneos de la vieja pagoda; la tercera, por el contrario, descendía por el Ganges como si intentase alcanzar algo que arrastraba la corriente.
—Buscan el cadáver del faquir —murmuró Tremal-Naik—. ¿Y qué habrá ocurrido con el viejo
thug?
¿Se habrá ahogado o le habrán aprehendido?
Apenas había pronunciado estas palabras cuando vio las hojas de los
ghil
que poco antes había atravesado agitarse como si alguien intentase deslizarse por en medio de los tallos que las sostenían.
Al principio creyó que se trataba de algún pez grande; pero, observando con mayor atención, se dio cuenta que de vez en cuando emergía de las hojas una cabeza humana, perfectamente rasurada como usan la mayor parte de los bengalíes. Comprendió que se trataba del viejo
thug.
Se llevó una mano a los labios e imitó hábilmente el aullido del chacal.
El indio levantó la cabeza y miró hacia la orilla. Había comprendido que tenía cerca a algún amigo, pero dudaba en dejar su escondite acuático.
—Ven —gritó Tremal-Naik. —Ya no tenemos nada que temer.
El viejo se lanzó a la orilla, se arrojó entre las hierbas y llegó al matorral.
—¡Estamos a salvo! —dijo. —Estoy contento de que tú también hayas escapado a la persecución.
—¿Sabes que han matado a Windhya?
—Ya lo sé, Tremal-Naik —respondió el
thug. —
Cuando le han herido yo estaba a diez pasos de él.
—¿Y ahora qué haremos?
—Huiremos hacia el sur.
—¿Y luego?
—Iremos a buscar los
porom-hungse.
—¿Y el capitán…?
—No es el momento de pensar en él.
—¿Y si ya hubiera partido?
—No lo creo, Tremal-Naik. Apresurémonos a alejarnos antes de que las chalupas se dirijan a esta parte; los soldados vienen a inspeccionar la orilla.
—¿Conoces el camino?
—Bastará seguir la orilla manteniéndose a cierta distancia —respondió el
thug.
Estaban a punto de salir del matorral cuando vieron venir desde un arrozal próximo a un sacerdote brahmán, un magnífico hombre de estatura considerable, con una barba imponente ya entrecana y vestido con un hábito blanco. Tenía en la mano un vaso de metal muy reluciente, capaz de contener tres o cuatro litros de agua.
—He aquí un inoportuno que viene a bañarse justamente aquí —dijo Tremal-Naik.
—Quizás es una suerte para nosotros —respondió el
thug. —
Ese hombre puede darnos refugio y protegernos contra los cipayos, los cuales no se atreverían a violar la casa de un sacerdote de Brahma. Dejémosle hacer sus abluciones y luego le abordaremos.
El brahmán pasó junto al matorral sin darse cuenta de la presencia de los dos fugitivos; descendió lentamente por la orilla, teniendo los ojos fijos en el sol, que entonces se elevaba en el horizonte; después se desembarazó del manto y se bañó los pies y las manos.
Hecho esto, recogió un poco de agua en la palma de la mano derecha, elevó ésta haciendo escurrir el agua hacia el pulso, como enseña el
achumunu,
luego se tocó la nariz, la boca, las orejas, los labios, los ojos, el abdomen y los hombros murmurando las correspondientes oraciones.
Cumplida aquella primera ceremonia, se sentó en la orilla y volvió el rostro hacia los cuatro puntos cardinales; se limpió los dientes preparando primero un trocito de madera verde, operación que los brahmanes deben realizar al surgir el sol, con lo que evitan que su alma, en la futura reencarnación, pase al cuerpo de un insecto inmundo; luego, habiendo recogido un poco de fango, trazó bastantes signos en su frente.
Pero todavía no había acabado. Los brahmanes tienen que cumplir durante la jornada tantas ceremonias singulares como para poner a prueba su paciencia. Después de aquella primera limpieza, los sacerdotes deben recoger flores y hacer un ramillete para llevar a casa, luego deben embadurnarse todo el cuerpo de fango, posteriormente descender al río hasta que el agua les llegue al pecho y, manteniendo siempre la cabeza vuelta hacia oriente, entrecruzar los dedos de diversas formas, cubrirse el rostro con los cabellos, tapar durante algún tiempo sus oídos con los pulgares, luego meterse los meñiques en las narices y los otros dedos en los ojos y sumergirse tres veces en las aguas sagradas.
Realizadas estas distintas ceremonias, que harían reír a un europeo, deben unir las manos repitiendo tres invocaciones a su dios, arrojarse agua en la cabeza, recoger después agua en sus manos reunidas y ofrecerla por tres veces al sol, y finalmente llevar a cabo una última inmersión recitando algunas fórmulas para asegurarse la beatitud en esta vida y en la otra.
El brahmán que había acudido a la orilla del Ganges, una vez terminadas todas las ceremonias, volvió a ascender por la orilla sentándose a poca distancia del matorral, para luego, habiendo mezclado un poco de minio y fango, trazar los signos especiales de su casta, una mancha en medio de la frente, una encima de la nariz y varias en el cuerpo, actuando ahora con un dedo y luego con otro, porque cada marca debe realizarse con un dedo diferente. Estaba a punto de levantarse, para beber un sorbo de agua del río sagrado, cuando el viejo
thug
se le acercó dándole los buenos días.