El redentor (44 page)

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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Policíaco

BOOK: El redentor
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Se sentó en la cocina a comer, pero aguzando el oído para percibir cualquier sonido que procediera de la escalera. Había pegado el cristal roto de la puerta con un trozo de cinta adhesiva transparente que había encontrado en el cajón de la mesilla del teléfono. Cuando terminó de comer, fue al dormitorio. Allí dentro hacía frío. Se sentó en la cama y pasó la mano por las sábanas. Olfateó la almohada. Abrió el armario ropero. Encontró unos calzoncillos bóxer grises y ajustados y una camiseta blanca con el dibujo de una especie de Shiva de ocho brazos y la palabra «F
RELST
» debajo, y «J
OKKE
&V
ALENTINERNE
» encima. La ropa olía a detergente. Se desnudó y se puso la ropa limpia. Se tumbó en la cama. Cerró los ojos. Pensó en la fotografía de Hole. En Giorgi. La pistola debajo de la almohada. A pesar de estar muerto de sueño, sintió la erección, sintió que la verga se levantaba hacia el algodón ajustado pero suave de los calzoncillos. Y se durmió plenamente convencido de que, si alguien tocaba la puerta de entrada, él se despertaría.

«Prever lo imprevisible».

Ese era el lema de Sivert Falkeid, jefe de sección de Delta, el grupo de operaciones especiales de la policía. Falkeid estaba en la colina que se recortaba detrás del puerto de contenedores, con el
walkie-talkie
en la mano y el ruido de los taxis nocturnos y los camiones que regresaban a casa por Navidad a sus espaldas. Junto a él estaba el comisario Gunnar Hagen, con el cuello de la chaqueta de camuflaje subido. En la oscuridad fría y helada que se extendía a sus pies aguardaban los chicos de Falkeid. Este miró el reloj. Las tres menos cinco.

Hacía diecinueve minutos que uno de los pastores alemanes de la unidad canina había detectado una presencia humana dentro de un contenedor rojo. Aun así, a Falkeid no le gustaba aquella situación, a pesar de que la misión pareciera normal… Eso no era lo que le disgustaba.

Hasta ahora todo había salido a pedir de boca. Solo habían pasado tres cuartos de hora desde la llamada de Hagen hasta que los cinco elegidos para la misión estuvieron preparados en comisaría. El grupo Delta se componía de setenta personas, la mayoría hombres muy motivados y bien entrenados, con una media de edad de treinta y un años. Los llamaban según la necesidad y el trabajo incluía lo que se conocían como «misiones armadas complejas», categoría dentro de la que se enmarcaba aquella operación. A los cinco agentes del grupo Delta se había sumado una persona del comando especial de Defensa. Y ahí empezaba lo que no le gustaba. Se trataba de un tirador profesional al que Gunnar Hagen había llamado personalmente. Se hacía llamar Aron, pero Falkeid sabía que nadie del comando especial utilizaba su verdadero nombre. Era una unidad secreta desde sus inicios, en 1981, y hasta la famosa operación «Enduring Freedom», que se llevó a cabo en Pakistán, los medios no lograron averiguar detalles concretos de aquella unidad extremadamente entrenada, pero que, en opinión de Falkeid, se parecía más a una hermandad secreta.

—Me fío de Aron. —Esa había sido la escueta explicación de Hagen—. ¿Te acuerdas del tiroteo en Torp en el 94?

Falkeid recordaba perfectamente el caso de los rehenes en el aeropuerto de Torp. Él estaba allí. Nadie supo jamás quién había hecho el disparo que le salvó la vida. La bala penetró por la axila de un chaleco antibalas que habían colgado delante de la ventanilla del coche y la cabeza del atracador armado explotó como una sandía en el asiento trasero de un Volvo novísimo, que el concesionario aceptó, lavó y volvió a vender después de aquello. Eso no le preocupaba. Ni tampoco que Aron hubiese traído un rifle que Falkeid no había visto jamás. Las iniciales «M
ÄR
» de la culata no le decían nada. Aron se encontraba ahora en algún lugar, con una mira láser y gafas de visión nocturna, y acababa de informar de que veía perfectamente el contenedor. Aron gruñía por toda respuesta cuando Falkeid le pedía que lo conectase con la red de comunicación. Pero tampoco era eso. Lo que tanto desagradaba a Falkeid de aquella situación era que, allí, Aron no pintaba nada. Realmente, no necesitaban a un tirador profesional.

Falkeid dudó un instante. Y se llevó el
walkie-talkie
a la boca.

—Señala con la linterna cuando estés listo, Atle.

Junto al contenedor rojo se encendió y se apagó una luz.

—Todos están en sus posiciones —dijo Falkeid—. Estamos listos para actuar.

Hagen asintió con la cabeza.

—Bien. Antes de empezar quiero que confirmes que compartes mi opinión, Falkeid. Que es mejor llevar a cabo la detención ahora en lugar de esperar a que llegue Hole.

