Aquella misma semana, Mario volvió a visitar a su amigo Rutilio Rufo y le encontró absorto, haciendo el equipaje.
—Panetio agoniza —le dijo Rutilio, conteniendo las lágrimas.
—¡Mala noticia! —exclamó Mario—. ¿Dónde está? ¿Llegarás a tiempo?
—Eso espero. Está en Tarso y me ha pedido que vaya. ¡Es curioso que me reclame a mí, con tantos romanos como ha tenido por discípulos!
—¿Y por qué no? —replicó Mario con cierto aire admirativo—. Al fin y al cabo eres su mejor alumno.
—No, no —adujo Rutilio, como distraído.
—Me marcho a casa —dijo Mario.
—No digas tonterías —replicó Rutilio Rufo, conduciéndole a su despacho, un cuarto sucio en extremo, lleno de escritorios y mesas atiborradas de libros, en su mayoría medio desenrollados y algunos sujetos por el extremo, dejando caer hasta el suelo una cascada de precioso papiro egipcio.
—Me quedaré en el jardín —dijo Mario con firmeza, no viendo otro sitio donde descansar en medio de aquel caos, aunque sabedor de que Rutilio Rufo era capaz de localizar rápidamente cualquier libro por muy desordenado que el cuarto pareciera—. ¿Qué estás escribiendo? —inquirió al ver en una mesa un largo documento en papel con tratamiento de Fanio, ya medio cubierto por la inconfundible escritura de Rutilio, muy clara y fácil de leer, en contraste con el desbarajuste del cuarto.
—Algo en lo que deseo tu consejo —contestó Rutilio invitándole a salir—. Es un manual de información militar. Después de lo que me dijiste sobre la ineptitud de los generales romanos estos últimos años, pensé que era hora de que alguien competente redactase un tratado útil. Hasta el momento sólo llevo escrito lo relativo a logística y planificación de bases, pero ahora voy a comenzar con tácticas y estrategia, temas en los que tú eres experto. Así que tendré que estrujarte la mollera.
—Dalo por hecho —dijo Mario sentándose en un banco de madera en aquel pequeño jardín oscuro y bastante descuidado, lleno de yerbajos y con una fuente que no funcionaba—. ¿Ha venido a visitarte Metelo? —inquirió.
—Pues sí, a primera hora de la mañana —contestó Rutilio, sentándose en un banco enfrente de Mario.
—A mí también ha venido a verme esta mañana.
—Es sorprendente lo poco que ha cambiado nuestro Meneitos, Quinto Cecilio Metelo —dijo Rutilio Rufo riendo—. Si hubiese tenido una porqueriza a mano o mi fuente fuese digna de su nombre, creo que habría vuelto a tirarle.
—Te comprendo, pero no creo que hubiese sido una buena idea —dijo Mario—. ¿Qué es lo que tenía que decirte?
—Que va a presentarse al consulado.
—¡Si es que tenemos elecciones...! ¿Qué diablos anima a esos dos imbéciles a intentar por segunda vez ser tribunos de la plebe, cuando hasta los Gracos salieron malparados?
—Yo no retrasaría las elecciones de las centurias, ni aun las del pueblo —replicó Rutilio Rufo.
—¡Pues yo sí! Estos candidatos a un segundo mandato harían que sus colegas vetasen las elecciones —alegó Mario—. Ya sabes cómo son los tribunos del pueblo... una vez que acceden al poder no hay quien los pare.
—¡Ya lo creo que sé cómo son los tribunos del pueblo! —replicó Rutilio riendo—. Yo fui uno de los peores. Igual que tú, Cayo Mario.
—Pues sí.
—Habrá elecciones, no temas —dijo Rutilio Rufo pausadamente—. Yo creo que los tribunos del pueblo saldrán elegidos cuatro días antes de los idus de diciembre, y los demás poco después.
—Y el Meneitos será cónsul —añadió Mario.
Rutilio Rufo se inclinó hacia adelante, juntando las manos.
—El está al corriente de algo.
—No te equivocas, amigo mio. Seguro que sabe algo que no sotros ignoramos. ¿Sospechas el qué?
—Yugurta. Proyecta una guerra contra Yugurta.
—Eso es lo que yo imagino dijo Mario—. Lo que no sé es si la va a iniciar él o Espurio Albino...
—Yo no creo que Espurio Albino tenga las agallas necesarias. Pero el tiempo nos lo dirá —replicó Rutilio tranquilamente.
—Me ha ofrecido el cargo de legado mayor de su ejército..
—Y a mí también.
Se miraron mutuamente, sonriendo.
—Entonces más vale que nos enteremos de qué es lo que pasa —añadió Mario poniéndose en pie—. Un día de estos tiene que llegar Espurio Albino para celebrar las elecciones, ya que nadie le ha avisado de que vaya a producirse ningún retraso.
