El país de los Kenders (42 page)

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Authors: Mary Kirchoff

Tags: #Fantástico

BOOK: El país de los Kenders
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«¡Denzil no renuncia a sacarme... dondequiera que me halle!», razonó Tas. Redobló los esfuerzos para escapar del asesino. Miró a su alrededor para encontrar algo a lo que asirse y ofrecer más resistencia.

Entretanto, la llegada de Tasslehoff a Gelfigburgo no había pasado desapercibida. Cuando el kender alzó la vista, se encontró con tres seres tan gruesos como circunferencias, de las que sobresalían brazos y piernas. Los tres personajes se acercaban con andares bamboleantes hacia donde él se afanaba con denuedo por aferrarse a cualquier cosa que le procurara un asidero firme. El mayor de los tres, que vestía una superficie de guardapolvo informe, se presentó a sí mismo.

—¡Buenos días, amigo! Me llamo Harkul Gelfig. Encantado de ver una cara nueva por estos contornos. Dinos cómo te llamas para poner el nombre en la tarta de bienvenida —dijo, y le tendió la mano regordeta.

—¿Por qué estás tumbado sobre las golosinas de limón? —se extrañó otro de los hombrecillos deformes.

Tas asió con desesperación la mano que le tendía Gelfig, quien estrechó la suya y la soltó antes de que el kender le explicara lo precario de su situación. Por primera vez en su vida, Tas se encontró falto de palabras y alzó de nuevo la mano en un mudo gesto de súplica, pero los tres mirones se limitaron a sonreírle con una expresión de curiosidad impresa en sus redondos semblantes.

Los ojos de Tas echaron una mirada ansiosa en derredor y entonces advirtió las características del entorno. Se quedó boquiabierto y casi dejó escapar el precario asidero ante el espectáculo de árboles de melcocha, vallas de pipermint, casas de pan de jengibre con puertas de bizcocho de acemita y tejados de ralladuras de chocolate.

En ese momento, se produjo otro tirón brusco de sus piernas y casi todo el torso le desapareció en el portal mágico. Manoteó con frenesí y por fin recobró el habla.

—¡Ayudadme, por favor! ¡Un asesino me arrastra hacia el otro lado del acceso! ¡Deprisa, por favor, agarradme! —chilló.

¡Qué situación tan intrigante!, pensaron los tres kenders, mientras aferraban a Tas por los brazos. Con todo, y a despecho de sus esfuerzos, no lo sacaron de la bruma arremolinada; no obstante, Tas advirtió con cierto alivio que al menos no retrocedía, aunque sí notaba los continuos tirones en las piernas, señal inequívoca de que Denzil persistía en su empeño.

El alboroto atrajo a toda una muchedumbre. Entre los recién llegados se encontraba Saltatrampas Furrfoot, quien reconoció de inmediato al trotamundos de su sobrino.

—¡Tasslehoff! —exclamó, en tanto se abría paso entre el gentío—. ¿Eres de verdad tú, joven delincuente? ¿Qué demonios haces en Gelfigburgo en lugar de en Kendermore donde contraerías matrimonio?

—¡Tío Saltatrampas! —se asombró a su vez el sobrino. A despecho de la situación peligrosa que atravesaba en aquel momento, sonrió al ver a su tío preferido—. No esperaba encontrarte aquí. De hecho, no imaginaba que
yo
vendría a este lugar, esté donde esté. Por cierto, lamento que te encarcelaran por culpa mía.

—Son muchas las explicaciones que nos debes, joven kender —exigió Saltatrampas con voz severa al tiempo que agitaba el índice frente a la nariz de su sobrino. Hizo una pausa y frunció el entrecejo al percatarse de la postura de Tas—. ¡Levántate cuando te hablo!

Tasslehoff apretó los dientes ante un nuevo tirón.

—Me es imposible, tío. No puedo explicarlo con detalle, pero, al parecer, me he quedado atascado en el portal. Te agradecería que tiraras de mí para ayudarme a salir —gruñó con esfuerzo.

—¿En qué clase de lío te has metido esta vez? Siempre buscas jaleo, ¿verdad? —refunfuñó Saltatrampas, aunque no logró contener una risita divertida.

