El rebaño ciego (44 page)

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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El rebaño ciego
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—Kitty —dijo ella—. Imagino que debes aburrirte mucho aquí, ¿no?

—¿Qué? —Intentó sentarse en la cama, tembloroso.

—Quiero decir, ¿eso es todo lo que tienes para pasar el tiempo? —Señaló con su mano libre la revista que asomaba bajo la almohada.

El la miró parpadeando varias veces, rápidamente. Luego enrojeció hasta las orejas.

—Eres encantador —dijo ella—. Y también atractivo. Mira, me he excitado bastante. ¿Y tú?

—¿Qué infiernos está haciendo ahí dentro? —dijo Hugh malhumoradamente, bastante rato después.

—Probablemente jodiendo con él —dijo Carl con indiferencia—. ¿Sabes de alguna vez que Kitty haya dejado pasar una ocasión? ¡Pero qué infiernos! El pobre chico se lo merece. Quiero decir que se ha mostrado cooperativo. Es el asqueroso de su viejo el que nos da que hacer.

EQUILIBRIO

Petronella Page:
Viernes de nuevo, mundo, la noche en que rompemos las reglas habituales y recorremos todo el planeta. Más tarde, hablaremos con uno de los principales jefes de la famosa Brigada Especial de Scotland Yard, en Londres, acerca del nuevo sistema computerizado británico para el control de la subversión, ampliamente alabado como de los más modernos del mundo, y luego nos trasladaremos a París para hablar del extraño clima que están teniendo allá, con nieve en agosto, imaginen. Pero primero vamos a abordar un tema que nos toca mucho más de cerca. Aguardando en los estudios de la ABS en Chicago hay un conocido psicólogo educacional con opiniones muy claras sobre un tema que concierne a todo aquel que tenga niños… o que tenga intención de tener niños. Prefiere permanecer en el anonimato debido a que sus opiniones son fuente de controversia, así que vamos a saltarnos un poco nuestras reglas y permitiremos que sea llamado doctor Tal. ¿Está usted ahí…?

Tal:
Estoy aquí, señorita Page.

Page:
Estupendo. Bien, empecemos con sus explicaciones acerca de la actual falta de técnicos en toda la nación, de la alta incidencia de abandonos universitarios, y demás. La mayoría de la gente supone que es el resultado de la desconfianza hacia la industria y sus efectos sobre nuestras vidas, pero usted dice que la cosa no es tan sencilla.

Tal:
Pero tampoco es demasiado complicada, pese al hecho de que hay una gran cantidad de factores interactuando. El esquema es realmente muy claro. No es que los chicos de hoy en día sean más estúpidos que sus padres. Es que son más tímidos. Más reluctantes a tomar decisiones, a responsabilizarse. Prefieren dejarse resbalar por la vida.

Page:
¿Por qué?

Tal:
Bien, ha habido muchos estudios… sobre ratas principalmente… que han demostrado la importancia crucial del entorno prenatal. Camadas nacidas de madres hostilizadas o de madres pobremente alimentadas, suelen crecer asustadas, temen incluso abandonar una jaula abierta, y lo que es más sus expectativas de vida se ven reducidas.

Page:
¿Pueden demostrar los experimentos con ratas cualquier cosa con relación a los seres humanos?

Tal:
Hoy sabemos mucho acerca de cómo extrapolar de las ratas a las personas, pero eso no quiere decir que solamente tengamos esos medios. En un cierto sentido, nosotros mismos nos hemos convertido en animales de experimentación. Somos demasiados, estamos demasiado apiñados, en un entorno que hemos envenenado nosotros… con nuestros subproductos. Cuando esto ocurre a las especies salvajes, o a las ratas en un laboratorio, la siguiente generación muestra ser más débil y más lenta y más tímida. Esto es un mecanismo de defensa.

Page:
No sé si mucha gente podrá seguirle.

Tal:
Bueno, los débiles caen más fácilmente víctimas de los predadores. Eso reduce la población. La competición se ve disminuida. Y el deterioro del entorno también, por supuesto.

Page:
Pero nuestra población no está disminuyendo. ¿Está usted diciendo que tenemos demasiados niños?

Tal:
No habría demasiados si pudiéramos garantizarles una adecuada relajación, librarlos de la ansiedad… y darles las cantidades necesarias de alimentos sanos. No podemos. Nuestra agua está polucionada, nuestra comida está contaminada con sustancias artificiales contra las que nuestros cuerpos no pueden luchar, y durante todo el tiempo tenemos la sensación de vivir en una competición a vida o muerte con nuestros semejantes.

Page:
Esto me suena como bastante generalizador. ¿Qué pruebas tiene usted, aparte las ratas y esas criaturas salvajes que no ha especificado?

Tal:
Los archivos escolares, los registros de empleo, el pánico que sienten las grandes compañías este año porque ha habido un descenso cercano a un noventa por ciento en el reclutamiento de postgraduados… ¿no es así?

Page
: Yo no he dicho nada. Prosiga.