—En cualquier caso tiene que haber salido de la provincia africana antes de que le hayan llegado las noticias —dijo Rutilio Rufo, pasando de largo ante el despacho.
—¿Vas a aceptar el ofrecimiento de Metelo?
—Lo aceptaré si tú aceptas también, Cayo Mario.
—¡Bien!
—¿Cómo está Julia? —inquirió Rutilio, abriendo la puerta de la calle—. No me va a dar tiempo a verla.
—¡Estupendamente, muy hermosa, gloriosa! —contestó Mario, radiante.
—¡Bah, vejancón idiota! —exclamó Rutilio, empujando a Mario a la calle—. Mantén las orejas bien abiertas mientras estoy fuera y escríbeme si oyes ruido de sables.
—Así lo haré. Que tengas buen viaje.
—¿En otoño? Ese barco será como un osario; y puedo ahogarme.
—Qué va —replicó Mario riendo—. El padre Neptuno no te querrá. No estaría bien desbaratar los planes de Metelo.
Julia estaba encinta y muy contenta; el único agobio que sufría era la constante preocupación de Mario.
—De verdad, Cayo Mario, estoy perfectamente —le dijo por enésima vez.
Era noviembre y el niño tenía que nacer en marzo, por lo que comenzaba a notársele el vientre. Pero ella daba muestra de la lozanía de la maternidad, totalmente exenta de trastornos o achaques.
—¿Seguro? —inquirió él, angustiado.
—¡Claro que si; déjame! —replicó ella, amable y sonriente.
Más tranquilo, el ufano esposo la dejó con las criadas en el cuarto de labor y se dirigió al despacho. Era el único lugar de la gran mansión en el que no se veía a Julia, el único lugar en que se olvidaba de ella. No es que quisiera olvidarla, pero es que había momentos en que necesitaba pensar en otras cosas.
En los acontecimientos de Africa, por ejemplo. Se sentó ante el escritorio, tiró del rollo de papel y comenzó a escribir en su prosa directa y sin adornos a Publio Rutilio Rufo, que había llegado sin novedad a Tarso tras un apresurado viaje.
Asisto a todas las reuniones del Senado y de la plebe, y parece ser que por fin pronto habrá elecciones. Ya era hora. Como tú dijiste: cuatro días antes de los idus de diciembre. Publio Licinio Lúculo y Lucio Annio empiezan a derrumbarse: no creo que logren un segundo mandato como tribunos de la plebe. De hecho, la impresión general es que se las arreglaron para difundir el rumor y que sus nombres cobraran mayor relieve ante los electores. Ambos son consulables, pero ninguno de los dos ha conseguido causar impresión y no es de extrañar que los tribunos de la plebe no los consideren reformadores. Así que, ¿qué mejor modo de causar impresión que entorpecer el voto popular por Roma? Debo estar volviéndome cínico. ¿Es posible eso en el caso de un palurdo itálico que no habla griego?
Como sabes, las cosas siguen muy tranquilas en Africa, aunque nuestros espías comunican que Yugurta está reclutando y preparando un ejército muy numeroso ¡y al estilo romano! No obstante, las cosas dejaron de estar tranquilas cuando Espurio Albino llegó aquí hace más de un mes para celebrar las elecciones. Hizo su informe al Senado, incluido el hecho de que ha reducido su ejército a tres legiones, una de fuerzas auxiliares locales, otra de tropas romanas ya estacionadas en Afríca y otra que se llevó consigo de Italia la pasada primavera. Aún no han hecho el bautismo de sangre. Por lo visto, Espurio Albino no siente mucha inclinación por el arte de la guerra. No puedo decir lo mismo de Metelo.
Lo que sacó de quicio a nuestros venerables colegas del Senado fue la noticia de que a Espurio Albino le ha parecido conveniente nombrar a su hermanito Aulo Albino gobernador de la provincia africana ¡y comandante del ejército de allí durante su ausencia! ¡Imagínate! Supongo que si Aulo Albino hubiese sido su cuestor, el Senado no habría objetado nada, pero imagínate —aunque te lo digo, de todos modos—: el cargo de cuestor no era suficiente para Aulo Albino, así que su hermano le nombró legado mayor. ¡Sin aprobación del Senado! Así que ahí tienes a nuestra provincia de Africa, administrada en ausencia del gobernador por un exaltado de treinta años sin ninguna esperiencia ni descollante inteligencia. Marco Escauro estaba rabioso y dirigió al cónsul una diatriba que tardará en olvidar, te lo aseguro. Pero ya está hecho. Lo único que cabe esperar es que el gobernador Aulo Albino se comporte como es debido. Escauro lo duda. Yyo también, Publio Rutilio.
