El país de los Kenders (38 page)

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Authors: Mary Kirchoff

Tags: #Fantástico

BOOK: El país de los Kenders
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—¿Lamentarlo? ¡Nos rescatarán! Cualquier cosa será mejor que proseguir en este basurero; y más, cuando sabemos que no hay nada interesante entre estos montones de inmundicia. Por otro lado, es demasiado tarde. Nos han localizado —agregó, escudriñando el navío.

Al aproximarse el barco, Tas divisó con claridad las facciones bovinas de los remeros... ¡Minotauros!

Los minotauros eran una de las razas más insólitas y hostiles que poblaban Krynn. Su historia previa al Cataclismo estaba jalonada de prejuicios y esclavitud infligidos por otras razas, en especial por los enanos de Kal-Thax (al menos, de acuerdo con lo relatado por las leyendas), y más tarde por el Imperio de Istar. Su apariencia bovina les había acarreado el menosprecio, pero se los codiciaba como esclavos por su increíble fuerza.

Tan sólo otro miembro de su propia raza llamaría bello a un minotauro. Tanto los varones como las hembras superaban los dos metros diez de estatura. Una capa de pelo corto, negro o castaño rojizo, cubría su estructura corporal, medio humana, medio bovina, dotada de unos músculos poderosos. A pesar de caminar erguidos y de tener manos como los hombres, sus tobillos, o articulaciones tarsales, eran corvejones de cuadrúpedos rematadas en pezuñas hendidas. De las sienes, o huesos frontales, se proyectaban unos cuernos de, al menos, treinta centímetros de longitud.

Por lo común se guarecían con vestiduras, en particular cuando salían de su isla natal; pero aún así, y desde el punto de vista humano, apenas cubrían su desnudez. Su atuendo preferido eran unas guarniciones tachonadas de armas y condecoraciones, y faldellín corto de cuero.

Poco después, la pequeña embarcación, estilizada, reluciente, de hermosa manufactura, propulsada por dieciséis remeros corpulentos, se deslizó con gráciles movimientos junto a la falúa sin apenas levantar estela. Todos los ocupantes de la nave minotaura no sólo se mostraban hostiles, sino más bien agresivos. Los contemplaron de hito en hito, sin decir una palabra; en particular, con la atención general centrada en el kender.

Tas se sentía como uno de los insectos de los expositores de Ligg y Bozdil y tuvo la impresión de que se encogía. Esbozó la más amistosa de las sonrisas.

—Hola, me llamo Tasslehoff Burrfoot. ¿Y tú...?

—Goar —respondió el jefe, si la guarnición roja que llevaba se tomaba como indicativo de dicha dignidad, así como su sobresaliente altura que aventajaba en una cabeza a la de los restantes miembros del grupo—. En los últimos tiempos, hemos tenido muchos problemas con los kenders en las costas del Mar Sangriento. Sois una raza de ladronzuelos, inmaduros y pueriles. ¿O acaso eres un caso excepcional?

El minotauro pronunció las palabras con un acento fuerte y extraño pero la fonética era correcta, como si hubiese aprendido el común con un libro de texto. Tasslehoff en principio enmudeció y trató de digerir los insultos. Woodrow advirtió que las mejillas del kender enrojecían poco a poco conforme su mente asimilaba el significado de las palabras, e intervino con premura a fin de evitar la inminente réplica provocativa a la que su amigo se aprestaba a lanzarse.

—Mi compañero y yo estamos varados en esta barcaza, a la que nos subimos por error ignorantes de que sería abandonada a la deriva. —El joven se humedeció los labios con nerviosismo, consciente de que sus explicaciones no sonaban plausibles—. Quizá podríais transportarnos hasta el primer puerto de vuestra ruta o, al menos, remolcarnos. Os quedaríamos muy agradecidos.

Goar se dio media vuelta e intercambió con su tripulación una serie de gruñidos y ásperos sonidos guturales. De repente, uno de los componentes del grupo, un minotauro de pelaje rojizo cuyos cuernos rebasaban los sesenta centímetros, emitió un gañido ronco y largo originado en lo más profundo de su garganta. La monstruosa criatura sacudió su enorme testa dos veces al tiempo que apuntaba con un índice acusador hacia Tas; por último, se cruzó de brazos con gesto desafiante.

La respuesta de Goar fue un resoplido amenazador, los labios retraídos en una mueca espantosa. Su gesto no admitía réplica y el otro minotauro inclinó la cabeza en una actitud mezcla de vergüenza y cólera y se retiró con brusquedad a la parte posterior de la embarcación.

El líder de los minotauros se volvió hacia Tas y Woodrow, y los observó con fijeza en tanto preparaba con cuidado las palabras del idioma con el que estaba poco familiarizado.

—Creemos que, en efecto, estáis a la deriva de forma accidental.

Los dos amigos guardaron silencio, a la espera de que Goar prosiguiera con su alocución. Ambos pensaban: «¡Qué forma tan extraña de ofrecernos ayuda!» En contra de lo que esperaban, el jefe minotauro no añadió una palabra. El silencio se alargaba de forma indefinida.