Falkeid se encogió de hombros. Amanecería dentro de cinco horas. Stankic saldría y podrían cogerlo con los perros en campo abierto. Corría el rumor de que Gunnar Hagen lo tenía en mente para el puesto de comisario jefe que quedaría vacante con el tiempo.

—Suena razonable —respondió Falkeid.

—Bien. En mi informe explicaré que fue una valoración conjunta, por si alguien piensa que adelanté la detención para que se me adjudicara el mérito.

—No creo que nadie crea tal cosa.

—Bien.

Falkeid pulsó el botón del
walkie-talkie
.

—Listos dentro de dos minutos.

Hagen y Falkeid exhalaron al mismo tiempo y el vaho llegó a mezclarse y a formar una nube antes de desaparecer.

—Falkeid… —Se oyó por el
walkie-talkie
. Era Atle. Susurró—: Un hombre acaba de salir por la puerta del contenedor.


Stand-by
todo el mundo —dijo Falkeid con voz firme y tranquila. «Predecir lo impredecible»—. ¿Sale?

—No, se ha parado. Él… parece que…

Un disparo único reverberó en la oscuridad del fiordo de Oslo. Después, todo quedó en silencio.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Hagen.

Lo imprevisto, pensó Falkeid.

24

D
OMINGO, 20 DE DICIEMBRE

P
ROMESAS

Era domingo por la mañana, muy temprano, y estaba dormido. En el apartamento de Harry, en la cama de Harry, con la ropa de Harry. Tenía las pesadillas de Harry. Con fantasmas, siempre con fantasmas.

Se oyó un sonido muy débil, como de arañazos en la puerta de la casa. Pero fue más que suficiente. Se despertó, metió la mano por debajo de la almohada y, en cuestión de segundos, ya estaba de pie. El suelo helado le quemaba las plantas descalzas mientras se encaminaba a la entrada de puntillas. A través del rugoso cristal de la puerta distinguió la silueta de una persona. Había apagado todas las luces de dentro y sabía que nadie podría ver nada desde fuera. La persona parecía estar encorvada manoseando algo. ¿Acaso no lograba meter la llave en la cerradura? ¿Estaría borracho? Tal vez no hubiese estado de viaje, sino bebiendo toda la noche.

Se colocó a un lado de la puerta y tendió la mano hacia el frío metal del picaporte. Contuvo la respiración mientras notaba la fricción de la culata de la pistola en la otra mano. Tuvo la sensación de que la persona que había al otro lado de la puerta también contenía la respiración.

Esperaba que no causara más problemas de los necesarios, que Hole fuera lo bastante sensato como para comprender que no tenía elección: o lo llevaba adonde estaba Jon Karlsen o, si no era posible, se las ingeniaba para traer a Jon Karlsen al apartamento.

Con la pistola en alto para que se viera enseguida, abrió la puerta de golpe. La persona que había al otro lado se sobresaltó y retrocedió un par de pasos hacia atrás.

Había algo por fuera, sujeto al picaporte. Un ramo de flores envuelto en papel y plástico. Con un sobre grande pegado al papel.

La reconoció enseguida, pese a la expresión de miedo.


Get in here
—dijo bajito.

Martine Eckhoff vaciló hasta que él levantó un poco más la pistola.

Le indicó que fuese al salón y la siguió. Le pidió educadamente que se sentara en el sillón de orejas antes de acomodarse en el sofá.

Finalmente, ella apartó la vista de la pistola y lo miró.

—Siento el atuendo —dijo—. ¿Dónde está Harry?


What do you want
? —preguntó ella.

Le sorprendió su voz. Una voz tranquila, casi cálida.

—Quiero a Harry Hole —dijo—. ¿Dónde está?

—No lo sé. ¿Qué quieres de él?

—Deja que yo haga las preguntas. Si no me cuentas dónde está Harry Hole, tendré que dispararte. ¿Lo comprendes?

—No sé dónde está. Así que, adelante, dispara si crees que te servirá de algo…

Buscó el miedo en sus ojos. En vano. Quizá fueran las pupilas, tenían algo raro.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él.

—He traído una entrada para un concierto que le prometí a Harry.

—¿Y flores?

—Una ocurrencia, nada más.

Cogió el bolso que ella había dejado encima de la mesa, rebuscó dentro hasta encontrar su cartera y una tarjeta bancaria. Martine Eckhoff. Nacida en 1977. Dirección: Sorgenfrigata, Oslo.

—Tú eres Stankic —dijo ella—. Estabas en el autobús blanco, ¿verdad?

Él volvió a mirarla y ella le sostuvo la mirada. Luego hizo un gesto afirmativo.

—Estás aquí porque quieres que Harry te lleve hasta Jon Karlsen, ¿no? Y ahora no sabes qué hacer, ¿me equivoco?

—Cállate —le espetó él en un tono que no había pretendido. Ella tenía razón, todo se desmoronaba a su alrededor. Se quedaron en silencio en el salón a oscuras mientras fuera amanecía.

Al cabo de unos minutos, Martine volvió a tomar la palabra.

—Yo te puedo llevar hasta Jon Karlsen.

