El rebaño ciego (45 page)

Read El rebaño ciego Online

Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El rebaño ciego
6.66Mb size Format: txt, pdf, ePub

Cuando habló, fue como la caída de un rayo.

—Crucificarme.

Luego se instalaron en una mesa oscura en un rincón, y un hombre ceñudo con una chaqueta blanca les trajo sus bebidas. El aire estaba perfumado con algo horriblemente artificial, pero uno tenía que soportar eso en todos lados.

Ella estaba asustada. Hasta que les hubieron traído lo que habían pedido no fue capaz de formular de nuevo sus palabras, y en vez de preguntar cosas acerca de él —tenía la impresión de que había aprendido demasiado y con demasiada rapidez hacía un momento— dijo:

—¿Cómo me ha encontrado?

El se lo explicó, con un tono normal, aparentemente relajado.

—Entiendo. ¿Cómo se tomó Zena la pérdida de los chicos?

—Fue muy duro… Normal, ¿no? Pero Felice está siendo muy gentil con ella, y también su marido.

—¿Ha hablado con alguien más del wat? ¿Tienen intención de empezar de nuevo en algún otro lugar?

—No, simplemente se han diseminado por otros wats. —Austin suspiró—. Telefoneé a Ralph, y aparentemente todo el mundo estaba tan cansado, tan frustrado… El ataque fue la última gota. Había muchas posibilidades de que no hubieran podido pasar el invierno. Los jigras habían arruinado de tal modo sus cosechas, y todo lo que tenían almacenado había resultado tan empapado con los productos químicos de los extintores… ¿Y sabe cuál fue el peor golpe de todos?

Ella negó con la cabeza, sin hablar.

—Acababan de tener una conferencia acerca de sus descubrimientos sobre Puritan. Estaban allí Drew Henker, Tony Whitefeather, Rose Shattock. Y la única copia completa del informe se quemó. Por supuesto, intentarán empezar de nuevo con ello, pero…

—¡Oh, Cristo! —Peg apretó los puños—. Así que fue otro trabajo del Sindicato, ¿eh? ¿Como lo de Thorne y Quarrey? Me lo había estado preguntando.

Austin vaciló.

—Corren rumores —murmuró finalmente— de que el avión fue alquilado por un tipo que trabaja para Roland Bamberley.

La boca de Peg se abrió en una O.

—¡Pero eso no puede ser cierto! Bamberley no está loco, ¿verdad? Quiero decir, sé que está convencido de que su hijo fue secuestrado por los trainitas, pero seguramente si creyera que su hijo estaba en el wat…

—Oh, los rumores dicen muchas cosas —interrumpió Austin—. Puede que eso no sea cierto. Y si lo es, supongo que debe ser una advertencia.

—Por otra parte… —Peg removió con aire ausente su bebida el palo del cóctel tenía una flor de lis en su parte superior—. ¿Conoce usted a ese asqueroso hijo de madre? Yo lo conocí en una ocasión. Lo entrevisté. No me sorprendería que prefiriera perder a su hijo antes que pagar el rescate. Luego se disculparía a sí mismo diciendo que el chico murió por el bien de su país.

—Lo cual quiere decir que prefiere los beneficios que le reportan los purificadores de agua que la vida de su hijo.

—Exacto. Se siente orgulloso de ser un hombre de negocios. —Peg esbozó una sonrisa amarga—. De todos modos, no hay mucho que podamos hacer al respecto. ¿Sabe usted dónde está el chico?

Austin hizo un gesto ambiguo con las manos.

—Corren todo tipo de rumores por Oakland. No creo ni uno sólo de ellos.

Hubo otra pausa. Durante ella, Peg intentó reunir el valor necesario para plantearle una pregunta directa sobre sus propios planes. En aquel momento, viéndole tan cambiado y a la vez, de una manera muy indefinida, mucho más parecido a sí mismo que en los últimos tres años —quizá a causa de que había recobrado su antigua confianza—, se sentía casi convencida de que aquel terrible instante junto a la puerta del bar había sido imaginario.