—Es estupendo que admitáis la veracidad de nuestra situación —saltó por último Tas, incapaz de contenerse por más tiempo—. Deduzco por lo tanto que nos ayudaréis, ¿no?

—No. No dije que lo haríamos.

El kender y el joven humano intercambiaron una mirada perpleja.

—¡No nos abandonéis a nuestra suerte! —protestó Woodrow con voz ronca.

—¿Por qué no? —El tono de Goar fue de sincera sorpresa, sin el menor asomo de ironía—. No existe ninguna ley que lo prohíba.

Tas prorrumpió en una carcajada nerviosa.

—Por supuesto que no hay tal ley, pero... —El minotauro enarcó una ceja y Tas se lo jugó todo a una carta—. ¡Os pagaremos por este servicio!

Las orejas peludas de Goar se erizaron, pero su expresión interesada se tornó en otra de incredulidad al contemplar la gabarra rebosante de desperdicios.

—Dudo mucho que poseáis algo que merezca nuestro interés.

En aquel momento, otro de los miembros de la tripulación llamó su atención con un tirón del brazo y Goar dio la espalda a la gabarra por segunda vez.

—Tas, no fue una buena idea comprometerse a pagarles —susurró el joven entre dientes—. No olvides que abonamos el pasaje del barco y los gastos de hospedaje y el almuerzo; nos quedamos casi sin blanca.

—No te preocupes tanto, Woodrow. Alguna solución surgirá. No falla nunca —rebatió el kender con un timbre de voz aleccionador que su raza era tan proclive a utilizar.

—No sé. Estos tipos no me parecen gente de confianza.

—¡Humano y kender!

El grito de Goar retumbó a sus espaldas y los dos amigos giraron sobre los talones con presteza.

—Mi... —el minotauro buscaba la palabra adecuada—. El cocinero me informa que ha captado el aroma de un oso lechuza en sazón, procedente de vuestra gabarra. Lo aceptaríamos como pago a cambio de llevaros hasta el puerto más cercano.

Tasslehoff y Woodrow enmudecieron de asombro y no acertaron a contestar.

—Sin embargo, si no renunciáis a tan apetitoso bocado para salvar vuestras vidas, seguiremos nuestro curso y os abandonaremos a vuestra suerte —agregó Goar ante el mutismo de los dos amigos.

—¡Vuestro es! —clamaron kender y humano al unísono.

* * *

Tas llegó a la conclusión de que los minotauros eran unos remeros extraordinarios tras observar a los extraños hombres-toro que manejaban sus respectivos remos. Conducidos por la cadencia impresa por el cabecilla y timonel, mantenían un ritmo constante sin que se advirtiera el menor signo de fatiga. Lo hipnotizaba el movimiento monótono hacia atrás y hacia adelante, hacia atrás y hacia adelante, los músculos, tensos como cuerdas, marcados en los gruesos brazos y en los cuellos.

El viaje era el más suave de cuantos Tas había realizado, fuera por tierra o mar. La estilizada nave minotaura cortaba las aguas del mar de Khurman con la misma facilidad que un cuchillo caliente a través de mantequilla. La velocidad de travesía no resultaba fácil de calcular al carecer de puntos de referencia por los que guiarse, pero Tas tenía la certeza de que jamás había viajado tan veloz por tierra. Su forma actual de desplazamiento tenía más semejanza con el vuelo de un dragón, concluyó por último.

Se habían sucedido dos amaneceres y dos puestas de sol desde que navegaban en compañía de los minotauros. La gabarra de desperdicios había quedado a la deriva después de recoger al putrefacto oso lechuza. La vida a bordo de un barco minotauro era una continua actividad en la que no cabían el ocio ni el recreo. Cuando la tripulación no estaba en los remos, se dedicaba a pulir y abrillantar la deslumbrante cubierta de madera color castaño para librar la superficie de toda imperfección.

El trato otorgado a los dos pasajeros por todos los miembros de la tripulación se limitaba a un desprecio apenas velado. Goar, el líder, parecía el único a bordo capaz de comunicarse con los dos extraños. Tas intentó hablar con los otros por medio de fragmentos sueltos de diferentes lenguajes; sus esfuerzos no obtuvieron el resultado apetecido y el kender dedujo que tan sólo conocían su propia lengua. Por el contrario, la actitud de los minotauros indujo a pensar a Woodrow que, aun en el caso de haber conocido otros idiomas, no se habrían dignado responder a un humano o a un kender.

—Estamos cerca de Port Balifor —anunció Goar en el curso de la tercera mañana, aunque ni Woodrow ni Tas divisaban tierra.

—¿Cuándo llegaremos a puerto? —se interesó el joven humano.

—Nosotros no entraremos —gruñó el capitán—. No tenemos el menor deseo de mezclarnos con marineros humanos, ni tampoco ellos de vernos.

—¿Nos tiraréis por la borda?

—Os procuraremos un transporte flotante en el que aguantaréis hasta que os recoja otro barco. Muchas naves pasan por esta zona; no aguardaréis mucho tiempo.

Tasslehoff estaba a punto de articular una protesta cuando el cocinero minotauro se acercó a ellos con un barril grande que carecía de tapadera.