—¿Cómo? —preguntó él, sorprendido.

—Sé dónde está.

—¿Dónde?

—En una granja.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque el Ejército de Salvación es el propietario de la granja y yo soy quien custodia las listas en las que figura quién la ocupa. La policía me llamó para confirmar si podían disponer de ella sin ser molestados durante los próximos días.

—Muy bien. Pero ¿por qué ibas a querer acompañarme hasta allí?

—Porque Harry no te lo dirá —contestó ella—. Y le dispararás.

Al mirarla comprendió que hablaba en serio. Asintió lentamente con la cabeza.

—¿Cuántos hay en la granja?

—Jon, su novia y un policía.

Un policía. Un plan empezaba a cobrar forma en su cabeza.

—¿Cuánto se tarda en llegar hasta allí?

—Entre tres cuartos y una hora, contando con el tráfico de la mañana —dijo ella—. Tengo el coche ahí fuera.

—¿Por qué quieres ayudarme?

—Ya te lo he dicho. Solo quiero que esto acabe.

—¿Eres consciente de que, si me tomas el pelo, te meteré un tiro en la cabeza?

Ella asintió.

—Salimos ahora mismo.

A las siete y catorce minutos Harry supo que estaba vivo. Lo supo porque podía sentir el dolor en cada fibra nerviosa. Y porque los perros que llevaba dentro querían más. Abrió un ojo y miró a su alrededor. Vio la ropa esparcida por el suelo de la habitación del hotel. Al menos estaba solo. La mano apuntó al vaso que había en la mesilla de noche y atinó. Vacío. Pasó un dedo por el fondo y lo chupó. Estaba dulce. El alcohol se había evaporado.

Se levantó de la cama y se llevó el vaso al baño. Evitó mirarse en el espejo mientras llenaba el vaso de agua. Bebió lentamente. Los perros protestaban, pero logró mantenerlos bajo control. Luego otro vaso. El avión. Se miró la muñeca. ¿Dónde demonios estaba el reloj? ¿Y qué hora era? Tenía que salir, tenía que ir a casa. Pero antes, una copa… Encontró los pantalones; se los puso. Notaba los dedos entumecidos e hinchados. La bolsa. Allí. El neceser. Los zapatos. Pero ¿dónde estaba el móvil? Desaparecido. Marcó el nueve para contactar con recepción y oyó cómo la impresora escupía una factura detrás del recepcionista, que le repitió la hora hasta tres veces sin que Harry fuese capaz de enterarse.

Harry logró balbucir algo en inglés, aunque ni él mismo fue capaz de entender sus palabras.


Sorry, sir
—dijo el recepcionista—.
The bar doesn't open till three p.m. Do you want to check out now
?

Harry hizo un gesto de afirmación y buscó el billete de avión en la chaqueta que estaba a los pies de la cama.


Sir
?


Yes
—contestó Harry antes de colgar.

Se recostó en la cama para seguir hurgando en los bolsillos del pantalón, pero solo encontró una moneda de veinte coronas. Y, de repente, se acordó de lo que había ocurrido con el reloj. Cuando iban a cerrar el bar y él fue a pagar la cuenta, le faltaban unas cuantas kunas, así que puso sobre los billetes una moneda de veinte coronas y se dio media vuelta. Pero antes de llegar a la salida, oyó una exclamación de enfado y notó un dolor en la nuca. Miró al suelo y vio la moneda de veinte coronas dando saltos entre sus pies. Así que volvió a la barra y el camarero murmuró que aceptaba el reloj como compensación por lo que debía.

Harry recordó que se le habían roto los bolsillos de la chaqueta, así que tanteó y encontró el billete de avión dentro del forro del bolsillo interior. Cuando logró sacarlo, buscó la hora de salida. En ese momento llamaron a la puerta. Primero una vez y luego otra, más fuerte.

Harry apenas recordaba lo que había pasado después de que cerrase el bar, así que si aquello tenía que ver con algo sucedido en ese intervalo de tiempo, había pocas razones para creer que le esperase nada agradable. Claro que también cabía la posibilidad de que alguien hubiese encontrado su móvil. Se acercó renqueando a la puerta y la entreabrió.


Good morning
—dijo la mujer—. O tal vez no.

Harry intentó sonreír y se apoyó en el marco de la puerta.

—¿Qué quieres?

Ahora que se había recogido el pelo, le recordaba aún más a una profesora de inglés.

—Hacer un trato —dijo ella.

—Ah. ¿Y por qué no ayer?

—Porque quería saber lo que hacías después de nuestro encuentro. Si te encontrabas con alguien de la policía croata, por ejemplo.

—¿Y sabes que no lo hice?

—Estuviste bebiendo en el bar hasta que cerró, y luego te marchaste tambaleando a tu habitación.

—¿También tienes espías?

—Vamos, Hole. Tienes que coger un avión.

Fuera había un coche esperándolos. Con el camarero del bar que lucía los tatuajes carcelarios al volante.

—A la catedral de San Esteban, Fred —dijo la mujer—. Y rápido, el avión sale dentro de hora y media.

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