Sin embargo, su voz seguía vacilante cuando preguntó:

—¿Por qué ha venido aquí, Austin?

—Imagino que he llegado a la misma decisión que usted. O mejor dicho, he sido conducido a ella. Tengo una misión, Peg. No la deseo. ¿Pero qué otra maldita persona hay que pueda llevarla a cabo?

—Nadie —dijo Peg, firme e instantáneamente—. Y hay millones de personas en todo el país que estarán de acuerdo.

Él lanzó una corta y amarga risita.

—Pero ésa es la ironía de todo el asunto Peg. ¿Recuerda usted cuando me preguntó en una ocasión si no me importaba que mi nombre fuera invocado en vano? Bien, sí me importa. ¡Dios mío, me importa! Por ello descubrí finalmente que no podía soportar más esta situación. ¡Yo no soy un trainita!

Peg aguardó a que continuara. Estaba temblando de nuevo pero esta vez por la excitación. Ella esperaba y rogaba desde hacía tanto tiempo para que aquello ocurriera. Estaba mirando más allá de él, al infinito.

—Pero entonces —dijo— Jesús no fue tampoco cristiano, ¿verdad?

El se sobresaltó.

—¿Cree que estoy loco, Peg? Puedo leerlo en su rostro. —Se inclinó gravemente hacia adelante—. Yo también lo creo, la mayor parte del tiempo. Y sin embargo… no puedo estar seguro. Pienso que quizá esté realmente muy cuerdo. Si quiere que le describa lo que me ha ocurrido, voy a decepcionarla. No puede ser descrito, y si no se ve es que no es cierto. Sólo que… bien, en algún lugar debajo de este domo calvo que llevo en la cabeza hay una sensación de certeza. De conocimiento. Como si este sudoroso verano que he pasado apaleando basura me haya enseñado algo que nadie más puede comprender. —Inspiró profundamente—. Peg, creo que puedo ser capaz de salvar el mundo. ¿Me cree?

Ella le miró durante un largo momento.

—Yo… —intentó decir, y descubrió que las siguientes palabras se negaban a salir. Siguió mirándole fijamente. El rostro tranquilo. La boca impasible. Esas extrañas, poco familiares, medias cejas. Esas gafas… ¿estaban allí cuando había visto aquella luz en sus ojos? Habían parecido fundirse, no estar en absoluto, cuando había mirado directamente a su alma.

Finalmente, con una voz casi inaudible:

—Si alguien puede, tiene que ser usted.

—Bien. —Sonrió gravemente y se echó hacia atrás—. ¿Pero por dónde empezar? He venido a Nueva York porque parecía lo más lógico. Pensé que quizá el show de Petronella Page. Si quieren saber algo de mí.

—¿Que si quieren saber algo de usted? —Peg estuvo a punto de volcar su vaso—. ¡Señor, dejarían a un lado al propio Prexy para hacerle un lugar a Austin Train! ¡Le darían toda la hora del programa, sin anuncios!

—¿Lo cree realmente? —Parpadeó al mirarla con una sorprendente timidez—. He estado alejado tanto tiempo, y…

Ella dio un puñetazo sobre la mesa.

—¡Austin, por el amor del cielo! ¿No se da cuenta de que es usted el hombre más poderoso en este país, precisamente ahora? Piense lo que piense de la gente que se llaman a sí mismo trainitas, adoptaron este nombre porque
usted existe
. Todo el mundo que no se puede permitir el pagarse un seguro de asistencia médica está de su lado… ¡negros, blancos, amarillos, viejos! Usted acaba de cruzar los Estados Unidos de oeste a este. ¿Qué ha visto por todas partes, desde Watts hasta Tomkins Square? La calavera y las tibias, ¿no? Y el slogan también… «¡Deteneos, me estáis matando!» ¡Le están esperando, Austin! ¡Le están esperando con la lengua colgando!

