—Le di su merecido a ese cabrón —dijo Killick.
Se hizo el silencio. La oscuridad se extendía con rapidez. Todo había terminado, y nadie había muerto ni había sufrido heridas graves; sin embargo, el grupo había perdido todo excepto los uniformes y los adornos del capitán Aubrey, varios documentos, algunos instrumentos y dos tiendas grandes, que cargaba uno de los camellos.
—Lo mejor que podemos hacer es beber tanta agua como podamos y luego continuar el viaje a Tina avanzando de noche. No necesitamos comida con este calor, y si tenemos hambre, nos comeremos los camellos. Recojan algunas ramas y hagan una hoguera junto al pozo.
Una gran llama salió de las ramas secas de tamariz, y a su luz, Jack no vio lo que temía, un agujero seco con un camello muerto dentro, sino una considerable cantidad de agua. Desafortunadamente, no tenían ningún cubo, pero Anderson, el velero, hizo uno enseguida con el pedazo de lona que cubría el baúl de Jack y el costurero que estaba dentro, y los marineros lo tiraron y lo llenaron una y otra vez hasta que ya ninguno podía beber más y los camellos la rechazaban.
—Vamos, llegaremos muy bien —dijo Jack—. ¿Verdad que llegaremos bien, doctor?
—Creo que podremos —respondió Stephen—, especialmente los que respiremos por la nariz, ya que así evitaremos la pérdida de humores, y los que tengamos un guijarro en la boca todo el tiempo y los que nos abstengamos de orinar y de conversar. Los otros probablemente se quedarán por el camino.
Casi inmediatamente después se oyó en las dunas un fuerte grito: «
¡Ujú-ujú!»
. Eso evitó que los marineros conversaran, pero después de un rato, muchos marineros empezaron a hablar en voz baja. Poco después el contramaestre se acercó a Mowett, y luego Mowett fue adonde estaba Jack y dijo:
—Señor, los hombres preguntan si el pastor podría pedir a Dios que bendiga el viaje.
—Desde luego —respondió Jack—. En momentos como éste, una plegaria viene muy bien, quiero decir, es mucho más apropiada que un tedeum. Señor Martin, ¿le parece bien celebrar una breve ceremonia religiosa?
—Sí, naturalmente —dijo Martin.
Después de estar pensativo unos momentos, recitó una letanía con voz monótona y sin emoción, y luego invitó a todos a cantar junto con él el salmo dieciséis.
El canto dejó de oírse en el desierto iluminado por las estrellas y los terrores de la noche se disiparon.
—Ahora estoy completamente seguro de que llegaremos bien —dijo Jack—. Llegaremos a Tina y a la fortaleza de los turcos en perfectas condiciones.
Llegaron a Tina (tardaron medio día desde que divisaron la colina y la fortaleza hasta que llegaron a ella, caminando trabajosamente en medio del sofocante calor, seguidos por los buitres), pero no llegaron en perfectas condiciones. No se comieron los camellos porque los necesitaban para transportar a los hombres que habían perdido las fuerzas a causa de la sed, el hambre, el terrible calor o la disentería que habían contraído en Suez, y los pobres animales iban tan cargados que apenas podían caminar al lento ritmo de la columna, si a aquel grupo de hombres sedientos, agotados y silenciosos podía llamársele una columna en vez de un montón de moribundos. Sin embargo, no vieron a los turcos. Muy pronto Jack había visto por el telescopio que no había ninguna bandera ondeando en la fortaleza, y cuando ya todos estaban bastante cerca de ella, vieron que no había movimiento en el interior y que la puerta principal estaba cerrada y, además, que el campamento de beduinos ya no estaba, por lo que el lugar tenía un aspecto desolador. Jack no sabía si los turcos se habían retirado a la frontera con Siria porque Turquía y Egipto habían roto relaciones o si se habían ido a hacer alguna operación bélica, y tampoco le importaba mucho. Lo que le preocupaba era el
Dromedary
. Se hacía varias preguntas: «¿Estará allí todavía o nos habrá abandonado porque ha pasado mucho tiempo? ¿Habrá tenido que irse porque hubo algún combate entre los turcos y los egipcios? ¿La habrán hundido?».
Las dunas y las colinas cubiertas de lodo que bordeaban la costa le impedían ver la parte más cercana de la bahía, y la parte más lejana, donde había dejado el barco, estaba vacía, vacía como el desierto. Le horrorizaba la idea de que posiblemente no estuviera allí y, por tanto, tuvieran que quedarse en aquella playa llena de moscas bajo un sol abrasador, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para serenarse cuando subía la última colina. No obstante eso, subió atropelladamente a la cima y se quedó allí unos momentos para prolongar la sensación de alivio que le había producido ver el barco muy cerca de la costa, amarrado por proa y por popa, y a algunos tripulantes pescando en las lanchas alrededor de él.