—¡No es momento para bromear, tío! —aulló Tas con impaciencia, al sentir un nuevo tirón de Denzil.

El desconcierto dominó a Saltatrampas un instante, pero reaccionó enseguida.

—Eh... sí, creo que tienes razón. Durante los últimos dos meses, todo Kendermore te ha buscado y el consejo me colgaría si ahora te dejo escapar. ¡Echad todos una mano! —gritó.

Docenas de kenders bamboleantes se acercaron a ellos y aferraron los brazos y el torso de Tas, o se asieron los unos a los otros o a los componentes, en apariencia inmóviles, del paisaje. Poco después, una cadena de kenders sudorosos tiraba, entre resoplidos y esfuerzos, de la mitad superior del cuerpo de Tas.

* * *

Denzil se apuntaló con los pies en las estanterías situadas a ambos lados del portal. Ató los tobillos de Tas con el cinturón y se enrolló dos o tres vueltas en torno a las muñecas con el trozo restante. Se aferró las muñecas atadas con las rodillas, respiró hondo, y recurrió a la firme palanca de las piernas para jalar con todas sus fuerzas. El cuerpo del kender retrocedió cinco o seis centímetros.

—Ya eres mío, kender —rió el semiorco, tensó todos los músculos con intención de dar el último tirón.

De súbito, un viento huracanado azotó Gelfigburgo; volaron por el aire trozos y esquirlas de golosinas y se levantó una polvareda de azúcar y canela. Muchos de los kenders que tiraban de Tasslehoff lo soltaron para frotarse los ojos cegados, al tiempo que estornudaban sin parar.

Justo entonces, cerca de la casa de Gelfig, se formó un reluciente remolino púrpura que sacudió, retorció y arrancó de raíz pedazos enormes de jardines y casas modelados con primor. Los kenders contemplaron fascinados cómo la tormenta destrozaba sus hogares uno tras otro y azotaba sus rostros con las partículas, afiladas e hirientes, del machacado paisaje de golosina.

Entonces, Damaris salió de la casa de Gelfig.

—¿Qué ocurre? —demandó, mientras masticaba un pedazo de arbusto de caramelo, y se chupaba los dedos con deleite.

La joven, que había encajado a la perfección en Gelfigburgo, se fijó en Saltatrampas quien, próximo a una bruma resplandeciente, propinaba tirones a un par de brazos.

—¡Eh! ¿Qué haces?

Sin esperar respuesta, apartó de un empellón a Harkul Gelfig y rodeó con los brazos la cintura de Saltatrampas.

—¡No sé de qué se trata, pero es divertido!

—Me da la impresión de que va a ser un día muy movido —resopló el fundador de la ciudad, mientras cerraba los regordetes dedos en torno a la esbelta cintura de la chica—. Llegaste a Gelfigburgo justo a tiempo de evitar que perecieses de inanición. ¡Estás en los huesos, muchacha!

Entonces, sin previo aviso, salvo un ruido sordo y seco como el taponazo de una botella al descorcharse, Tasslehoff desapareció tras el portal, y arrastró consigo al tío Saltatrampas, a Damaris Metwinger, a Herkul Gelfig, a los otros dos kenders que presenciaron su llegada a Gelfigburgo, y a algunos de los presentes que se habían incorporado al juego de tira y afloja.

Aquellos que quedaron como nuevo frente de la cadena kender, se atascaron a medio camino de la cortina brumosa y pasaron por los mismos apuros sufridos por Tas con anterioridad.

* * *

Denzil hizo acopio de su considerable fuerza, tensó la espalda, clavó los talones, y jaló del cinturón de cuero atado al kender. Los músculos y las venas del cuello se le hincharon, la frente se perló de sudor y las gotitas se deslizaron por las sienes y el entrecejo. ¡Dioses, qué resistente era este pequeñajo!, pensó el semiorco. Sin duda lo había subestimado ya que, de hecho, el kender incrementaba su fuerza por momentos.

—¡Aquí estáis!

Denzil recibió tal sorpresa que estuvo en un tris de soltar a su presa. Al mirar por encima del hombro, divisó a Vinsint que se acercaba a zancadas.

