El mundo como supermercado (9 page)

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Authors: Michel Houellebecq

Tags: #Ensayo, Filosofía

BOOK: El mundo como supermercado
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Mucho más tarde, en mi casa, me acuerdo del catálogo de Cargo VPC. El guión de
Sodomías adolescentes
nos promete «salchichas de Frankfurt en el agujerito, el sexo atiborrado de raviolis, un buen polvo en salsa de tomate». El de
Corrida ardiente
n.° 6 está protagonizado por «Rocco, el arador de culos: rubias afeitadas o húmedas morenas, Rocco convierte los anos en volcanes para escupir en ellos su lava ardiente». Y el resumen de
Guarros violadas n.° 2
merece ser citado íntegramente: «Cinco magníficas guarras agredidas, sodomizadas, violadas por sádicos. Aunque luchen y saquen las uñas, terminarán molidas a golpes, convertidas en vacíacojones humanos.» Hay sesenta páginas del mismo estilo. Confieso que no me lo esperaba. Por primera vez en mi vida, empiezo a sentir una vaga simpatía por las feministas norteamericanas. Sí que desde hace algunos años había oído hablar de la aparición de la moda
trash
, pero creí, tontamente, que sólo se trataba de la explotación de un nuevo sector del mercado. Tonterías de economista, me dice al día siguiente mi amiga Angèle, autora de una tesis de doctorado sobre el comportamiento mimético de los reptiles. El fenómeno es mucho más profundo. «Para reafirmar su potencia viril», afirma en tono festivo, «el hombre ya no se conforma con la simple penetración. Se siente constantemente evaluado, juzgado, comparado con los demás machos. Para librarse de ese malestar, para llegar a sentir placer, ahora necesita golpear, humillar y envilecer a su compañera; sentirla completamente a su merced. Por otra parte», concluye con una sonrisa, «este fenómeno empieza a observarse también en las mujeres.»

«Pues sí que estamos jodidos», digo al cabo de un rato. Pues sí, opina. Desde luego que sí.

EL ALEMÁN

La vida de un alemán se desarrolla como sigue: durante su juventud y su madurez, el alemán
trabaja
(normalmente en Alemania). A veces se queda en paro, pero con menos frecuencia que un francés. Sea como sea, los años pasan y el alemán llega a la edad de la jubilación; entonces puede elegir su lugar de residencia. ¿Se va a vivir a una granjita en Suavia? ¿O a una casa en las zonas residenciales de Munich? A veces, pero cada vez menos. En el alemán de entre cincuenta y cinco y sesenta años se opera un cambio profundo. Como la cigüeña en invierno, como el hippie de otras épocas, como el israelita adepto del
Goa trance
, el alemán sexagenario
emprende el viaje al Sur
. Lo volvemos a encontrar en España, casi siempre en la costa entre Cartagena y Valencia. Se avistan algunos especímenes —en general de extracción social más acomodada— en Canarias o en Madeira.

Este cambio profundo, existencial, definitivo, sorprende poco a su entorno; ha sido preparado por múltiples vacaciones, la compra de un apartamento lo ha hecho casi inevitable. Así vive el alemán, y así disfruta de sus últimos años dorados. Observé este fenómeno por primera vez en noviembre de 1992. Mientras conducía por la zona del norte de Alicante, se me ocurrió la peregrina idea de parar en una miniciudad, que por analogía podríamos llamar pueblo; el mar estaba al lado. El pueblo no tenía nombre; probablemente no habían tenido tiempo de darle uno; estaba claro que no había ninguna casa anterior a 1980. Serían las cinco de la tarde. Caminando por las calles desiertas observé, de entrada, un fenómeno curioso: los letreros de las tiendas y de los calles, los menús de los restaurantes, todo estaba en alemán. Compré algunas provisiones, y vi que el lugar empezaba a animarse. Una población cada vez más densa llenaba las calles, las plazas, el paseo de la playa; parecía animada por un vivo deseo de consumo. Las amas de casa salían de sus residencias. Hombres bigotudos se saludaban calurosamente, y parecían ponerse de acuerdo sobre los detalles de la velada. La homogeneidad de aquella población, al principio llamativa, empezó a obsesionarme poco a poco, y a eso de las siete tuve que rendirme a la evidencia: LA CIUDAD ESTABA POBLADA ÚNICAMENTE POR JUBILADOS ALEMANES.

Desde un punto de vista estructural, la vida de un alemán recuerda bastante la vida de un trabajador inmigrante. Tomemos un país A y un país B. El país A ha sido concebido como país de trabajo; todo en él es funcional, aburrido y preciso. El país B es un país de ocio, para pasar las vacaciones y la jubilación. Uno lamenta irse, desea regresar. Es en el país B donde uno hace amistades de verdad, amistades íntimas; allí se compra una casa, que quiere legar a sus hijos. Normalmente, el país B está más al sur.

¿Podemos concluir que Alemania se ha convertido en una región del mundo donde el alemán ya no quiere vivir, y de la que huye en cuanto puede? Creo que sí. Así que la opinión de un alemán sobre su país natal se parece a la opinión de un turco. No hay ninguna diferencia real; aunque quedan algunos cabos sueltos.