Tal:
También, a principios de año, fue publicado un informe de las Naciones Unidas que tendía a señalar que el nivel de inteligencia estaba creciendo muy marcadamente en los países subdesarrollados del mundo, mientras que por el contrario en los países ricos…

Page:
Pero ese informe fue desacreditado. Se señaló que uno no puede aplicar los mismos criterios a los niños de…

Tal:
Es falso. Disculpe. Conozco todo eso y también la argumentación de que nuestro nivel médico superior nos permite mantener con vida a niños subnormales que mueren en los países subdesarrollados en vez de sobrevivir haciendo bajar la media. Pero no es de eso de lo que estoy hablando. Me estoy refiriendo específicamente a los niños aparentemente normales, sin defectos físicos o mentales obvios. Estoy convencido de que la gente sabe subconscientemente lo que está sucediendo, y empieza a sentirse alarmada por ello. Por ejemplo, hay una tradición de desconfianza en nuestra sociedad hacia los muy inteligentes, los muy entrenados, los muy competentes. Uno necesita mirar tan sólo a las últimas elecciones presidenciales para tener una prueba de ello. El público deseaba a todas luces un presidente títere, una persona con buena presencia que produjera ruidos tranquilizadores…

Page:
Doctor Tal, está usted apartándose del asunto, ¿no cree?

Tal:
Si usted lo dice. Pero afirmo que esto ilustra la ansiedad fundamental que está tiñendo ahora nuestras actitudes sociales. Digo que subconscientemente nos hemos dado cuenta de que nuestros niños son menos inteligentes, más tímidos, y empezamos a temer que seamos menos capaces de lo que eran nuestros padres, y en consecuencia estamos huyendo de todo lo que puede tender a mostrarnos que eso es cierto. Cuando los políticos proclaman que el público ya no se siente interesado en la conservación del medio ambiente, tienen razón a medias. La gente tiene realmente miedo de sentirse interesada por ello, porque sospechan creo que con razón, que descubriremos si cavamos lo suficientemente hondo que hemos ido tan más allá de los límites de lo que el planeta puede soportar, y que sólo una gran catástrofe que corte a la vez nuestra población y nuestra habilidad de interferir con el biociclo natural puede ofrecernos una posibilidad de supervivencia. Y esta catástrofe no puede ser una guerra, puesto que eso destruiría aún más espacio cultivable.

Page:
Gracias por hablar con nosotros, doctor Tal, pero debo decir que supongo que mucha gente contemplará su teoría como improbable Ahora, tras una pausa para la identificación de nuestra estación…

EL FIN DE UN LARGO Y OSCURO TÚNEL

Cristo, Oakland había sido malo. Pero Nueva York era
horrible
. Incluso en el interior, incluso en el vestíbulo de aquel hotel con sus puertas giratorias y el aire acondicionado que soplaba tan fuerte que casi agitaba las paredes, los ojos de Austin Train le escocían y le dolía la garganta. Pensó que iba a perder la voz. También que iba a perder el buen juicio. Ya le había ocurrido una vez, y en ocasiones sospechaba que se había sentido más feliz así. Como aquellos muchachos que habían declarado en la investigación por los sucesos en la planta hidropónica Bamberley y que, uno tras otro, habían manifestado con una voz monótona que lo que más deseaban era volverse locos.

Pero estaba aquí, de todos modos.

Muchas veces durante su viaje había temido que no iba a poder alcanzar su destino. Naturalmente, con una documentación falsificada a nombre de «Fred Smith» no se atrevía a correr el riesgo de volar hasta Nueva York, de modo que su itinerario había sido un tortuoso recorrido en autobús y tren. Felice le había ofrecido uno de sus coches, pero eso también estaba fuera de cuestión, porque los coches eran los medios favoritos empleados por los saboteadores para trasladar y dejar sus bombas, y los robaban, o los alquilaban bajo un nombre falso, por lo que el margen de seguridad era pequeño. Y de todos modos el coche no era tampoco mucho más rápido, con todos esos controles de la policía en los límites de los Estados, las búsquedas, las zonas restringidas no sólo en las ciudades —uno esperaba eso durante el mes de agosto— sino también en campo abierto, en zonas agrícolas. A causa de los asaltos a camiones de productos alimenticios por supuesto.

Problemas como estos habían sido parte de las muchas razones que habían retrasado su decisión de surgir de nuevo a la vida pública. Durante todo el verano había estado discutiendo consigo mismo, tomando su decisión, luego cambiando de nuevo y regresando a recoger basuras, conduciendo un camión de basura, cargando una interminable sucesión de vagones que iban a arrojar las montañas de plástico imputrescible a las profundidades de minas abandonadas, comprimiendo basuras domiciliarias para ser vendidas como abono a las empresas que realizaban proyectos de reconversión de desiertos, pisoteando con los pies enfundados en enormes botas saturadas interiormente de sudor las montañas de cristales rotos y los montones de latas aplastadas. En cierto modo su trabajo era fascinante. Dentro de mil años aquellos desechos que estaba ayudando a enterrar tal vez fueran exhibidos en un museo.

