El relicario (39 page)

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Authors: Douglas Preston y Lincoln Child

BOOK: El relicario
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Hayward echó también un vistazo al patio y calculó que habría unos cien agentes.

—Sólo bajo Columbus Circle viven por lo menos trescientos mendigos —dijo con toda tranquilidad.

—¿Ah, sí? ¿Y cuándo los ha contado por última vez? —preguntó Miller.

Hayward no contestó.

—Siempre tiene que haber uno así —masculló Miller sin dirigirse a nadie en particular—. Escúchenme bien. Esto es una operación táctica, y tenemos que estar unidos y obedecer órdenes. ¿Queda claro?

Varios hombres asintieron. Carlin miró a Hayward, dándole a entender cuál era su opinión de Miller.

—Muy bien. Iremos de dos en dos; elijan compañero —ordenó Miller, y enrolló el plano.

Hayward se volvió hacia Carlin, y él movió la cabeza en un gesto de asentimiento. Al acercarse, Hayward comprobó que la corpulencia de Carlin, contra su primera impresión, no se debía al exceso de peso; era un hombre fuerte, con la complexión de un levantador de pesas, sin un gramo de grasa en ninguna parte.

—¿Qué tal? —preguntó Carlin—. ¿Dónde hacía la ronda antes de la fusión?

—Bajo la Penn Station. Me llamo Hayward.

Con el rabillo del ojo, Hayward advirtió una expresión de desdén en el rostro de Miller al verlos juntos.

—En realidad, esto es trabajo para un hombre —comentó Miller, mirando todavía a Hayward—. Siempre existe la posibilidad de que las cosas se pongan feas. No se lo echaremos en cara si…

—Estando aquí el agente Carlin —lo interrumpió Hayward—, hay
hombre
de sobra por los dos.

Lanzó una mirada de aprobación al fornido cuerpo de Carlin y luego fijó la vista maliciosamente en el vientre de Miller.

Varios hombres prorrumpieron en carcajadas, y Miller frunció el entrecejo.

—Ya les encontraré alguna tarea en retaguardia —dijo.

—¡Agentes del orden! —rugió de pronto Horlocker por el megáfono—. Disponemos de menos de cuatro horas para desalojar a los mendigos de los túneles situados bajo el Central Park y sus inmediaciones. Recuerden que exactamente a las doce de la noche millones de litros de agua del Reservoir se verterán en el sistema de colectores. El agua será canalizada con toda precisión; pero sería imposible tener la certeza de que la corriente no arrastrase a ningún mendigo. Por eso es imprescindible que lleven a cabo esta operación, y que mucho antes de esa hora haya sido evacuado todo el mundo de la zona indicada.
Todo el mundo.
No se trata de una evacuación temporal. Aprovecharemos esta ocasión única para desalojar de una vez por todas a los mendigos de esos túneles. Todos ustedes tienen ya asignadas misiones específicas, y los jefes de equipo han sido elegidos por su experiencia. No existe ningún motivo que impida completar la operación en el tiempo previsto.

»Lo tenemos ya todo preparado para proporcionar comida y cobijo a esa gente esta noche. Explíquenselo si es necesario. En los puntos de salida marcados en los planos los aguardan autobuses que los trasladarán a los centros de acogida de Manhattan y las otras zonas de la ciudad. No esperamos que opongan resistencia. Pero si eso ocurriese, ya conocen las órdenes.

Miró por un momento al grupo y luego volvió a levantar el megáfono.

—Sus compañeros de la sección norte ya han recibido detalladas instrucciones, e iniciarán la operación en el mismo momento que ustedes. Recuerden que, una vez en los subterráneos, las radios tienen un alcance limitado. Quizá puedan comunicarse entre sí y con los jefes de equipos cercanos; pero la comunicación con la superficie será intermitente en el mejor de los casos. Así pues, cíñanse al plan, cíñanse al horario, y lleven a cabo su parte. —Dio un paso al frente—. ¡Y ahora, agentes, en marcha!

Las filas de policías uniformados se cuadraron mientras Horlocker pasaba revista, dando palmadas en la espalda a algunos y pronunciando palabras de aliento. Al llegar a Hayward, se detuvo y la miró con expresión ceñuda.

—Usted es Hayward, ¿no? ¿La chica de D'Agosta?

Y una mierda, la «chica de D'Agosta», pensó.

