El redentor (19 page)

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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Policíaco

BOOK: El redentor
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Aquel día, el despacho de Robert parecía todavía más pequeño que de costumbre. E igual de caótico. El estandarte del Ejército de Salvación se erguía al lado de la escarcha de la ventana y la navaja que tenía clavada en el escritorio, junto a un montón de papeles y sobres sin abrir. Jon estaba sentado paseando la mirada por las paredes. Se detuvo en una fotografía en la que aparecían Robert y él. ¿De cuándo sería? La tomaron en Østergård, naturalmente, pero ¿qué verano? A juzgar por su expresión, Robert había intentando mantenerse serio para la foto, pero al final no pudo evitar sonreír. Su propia sonrisa, por el contrario, le pareció muy forzada.

Había leído los periódicos del día. Y, aunque ya conocía todos los detalles, seguía pareciéndole un sueño, como si la víctima fuese otra persona, no Robert.

Se abrió la puerta. Al otro lado aguardaba una mujer alta y rubia, ataviada con una cazadora de piloto de color verde. Tenía los labios finos y pálidos; la mirada, dura e impasible; el semblante, inexpresivo. Tras ella había un tío de baja estatura y pelo rojizo, con la cara mofletuda de un anuncio de Butterball y ese tipo de sonrisa que parece grabada en la cara de algunas personas, que la tienen siempre a punto, ya tengan o no un buen día.

—¿Quién eres tú? —preguntó la mujer.

—Jon Karlsen. —Y cuando la mirada de la mujer se endureció aún más, añadió—: Soy el hermano de Robert.

—Lo siento —dijo la mujer en un tono inexpresivo, atravesando el umbral de la puerta con el brazo extendido—. Toril Li. Inspectora del grupo de Delitos Violentos. —Le dio un apretón firme, pero cálido—. Este es el inspector Ola Li.

El hombre saludó con la cabeza y Jon le devolvió el saludo.

—Sentimos lo sucedido —dijo la mujer—. Pero, como se trata de un caso de asesinato, tenemos que precintar la habitación.

Jon asintió con la cabeza mientras volvía de nuevo la vista hacia la foto de la pared.

—Esto significa que debemos pedirte que…

—Ah, sí, por supuesto —repuso Jon—. Lo siento, estoy algo ausente.

—Es totalmente comprensible —contestó Toril Li con una sonrisa. No una sonrisa amplia y efusiva, sino una escueta y afable que se ajustaba a la situación.

Jon pensó que los agentes de policía que trabajaban con asesinatos y esas cosas debían de tener experiencia en situaciones como aquella. Como los pastores. Como su padre.

—¿Has tocado algo? —preguntó ella.

—¿Que si he tocado algo? No. ¿Por qué iba a hacerlo? Me he pasado todo el rato aquí sentado.

Jon se levantó y, sin saber por qué, sacó la navaja del escritorio, la cerró y se la guardó en el bolsillo.

—A vuestra disposición —dijo antes de salir de la habitación. La puerta se cerró silenciosamente a su espalda.

Ya en la escalera, se dio cuenta de que había cometido una estupidez largándose con la navaja, de modo que regresó para devolverla. De repente, se detuvo frente a la puerta cerrada y distinguió la voz risueña de la mujer.

—¡Dios mío, qué susto! Es igual que su hermano, al principio creía que estaba viendo un fantasma.

—No se parece en absoluto —dijo una voz de hombre.

—¡Sobre todo, si solo lo has visto en foto!

Un horrible presentimiento se apoderó de Jon.

El vuelo SK 655 con destino a Zagreb despegó puntual del aeropuerto de Oslo a las diez cuarenta, viró a la izquierda sobre el lago de Hurdal antes de poner rumbo hacia el sur y al radiofaro de Ålborg. Como hacía un día inusualmente frío, la tropopausa había descendido tanto que el avión MD-81 la atravesó cuando sobrevolaba el centro de Oslo. Y como en la tropopausa el avión expulsa las estelas de condensación que a veces se observan en el cielo, si hubiese mirado hacia arriba mientras tiritaba junto a una cabina telefónica de la plaza de Jernbarnetorget, habría visto el avión cuyo billete guardaba en el bolsillo del abrigo de pelo de camello.

Había metido la bolsa en una taquilla de la Estación Central de Oslo. Debía encontrar una habitación de hotel. Luego tendría que acabar el trabajo, lo que significaba que necesitaba un arma. ¿Pero cómo consigue uno un arma en una ciudad donde no tiene ningún contacto?

Oyó a la mujer de información de la compañía telefónica, que, con el inglés melódico propio de los escandinavos, le aclaró que en Oslo existían diecisiete abonados con el nombre de Jon Karlsen y que, desgraciadamente, no podía darle la dirección de todos. Pero podía facilitarle el número del Ejército de Salvación.

La mujer que contestó en el Cuartel General del Ejército de Salvación dijo que solo tenían un Jon Karlsen, pero que aquel día libraba. Él le explicó que quería enviarle un regalo de Navidad y le preguntó si tenía la dirección de su casa.