En general, el alemán tiene una
familia
, compuesta por uno o dos hijos. Como sus padres a esa edad, los hijos
trabajan
. Y a nuestro jubilado se le ofrece la oportunidad de una pequeña migración; muy estacional, puesto que tiene lugar durante el período de fiestas, por ejemplo entre Navidad y el día de Año Nuevo.
(ATENCIÓN: el fenómeno que se describe a continuación no se observa en el trabajador inmigrante propiamente dicho; Bertrand, camarero en la cervecería Le Mediterranée, en Narbona, me ha facilitado los detalles.)

Entre Cartagena y Wuppertal hay un largo camino, incluso a bordo de un potente vehículo. Al caer la noche, no es raro que el alemán sienta necesidad de hacer una escala; la región de Languedoc-Roussillon, dotada de una moderna oferta hotelera, es una opción satisfactoria. Llegados a este punto, ya ha pasado lo peor; la red de autopistas francesas sigue siendo, por mucho que digan, superior a la española. Ligeramente relajado después de cenar (ostras de Bouzigues, chipirones a la provenzal, una pequeña bullabesa para dos personas si es temporada alta), el alemán abre su corazón. Entonces habla de su hija, que trabaja en una galería de arte en Düsseldorf; de su yerno informático; de sus problemas de pareja y de las posibles soluciones. Y habla.

«Wer reitet so spät durch Nacht und Wind?

Es ist der Vater mit seinem Kind.»
[11]

Lo que dice el alemán a esas horas y en ese estado ya no tiene mucha importancia. De todas formas está en un país intermedio y puede dar libre curso a sus pensamientos más profundos; y pensamientos profundos no le faltan.

Más tarde, se queda dormido; y seguramente es lo mejor que puede hacer.

Ésta era nuestra rúbrica: «La paridad franco-marco, el modelo económico alemán.» Buenas noches a todos.

LA REDUCCIÓN DE LA EDAD DE JUBILACIÓN

Hace tiempo, éramos animadores de los lugares de vacaciones; nos pagaban para entretener a la gente, para intentar entretener a la gente. Después, ya casados (o más a menudo divorciados), volvemos a esos lugares de vacaciones, esta vez como clientes. Los jóvenes, otros jóvenes, intentan divertirnos. Por nuestra parte, intentamos tener relaciones sexuales con algunos miembros del lugar de vacaciones (a veces ex animadores y a veces no). A veces lo conseguimos; la mayoría de las veces fracasamos. No nos divertimos mucho. Nuestra vida ya no tiene sentido, concluyó el ex animador de lugar de vacaciones.

Construido en 1885, el Holiday Inn Resort de Safaga, en la costa del Mar Rojo, tiene 327 habitaciones y seis
suites
espaciosas y agradables. Entre los servicios podemos citar el vestíbulo de entrada, el
coffee-shop
, el restaurante, el restaurante de la playa, la discoteca y la terraza de espectáculos. En la galería comercial hay tiendas diversas, un banco, una peluquería. La diversión está asegurada gracias a un simpático grupo franco-italiano (bailes, juegos). En resumen, para utilizar la expresión de la agencia de viajes, «un paquete estupendo».

La reducción de la edad de jubilación a cincuenta y cinco anos, continuó el ex animador de lugares de vacaciones, sería una medida acogida favorablemente por los profesionales del turismo. Es difícil rentabilizar una estructura de tal envergadura sobre la base de una temporada corta y discontinua, esencialmente limitada al período estival, v en menor medida a las vacaciones de invierno. Es evidente que la solución pasa por establecer vuelos chárter para jubilados jóvenes, con tarifas preferentes, que permitirían armonizar los flujos. Tras la desaparición del cónyuge, el jubilado se encuentra en una situación parecida a la del niño: viaja en grupo, tiene que hacer amigos. Pero mientras que los niños juegan con los niños y las niñas charlan con las niñas, los jubilados no atienden a distinciones de sexo. De hecho, se ha comprobado que multiplican las alusiones y sobreentendidos de carácter sexual; tienen una lubricidad verbal sencillamente abrumadora. Por penosa que pueda ser mientras dura, hay que reconocer que la sexualidad parece ser algo que uno echa de menos más tarde, un tema que a la gente le gusta adornar con variaciones nostálgicas. Y así se hacen amistades, de dos en dos o de tres en tres. Juntos descubren el valor de cambio de la divisa, programan una excursión en un todo terreno. Un poco encogidos, con el pelo corto, los jubilados parecen gnomos, gruñones o amables según su personalidad. A menudo sorprende lo robustos que son, concluyó el ex animador.

