El origen perdido (19 page)

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Authors: Matilde Asensi

BOOK: El origen perdido
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—Como verás, se ha pasado la mañana estudiando —comentó alguien que, a continuación, se llevó un buen capirotazo en su roja cabeza.

Yo enmudecí, por si seguían repartiendo aquellas cosas entre la concurrencia.

—Como ya te ha comentado este ignorante —prosiguió ella, impasible—, se trataba de los restos del gran mapamundi del almirante de la flota turca, cartógrafo y famoso pirata, Piri Reis, dibujado por él mismo en 1513. El mapa representaba Bretaña, España, África Occidental, el océano Atlántico, parte del norte de América, el sur y la costa antártica. Es decir, exactamente lo que puedes ver en esta reproducción.

Entorné los ojos para fijar la mirada y busqué todas las zonas que ella había mencionado. Desde luego, el Atlántico, que ocupaba ampliamente el centro de la imagen con su pálido color azulino, se veía con total claridad, lleno de barquitos, rosas de los vientos, líneas, islas, etc. Bretaña, sin embargo, no aparecía por ninguna parte, pero me abstuve de comentarlo. A la derecha, se apreciaba España sin ningún problema y, debajo, la costa occidental y barriguda de África, mostrando en su interior lo que parecía un elefante rodeado de reyes magos sentados con las piernas cruzadas. Norteamérica era un litoral difuso pegado al límite izquierdo del supuesto cuero de gacela, como si estuviera inclinado hacia ese lado y se perdiera de vista por la circunferencia de la Tierra, pero Sudamérica se reconocía perfectamente, con sus ríos principales, su cordillera de los Andes (su hombrecito tocado con el gorro rojo), sus animalitos... Sólo el cono sur resultaba raro porque, donde debería estar el estrecho de Magallanes, uniendo el Atlántico con el Pacífico, la tierra, sin fragmentarse, daba un giro y regresaba hacia el este, como buscando el extremo meridional de África, de lo que deduje que debía de tratarse de la costa antártica, aunque mal representada. Pero, bueno, a pesar de todo ello, podía decirse que
Proxi
tenía más o menos razón.

—¿Notas algo raro?

—Pues sí —dije muy convencido, poniendo el dedo sobre el ausente estrecho de Magallanes—, esto está mal. Además, Norteamérica está torcida. ¡Ah! Y este elefante africano es demasiado delgado, apenas tiene barriga. Parece un galgo con trompa.

—Todo eso es correcto,
Root
—me animó
Jabba
, unidos de nuevo frente a una adversaria común—, pero hay mucho más. Recuerda todo lo que sabes sobre Pizarro y los incas, sobre el descubrimiento de Perú.

— No le des más pistas, Judas — resopló
Proxi
.

— ¡Mujer, no seas así! — imploró él.

Mientras ellos continuaban su parloteo, yo observé de nuevo Sudamérica en aquel mapa de Piri Reis. ¿Qué tenía de raro? Desde luego, Humpty Dumpty no era muy normal, pero la llama que aparecía a su lado estaba bastante bien dibujada, así como los ríos y las montañas. ¿Qué fallaba bajo mis ojos? A ver... Pizarro había conquistado a los incas en 1532, en Cajamarca, a unos mil kilómetros al norte de Cuzco, posiblemente envenenando a todos los nobles Orejones y capturando al último de sus monarcas, Atahualpa Inca, al que mató poco después. A partir de ahí dio comienzo el Virreinato de Perú y la destrucción sistemática del antiguo imperio, la implantación del cristianismo y de la Inquisición, la redacción de las primeras crónicas... ¿Qué demonios se me estaba escapando?

— ¿No se te ocurre nada? — preguntó
Proxi
.

— Pues no, la verdad es que no — murmuré sin dejar de buscar, atusándome despacio la perilla mientras me inclinaba sobre la gran fotocopia como un alumno aplicado.

— ¡Venga, ánimo! — me alentó
Jabba
, deseoso de una victoria por mi parte.

— Te repito el dato crucial: el mapa fue dibujado en 1513.