Entonces se volvió, y los marineros, al ver su cara sonriente, caminaron más rápido, aunque hasta ese momento la mayoría de ellos caminaba tambaleándose. Sin embargo, no tenían fuerzas para gritar; sólo podían emitir sonidos roncos que no se oían ni a cien yardas. Saludaron a los tripulantes de las lanchas agitando las manos, pero ellos no les vieron hasta después de un buen rato, y entonces se limitaron a responderles agitando las manos también, lo que les provocó rabia.
—¡Disparen los mosquetes! —ordenó Jack.
Algunos hombres habían dejado caer los mosquetes en las últimas insoportables millas, pero otros los conservaban. Al oír los disparos, la lancha que estaba más próxima empezó a avanzar hacia el barco, y todos pensaron que probablemente los tripulantes del
Dromedary
se habían asustado porque habían supuesto que los turcos y los egipcios estaban atacándose unos a otros o les atacaban a ellos y habían pensado que era mejor salir a alta mar; sin embargo, lo que había ocurrido era que el señor Alien había ido a buscar su telescopio.
Los tripulantes del
Dromedary
no podían haber encontrado nada mejor para granjearse las simpatías de los de la
Surprise
que las tazas de té, la enorme cantidad de vino con agua y jugo de limón y la abundante comida que les ofrecieron; los tripulantes de la
Surprise
no podían haber encontrado nada mejor para granjearse las simpatías de los del
Dromedary
que contarles las dificultades que habían pasado y el fracaso de su misión y expresarles su gratitud. Cuando iban navegando hacia el oeste, se comportaban como viejos compañeros de tripulación, y las diferencias entre los marineros de barco de guerra y los de barco mercante fueron olvidadas. Además, los vientos eran más favorables que los que habían soplado cuando habían navegado hacia la zona oriental del Mediterráneo y a menudo más fuertes. Cada día Malta estaba cien o ciento cincuenta yardas más cerca, y cada día, después de recorrer las dos o tres primeras millas, el capitán Aubrey intentaba escribir la carta oficial.
—Stephen —dijo cuando estaban en los 19°45'E—, por favor, escucha esto: «Señor, tengo el honor de informarle que, siguiendo sus órdenes del día tres del último, zarpé rumbo a Tina con una brigada bajo mi mando y de allí fui con una escolta turca hasta Suez, donde embarqué en la
Niobe
, una corbeta de la Compañía, y, después que subió a bordo un grupo de soldados turcos, zarpé con tiempo adverso hacia el canal de Mubara… donde hice el ridículo». La cuestión es cómo decir esto sin que parezca un estúpido.
Jack Aubrey, con la carta oficial en la mano, subió a bordo del buque del comandante general diez minutos después de que el
Dromedary
escogiera un lugar para fondear. El almirante le recibió de inmediato y le miró atentamente desde su escritorio, pero el rostro que ahora sir Francis veía no tenía la expresión propia de alguien que había conseguido un botín de cinco mil bolsas de quinientas piastras, y, sin esperanzas de obtener una respuesta satisfactoria, dijo:
—¡Vaya, por fin ha llegado, Aubrey! Siéntese. ¿Cómo salió la operación?
—No salió bien, señor.
—¿Capturó la galera?
—La capturamos, señor, mejor dicho, la hundimos, pero no tenía nada a bordo. Nos estaban esperando.
—Entonces terminaré este informe —dijo el almirante—, pues ahora tengo todos los datos en la mente. Sobre esa taquilla encontrará algunos periódicos y el último número del
Boletín Oficial de la Armada
que llegó ayer mismo.
Jack cogió la publicación que le era tan familiar. No había estado de viaje largo tiempo, pero habían ocurrido importantes cambios. Algunos almirantes habían muerto y sus puestos, además de otros puestos vacantes, ya habían sido ocupados, así que todas las personas que estaban en la lista de capitanes de navío habían cambiado de lugar. Los primeros habían alcanzado el noble grado de contraalmirantes de la escuadra azul o de la amarilla, según los casos, y otros, a un lugar mucho más cercano a la apoteosis. El nombre Jack Aubrey estaba mucho antes de la mitad, había subido más de lo que lo que correspondía de acuerdo con el número de almirantes que habían muerto, y cuando Jack trató de saber los motivos, descubrió que varios capitanes de más antigüedad que él también habían muerto, algunos de ellos por causa de enfermedades (había habido epidemias en las Antillas y en las Indias Orientales) y dos en combate.
—Una sarta de mentiras… Absurdas excusas… Cualquier cosa para echar la culpa a otros… —murmuró el almirante, poniendo las páginas del informe encima de un montón de papeles y arreglándolas para que quedaran colocadas justamente encima de ellos—. ¿Ha visto cuántos ascensos a almirante hubo? En verdad, muchos de los oficiales ascendidos han dejado el mando de sus barcos sin haber llegado a gobernarlos bien nunca, y lamento decir que actualmente la primera parte de la lista de capitanes no es mejor que la de antes. A un comandante general no le es posible conseguir nada si tiene subordinados incompetentes.