«Yo digo que allá cada cual con su religión, y que todas las religiones son respetables», intervino sin venir a cuento el responsable del despertar muscular. Ofendido por la interrupción, el ex animador se refugió en un triste silencio. Con cincuenta y dos años, este fin de enero era uno de los clientes más jóvenes. Además ni siquiera estaba jubilado, sino prejubilado, o en un convenio de reconversión, o algo así. Valiéndose con todo el mundo de su calidad de ex procesional del turismo, había sabido ganarse cierto prestigio con el grupo de animación. «Inauguré el primer Club Mediterráneo en Senegal», solía decir. Luego canturreaba, esbozado un paso de baile: «Me voy a alucinar a Seee-ne-gal / con una copilooo-to sin igual.» En fin, que era un tipo estupendo. Pero yo no me sorprendí cuando encontraron su cadáver a la mañana siguiente, flotando entre dos aguas en la piscina que miraba al mar.

CALAIS, PASO DE CALAIS

Como veo que todo el mundo está despierto,
[12]
aprovecho para apoyar una modesta petición a la que los medios de comunicación, a mi juicio, no han prestado atención suficiente: la que han hecho Robert Hue y Jean-Pierre Chevènement a favor de un referéndum sobre la moneda única. Cierto que el Partido Comunista ya no es lo que era, que Jean-Pierre Chevènement sólo se representa a sí mismo, y «gracias»; aun así expresan un deseo mayoritario, y Jacques Chirac había prometido ese referéndum. Lo cual, en el momento en que digo esto y técnicamente, lo convierte en un mentiroso.

No creo dar muestras de una excepcional agudeza de análisis diagnosticando que vivimos en un país cuya población se está empobreciendo, tiene la sensación de que va a empobrecerse cada vez más, y además está convencida de que todos sus males se deben a la competición económica internacional (simplemente porque está perdiendo la «competición económica internacional»). Hace unos pocos años, a todo el mundo le importaba un rábano Europa; era un proyecto que no había despertado ni la menor oposición ni el más mínimo entusiasmo; digamos que ahora han aparecido ciertos inconvenientes, y que parece haber una creciente hostilidad. Cosa que, al fin y al cabo, ya sería un buen argumento a favor de un referéndum. Merece la pena recordar que el referéndum de Maastricht, en 1992, estuvo a punto de no convocarse (la palma histórica del desprecio es, sin duda, para Valéry Giscard d’Estaing, que consideraba el proyecto «demasiado complejo para ser sometido a votación»), y que una vez se produjo estuvo a punto de saldarse con un NO, mientras que el conjunto de los políticos y de los medios de comunicación responsables pedían el SÍ.

Esta profunda y casi increíble obstinación de los partidos políticos «gubernamentales» en seguir adelante con un proyecto que no le interesa a nadie, y que incluso empieza a asquear a todo el mundo, puede explicar, en sí misma, muchas cosas. Por mi parte, cuando me hablan de nuestros «valores democráticos», me cuesta sentir la emoción requerida; mi primera reacción es, más bien, echarme a reír a carcajadas. Si hay algo de lo que estoy seguro, cuando me piden que elija entre Chirac y Jospin (!) y se niegan a consultarme sobre la moneda única, es que
no
vivimos en democracia. Bueno, puede que la democracia no sea el mejor de los regímenes; es, como suele decirse, la puerta abierta a «peligrosas desviaciones populistas»; pero entonces preferiría que nos lo dijeran francamente: hace tiempo que se trazaron las grandes directrices, son sabias y justas, no pueden ustedes entenderlas bien; sin embargo todos ustedes pueden, en función de su sensibilidad, aportar tal o cual matiz político a la composición del próximo gobierno.

En
Le Figaro
del 25 de febrero leo unas interesante estadísticas sobre el Paso de Calais; el 40 % de la población local vive por debajo del nivel de pobreza (cifras del Instituto Nacional de Estadística); seis contribuyentes de cada diez están exentos del pago del impuesto sobre la renta. Al contrario de lo que podríamos pensar, el Frente Nacional consigue resultados mediocres en la región; cierto que la población inmigrante disminuye constantemente (aunque el índice de natalidad es muy bueno, notablemente superior a la media nacional). De hecho, el alcalde-diputado de Calais es comunista, con la interesante particularidad de ser el único que ha votado contra el abandono de la dictadura del proletariado.

Calais es una ciudad impresionante. Lo normal en una ciudad de provincias de ese tamaño es que haya un centro histórico, calles peatonales animadas los sábados por la tarde, etc. Pero en Calais no hay nada parecido. Durante la Segunda Guerra Mundial, el 95 % de la ciudad resultó arrasado; y los sábados por la tarde no hay nadie en la calle. Uno pasa junto a edificios abandonados, inmensos aparcamientos vacíos (desde luego es la ciudad francesa donde más fácil resulta aparcar). Los sábados por la tarde es un poco más alegre, pero con una alegría bastante especial. Casi todo el mundo está borracho. En la zona de bares hay un casino, con hileras de máquinas tragaperras donde los habitantes de Calais despilfarran su salario mínimo interprofesional. El escenario de los paseos del domingo por la tarde es la entrada del túnel del Canal de la Mancha. Al otro lado de las verjas, casi siempre en familia, a veces empujando un carrito de bebé, la gente mira pasar el Eurostar. Saludan con la mano al conductor, que contesta tocando la sirena antes de hundirse bajo el mar.

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