—¡Esta vez no escaparéis! —graznó el ogro, enlazando con su brazo inmenso la cintura del semiorco.

Vinsint dio un tirón tan brutal que casi partió a Denzil en dos y lo hizo soltar de golpe el aire de los pulmones.

De forma repentina e inesperada, la tensión del cinturón unido al kender cedió por completo. El semiorco rodó patas arriba por el suelo y arrastró consigo al desprevenido ogro. Denzil se estrelló contra la dura e inflexible escribanía. En un segundo, tanto él como Vinsint se hallaron aplastados por un peso enorme que se retorcía y culebreaba.

El semiorco se obligó a abrir los párpados y ante sus sorprendidos ojos la habitación se llenó, como por obra de magia, de kenders obesos. Entraban a trompicones y se estrellaban contra los muros y las estanterías, sobre la escribanía, y Vinsint, y él mismo. ¡El aluvión de hombrecillos rechonchos y mofletudos que vertía el portal de manera incesante no terminaba nunca!

* * *

—¡Una salida! ¡Hemos encontrado una salida!

El grito se alzó de todas y cada una de las gargantas kenders un momento después que Tasslehoff y Saltatrampas se deslizaran al otro lado del acceso. Resbalaron en los guijarros de limón, se arrojaron de cabeza en la niebla arremolinada y arrastraron a amigos y seres queridos.

Mientras huían, el ciclón purpúreo aumentó de intensidad. Los remolinos de la parte alta se condensaron y tomaron forma de modo gradual hasta plasmarse en unos rasgos femeninos, bellísimos pero despiadados. Las pupilas oscuras y crueles de Takhisis inspeccionaron la escena de pánico y destrucción pero se quedaron fijas en el portal. Apenas había salido por él el último de los kenders, cuando las colas del ciclón se unieron, tan retorcidas que semejaban un inmenso muelle, y se dispararon en dirección al acceso abierto entre dos dimensiones.

23

—¡Libres! ¡Somos libres! —clamaba la multitud kender que salía por el portal e inundaba la cámara más elevada de la ruinosa Torre de Alta Hechicería.

Al cabo de pocos minutos, la estancia estaba abarrotada a tope con los refugiados obesos procedentes de la azucarada singularidad temporal de Harkul Gelfig.

El ogro, con los largos brazos cruzados sobre el pecho, recorrió con mirada expectante la habitación atiborrada.

—Conque, ¿ahí os escondíais? —refunfuñó, y miró a Tasslehoff, quien, junto a su tío, estaba aplastado contra la escribanía, al otro lado de la estancia—. ¿Quiénes son estos otros kenders? —demandó; esta vez se dirigió a Saltatrampas—. Un momento. ¡A ti te recuerdo! ¿No fuiste mi invitado hace unos días? Me enfurecí cuando descubrí que habías escapado. Todavía te acompañan Entrometida y Ofuscado —agregó, mientras dedicaba una mirada de menosprecio a Damaris y Phineas.

La joven alzó la barbilla con petulancia; el humano se encogió sobre sí mismo. Una oleada de kenders arrastró de repente a Vinsint. El ogro había rescatado a la mayoría en el robledal hechizado en el curso de los últimos años y ahora ansiaban ser reconocidos por su salvador.

Tasslehoff se volvió hacia Saltatrampas.

—También me gustaría saber de dónde salieron estos kenders. Y tú, tío, en especial —preguntó con evidente desconcierto.

—¡Hola, sobrino! ¡Tienes un aspecto estupendo! —exclamó Furrfoot, y estrechó a Tas entre sus brazos.

Tras corresponder al abrazo, Tasslehoff se echó hacia atrás.

—Tío Saltatrampas, ¿qué haces en una Torre de Alta Hechicería? ¿Aquí te encarcelaron? Quieren que me case con una mocita estúpida; lo haré gustoso si te dejan libre.

—¡Ejem, Tasslehoff! —lo interrumpió su tío, y tosió con turbación al ver que Damaris se abría paso a empujones—. Te presento a tu prometida. Damaris Metwinger, éste es Tasslehoff Burrfoot.

Las sorpresas se acumulaban con tanta rapidez que Tas no se percató de la mirada furiosa que le dedicó la joven.

