El poder del perro (22 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El poder del perro
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—Cuando sepa de qué va —contesta Art.

O sea, tal vez nunca.

Sube al coche de Ernie y se dirige a la Casa del Amor.

¿Y si me están esperando?, piensa, mientras se encamina hacia el muro para recuperar la cinta.

«En un momento dado estarás vivo, y al siguiente no.»

Clic

Fuera.

Se sacude el miedo de encima y se abre paso entre los arbustos hasta el muro. Echa una rápida ojeada por encima y ve que la luz del dormitorio de Tío está encendida. Se agacha junto al muro, enchufa el auricular en la grabadora para oír la conversación en directo.


¿Ha funcionado?
—pregunta Tío.


No lo sé
. —El español de Sal es muy bueno, piensa Art, pero no cabe duda de que es la misma voz—.
Creo que sí. El tipo parecía muy asustado
.

Sí, claro, piensa Art. Deja que te apriete una pistola contra el cuello, a ver cómo te lo tomas.

—¿Sabía algo de Cerbero?

—Creo que no. No reaccionó.

Relájate, piensa Art. No sé una mierda de eso. Sea lo que sea.


No podemos arriesgarnos
—dice Tío—.
El siguiente intercambio
...

¿Intercambio?, se pregunta Art. ¿Qué intercambio?

—...
será en el norte
.

El norte, piensa Art.

Estados Unidos.

Sí, piensa Art. Hazlo, Tío.

Cruza la frontera.

Porque en cuanto lo hagas...

Voy a agarrar el avión en pleno vuelo.

Borrego Springs

California

Enero de 1985

El avión, en realidad cualquier avión, vuela hacia una señal VOR. Una señal VOR (Variable Oscillation Radio) es como la versión en radio de un faro, pero en lugar de un rayo de luz proyecta ondas de sonido que se registran como pitidos en la radio de un avión, o como una luz pulsátil en el panel de instrumentos. Todos los aeropuertos, hasta los pequeños, tienen una estación VOR.

Pero un avión cargado de droga no aterriza en un aeropuerto de Estados Unidos, ni siquiera pequeño. Lo que hace es aterrizar en una pista privada construida en algún lugar remoto del desierto. Las señales VOR siguen siendo fundamentales, porque el piloto localizará la pista de aterrizaje a base de triangular el emplazamiento entre las tres señales VOR, en este caso las señales VOR de Borrego Springs, Ocotillo Wells y Blythe. Lo que pasa es que la gente de tierra va a localizarles mediante el radio compás, o ADF, y les dará el emplazamiento, efectuando una remisión por distancia y puntos de compás (llamados «vectores» en navegación aérea) desde los tres emplazamientos VOR conocidos.

Después aparcarán al final de la pista de aterrizaje, y cuando vean el avión, se convertirán en su torre de aterrizaje, haciendo destellar sus linternas. El piloto dirigirá el avión hacia las luces y se posará con su valiosa carga.

Por razones de seguridad, los chicos de tierra no darán al piloto la localización de la pista hasta que esté en el aire, porque en cuanto esté en el aire, ¿qué puede pasar?

Bien, montones de cosas, porque la F de ADF significa «frecuencia», y eso es lo que Art ha obtenido a base de escuchar las conversaciones de Tío, y está sintonizado con ella para saber el lugar de aterrizaje al mismo tiempo que el piloto. Pero eso no es suficiente. El grupo de Art no puede esperar a que aterrice y luego detener a todo el mundo, porque no pueden acercarse bastante sin que les vean mucho antes de que el avión llegue.

Una vez que sales de la pequeña localidad de Borrego Springs, California, el desierto de Anza-Borrego consiste en medio millón de hectáreas de nada, y si enciendes aunque sea una linterna, parecerá un foco. Y el silencio es absoluto, de manera que un jeep suena como una columna acorazada. No podrás acercarte lo suficiente aunque puedas llegar a tiempo, una vez que hayas descubierto el emplazamiento.

Por eso Art ha optado por una táctica diferente: en lugar de intentar seguir el rastro del avión, para luego subir a él, lo obligará a aterrizar en su propia pista.

Su plan es estrafalario, tan alucinante, tan demencial, que nadie se lo va a esperar.

Primero de todo, necesita una pista de aterrizaje.

Resulta que Shag conoce a un ranchero, en un lugar donde hacen falta cuarenta hectáreas para dar de comer a una sola vaca. Y el viejo amigo de Shag tiene unas cuantas miles, y sí, también una pista de aterrizaje porque, como Shag explica a Art, «el viejo Wayne vuela a Ocotillo a comprar sus comestibles», y no va en coña. Y como la opinión del viejo Wayne sobre los traficantes de droga es la misma que sobre el gobierno federal, se siente complacido de acoger esta pequeña emboscada, y todavía más de mantener la boca cerrada al respecto.