Si aún había museos.

Había sido el ataque al wat de Denver lo que había resuelto la cuestión. Cuando supo que Zena se había refugiado en casa de Felice, a sólo unos kilómetros de donde él estaba, había sentido la necesidad de llamarla y hablar con ella. Y a partir de ahí todo lo demás había seguido su curso lógico. Como una flor abriéndose.

Y allí estaba ella, tras haberla aguardado durante tan sólo una hora. En este tiempo había empezado a llover… no era que la lluvia en Nueva York limpiara ya el aire, simplemente humedecía un poco la suciedad… y ella empujó la puerta giratoria envuelta en unas ropas sin forma: un impermeable de plástico sobre un traje de una pieza combinando con botas y pantalones del estilo que podían verse en todos los escaparates de todas las tiendas de ropa, y por supuesto la mascarilla filtro. Ni siquiera miró hacia él, sino que se dirigió directamente a la recepción para recoger su llave.

Vio que el recepcionista se inclinaba hacia ella para informarle en voz baja que un tal señor Smith la estaba esperando y deseaba hablarle.

Se giró para mirar por todo el vestíbulo, y la primera vez que lo vio no lo reconoció. No era sorprendente. La infección que había cubierto su cuero cabelludo con una caspa amarillenta había matado la mayor parte de su pelo; ahora estaba calvo en sus tres cuartas partes, y en las zonas desnudas se apreciaban las irregulares líneas de un granuloso tejido cicatricial. Se había extendido también a sus cejas, y había perdido la mitad exterior de la derecha. Como esto constituía un rasgo más reconocible, se había afeitado la mitad de la otra para igualarlas. Y sus ojos se habían debilitado, de modo que había hecho que Felice le consiguiera una receta para unas gafas. En conjunto parecía muy distinto al Austin Train que había sido objeto de atención algunos años antes.

Luego, de pronto, ella reaccionó. Vino corriendo y lo rodeó con sus brazos. Cristo, ¿qué le había pasado a Peg Mankiewicz, la Princesa de Hielo?

¡Estaba llorando!

Finalmente recuperó el control de sí misma y se apartó con una ahogada exclamación.

—Oh, Dios, no pretendía hacer esto. ¡Lo siento!

—¿Hacer qué?

—Ensuciar sus ropas. ¡Mire! —Alzó su brazo recubierto de plástico y señaló aquí, y aquí, y aquí, hacia las grandes manchas de húmeda suciedad que había depositado sobre su traje nuevo.

—Oh, olvídelo —dijo Austin, en un tono que no admitía réplica. Echándose hacia atrás, la examinó de pies a cabeza, y añadió tras un momento—. Peg, pequeña, creo que algo ha cambiado.

—Sí —sonrió ella. Era una agradable sonrisa; se hizo más profunda en sus ojos oscuros—. El mundo se rompió en pequeños pedazos. Y cuando volvieron a unirlos, tuve la posibilidad de decidir cuáles iban a quedarse y cuáles no. Ahora me gusto más de lo que me gustaba antes.

Se quitó rápidamente sus ropas de calle, sacudiéndolas sin preocuparse de lo que podía pasarle a la moqueta —estaba muy estropeada de todos modos—, luego las dobló sobre uno de sus brazos y sujetó a Austin con el otro. Un gesto que no estaba incluido en el repertorio de la antigua Peg.

—¡Cristo, es maravilloso volver a verle! Vamos a tomar un…

Y se interrumpió a media frase, y su rostro se ensombreció.

—Mierda, lo olvidé. A esta hora de la tarde el bar estará probablemente cerrado. La mitad del personal vuelve a estar enfermo. Mono creo. Bien, vamos a echar un vistazo de todos modos; puede que tengamos suerte. No podemos subir a mi habitación… está llena de bichos.

—¿De qué tipo?

—De ambos. —Sonrió irónicamente—. A menudo hasta me siguen por la calle. Pero generalmente no me molestan en el hotel. Tienen comprados a los recepcionistas, les pagan para que les informen de todos mis movimientos.

—¿Este es el mismo hotel donde…?

—¿Donde mataron a Arriegas y a Lucy Ramage? Sí.

—¿Por qué ha vuelto al mismo lugar?

—Porque estoy harta de ser perseguida todo el tiempo, buscando algún rincón donde esconderme. Así que he decidido vivir a plena luz, y al infierno con todos ellos.

—¿Cree que esto le dará resultado? Piense en la gente que lo intentó antes. Lucas Quarrey… Gerry Thorne… ¡Decimus!

—Y a usted, ¿qué van a hacerle? dijo Peg, mirándole fijamente a los ojos.

Hubo una absoluta, total,
terrible
pausa, durante la cual el rostro de él fue tan impasible como una máscara de piedra, completamente sin vida excepto sus ojos. Y sus ojos llameaban. Ella notó que su boca se abría un poco, y un estremecimiento recorrió su espina dorsal. En la mirada de Austin Train pudo leer decisión.

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