—Vamos a ver, la calle Gøteborggata 4, código postal 0566. Está muy bien que alguien piense en él en estos momentos, pobrecito.

—¿Pobrecito?

—Sí, ayer mataron a su hermano.

—¿A su hermano?

—Sí, en la plaza de Egertorget. Sale en el periódico de hoy.

Dio las gracias y colgó.

Algo le golpeó en el hombro y se volvió rápidamente.

Era el vaso de papel que revelaba lo que quería el joven. Tenía la chaqueta vaquera algo sucia, pero llevaba un corte de pelo moderno, iba recién afeitado, vestía ropa de calidad y lucía una mirada despierta y alerta. El joven dijo algo, pero cuando él se encogió de hombros dando a entender que no hablaba noruego, cambió a un inglés perfecto.


I'm Kristoffer. I need money for a room tonight. Or else I'll freeze to death
.

Sonaba como si lo hubiera aprendido en un curso de comercio, un mensaje corto y conciso en el que decía su nombre para crear una cercanía emocional efectiva. Acompañó la petición con una sonrisa de oreja a oreja.

Él negó con la cabeza y estaba a punto de marcharse, cuando el mendigo se le plantó delante con el vaso de papel.

—¿Míster? ¿Alguna vez has tenido que dormir a la intemperie y te has pasado la noche llorando de frío?


Yes, actually I have
. —En el impulso del momento, sintió deseos de contarle que una vez había pasado cuatro noches en una madriguera de zorro inundada, esperando un carro de combate serbio.

—Entonces, sabes de qué estoy hablando, míster.

Asintió lentamente con la cabeza. Metió la mano en el bolsillo, sacó un billete y se lo dio a Kristoffer sin mirarlo.

—Vas a dormir a la intemperie de todas formas, ¿verdad?

Kristoffer metió rápidamente el billete en el bolsillo antes de hacer un gesto afirmativo y sonreír disculpándose.

—Tengo que dar prioridad a mi medicina, míster.

—¿Dónde sueles dormir?

—Allí abajo. —El drogadicto tendió la mano y él siguió el dedo índice delgado y largo con una uña bien cuidada—. El puerto de contenedores. Este verano empiezan las obras para la construcción de una ópera. —Kristoffer sonrió una vez más de oreja a oreja—. Y a mí me encanta la ópera.

—¿No hace frío allí ahora?

—Esta noche puede que vaya al Ejército de Salvación. Siempre tienen una cama libre en Heimen.

—Ah, ¿sí?

Miró al chico. Parecía bien aseado y, al sonreír, dejaba ver una dentadura blanca y recta. Aun así, olía a putrefacción. Si aguzaba el oído, casi creía oír los chasquidos de miles de mandíbulas, el sonido que producen al consumir la carne desde dentro.

11

J
UEVES, 17 DE DICIEMBRE

E
L CROATA

Halvorsen estaba sentado al volante y esperaba pacientemente un coche con matrícula de Bergen que, pisando a fondo, patinaba sobre el hielo delante de ellos. Harry hablaba con Beate por el móvil.

—¿Qué quieres decir? —gritó Harry para imponerse al estruendo del coche.

—Que no parece que la persona de ambas fotos sea la misma —repitió Beate.

—Llevan el mismo gorro, el mismo chubasquero y el mismo pañuelo. Tiene que ser la misma persona.

Ella no contestó.

—¿Beate?

—Las caras no se ven bien. Hay algo raro, no sé exactamente qué. Quizá tenga que ver con la luz.

—Ya. ¿Crees que estamos equivocados?

—No lo sé. Su posición justo delante de Karlsen concuerda con las pruebas técnicas. ¿Qué es ese ruido?

—Bambi patinando sobre hielo. Hablamos.

—¡Espera!

Harry esperó.

—Hay otra cosa más —añadió Beate—. He mirado las otras fotos, las del día anterior.

—¿Sí?

—No he encontrado ningún rostro idéntico a los que aparecen en las fotos del día anterior. Pero hay un pequeño detalle. Se ve a un hombre con un abrigo amarillo, quizá de pelo de camello. Lleva una bufanda…

—Ya. ¿Quieres decir un pañuelo?

—No, parece una bufanda normal, de lana. Pero anudada de la misma manera que el pañuelo del otro, o de los otros. El lado más alto se sale del nudo. ¿Te has fijado?

—No.

—Nunca he visto a nadie anudar la bufanda de esa forma —aseguró Beate.

—Envía las fotos por correo electrónico y les echaré un vistazo.

Lo primero que hizo Harry al llegar al despacho fue imprimir las fotos que le había enviado Beate.

Cuando fue a recogerlas a la sala de la impresora, vio que Gunnar Hagen ya estaba allí.

Harry lo saludó y los dos hombres se quedaron callados mientras observaban cómo la máquina gris escupía hoja tras hoja.

—¿Alguna novedad? —preguntó Hagen por fin.

—Sí y no —repuso Harry.

—La prensa no deja de darme la lata. Sería estupendo tener algo que darles.

