Read El niño con el pijama de rayas Online

Authors: John Boyne

Tags: #Drama

El niño con el pijama de rayas (18 page)

BOOK: El niño con el pijama de rayas
7.35Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Dura mucho la marcha? —susurró, porque empezaba a tener hambre.

—Me parece que no —contestó Shmuel—. Nunca he vuelto a ver a nadie que haya ido a hacer una marcha. Pero supongo que no.

Bruno arrugó la frente. Miró el cielo y entonces oyó otro fragor, el ruido de un trueno, y de inmediato el cielo pareció oscurecerse más, hasta volverse casi negro, y empezó a llover a cántaros, aún más fuerte que por la mañana. Bruno cerró los ojos un instante y sintió cómo lo mojaba la lluvia. Cuando volvió a abrirlos, ya no estaba desfilando, sino más bien siendo arrastrado por toda aquella gente. Lo único que notaba era el barro pegado por todo el cuerpo y el pijama adhiriéndose a su piel por efecto de la lluvia. Anheló estar en su casa, contemplando el espectáculo desde lejos, y no arrastrado por aquella multitud.

—Bueno, basta —le dijo a Shmuel—. Aquí me voy a resfriar. Tengo que irme a casa.

Pero apenas lo dijo, sus pies subieron unos escalones y, sin detenerse, comprobó que ya no se mojaba porque estaban todos amontonados en un recinto largo y sorprendentemente cálido. Debía de estar muy bien construido porque allí no entraba ni una sola gota de lluvia. De hecho, parecía completamente hermético.

—Bueno, menos mal —comentó, alegrándose de haberse librado de la tormenta aunque sólo fuera por unos minutos—. Supongo que esperaremos aquí hasta que amaine y que luego podré marcharme a casa.

Shmuel se pegó cuanto pudo a Bruno y lo miró con cara de miedo.

—Lamento que no hayamos encontrado a tu padre —dijo Bruno.

—No pasa nada.

—Y lamento que no hayamos podido jugar, pero lo haremos cuando vayas a visitarme. En Berlín te presentaré a… ¿cómo se llamaban? —se preguntó, y sintió frustración porque se suponía que eran sus tres mejores amigos para toda la vida, pero ya se habían borrado de su memoria. No recordaba ni sus nombres ni sus caras—. En realidad —dijo mirando a Shmuel—, no importa que me acuerde o no. Ellos ya no son mis mejores amigos.

Miró hacia abajo e hizo algo poco propio de él: le tomó una diminuta mano y se la apretó con fuerza.

—Tú eres mi mejor amigo —dijo—. Mi mejor amigo para toda la vida.

Es posible que Shmuel abriera la boca para contestar, pero Bruno nunca escuchó lo que dijo porque en aquel momento se oyó una fuerte exclamación de asombro de todas las personas del pijama de rayas que habían entrado allí, y al mismo tiempo la puerta se cerró con un resonante sonido metálico.

Bruno arqueó una ceja; no entendía qué pasaba, pero dedujo que tenía que ver con protegerlos de la lluvia para que la gente no se resfriara.

Y entonces la larga habitación quedó a oscuras. Pese al caos que se produjo, de algún modo Bruno logró seguir sujetando la mano de Shmuel; no la habría soltado por nada del mundo.

20. El último capítulo

Después de aquello, nada volvió a saberse de Bruno.

Varios días más tarde, después de que los soldados hubieran registrado exhaustivamente los alrededores y recorrido los pueblos cercanos con fotografías del niño, uno de ellos encontró el montón de ropa y las botas que Bruno había dejado junto a la alambrada. No tocó nada y corrió en busca del comandante. Este examinó el lugar y miró a derecha e izquierda, tal como había hecho Bruno, pero no logró explicarse qué le había pasado a su hijo. Era como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra dejando sólo su ropa.

Madre no regresó a Berlín tan deprisa como había pensado. Se quedó en Auschwitz varios meses, esperando noticias de Bruno, hasta que un día, de repente, pensó que quizá su hijo había vuelto a casa solo. Entonces regresó inmediatamente a su antiguo hogar, con la vaga esperanza de encontrarlo sentado en el escalón de la puerta, esperándola.

No estaba allí, por supuesto.

Gretel también regresó a Berlín, y pasaba mucho rato a solas en su habitación, llorando, pero no porque había tirado todas sus muñecas y dejado todos sus mapas en Auschwitz, sino porque echaba mucho de menos a Bruno.

Padre se quedó en Auschwitz un año más y acabó ganándose la antipatía de los otros soldados, a quienes trataba sin piedad. Todas las noches se acostaba pensando en Bruno y todas las mañanas se despertaba pensando en Bruno. Un día elaboró una teoría acerca de lo que había podido ocurrir y volvió al tramo de alambrada donde un año atrás habían encontrado la ropa de su hijo.

Aquel lugar no tenía nada especial ni diferente, pero Padre exploró un poco y descubrió que la base de la alambrada no estaba bien sujeta al suelo, como en los otros sitios, y que al levantarla dejaba un hueco lo bastante grande para que una persona muy pequeña, quizá un niño, se colara por debajo. Entonces miró a lo lejos y poco a poco fue atando cabos, y notó que las piernas empezaban a fallarle, como si ya no pudieran sostener su cuerpo. Acabó sentándose en el suelo y adoptando casi la misma postura que Bruno había adoptado todas las tardes durante un año, aunque sin cruzar las piernas debajo del cuerpo.

Unos meses más tarde, llegaron otros soldados a Auschwitz y ordenaron a Padre que los acompañara, y él fue sin protestar y se alegró de hacerlo porque ya no le importaba lo que le hicieran.

Y así termina la historia de Bruno y su familia. Todo esto, por supuesto, pasó hace mucho, mucho tiempo, y nunca podría volver a pasar nada parecido.

Hoy en día, no.

Agradecimientos

Mi gratitud para David Fickling, Bella Pearson y Linda Sargent por sus consejos y sagaces comentarios, y por no dejarme perder nunca el enfoque de la historia. Y gracias, como siempre, a mi agente Simón Trewin por apoyarme desde el principio.

Gracias también a mi vieja amiga Janette Jenkins por animarme tras leer el primer borrador.

BOOK: El niño con el pijama de rayas
7.35Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Star Road by Matthew Costello, Rick Hautala
A Reason to Stay by Delinda Jasper
Street Gang by Michael Davis
Ghosts of War by Brad Taylor
Franklin and the Thunderstorm by Brenda Clark, Brenda Clark