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Authors: Michel Houellebecq

Tags: #Ensayo, Filosofía

El mundo como supermercado (3 page)

BOOK: El mundo como supermercado
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En este punto, vemos esbozarse extrañas comparaciones. Hace mucho tiempo que me sorprendió darme cuenta de que los teóricos de la física, cuando se alejan de las descomposiciones espectrales, los espacios de Hilbert, los operadores de Hermite, etc., en los que se basan sus publicaciones, rinden un insistente homenaje —cada vez que les preguntan— al lenguaje poético. No a la novela policíaca, ni a la música serial: no, lo que les interesa y les perturba es, concretamente, la poesía. Antes de leer a Jean Cohen, no conseguía entender por qué; al descubrir su poética, fui consciente de que algo estaba ocurriendo, sin lugar a dudas; y que ese algo estaba relacionado con las proposiciones de Niels Bohr.

En la atmósfera de catástrofe conceptual provocada por los primeros descubrimientos cuánticos, llegó a sugerirse que sería oportuno crear un nuevo lenguaje, una nueva lógica, o ambas cosas. Es evidente que el lenguaje y la lógica antiguos se prestaban mal a la representación del universo cuántico. Sin embargo, Bohr era reticente. La poesía, subrayaba, prueba que la utilización sutil y parcialmente contradictoria del lenguaje corriente permite superar sus limitaciones. El principio de complementariedad planteado por Bohr es una especie de
gestión sutil
de la contradicción: se introducen simultáneamente puntos de vista complementarios sobre el mundo; cada uno, por separado, puede ser expresado sin ambigüedad y en lenguaje claro; cada uno, por separado, es falso. Su presencia conjunta crea una situación nueva, incómoda para la razón; pero sólo podemos acceder a una representación correcta del mundo a través de ese malestar conceptual. A su vez, Jean Cohen afirma que el empleo absurdo que la poesía hace del lenguaje no es un fin en sí mismo. La poesía rompe la cadena causal y juega constantemente con la potencia explosiva del absurdo; pero no es el absurdo. Se trata del absurdo creador; creador de un sentido diferente, extraño pero inmediato, ilimitado, emocional.

Entrevista con Jean-Yves Jouannais y Christophe Duchatelet

Entrevista aparecida en el número 119 (febrero de 1995) de
Art Press.

¿Qué hace que esas pocas obras de las que eres autor, del ensayo sobre Lovecraft a tu última novela,
Ampliación del campo de batalla
, pasando por
Rester vivant [Seguir vivo]
y el libro de poemas
La poursuite du bonheur [La búsqueda de la felicidad]
, constituyan una obra? ¿Cuál es la unidad, la línea directriz, obsesiva?

Ante todo, según creo, la intuición de que el universo se basa en la separación, el sufrimiento y el mal; la decisión de describir este estado de cosas y, quizás, de superarlo. Los medios —literarios o no— son secundarios. El acto inicial es el rechazo radical del mundo tal como es; también la adhesión a las nociones de bien y mal. La voluntad de profundizar en estas nociones, de delimitar su dominio, incluso en mi interior. Después viene la literatura. El estilo puede variar; es una cuestión de ritmo interno, de estado personal. No me preocupan mucho los problemas de coherencia; suele venir por sí misma.

Ampliación del campo de batalla
es tu primera novela. ¿Qué motivó esta elección, después de un libro de poemas?

Me gustaría que no hubiera ninguna diferencia. Un libro de poemas debería poder leerse de un tirón, de principio a fin. Del mismo modo, uno debería poder abrir una novela en cualquier página, y leerla con independencia del contexto. El contexto no existe. Es bueno desconfiar de la novela; no hay que dejarse atrapar por el argumento; ni por el tono, ni por el estilo, también en la vida cotidiana hay que andar con cuidado para no dejarse atrapar por la propia historia o, de forma aún más insidiosa, por la personalidad que uno imagina que es la suya. Habría que conquistar cierta libertad lírica; una novela ideal debería poder incluir pasajes en verso, o cantados.

O diagramas científicos.

Sí, eso sería perfecto. Tendría que caber todo. Novalis y los románticos alemanes en general aspiraban a un conocimiento total. Renunciar a esa ambición es un error. Nos agitamos como moscas aplastadas; pero eso no nos impide aspirar a un conocimiento total.

Es evidente que un pesimismo terrible impregna todos tus escritos. ¿Podrías enumerar dos o tres motivos que, en tu opinión, sirvan para rechazar el suicidio?

En 1783, Kant condenó claramente el suicidio en sus
Fundamentos de la doctrina de la virtud
. Dice: «Aniquilar en la propia persona al sujeto de la moralidad es expulsar del mundo, en la medida en que depende de uno mismo, la moralidad.» Un argumento que resulta ingenuo, de una inocencia casi patética, como ocurre a menudo con Kant; sin embargo, creo que no hay otro. Lo único que realmente puede mantenernos con vida es el sentido del deber. En concreto, si uno desea responsabilizarse de un deber práctico, se las arregla para que la felicidad de otro ser dependa de su existencia; por ejemplo, puede intentar educar a un niño, o a ralla de niño, comprar un caniche.