La carta fue expedida a Publio Rutilio antes de que se celebrasen las elecciones, y Mario esperaba que fuese la última, convencido de que para el Año Nuevo su amigo habría regresado a Roma. Luego le llegó una carta de Rutilio comunicándole que Panetio aun vivía y que había mejorado tanto al ver a su antiguo alumno, que era muy probable que viviera unos meses más de lo que por el progreso de su mal cabía esperar: "Nos veremos en primavera, antes de que el Meneitos se embarque para Africa", decía Rutilio en su carta.
Por lo que Mario volvió a sentarse ante el escritorio en las postrimerías del año viejo y escribió de nuevo a Tarso.
No tenías ninguna duda de que al Meneitos le eligieran cónsul, y tenías razón. Sin embargo, el pueblo y los tribunos de la plebe sacaron tajada en las elecciones antes de que votasen las centurias y no hubo sorpresas en ninguno de ambos casos. Por lo que los cuestores asumieron el cargo el quinto día de diciembre y los nuevos tribunos de la plebe el décimo día. El único nuevo tribuno de la plebe que parece interesante es Cayo Mamilio Limetano. Ah, y tres de los nuevos cuestores prometen. Los famosos oradores noveles y figuras del foro, Lucio Licinio Craso y su buen amigo Quinto Mucio Escévola, son dos de ellos, pero para mí es aún más interesante el tercero: un tipo muy impetuoso y enérgico, de una familia plebeya reciente, llamado Cayo Servilio Glaucia, a quien estoy seguro recordarás de cuando actuaba ante los tribunales; ahora se dice que es el mejor legalista que ha tenido Roma. A mí no me gusta. Metelo salió elegido en el primer puesto en los comicios de las centurias, así que será cónsul mayor el año que viene. Marco Junio Silano le anduvo a la zaga, pero el voto fue muy conservador, de todos modos. No hay hombres nuevos entre los pretores. De los seis, dos son patricios y un patricio adoptado por una familia plebeya, que es nada menos que Quinto Lucio Catulo César. Por lo que respecta al Senado, la votación fue excepcional y el nuevo año se presenta prometedor.
Y luego, mi querido Publio Rutilio, estalló el trueno. Parece que a Aulo Albino le tentaron los rumores de que había un gran tesoro oculto en la ciudad númida de Suzul. Así que esperó a que su hermano el cónsul estuviera camino de Roma para celebrar las elecciones e... ¡invadió Numidia! ¿Te imaginas? ¡A la cabeza de tres miserables legiones sin experiencia! El asedio de Suzul fue un fracaso, por supuesto. Los númidas cerraron las puertas y se rieron de él desde los adarves de las murallas. Pero, en vez de admitir su incapacidad para llevar a cabo un asedio, y no digamos una campaña, ¿qué hizo nuestro Aulo Albino? ¿Regresar a la provincia romana?, es como si te lo estuviera oyendo preguntar a ti, que eres un hombre razonable. Pues sí, eso podría haber sido lo que tú hubieras optado por hacer de haber estado en la situación de Aulo Albino, pero no fue lo que él hizo. ¡El levantó el sitio y marchó a la Numidia occidental! A la cabeza de sus tres miserables legiones sin experiencia. Yugurta le atacó en plena noche cerca de la ciudad de Calama y le infligió tal derrota que el hermanito del cónsul tuvo que rendirse sin condiciones. ¡Y Yugurta hizo pasar bajo el yugo a todas las tropas romanas y auxiliares de Aulo Albino y, a continuación, le obligó a poner su firma en un tratado, en el que se otorga todo lo que no había podido conseguir del Senado!
La noticia llegó a Roma no a través de Aulo Albino, sino de Yugurta, quien envió al Senado una copia del tratado acompañada de una carta en la que se queja duramente de nuestra traición por haber invadido un país con ansias de paz que no había levantado ni un dedo contra Roma. Cuando digo que Yugurta ha escrito al Senado, quiero decir que tuvo arrestos para dirigirse a su irredento enemigo Marco Emilio Escauro, dado su cargo de prínceps senatus. Una expresa afrenta a los cónsules, naturalmente, el dirigir la carta al primero entre los senadores. ¡Si hubieras visto lo furioso que estaba Escauro! Convocó inmediatamente una reunión del Senado y obligó a Espurio Albino a divulgar muchos hechos que hábilmente se habían ocultado, incluido el de que no era tan ajeno a los planes de su hermanito como había pretendido en principio. La cámara estaba atónita. Luego las cosas se pusieron feas y la facción de Albino se apresuró a cambiar de bando, dejando solo a Espurio, que tuvo que confesar que había sabido la noticia del propio Aulo por una carta que había recibido días antes. Por Espurio nos hemos enterado de que Yugurta ha ordenado regresar a Aulo al Africa romana, prohibiéndole pisar la frontera de Numidia. Así que ahí ha quedado el codicioso Aulo Albino, pidiendo instrucciones a su hermano.