—¡Lo sé! —Su tono era casi un grito—. ¡Pero yo no deseo eso!

—Pero lo tiene —dijo ella despiadadamente—. Lo que haga usted con ello es asunto suyo. Voy a decirle algo, de todos modos, y estoy hablando en serio. No sé si puede salvar al mundo, pero estoy condenadamente segura de que si usted no le habla a este país no vamos a pasar el invierno sin tener una guerra civil.

Hubo un largo silencio helado. Él lo puntuó con una sola palabra:

—Sí.

Y la dejó colgando allí.

Finalmente, sin embargo, pareció volver a unirse en una sola pieza, recogiendo los pedazos de lugares muy distantes, y dijo con una voz calmada:

—¿Sabe algo curioso? No puedo recordar el nombre del tipo que dio con ese símbolo.

—¿Qué, la calavera y las tibias? Creí que había sido usted.

—No, fue el maquetista al que le dieron mis libros en International Information. Hizo hacer un logotipo pequeño de él y lo puso junto al número de cada página. Y he olvidado su nombre. No es justo. Toda la fama debería ser para él.

—Quizá él no la quiera —dijo Peg.

—En tal caso simpatizo con él —gruñó Austin, mirando al dorso de sus manos sobre la mesa—. A veces tengo la terrible sensación de que he dejado de ser yo mismo. ¿Puede entenderlo? Quiero decir, como si hubiera cambiado… como si me hubieran
hecho
cambiar…, convirtiéndome en el santo patrón de los bombardeos, los sabotajes, los incendios premeditados, el asesinato, Dios sabe qué. ¡Quizá incluso las violaciones! Si la calavera y las tibias cruzadas poseen un significado, es el de una advertencia. Como el signo internacional de radiaciones. En vez de ello, cualquiera las traza después de romper la luna de un escaparate en un acceso de embriaguez, o de asaltar un banco, o de robar un coche. Es una excusa para cualquier cosa.

—¿Y qué hay de nuevo en ello? Les ocurrió a las sufragistas en Inglaterra. Cualquier insignificante criminal escribía «Derecho al voto para las mujeres» cuando abandonaba la escena de su crimen. Y la gente lo hacía deliberadamente, también, para desacreditar el movimiento. El Women's Lib recibió una dosis de la misma medicina.

—Creo que tiene razón. —Con aire ausente, estaba trazando sobre la mesa la forma estilizada del símbolo, utilizando el líquido de los redondeles mojados que había ido dejando su vaso. No había posavasos. Los trainitas los habían estigmatizado como un desperdicio de papel, como las toallitas desechables, y éste era uno de los pocos casos en los que habían sido escuchados.

—Sí —prosiguió—, pero si puedo decir algo que me ha vuelto loco es el saber que he sido convertido en una persona que no existe.

—Pero sí existe.

—Creo que sí.

—Entonces muéstrese y pruébelo. —Peg miró su reloj—. ¿Cuándo quiere aparecer en el show de Petronella Page?

—¿Cree realmente que puede arreglarlo?

—¡Se lo digo una y mil veces! ¡Usted ha superado ya el punto en el que tiene que arreglar esas cosas! Usted simplemente pídalo.

—Entonces pidamos. —Apuró su vaso—. ¿Dónde hay un teléfono?

GOLPE DIRECTO

Objetivo:
Base de misiles de Grand Forks, Dakota del Norte.

Medios
: una droga psicomimética introducida en comestibles supuestamente inocuos entregados en casa del mayor Eustace V. Barleyman, uno de los oficiales responsables del grupo de once Minutemen codificados como «Cinco Oeste Dos». La ingirió en una ración de ciruelas en su jugo mientras desayunaba a solas tras su turno de guardia.

Efecto:
casi mató a su hijo Henry, de seis años de edad, y a su hija Patricia, de cuatro años.

Sospechosos:
cualquier simpatizante tupa con acceso a la comida.

Las implicaciones eran serias.