—Trabajo con D'Agosta, señor —contestó.

Horlocker asintió con la cabeza.

—Muy bien. Adelante, pues.

—Eh, señor, creo que sería mejor… —empezó a decir Hayward, pero uno de los ayudantes de Horlocker acababa de reclamar su atención, balbuceando algo sobre una manifestación en el Central Park mucho más numerosa de lo previsto, y el jefe se marchó rápidamente.

Miller lanzó una mirada de advertencia a Hayward.

Cuando Horlocker salió del patio con su séquito de ayudantes, Masters cogió el megáfono y ordenó:

—Abandonen el recinto por patrullas.

Miller se volvió hacia su grupo con una sonrisa de medio lado y dijo:

—Muy bien, agentes, cacemos a unos cuantos topos.

44

El capitán Waxie salió de la comisaría del Central Park, un edificio antiguo con los muros de pudinga, y resoplando se adentró en la oscuridad de los árboles por el camino que torcía hacia el norte. A su izquierda iba un policía uniformado de la comisaría; a su derecha, Stan Duffy, ingeniero jefe de hidráulica del ayuntamiento. Duffy caminaba deprisa un par de pasos por delante de ellos y volvía la cabeza con impaciencia.

—No corra tanto —dijo Waxie, jadeando—. Esto no es una maratón.

—No me gusta estar en el parque tan tarde —respondió Duffy con voz atiplada—. Y menos con la oleada de asesinatos de los últimos días. Lo esperaba en la comisaría desde hacía media hora.

—Por encima de la calle Cuarenta y dos está todo paralizado —dijo Waxie—. Hay un atasco increíble. Es culpa de esa Wisher. Así, sin más, ha salido de la nada una manifestación.

Waxie movió la cabeza en un gesto de indignación. Habían colapsado Central Park West y Central Park South, y aún quedaban manifestantes rezagados en la Quinta Avenida, provocando un caos inimaginable. «Si yo fuese el alcalde —pensó—, los habría metido a todos en la cárcel.»

Al cabo de un momento apareció a su derecha el quiosco de música, vacío y en silencio, adornado con una capa de pintadas de una densidad inconcebible, un paraíso para los atracadores. Duffy le lanzó una nerviosa mirada y se apresuró más aún.

Siguiendo el East Drive, dejaron atrás el estanque. A lo lejos, más allá de los sombríos límites del parque, Waxie oía gritos y aplausos, bocinazos y ruido de motores. Miró su reloj: las ocho y media. El plan era iniciar la secuencia de desagüe a las ocho cuarenta y cinco. Apretó el paso. Tenían el tiempo justo.

El Centro de Medición del Reservoir del Central Park se hallaba en un viejo edificio de piedra a unos quinientos metros al sur del Reservoir. Waxie lo veía ya entre los árboles, una única luz brillando tras una ventana sucia. Aminoró la marcha mientras Duffy, que se había adelantado, metía una llave en la cerradura de la pesada puerta metálica. Al abrirse hacia adentro, reveló una sala de piedra pobremente decorada con mesas de mapas y polvorientos instrumentos hidrométricos olvidados hacía mucho tiempo. En un rincón, en marcado contraste con el resto del material, había un complejo equipo informático, compuesto de varios monitores, impresoras y periféricos de aspecto extraño.

Cuando entraron, Duffy cerró la puerta con llave y se dirigió a la consola.

—Es la primera vez que hago esto —dijo con tono intranquilo, sacando de debajo de un escritorio un manual que pesaba por lo menos siete kilos.

—No nos venga ahora con ésas —replicó Waxie.

Duffy dirigió hacia él sus ojos amarillentos. Por un momento dio la impresión de que se disponía a hablar. Pero finalmente se concentró en el manual y pasó hojas durante varios minutos. Después se volvió hacia el ordenador y empezó a teclear. Una serie de comandos apareció en el monitor más grande.

—¿En qué consiste esto? —preguntó Waxie, desplazando de una pierna a otra el peso de su cuerpo. Debido al alto grado de humedad de la sala, le dolían las articulaciones.