Mario suspiró y desentumeció sus dedos. Lo que para Rutilio Rufo era un placer, para él era un suplicio. "Vamos, Cayo Mario, sigue", dijo para sus adentros. Y continuó.
Naturalmente, lo que más ha dolido ha sido que Yugurta haya obligado al ejército romano a pasar bajo el yugo. Sucede raras veces, pero siempre causa profunda conmoción en la ciudad, sin distinción de clases; yo, que es la primera vez que soy testigo de ello, me siento tan conmovido, humillado y hundido como el romano que más. Me atrevería a decir que a ti te habrá sido igualmente doloroso, por lo que me alegro de que no estuvieses aquí y vieras las escenas de la gente de luto, llorando y mesándose los cabellos, muchos caballeros se quitaron la franja estrecha de la túnica, los senadores se pusieron una franja estrecha en vez de ancha, y todo el territorio enemigo delante del templo de Belona estaba lleno de ofrendas pidiendo castigo para Yugurta. La fortuna le ha dado al Meneitos una preciosa campaña para el año que viene, y tú y yo nos lo pasaremos muy bien, siempre que nos entendamos con él.
El nuevo tribuno de la plebe Cayo Mamilio pide la cabeza de Postumio Albino y exige que su hermano Aulo Albino sea ejecutado por traición y que a Espurio Albino se le juzgue también por traición, aunque sólo sea por la estupidez de dejar de gobernador a su hermano durante su ausencia. De hecho, Mamilio reclama que se constituya un tribunal especial y pretende juzgar nada menos que ¡a todos los romanos que hayan tenido tratos dudosos con Yugurta desde la epoca de Lucio Opimio! Y tal como están los ánimos en el Senado, es posible que lo consiga. Todos pasarán bajo el yugo. Porque todos coinciden en decir que el ejército y su comandante deberían haber muerto luchando antes que someter a su país a tan abyecta humillación. En eso no estoy de acuerdo, por supuesto, como supongo no lo estarás tú. Un ejército vale lo que su comandante, independientemente de su fuerza.
El Senado redactó y despachó una dura carta para Yugurta, diciéndole que Roma no puede ni quiere reconocer un tratado firmado a la fuerza por un hombre sin imperium y, por consiguiente, sin autoridad del Senado del pueblo romano para mandar un ejército, gobernar una provincia y concertar tratados.
Y para concluir, y no menos importante, Publio Rutilio, te diré que Cayo Mamilio ha recibido mandato de la Asamblea de la plebe para formar un tribunal especial y juzgar por traición a todos los que hayan tenido o se sospeche que han tenido tratos con Yugurta. Esto te lo añado en el último día del año viejo. Por una vez, el Senado aceptó con entusiasmo la legislación plebeya y Escauro ya está confeccionando una lista de los que van a ser juzgados. A ello contribuye con júbilo Cayo Memio, que por fin obtiene la revancha. Y lo que es más, en ese tribunal especial de Mamilio las posibilidades de salir convicto de traición son mayores que por el sistema tradicional en juicios realizados por la Asamblea de centurias. Hasta el momento se han sabido los nombres de Lucio Opimio, Lucio Calpurnio Bestia, Cayo Porcio Catón, Cayo Sulpicio Galba, Espurio Postumio Albino y de su hermano. Pero, como es natural Espurio Albino está reuniendo un equipo impresionante de abogados para defender ante el Senado que, independientemente de lo que haya o no hecho su hermanito, no se le puede someter legalmente a juicio porque nunca ha tenido imperium legal. De lo que se deduce que Espurio Albino va a asumir la culpabilidad de Aulo, e indudablemente le declararán culpable. Me extrañaría que, si las cosas van como yo sinceramente espero, el promotor de todo esto, Aulo Albino, salga indemne de su paso bajo el yugo.
Ah, y Escauro va ser uno de los tres presidentes de la Comisión Mamilia, como se llama a este nuevo tribunal. Ha aceptado sin pensárselo dos veces.
Y eso es todo lo de este año viejo, Publio Rutilio. Un año trascendental, dicen todos. Yo, que ya había perdido la esperanza, logré sacar la cabeza por encima de las aguas políticas de Roma, gracias a mi casamiento con Julia. El Meneitos ahora me hace la corte y otros que en el pasado ni advertían mi presencia comienzan a hablarme como a un igual. Cuídate en el viaje de vuelta y empréndelo pronto.