Woodrow sacudió la cabeza con aire incrédulo y retrocedió un paso.

—No pretenderéis que flotemos dentro de eso —articuló después.

—Es impermeable —informó Goar, y retrajo el peludo labio con mofa—. No obstante, si os resultan útiles, os facilitaremos unos remos de pala.

—Tómalo como una aventura —aconsejó Tas a su amigo, con los ojos brillantes ante la perspectiva—. Será divertido, verás. Jamás he estado a la deriva dentro de un barril.

—¿Una aventura? ¿No has tenido bastantes emociones e incertidumbres en las últimas semanas? —protestó Woodrow con impaciencia.

—¿Cómo te cansan las aventuras? —preguntó el kender, en tanto Goar lo levantaba en brazos sin el menor esfuerzo.

El cocinero pasó el barril por encima de la regala y el cabecilla de los minotauros depositó primero al kender y tras él a Woodrow en el interior del oscilante receptáculo untado de brea.

Tas golpeó con alegría las mecientes olas cuando los minotauros los alejaron de un fuerte empujón. Poco después, la embarcación era apenas un punto en el horizonte. Woodrow se hundió en el fondo del barril. En tanto el joven humano rumiaba su enfado, Tas se dedicó a experimentar con el equilibrio y la flotabilidad del barril; se meció de un extremo a otro, saltó hacia arriba y hacia abajo, hizo que el tonel girara en círculos lentos a fuerza de propulsarlo con una mano.

De tanto en tanto, el kender suspendía sus experimentos para escudriñar el horizonte. Tras varias horas de no avistar señales de velas, de repente brincó como un loco al tiempo que agitaba los brazos sobre la cabeza.

—¡Eeeh, aquí! ¡Estamos aquí! ¿Estáis ciegos o sois idiotas? ¡¡Eeeh, aquiií!!

Woodrow se puso de pie y oteó a lo lejos. También él divisó el barco que se acercaba.

—¿Sabes una cosa, Tas? Esa nave me resulta familiar —dijo, en tanto sujetaba los extremos del tonel, que se agitaba de forma enloquecedora, con el propósito de estabilizarlo.

—¡Ya lo tengo! —exclamó el kender, chasqueando los dedos—. Reconozco la bandera roja con el símbolo de la hoja de trébol dorada. ¡Es el barco en el que reservamos pasaje y del que me tiraste de cabeza!

A Woodrow, la sangre se le heló en las venas. ¿Cómo era posible que hubiesen adelantado al barco?

—¡Rema, Tas!

A pesar del grito desesperado y de utilizar su propio remo, Woodrow sabía que el intento era inútil. Cerró los ojos y procuró recobrar la calma para enfrentarse a lo inevitable.

Cuando abrió los párpados de nuevo, el velero estaba mucho más cerca; lo suficiente para que distinguieran la silueta oscura y siniestra del asesino de Gisella, erguida en la proa, tan impasible e inmóvil que parecía el mascarón de la nave. La capa ondeaba en torno a sus piernas; junto a él se hallaban dos marineros, uno de los cuales manejaba una especie de bichero largo y el otro un cabo.

La nave se acercó pero no redujo velocidad. El marinero que manipulaba el bichero clavó el gancho curvo de la hoja en la madera del tonel y éste escoró de manera riesgosa; el agua entraba por el borde al acercarse al costado del barco en medio de sacudidas y balanceos. Cuando el barril chocó contra el casco, el segundo marinero echó el cabo a los dos náufragos.

—¡Trepad, rápido! —ordenó a voces—. ¡No disponemos de todo el día!

Los dos amigos gatearon por el costado del velero mientras lanzaban miradas recelosas a la ominosa figura de proa. El tonel quedó a la deriva. Durante el transcurso de la maniobra, Denzil permaneció en el castillo de proa; observaba con atención el rescate y representaba a la perfección el papel de un desconocido, indiferente a cuanto ocurría.

El sobrecargo se reunió con los dos amigos a los pocos momentos de que éstos subieran a bordo. El humano jorobado y de aspecto gruñón traía una pluma y papel, y vestía los mismos pantalones de lana negra manchados de salitre que llevara puestos una semana atrás, cuando Woodrow y Tasslehoff reservaron su pasaje. El marinero los reconoció al instante.

—Pagasteis vuestro pasaje y después desaparecisteis —dijo con suspicacia—. Si tanto dinero tenéis para malgastar, ¿qué hacéis en mitad de la bahía de Balifor metidos en un tonel?

Tas se removió inquieto en tanto improvisaba una respuesta.

—Verás, después de haber comprado el pasaje, apareció un amigo nuestro que nos propuso que utilizáramos su bote. No rechazamos una oferta tan amable. No creímos correcto pedirte que nos devolvieras el importe del viaje; un trato es un trato, ¿verdad, Woodrow?

El joven asintió con la cabeza.

—En cualquier caso, ninguno de nosotros dos sabe cómo manejar un bote y, por consiguiente, no tardaron en surgir algunos problemas... nos metimos en un huracán, creo... en fin, el viento era muy fuerte. Logramos escapar en ese tonel antes de que el barco se hundiera.

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