Lo siguiente que Art necesita es un cómplice en la conspiración, porque el antes mencionado Washington, D. C. se sentiría muy poco entusiasmado si supiera que el ARM de Guadalajara va a montar un número a varios cientos de kilómetros de distancia de su territorio. Lo que Art necesita es alguien que se encargue de las detenciones e incautaciones de rigor, de convocar a la prensa, y después de empezar a seguir el rastro del avión sin interferencias de la DEA ni el Departamento de Estado. Por eso Russ Dantzler está sentado a su lado.

Otra cosa que Art necesita es interferir el ADF del piloto, desviarlo a una frecuencia nueva, y después convencerle de que asista a la fiesta que se celebrará en el rancho del viejo Wayne.

Por lo tanto, lo más importante que necesita Art, como diría el viejo Wayne, es una suerte de la hostia.

Adán está sentado en la parte delantera del Land Rover, en mitad de esta
chingada
de desierto, con un cargamento de cocaína valorado en millones de dólares en el aire y su futuro en las manos.

Y ahora la
chingada
de la radio no funciona.

—¿Qué le pasa? —pregunta de nuevo.

—No lo sé —repite el joven técnico, que toquetea botones, cuadrantes e interruptores, intentando recuperar la señal—. Una tormenta eléctrica, algo en el avión... Estoy en ello.

El chico parece asustado. No es de extrañar: Raúl saca una pistola del 44 y la apunta a su cabeza.

—Esfuérzate más.

—Guarda eso —dice con brusquedad Adán—. No nos va a servir de nada.

Raúl se encoge de hombros y devuelve la pistola al cinto.

Pero la mano del chico está temblando sobre los cuadrantes. Las cosas no tenían que haber ido así. Se suponía que iba a hacer un trabajillo fácil a cambio de un poco de coca fácil, y ahora están amenazando con volarle la tapa de los sesos si no puede localizar el avión en el ADF.

Y no puede.

Lo único que obtiene es un chirrido tipo guitarra Led Zeppelin. Y su mano está temblando sobre los cuadrantes.

—Relájate —dice Adán—. Localiza el avión.

—Lo estoy intentando —repite el chico, con aspecto de estar a punto de llorar.

Adán mira a Raúl como diciendo: ¿Ves lo que has conseguido?

Raúl frunce el ceño.

Sobre todo cuando Jimmy Peaches se acerca y llama a la ventanilla.

—¿Qué coño está pasando?

—Estamos intentando localizar el avión por la radio —explica Adán.

—¿Cuesta mucho? —pregunta Peaches.

—Más costará si continúas molestando —replica Raúl—. Vuelve a tu camión, todo va bien.

No, nada va bien, piensa Peaches mientras vuelve al camión. Lo primero que no va bien es estar aquí, jugando a ser Lawrence de Arabia en el culo del mundo, lo segundo es estar sentado en un camión lleno de mierda, lo tercero es que invertí la hostia en este camión, con dinero apalancado de otra gente, lo cuarto es que la otra gente es Johnny Boy Cozzo, Gene, el hermano de Johnny, y Sal Scachi, ninguno de los cuales es famoso por su naturaleza piadosa, lo cual me lleva a lo quinto, que si Big Paulie se entera de que estamos traficando con droga, va a ordenar que se nos carguen, empezando por mí, lo cual me lleva a lo sexto, que la coca está ahora en un avión perdido en el cielo y parece que estos frijoleros son incapaces de localizarlo.

—Ahora no pueden encontrar el puto avión —le dice a Little Peaches cuando sube de nuevo al camión.

—¿Qué quieres decir? —pregunta Little Peaches.

—¿Qué palabra no has comprendido?

—Qué irritable.

—Joder, sí, soy irritable.

Conducir hasta California con un camión cargado de armas, y no solo unas cuantas pistolas, sino armas pesadas (M-16, AR-15, municiones, incluso un par de LAW), y para qué coño necesitan los putos mexicanos lanzacohetes nunca lo sabré. Pero ese fue el trato, esta vez los frijoleros querían que les pagaran en armas, así que pido el dinero prestado a los Cozzo y a Sal, añado un pequeño recargo secreto para cubrirme las espaldas, y me recorro toda la costa Este reuniendo este puto arsenal. Después atravieso todo el país, cagándome encima cada vez que veo a un policía estatal por culpa de lo que llevo detrás.

Peaches también está irritable porque las cosas de la familia Cimino no van muy bien.

Para empezar, Big Paulie está cagado de miedo por culpa del Caso de la Comisión, porque el nuevo fiscal del distrito de la zona este de Nueva York, Giuliani, amenaza con colgarles un siglo de cárcel a los capos de las cuatro familias restantes. De modo que Paulie no les deja hacer nada para ganarse la vida. Nada de robos, nada de atracos y, por supuesto, nada de droga. Y cuando comunican que se están muriendo de hambre, la respuesta es que tendrían que haber invertido su dinero.

Tendrían que haber montado negocios legales en los que apoyarse.

Lo cual es una chorrada, piensa Peaches. Todos los obstáculos que tienes que superar para... ¿para qué? ¿Vender zapatos?

A la mierda.

El cabrón de Paulie es como una puta mujer.