— ¿Y con eso, qué? — inquirí, mosqueado; pero se trataba más de una protesta que de una verdadera pregunta. No quería ayuda, no deseaba una solución, y ambos lo sabían. Por lo visto, tenía en la cabeza los datos necesarios para resolver el enigma, así que debía dejarme guiar por la intuición, como si trabajara en una de esas zonas oscuras de código donde sólo las corazonadas te llevan a buen puerto. De nuevo era un intrépido Ulises intentando conducir mi nave hasta Itaca, un osado
hacker
luchando por abrir algo que estaba
lawt'ata
, «cerrado con llave».

Aunque me fastidiase, gracias a
Proxi
sabía que debía empezar por las fechas. Tenía dos: 1513, año del mapa, y 1532, año en el que Pizarro llegó, por fin, hasta Cajamarca para iniciar la conquista del Imperio inca. Entre 1513 y 1532 había diecinueve años de diferencia... curiosamente, a favor del mapa. Según lo poco que yo sabía, cuando Pizarro salió de Panamá en 1531, nadie había visto todavía Perú, ni Bolivia, ni Chile, ni Tierra de Fuego. Por lo tanto, era imposible que, en 1513, se conocieran la forma y la extensión de la cordillera de los Andes y el trazado de los grandes ríos y, desde luego, era igualmente imposible que alguien hubiera contemplado jamás la zona del lago Titicaca y Tiwanacu y, mucho menos, que conociera a los collas y sus gustos en cuestión de sombreros.

Pero, además, aquel mapa había sido trazado en 1513 ¡por un turco! Vale que Colón no fuera el descubridor original del continente americano —pocas dudas quedaban, con el rollo ése de los vikingos—, pero, ¿los turcos...? ¡Venga ya!

—Este mapa es falso —afirmé, convencido—. Este mapa es cronológicamente incorrecto y, por lo tanto, si de verdad es antiguo, sólo puede tratarse de una falsificación apolillada.

Mis dos atentos espectadores sonrieron con orgullo satisfecho. Los ojos de
Proxi
se estrecharon hasta quedar convertidos en dos finas líneas de pestañas.

—¡Sabía que te darías cuenta! —exclamó.

—Entonces, ¿es realmente un fraude? —pregunté, arqueando las cejas, sorprendido por lo fácil que había sido.

—¡Pero qué fraude ni qué niño muerto! —saltó
Jabba
despectivamente—. ¡El mapa es auténtico! Dibujado en Gallípoli, cerca de Estambul, por el mismísimo e histórico Piri Reis en 1513.

—No. No puede ser.

—¿No te advertí que, en esta historia, todo era verdad hasta el último detalle? Te dije: «Aquí no hablamos de Hobbits ni de Elfos.» ¿Verdad que sí?

—¡Pero no tiene sentido! —objeté, empezando a cabrearme—. En 1513 no se sabía cómo era el territorio del Nuevo Mundo. Es más, estoy por jurar que todavía creían que habían llegado a la India—India, la de Oriente.

—¡Tienes razón! Y ahí está, precisamente, el quid de la cuestión. ¿Cómo pudo hacerse este mapa? Que no es una falsificación lo demuestra su reconocimiento y catalogación por parte de los organismos especializados, además de las múltiples comprobaciones históricas que se han efectuado para corroborar todo cuanto tiene relación con él, con su autor y con los muchos datos que el propio Piri Reis aporta en esas cuantiosas anotaciones que puedes ver distribuidas por todo el diseño, escritas en turco—otomano con caracteres árabes.

—¡Ya empezamos con las tonterías! —me sulfuré—. ¿Otra vez juegos de magia? ¡Por favor! Este mapamundi es falso y no hay más que hablar. Debió de trazarse varios años después de lo que afirma Piri Reis.

—¿Años después, eh? —me espetó
Proxi
, muy ufana—. ¿Entonces por qué ha sido admitido como auténtico por todas las organizaciones cartográficas del mundo, por qué los expertos, a pesar de lo incómoda que resulta su existencia, no han podido demostrar que se trate de una falsificación? Sólo tú, Arnau Queralt, te atreves a afirmar tal cosa. ¡Vaya listo!