—Si, señor —dijo Jack, avergonzado, y después de una desagradable pausa, poniendo sobre la mesa un sobre, continuó—: He traído mi carta oficial, señor, y siento decir que no es probable que le haga cambiar de opinión.
—¡Diantre! —exclamó el almirante.
Jack pensó que era uno de los pocos oficiales de la Armada que aún decía esa palabra.
—¡Es eterna! —continuó—. Dos, no, tres páginas, y escritas por las dos caras. No tiene usted idea de cuántas cosas tengo que leer, Aubrey. Hace poco he llegado de Tolón, y había un montón de papeles esperándome aquí. Haga un resumen.
—¿Qué? —preguntó Jack.
—Pues que haga una exposición sucinta, un relato breve, un compendio. ¡Por el amor de Dios! Me recuerda usted a aquel guardiamarina tonto que admití en el
Ajax
por consideración a su padre. Le pregunté: «¿No tiene usted
nous
[15]
?»
. Y me contestó: «No, señor. No sabía si era necesario traerlo a bordo. Pero compraré un poco la próxima vez que baje a tierra».
—Ja, ja, ja! —rió Jack, y contó su viaje y terminó diciendo—: Y entonces, señor, regresé cuando vi que, si me permite la expresión, había hecho el ridículo. Mi único consuelo es que no hubo bajas, aparte del intérprete.
—Obviamente, nuestra información era errónea —dijo el almirante—. Tendremos que descubrir cuáles son las causas —añadió, y luego hizo una larga pausa y, por fin, continuó—: Es posible que hubiera conseguido algo si en vez de ir a esperar la galera hubiera ido inmediatamente a Mubara y los turcos hubieran desembarcado al amanecer al amparo del fuego de sus cañones. La rapidez es fundamental en un ataque.
Jack recordaba que en las órdenes se decía de manera explícita que fuera primero al canal del sur y abrió la boca para decirlo, pero volvió a cerrarla sin decir nada.
—Pero esto no es un reproche —prosiguió—. No, no… Por otra parte, tengo malas noticias que darle: la
Surprise
debe regresar a Inglaterra, pero permanecerá allí sin ser utilizada para ninguna misión o será vendida. No, no —dijo alzando la mano extendida. Sé exactamente lo que va a decir—. Yo diría lo mismo a su edad: está en buenas condiciones, le quedan muchos años de vida útil y es más fácil de maniobrar que ninguna otra embarcación. Todo eso es cierto, aunque de paso le diré que probablemente necesitará costosas reparaciones dentro de poco y que, además, como es muy vieja, tanto que ya lo era cuando se la arrebatamos a los franceses al principio de la pasada guerra, en comparación con las fragatas modernas, es pequeña y poco potente, es un anacronismo.
—Permítame decirle que el
Victory
es más viejo todavía, señor.
—Sólo un poco más. Y ya sabe usted lo que han costado sus reparaciones. Pero eso no es lo importante. El
Victory
todavía puede luchar contra cualquier navío francés de primera clase porque tienen una potencia similar a la suya, mientras que en la armada francesa y en la norteamericana casi no quedan fragatas de potencia semejante a la de la
Surprise.
Era cierto. Desde hacía muchos años había tendencia a construir barcos más grandes y más potentes cada vez, y las fragatas más comunes en la Armada real en esos momentos tenían treinta y ocho cañones de dieciocho libras y un arqueo de más de mil toneladas, casi el doble del de la
Surprise
. A pesar de todo, Jack, lleno de tristeza, dijo:
—Pero los norteamericanos tienen la
Norfolk
y también la
Essex
, señor.
—Otro anacronismo. La excepción que confirma la regla. ¿Qué podría hacer la
Surprise
con sus cañones de veinticuatro libras a la
President
o a cualquiera de las otras fragatas norteamericanas con cañones de cuarenta libras? Absolutamente nada. Tampoco podría hacer nada a un barco de línea. No se lo tome a pecho, Aubrey No es el único barco que hay en el mundo, ¿sabe?
—¡Oh, no me importa, señor! —dijo Jack—. No me importa en absoluto. Cuando zarpé en el
Worcester
rumbo al Mediterráneo, sabía que el intervalo de tiempo que estuviera aquí era simplemente un paréntesis hasta que la
Blackwater
estuviera lista.
—¿La
Blackwater
? —preguntó sir Francis, sorprendido.
—Sí, señor. Me la prometieron. Me dijeron que debía irme en ella a la base naval de Norteamérica en cuanto estuviera lista.
—¿Quién se lo dijo?
—El propio secretario, señor.
—¿Ah, sí? —preguntó el almirante, bajando la vista—. Comprendo, comprendo. No obstante, antes de que lleve la
Surprise
a Inglaterra quiero que haga con ella algunas misiones de poca importancia, la primera de ellas en el mar Adriático.