Peaches ha empezado a llamarle la Madrina. El otro día, Little Peaches y él estaban hablando del asunto por teléfono.

—Eh —dice Peaches—, ¿sabes esa tía que la Madrina se está tirando? ¿Estás preparado? Por lo visto, utiliza un hinchador de pollas.

—¿Cómo funciona? —pregunta Little Peaches.

—No quiero ni pensarlo —dice Peaches—. Supongo que es como un neumático deshinchado, y le metes aire para que se te ponga dura.

—¿Lleva un tubo dentro de la polla?

—Supongo —dice Peaches—. De todos modos, lo que hace está mal, follarse a la tía en la casa donde vive su mujer. Qué falta de respeto. Gracias a Dios que Cario no está vivo para verlo.

—Si Cario estuviera vivo, no habría nada que ver —dice Little Peaches—. Paulie no tendría huevos, y mucho menos una polla hinchable, para follarse a una puta ante las narices de la hermana de Cario. Paulie ya estaría muerto.

—Que Dios te oiga —dice Peaches—. Si quieres algo raro, pues vale, ve a buscar algo raro. Si quieres algo extraconyugal, ve a buscar algo extraconyugal, pero no en casa. La casa es el hogar de la esposa. Tienes que respetar eso. Es la costumbre.

—Tienes razón.

—Todo va mal ahora —dice Big Peaches—. Y cuando el señor Neill muera al fin... Te lo digo yo, será mejor que el trabajo de lugarteniente sea para Johnny Boy.

—Paulie no nombrará a John lugarteniente —dice Little Peaches—. Le tiene demasiado miedo. El trabajo será para Bellavia, ya lo verás.

—Tommy Bellavia es el chófer de Paulie —resopla Big Peaches—. Es un taxista, por el amor de Dios. No pienso recibir órdenes de un puto chófer. Mejor que sea John, te lo digo yo.

—De todos modos —dice Little Peaches—, no podemos correr riesgos con este cargamento. Tenemos que cogerlo, ponerlo en la calle y ganar algo de dinero.

—Me doy por enterado.

Callan piensa más o menos en lo mismo, sentado en la parte posterior del camión en plena y fría noche del desierto. Ojalá se hubiera traído algo más que esta vieja chaqueta de cuero.

—¿Quién iba a suponer que haría frío en el puto desierto? —dice O-Bop.

—¿Qué está pasando? —pregunta Callan.

No le gusta esa mierda. No le gusta estar lejos de Nueva York, no le gusta estar en el culo del mundo, ni siquiera le gusta lo que están haciendo aquí. Ve lo que está pasando en las calles, lo que el crack está haciendo al barrio, a toda la ciudad. Se siente mal, no es una forma correcta de ganarse la vida. La mierda del sindicato es una cosa, la mierda de la construcción, la usura, el juego, incluso los contratos, pero no le gusta ayudar a Peaches a colocar crack en las calles.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó O-Bop cuando apareció—. ¿Decir que no?

—Sí.

—Si esto se jode, nosotros también nos jugamos el culo.

—Lo sé.

Y aquí están, sentados en la parte trasera de un camión sobre armas suficientes para conquistar una pequeña república bananera, esperando a que aterrice un avión para efectuar el intercambio y volver a casa.

A no ser que los mexicanos se rajen; en ese caso, Callan tiene diez balas del calibre 22 en el cargador y otra en la recámara.

—Aquí hay un arsenal —dice O-Bop—. ¿Para qué quieres una veintidós?

—Es suficiente.

Joder, ya lo creo, piensa O-Bop cuando se acuerda de Eddie Friel.

Joder, ya lo creo.

—Averigua qué está pasando —dice Callan.

O-Bop golpea en la pared.

—¿Qué está pasando?

—¡No pueden localizar el puto avión!

—¡No jodas!

—¡Sí jodo! —grita Peaches—. ¡El avión aterrizó, dimos el cambiazo y todos estamos sentados en Rocco comiendo linguini con salsa de almejas!

—¿Cómo se pierde un avión? —pregunta Callan.

Aquí no hay nada.

Ese es el problema. El piloto está a dos mil cuatrocientos metros sobre el desierto, y solo ve oscuridad abajo. Puede localizar Borrego Springs, puede localizar Ocotillo Wells o Blythe, pero a menos que alguien toque la bocina y le facilite el lugar del aterrizaje, tiene tantas probabilidades de localizar esa pista como de ver a los Cubs ganar las Series Mundiales.

Zip.

Es un problema porque lleva el combustible justo, y muy pronto tendrá que empezar a pensar en dar media vuelta y regresar a El Salvador. Prueba la radio de nuevo y obtiene el mismo chirrido metálico. Después sube media frecuencia y...

—Adelante, adelante.

—¿Dónde coño estabais? —pregunta el piloto—. Os habéis equivocado de frecuencia.

Que te crees tú eso, piensa Art.

San Antonio es el patrón de las causas desesperadas, y Art toma nota mental de darle las gracias con una vela y un billete de veinte dólares.

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