—¡Bueno, muy bien! ¡Supongamos que es auténtico! Explícame cómo demonios consiguió ese tal Piri Reis dibujar los Andes cuando aún no se conocían.

Podía aceptar, con reservas, que el aymara fuera un lenguaje algorítmico y matemático porque, a fin de cuentas, seguíamos hablando de algo computable y serio, pero me habían educado para considerar menospreciable cualquier mito absurdo, cualquier concepto erróneo que oliera ligeramente a heterodoxia. Si hubiera vivido en la Edad Media o el Renacimiento quizá el mapa de Piri Reis me hubiera servido para entablar una cruzada libertaria contra las versiones oficiales de una Iglesia represora, como hizo, por ejemplo, Giordano Bruno con esa teoría del universo infinito de la que hablaba Daniel en sus delirios. Pero yo vivía en la Edad de la Ciencia, en la Era del Positivismo Científico, que se encargaba de marcar claramente los límites de lo aceptable a través de la lógica y la verificación. Nos había costado demasiados siglos librarnos de los grilletes de la superstición y la ignorancia como para, ahora, dar pábulo a despropósitos fantásticos.

Jabba
, nervioso, se puso en pie y empezó a pasear por la cocina. Sus vaqueros estaban tan viejos y astrosos como flamante e impecable su camisa azul comprada en Bergdorf Goodman, Quinta Avenida de Nueva York.

—Vayamos por partes —propuso, ajustándose mecánicamente a la cintura los rozados pantalones—. El mapa de Piri Reis contiene muchos secretos, no sólo la discrepancia de fechas. Quizá analizándolos todos encontremos algo que nos dé alguna pista. Saca la chuleta,
Proxi
... El Cabezudo no está ahí por casualidad, ni tampoco Daniel guardaba por nada una copia del mapamundi.

—¿Y no te parece ya bastante raro que un turco, y pirata por más señas, dibujara el continente americano en 1513? ¡Vamos, ni que Colón le hubiera llevado en su carabela!

—En eso tienes parte de razón —convino
Proxi
, alisando con la palma de las manos una cuartilla que había extraído, plegada, del bolsillo superior de su camisa de leñador—. La zona de las Antillas está copiada, según él mismo afirma, de un mapa de Cristóbal Colón. En una de las inscripciones reconoce haber utilizado cuatro planos portugueses contemporáneos, otros planos más antiguos de la época de Alejandro Magno y algunos más basados en las matemáticas.

—¡Ahí lo tienes! —afirmé triunfante—. No hay nada raro en el mapamundi de Piri Reis.

—Al margen de las fuentes utilizadas —siguió, imperturbable—, que, si te fijas, no son lo que se diría muy concretas, cabe destacar los siguientes aspectos del fragmento recuperado en el palacio Topkapi, a saber: en el mapa aparecen las islas Malvinas, que no se descubrieron oficialmente hasta 1592. Aparecen los Andes, que, como sabemos, no fueron pisados por Pizarro hasta 1524, en su primera e incompleta exploración hacia el sur. Aparece dibujada una llama, mamífero desconocido en 1513, así como el nacimiento exacto y el trazado del río Amazonas. A la altura del ecuador, surgen del mar dos grandes islas que no existen en nuestros días; los modernos sondeos submarinos han demostrado la presencia, en estos lugares, de dos cimas montañosas pertenecientes a la cordillera que atraviesa el fondo del Atlántico de norte a sur y lo mismo ocurre con un grupo de islas que no fueron descubiertas hasta 1958 bajo los hielos antárticos.

Me embargó una sensación de rigidez generalizada. En aquella cocina no se movía ni el aire. Creo que hasta el sistema, siempre a la escucha, prestaba en ese momento una especial atención.