—Ah, sí, casi lo olvidaba, jefe. Les di un soplo; les dije que andamos buscando a este hombre. —Harry sacó una hoja del montón de copias y señaló al hombre del pañuelo.

—¿Que has hecho qué? —preguntó Hagen.

—Les di un soplo a los de la prensa. Concretamente, a los del
Dagbladet
.

—¿Sin mi permiso?

—Es como suele hacerse, jefe. Lo llamamos «filtración constructiva». Decimos que la información procede de una fuente policial anónima para que el periódico pueda fingir que detrás de todo esto hay un trabajo de investigación periodístico. Eso les gusta, así pueden sacar titulares más grandes que si les hubiésemos pedido oficialmente que publicasen las fotos. Ahora será más fácil obtener información del público para identificar al hombre. Y todos contentos.

—Yo no, Hole.

—Si es así, lo siento mucho, jefe —dijo Harry subrayando la sinceridad de su respuesta con una expresión de preocupación en el rostro.

Hagen lo miraba moviendo ambas mandíbulas en movimientos desacompasados, gesto que a Harry le pareció propio de un rumiante.

—¿Y qué pasa con este hombre? —preguntó Hagen quitándole la hoja a Harry.

—No estamos seguros. Quizá sean varios. Beate Lønn opina que han… Bueno, que se han atado el pañuelo de una forma particular.

—Eso es un nudo de
kravatt
, un nudo de croata. —Hagen volvió a mirar la foto—. ¿Qué tiene de raro?

—¿Qué dices que es, jefe?

—Un nudo de croata.

—Ya sé que
kravatt
significa «corbata» en sueco. ¿Quieres decir que es un nudo de corbata?

—Un nudo de croata, hombre.

—¿Cómo?

—Son conocimientos básicos de historia, ¿no?

—Te agradecería que me lo explicaras, jefe.

Hagen se llevó las manos a la espalda.

—¿Qué sabes de la guerra de los Treinta Años?

—Poco, supongo.

—Durante la guerra de los Treinta Años, cuando el rey Gustavo Adolfo pretendía invadir Alemania, amplió su ejército —disciplinado pero reducido— con los mejores soldados de Europa. Se los consideraba los mejores porque no sabían lo que era el miedo. Reclutó a mercenarios croatas. ¿Sabías que la palabra noruega
krabat
viene del sueco y originalmente significaba «croata», es decir, «loco temerario»?

Harry negó con la cabeza.

—A pesar de que los croatas luchaban por un país que no era el suyo y vistieron el uniforme del rey Gustavo Adolfo, se les permitió conservar algo que los distinguía de los demás: el pañuelo del jinete. Era un pañuelo que los croatas anudaban de una manera especial. El pañuelo fue adoptado y refinado por los franceses, pero lo llamaron
cravate
en honor a los croatas.


Cravate. Kravatt
.

—Exacto.

—Gracias, jefe. —Harry cogió la última hoja de fotos de la bandeja de la impresora y miró la fotografía del hombre de la bufanda que Beate había marcado con un círculo—. Puede que acabes de proporcionarnos una pista.

—No tenemos que darnos las gracias por hacer nuestro trabajo, Hole.

Hagen cogió el resto de hojas y se fue.

Halvorsen levantó la vista cuando Harry irrumpió en el despacho.

—Una pista cogida con pinzas —dijo Harry. Halvorsen suspiró. Aquella expresión solía implicar mucho trabajo y cero resultados. Pero Harry añadió—: Voy a llamar a la Europol para hablar con Alex.

Halvorsen sabía que la Europol era la hermana menor de la Interpol en La Haya, un organismo creado por la Unión Europea tras los ataques terroristas que se produjeron en Madrid en 1998. El terrorismo internacional y el crimen organizado eran su especialidad. Pero Halvorsen no entendía por qué habría de ayudarles el tal Alex cuando Noruega no era miembro de la Unión Europea.


Alex? Harry in Oslo. Could you check on a thing for me, please
?

Halvorsen fue testigo de cómo Harry, con un inglés seco pero eficaz, le pedía a Alex que buscase en la base de datos todos los delitos cometidos en Europa en los últimos diez años por un supuesto criminal internacional. Palabras clave: «asesino a sueldo» y «croata».


I'll wait
—dijo Harry. De repente, sorprendido, exclamó—:
Really? That many
?

Se rascó el mentón y le pidió a Alex que añadiera a los criterios de búsqueda las palabras «pistola» y «calibre nueve milímetros».

—¿Veintitrés resultados, Alex? ¿Veintitrés asesinatos con un croata como posible autor? ¡Jesús! Sé que las guerras son caldo de cultivo de muchos asesinos profesionales, pero… Inténtalo añadiendo «Escandinavia». ¿Nada? Vale. ¿Tienes algún nombre, Alex? ¿Ninguno?
Hang on a sec
.

Harry miró a Halvorsen como si tuviera la esperanza de que llegase a mencionar algo esclarecedor, pero su colega se limitó a encogerse de hombros.

—De acuerdo, Alex —dijo Harry—. Un último intento.

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