La ley marcial se extendió como un incendio forestal.

EL ARTÍCULO GENUINO

—¡Cristo, va a ser la mayor audiencia de televisión de toda la historia! ¡El miércoles siguiente al Día del Trabajador
[1]
, cuando todo el mundo está con los bolsillos vacíos a causa de las vacaciones y se queda en casa! ¡Hay que hacer presión sobre ellos!

—Hacer presión sobre la ABS queda descartado. ¡Maldita sea la estúpida bocaza de Prexy! ¡Es la primera vez que hemos tenido un presidente con todos los medios de comunicación disparando contra él!

—Entonces haremos presión sobre Train. Esto… es Train ¿no? Ninguno de esos asquerosos sosías suyos.

—Infiernos, sí, todo coincide. Recibimos un informe de Los Angeles hace meses diciendo que estaba trabajando en un equipo de recogida de basuras bajo el nombre de Smith, pero se nos escapó, y después de eso todo fueron pistas falsas. Hemos hecho comprobar las huellas que dejó en su vaso de cerveza, además. Es Train.

—¿Alguna idea del porqué ha elegido este momento para salir de su escondite?

—Debe ser algo grande, es todo lo que sabemos.

—¿Qué podemos considerar como suficientemente grande?

—¿Quizá algo que conduzca a una impugnación contra Prexy?

—Bien, en ese caso… Oh, mierda. Me estás poniendo nervioso.

—No sé si lo estoy haciendo o no, pero no es mi intención. Lo que sí es definitivo es que cuando la ABS empiece con los anuncios previos a su programa, veinte o treinta millones de personas correrán hacia sus televisores esperando que les digan lo que deben hacer. Ahora sé lo que debían sentir los alemanes mientras aguardaban a ver lo que haría Hitler en las elecciones.

—Sí, yo también. Bien, hemos de hacerlo desaparecer ¿no? Ve a Operaciones Especiales y…

—El ya ha pensado en eso.

—¿Qué ?

—Ha entregado a la ABS una cinta para ser emitida si él no se presenta al show. No hemos podido tener acceso a ella; está depositada en la caja de seguridad de la ABS en el Manufacturers Hanover. Y si no se presenta al show, puedes estar seguro de que la Page va a sacarle todo el partido a esa cinta.

—Entonces estamos sentados sobre un barril de pólvora.

—Sí.

INSUSCEPTIBLE A RIGUROSO ANÁLISIS

Justicia:
La encuesta ha establecido que no había droga psicotomimética en ninguna muestra de Nutripon tomada de los almacenes. No puede haber sido esta sustancia la que causó los disturbios en la planta. Eso ha quedado absolutamente probado, incluso a satisfacción de las Naciones Unidas.

Defensa:
Por otra parte, análisis de los alimentos en casa del mayor Barleyman muestran que dicha droga fue introducida en varios artículos. Las características corresponden.

P
ORCIÓN
D
E
L
A
T
RASCRIPCIÓN
O
MITIDA

A
CCESIBLE
Ú
NICAMENTE
A P
ERSONAL
C
ON
A
UTORIZACIÓN

D
E
S
EGURIDAD
T
RES-
E
STRELLAS

capaz de causar trastornos mentales impredecibles y otros efectos secundarios inaceptables. Consecuentemente, se abandonaron los estudios sobre este producto en 1963.

Inteligencia:
Es relevante aquí el que varios informadores nos hubieran advertido de una pretendida síntesis de esta sustancia que los tupas proclaman haber descubierto en raciones de ayuda en San Pablo, realizada en La Habana sobre las bases del trabajo de Duval en París.

Other books

Handful of Dreams by Heather Graham
Sexting the Limits by Remy Richard
His Own Where by June Jordan
Chasing a Blond Moon by Joseph Heywood
Dark Hunter by Shannan Albright
What Now? by Every, Donna
Highland Daydreams by April Holthaus
Cape Fear by John D. MacDonald