¿Puedes hablarnos de esa teoría sociológica según la cual a la lucha por el éxito social propia del capitalismo se suma una lucha más brutal, más desleal, en este caso de signo sexual?

Es muy sencillo. Las sociedades animales y humanas establecen diversos sistemas de diferenciación jerárquica, que pueden basarse en el nacimiento (sistema aristocrático), la fortuna, la belleza, la fuerza física, la inteligencia, el talento…, por otra parte, todos estos criterios me parecen igualmente despreciables, y los rechazo; la única superioridad que reconozco es la bondad. Actualmente nos movemos en un sistema de dos dimensiones: la atracción erótica y el dinero. El resto, la felicidad y la infelicidad de la gente, se deriva de ahí. Para mí no se trata en absoluto de una teoría: es cierto que vivimos en una sociedad simple, así que estas pocas frases bastan para dar una descripción completa.

Una de las escenas más violentas de la novela sucede en una discoteca de la costa de Vendée. Hay escenas de seducción abortada, fracasos que causan resentimientos y amargura, encuentros exclusivamente sexuales. Sin embargo, este lugar aparece en tus textos como el equivalente del supermercado. ¿Consumimos en ambos de la misma manera?

No. Se puede hacer una comparación entre las ofertas de pollo y las minifaldas, pero la analogía termina ahí: en la revalorización de la oferta. El verdadero paraíso moderno es el supermercado; la lucha se acaba a sus puertas. Los pobres, por ejemplo, no entran. Uno gana dinero en otro lado; y luego va a gastárselo ante una oferta innovadora y variada, a menudo fiable a nivel de gusto y bien documentada desde el punto de vista de la nutrición. Los clubs nocturnos son algo muy distinto. Siguen yendo —contra toda esperanza— muchos frustrados. Y así pueden comprobar, a cada momento, su propia humillación; en este caso, estamos mucho más cerca del infierno. Se habla de supermercados del sexo, que tienen un catálogo bastante completo de su oferta pomo; pero les falta lo esencial. Y es que el objetivo mayoritario de la búsqueda sexual no es el placer, sino la gratificación narcisista, el homenaje que una pareja deseable rinde a la propia perfección erótica. También por eso el sida sigue más o menos igual; el preservativo reduce el placer, pero la meta que se persigue, al contrario que en el caso de los productos alimenticios, no es el placer: es la embriaguez narcisista de la conquista. Y el consumidor pomo no sólo no experimenta esta embriaguez, sino que además suele experimentar la emoción opuesta. En fin, para no dejarme nada, podría añadir que algunos seres con valores desviados siguen asociando la sexualidad y el amor.

¿Puedes hablarnos de ese ingeniero informático al que llamas «el hombre-red»? ¿Qué representa un personaje así en nuestra realidad contemporánea?

Tenemos que ser conscientes de que los objetos manufacturados del mundo entero —el cemento armado, las bombillas, los vagones de metro, los pañuelos— son objetos concebidos y fabricados por una clase reducida de ingenieros y de técnicos, capaces de imaginar y de poner en funcionamiento los equipos adecuados; ellos son los únicos realmente productivos. Representan, quizás, el 5% de la población activa, y este porcentaje disminuye constantemente. La utilidad social del resto del personal de la empresa —comerciales, publicistas, oficinistas, administrativos, estilistas— es mucho menos evidente: podrían desaparecer sin afectar apenas al proceso de producción. Su papel aparente consiste en producir y manipular diversas clases de información, es decir, diversos calcos de una realidad que no comprenden. Podemos situar en este contexto la explosión actual de las redes de transmisión de la información. Un puñado de técnicos —en Francia, como máximo, cinco mil personas— se encargan de definir los protocolos y la fabricación de los equipos que en los próximos decenios van a permitir la transmisión instantánea, a escala mundial, de cualquier tipo de información: texto, sonido, imagen, y en algún momento estímulos táctiles y electroquímicos. Entre ellos, algunos elaboran un discurso positivo sobre su propia actuación, según el cual el ser humano, concebido como centro productor y transmisor de información, sólo puede encontrar su propia dimensión a través de la interconexión con el máximo posible de centros análogos. Sin embargo, la mayoría no elabora discursos; se conforma con hacer su trabajo. Y así encarnan plenamente el ideal técnico que guía el movimiento histórico de las sociedades occidentales desde fines de la Edad Media, y que puede resumirse en una frase: «Si es técnicamente posible, la técnica lo hará.»

Se puede hacer una primera lectura psicológica de tu novela, pero lo que más se recuerda después es su carácter sociológico. ¿Se trata de una obra con ambiciones más científicas que literarias?