—Pero no es esto lo mejor del mapa de Piri Reis —declaró
Proxi
, levantando los ojos de la chuleta y mirándome sin expresión—. Todavía queda lo más fuerte. Como tú mismo notaste,
Root
, el extremo sur de Tierra del Fuego no termina para dejar paso al mar, comunicando los dos océanos a través del estrecho de Magallanes. En el mapa de Reis, el extremo sur del continente se prolonga y se une, mediante un puente de tierra, a una extraña Antártida sin hielos. Bien, cuando se descubrió el mapa en 1929, este dato fue considerado una más de sus imprecisiones, producto de la ignorancia de la época en la que fue elaborado. Sin embargo...

—¿Sin embargo...? —la animé.

—Sin embargo, sondeos acústicos realizados en la zona por barcos oceanográficos han demostrado que ese puente de tierra que une Sudamérica y la Antártida existe tal y como puede verse en el mapa de Piri Reis, aunque ahora se encuentra bajo el nivel del mar. Por lo visto, fue antes de la última Era Glacial cuando estuvo fuera del agua y transitable. Al margen de que la última Era Glacial durase, según dicen, dos millones y medio de años, con sus variaciones y épocas cálidas por en medio, la cuestión es que terminó hace unos diez mil u once mil años. De modo que, hablando en sentido figurado... o quizá no —matizó—, la Antártida es una península del continente americano.

Mascullé un disparate mientras me frotaba enérgicamente la cara con las manos y
Jabba
soltaba una sarcástica risita ahogada.

—Pero la sorpresa alcanzó su punto máximo cuando, con ayuda de la tecnología de los satélites, se descubrió que bajo el hielo antártico también había tierra firme, detalle que no se conoció hasta 1957, y se comprobó que el trazado de las costas, las montañas, las bahías y los ríos que aparecían en las fotografías infrarrojas tomadas desde el espacio coincidían, exactamente, con lo que ves ahí, dibujado por la mano de nuestro amigo, el pirata turco. No hay errores. Piri Reis había copiado la Antártida de otros mapas, no cabe duda, pero de unos mapas que debían de ser asombrosamente antiguos porque reflejaban este continente no como es desde hace diez mil años, sino como era antes de ser cubierto por los hielos.

Fruncí los labios, con gesto de perplejidad, y tardé una eternidad en poder articular dos palabras seguidas.

—Y, claro —balbucí, finalmente—, habiendo sido descubierto el mapa en Estambul en 1929, quedaba eliminada la posibilidad de una falsificación hecha con los datos obtenidos por los satélites en 1957.

—Eliminada, en efecto —confirmó
Jabba
sin dejar de pasear—. Sigue,
Proxi
, que todavía quedan algunas cosas.

—¿Más...? —exclamé.

—Sí, hijo, sí... Pero ya termino —se llevó la taza a los labios y bebió, aunque su café debía de estar frío—. El dichoso mapamundi utiliza un sistema de medición llamado de los «ocho vientos». No me preguntes qué es porque, aunque he intentado comprenderlo, no he podido. Sólo sé que funciona centrando con un compás las diferentes partes del mapa en ángulos de veintitantos grados, o algo así. La cuestión es que utiliza este, por lo visto, arcaico sistema, así como una medida griega llamada estadio, que equivale a 186 metros de los nuestros. Una vez hecha la adaptación a magnitudes geográficas modernas, el mapamundi es, atiende bien —y puso el dedo índice de su mano derecha en el centro de mi aturdida frente—, absolutamente exacto en todas sus proporciones y distancias. Aunque, a simple vista, te parezca un mapa deformado e irreal, lleno de falsedades geográficas, resulta que es tan preciso como el mejor de nuestros mapas actuales, y refleja perfectamente la latitud y la longitud de todos los puntos del globo. La latitud era conocida y utilizada desde tiempos inmemoriales, porque sólo se necesitaba la ayuda del sol, pero el cálculo de la longitud no pudo realizarse hasta el siglo XVIII, en concreto hasta... —miró sus notas—, hasta 1761, eso es, porque hacían falta conocimientos de trigonometría esférica e instrumentos geodésicos que no existieron hasta esa fecha. Sin embargo, Piri Reis, o los mapas antiguos de los que copió, indicaban puntualmente los meridianos terrestres y sus cálculos eran absolutamente correctos, lo cual se da de bofetadas con lo que sabemos hoy día.

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