—Encantado de conocerte —dijo, y alargó la mano.

La kender rubia lo apartó de un empellón.

—Así que una mocita estúpida, ¿no? ¡No me casaría contigo aunque fueras el último hombre de Krynn!

La muchacha dio media vuelta y al instante desapareció entre la masa de carne que abarrotaba la sala. Tasslehoff arqueó las cejas.

—Es bastante guapa, pero tiene muy mal genio, ¿verdad? ¿También la encarcelaron?

Saltatrampas hizo un rápido resumen de lo acaecido durante las pasadas semanas y entresacó a Phineas de la apretujada muchedumbre a fin de hacer las presentaciones. El humano, que había intentado abrirse camino hacia la escalera, miró a Tas de arriba abajo.

—Así que, tú eres el personaje que nos ha traído a todos de cabeza —gruñó—. Bien, me alegro de haber vivido lo bastante para conocerte por fin, aun cuando me he quedado sin recompensa.

Sin más comentarios, Phineas se encaminó hacia la salida; empujaba a unos y a otros. Tas rumió sus extrañas frases y quedó desconcertado.

—Ahora, sobrino, te ha llegado el turno de dar explicaciones. ¿Por qué estás aquí, en lugar de hallarte en Kendermore?

La pregunta del tío le hizo recordar a Denzil y recorrió con mirada inquieta la estancia, en busca del semiorco. Lo localizó a menos de un metro del brumoso portal, estrujado contra la pared por la masa de kenders. Por la expresión impresa en su rostro, Tas comprendió que el sujeto no entendía lo ocurrido y aún no había salido de su asombro. Se aprestaba a poner en guardia a su tío contra el peligroso asesino, cuando un kender de los más corpulentos acalló la cháchara que atronaba la sala con un silbido ensordecedor.

—¡¿Quién de vosotros tiene el cofre del tesoro?! —atronó el que hablaba, que no era otro que Harkul Gelfig—. Me sacaron con tal velocidad por ese túnel que no lo recogí. —Echó una mirada expectante a la apiñada masa que lo rodeaba—. ¿Nadie lo tiene? ¿Os habéis limitado a salir corriendo y habéis dejado atrás una posesión tan valiosa? —bramó.

La estancia se sumió en un silencio embarazoso.

El sonido de la palabra «tesoro» sacudió al pasmado Denzil y lo libró del aturdimiento que lo paralizaba. Al fin, el objeto de sus afanes se hallaba al alcance de sus manos. Él semiorco, que siempre actuaba con decisión, apartó a los kenders a empujones y puñetazos hasta llegar frente al acceso multicolor y pulsante. Echó otra mirada en derredor, dio un paso hacia las volutas púrpuras y verdes que enmarcaban el portal, y desapareció tragado por la bruma.

—¡Eh! ¿Recogerá el cofre? Por cierto, ¿quién es éste? —preguntó uno de los kenders.

Antes de que Tasslehoff tuviera oportunidad de contestar a sus preguntas, una bocanada de viento huracanado irrumpió por el portal. La onda lanzó a los hombrecillos unos contra otros, con lo que el apretado grupo se estrujó aún más en el extremo opuesto de la sala.

De nuevo, la bruma purpúrea se desbordó a borbotones por el rectángulo luminoso de la pared, pero en esta ocasión las volutas se oscurecieron y adquirieron un aspecto siniestro y su tacto era gélido. Los kenders se apiñaron más y más para evitar la ominosa niebla y los que no lo lograron se encogieron de terror. En el fantasmal vacío se originaron rayos de luz negra, pero los sonidos que los siguieron no fueron truenos, sino aullidos y gritos atormentados y agónicos. La atmósfera de la estancia se cargó de electricidad. El largo cabello de Tasslehoff se erizó y se separó en mechones; un fulgor amarillento enmarcó las figuras de todos los presentes como un aura fantasmagórica. Un relámpago cruzó restallante la estancia y se descargó en la pared opuesta, pero no se disipó; el rayo quedó suspendido en el aire y enseguida se le unió otro, y de inmediato un tercero; todos restallaron, zigzaguearon y se escindieron en una danza de inverosímil simetría.

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