Eso sería ir demasiado lejos. De adolescente me fascinaba la ciencia, sobre todo los nuevos conceptos que desarrollaba la mecánica cuántica; pero todavía no he abordado de verdad estos temas en mis libros; supongo que las condiciones reales de supervivencia en el mundo me han tenido demasiado ocupado. De todas formas, me sorprende un poco oír que hago buenos retratos psicológicos de los individuos, de los personajes: puede que sea verdad; pero, por otra parte, tengo a menudo la impresión de que los individuos son prácticamente idénticos, de que lo que llaman su «yo» no existe en realidad, y que en cierto sentido sería más fácil definir un movimiento histórico. Puede que ahí se vean los primeros erectos de una complementariedad a la manera de Niels Bohr: onda y partícula, posición y velocidad, individuo e historia. A un nivel más literario, siento la hierre necesidad de dos enfoques complementarios: el patético y el clínico. Por un lado la disección, el análisis frío, el sentido del humor; por otro, la participación emotiva y lírica, de un lirismo inmediato.

A pesar de haber elegido el género narrativo, pareces referirte de forma natural a la poesía.

La poesía es el medio más natural de traducir la intuición pura de un instante. Existe, sí, un núcleo de intuición pura que puede traducirse directamente en imágenes o en palabras. Mientras vivimos en la poesía, vivimos también en la verdad. Los problemas empiezan después, cuando hay que organizar esos fragmentos, establecer una continuidad a la vez razonada y musical. Probablemente mi experiencia con el montaje me ha ayudado mucho en eso.

De hecho, antes de empezar a escribir dirigiste algunos cortometrajes. ¿Cuáles eran tus influencias? ¿Y qué relación hay entre esas imágenes y tus escritos?

Murnau y Dreyer me gustaban mucho; también me gustaba todo lo que se ha dado en llamar expresionismo alemán, aunque la referencia pictórica más importante de esas películas fuera el romanticismo y no el expresionismo. Hay un estudio de la inmovilidad fascinada que intenté traducir primero en imágenes, y luego en palabras. Y también hay algo más en el fondo de mí mismo, una especie de sentimiento oceánico. No he conseguido llevarlo a una película; en realidad no he tenido ocasión de intentarlo. Creo que con las palabras he tenido más éxito, a veces, en algunos poemas. Pero estoy seguro de que en algún momento tendré que volver a las imágenes.

¿Considerarías una adaptación cinematográfica de tu novela?

Sí, sin duda. En realidad es un guión bastante parecido a
Taxi Driver
; pero habría que cambiar todo el aspecto visual. Nada que ver con Nueva York: el decorado de la película estaría compuesto, sobre todo, de cristal, de acero, de superficies reflectantes. Oficinas abiertas, pantallas; un universo de ciudad nueva, con una circulación eficaz y lograda. A la vez, la sexualidad, en este libro, es una sucesión de fracasos. Habría que evitar, sobre todo, cualquier magnificación erótica; filmar el agotamiento, la masturbación, el vómito. Pero todo esto en un mundo transparente, abigarrado, alegre. También se podrían introducir, por una vez, diagramas y representaciones gráficas: tasa de hormonas sexuales en la sangre, salario en kilofrancos… No hay que vacilar en ser teórico; hay que atacar en todos los frentes. La sobredosis de teoría produce un extraño dinamismo.

Sueles describir tu pesimismo como si sólo fuera una etapa. ¿Qué crees que vendrá después?

Me gustaría escapar de la presencia obsesiva del mundo moderno; entrar en un universo tipo
Mary Poppins
, donde todo va bien. No sé si lo conseguiré. También es difícil pronunciarse sobre la evolución general de las cosas. Teniendo en cuenta el sistema socioeconómico actual, teniendo en cuenta, sobre todo, nuestros presupuestos filosóficos, es evidente que el ser humano se precipita a corto plazo y en condiciones terribles hacia una catástrofe. De hecho, ya la tenemos encima. Las consecuencias lógicas del individualismo son el crimen y la desdicha. Llama la atención el entusiasmo que nos anima a perdernos; es de lo más curioso. Por ejemplo, sorprende ver la alegre despreocupación con la que se acaba de desbancar al psicoanálisis para sustituirlo por una lectura reduccionista del ser humano basada en hormonas y neurotransmisores. La disolución progresiva, en el curso de los siglos, de las estructuras sociales y familiares; la tendencia creciente de los individuos a considerarse partículas aisladas, sometidas a la ley de los choques, compuestos provisionales de partículas más pequeñas…, todo eso impide que se pueda aplicar ninguna solución política. Así que es legítimo empezar por desmontar las fuentes de huero optimismo. Si volvemos a un análisis más filosófico de las cosas, nos damos cuenta de que la situación es todavía más rara de lo que creíamos. Vamos hacia el desastre, guiados por una imagen falsa del mundo; y nadie lo sabe. Ni siquiera los neuroquímicos parecen darse cuenta de que su disciplina se mueve sobre un campo minado. Antes o después abordarán las bases moleculares de la conciencia; y entonces se darán de bruces con los modos de pensamiento derivados de la física cuántica. No nos libraremos de una redefinición de las condiciones del conocimiento, de la noción misma de realidad; tendríamos que tomar conciencia de todo esto, a nivel afectivo, desde este mismo momento. En cualquier caso, mientras insistamos en una visión mecanicista e individualista del mundo, seguiremos muriendo. No me parece sensato empeñarse durante más tiempo en el sufrimiento y en el mal. Hace cinco siglos que la idea del yo domina el mundo; ya es hora de tomar otro camino.

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