—Es muy sencillo —contestó Duffy—. El agua procedente de los montes Catskill inferiores alimenta por gravedad el Reservoir del Central Park. Por grande que el Reservoir parezca, contiene sólo un volumen de agua equivalente al consumo de Manhattan durante tres días. Es en realidad un depósito de almacenamiento temporal, utilizado para absorber subidas y bajadas en el nivel de demanda. —Seguía tecleando—. Este sistema de control está programado para anticiparse a esas subidas y bajadas, y ajusta el caudal de entrada al Reservoir conforme a eso. Puede abrir y cerrar compuertas en lugares tan alejados como la montaña Storm King, a más de ciento cincuenta kilómetros de aquí. El programa tiene en cuenta los datos sobre consumo de agua de los últimos veinte años, introduce como factor los partes meteorológicos más recientes, y realiza una estimación continua de la demanda. —Sintiéndose a salvo entre las paredes de su cubil, Duffy siguió explayándose a gusto sobre su especialidad—. A veces se producen desviaciones respecto a la estimación, claro está. Cuando la demanda es menor que la prevista y afluye demasiada agua hacia el Reservoir, el ordenador abre el desagüe principal y vierte el agua sobrante en los colectores y cloacas. Cuando la demanda es inesperadamente alta, se cierra el desagüe principal y en los pantanos de nuestra área hidrográfica se abren las compuertas necesarias para aumentar el caudal de entrada.

—¿En serio? —dijo Waxie, que había perdido el interés a partir de la segunda frase.

—Ahora voy a anular el automatismo para abrir simultáneamente las compuertas de los pantanos y el desagüe principal. Así aumentará el caudal de entrada y el exceso se desaguará inmediatamente en el alcantarillado. Es una solución sencilla y elegante. Sólo tengo que programar el sistema para que a las doce de la noche libere medio millón de metros cúbicos de agua, es decir, unos quinientos millones de litros, y después vuelva al modo de funcionamiento automático.

—¿El Reservoir no se quedará seco, pues? —preguntó Waxie.

Duffy sonrió con indulgencia.

—Sinceramente, capitán, no tenemos la menor intención de alarmar a la población. Créame, esto pude hacerse con una mínima incidencia en el suministro de agua. Dudo que el nivel del Reservoir baje más de un metro. Es un sistema increíble, la verdad. Cuesta creer que se proyectase hace más de un siglo; los ingenieros de entonces se anticiparon incluso a las necesidades de hoy en día. —Su sonrisa se desvaneció—. Aun así, nunca se ha realizado un desagüe a esta escala. ¿Está convencido de que quiere ponerlo en marcha? Todas las válvulas abiertas a la vez… en fin, lo único que puedo asegurarle es que va a provocar una crecida de mil demonios ahí abajo.

—Ya ha oído al jefe —respondió Waxie, frotándose la protuberante nariz con el pulgar—. Usted preocúpese sólo de que funcione.

—Funcionará, eso sin duda —afirmó Duffy.

Waxie le apoyó una mano en el hombro.

—Claro que funcionará —dijo Waxie—. Porque si no, acabará de operario de compuertas en la planta depuradora del Bajo Hudson.

Duffy soltó una nerviosa carcajada.

—Sinceramente,
capitán —repitió—, no hay necesidad de amenazas.

Duffy continuó tecleando, y Waxie empezó a pasearse por la sala. El agente uniformado permanecía inmutable junto a la puerta, observando la maniobra sin interés.

—¿Cuánto tardará en verterse ese volumen de agua? —preguntó Waxie al cabo de un rato.

—Unos ocho minutos.

Waxie lanzó un gruñido de sorpresa.

—¿Ocho minutos para verter quinientos millones de litros?

—Si no he entendido mal, quieren que el agua se vierta lo más deprisa posible para inundar los túneles más profundos de la zona del Central Park y limpiarlos por completo, ¿no es así?

Waxie asintió con la cabeza.

—Ocho minutos implican que el sistema de desagüe operará al ciento por ciento de su capacidad. Naturalmente, tardaremos unas tres horas en tener a punto todos los dispositivos hidráulicos. Cuando todo esté listo, será cuestión simplemente de desaguar el Reservoir e inyectarle agua a través de los acueductos procedentes del norte del estado. Así impediremos que el nivel del Reservoir caiga excesivamente. La operación debe realizarse con suma precisión, porque si el caudal de entrada fuese mayor que el de salida… en fin, se produciría un desbordamiento de grandes proporciones en el Central Park.

—Espero, pues, que sepa lo que se trae entre manos —advirtió Waxie—. Quiero que se cumpla el horario previsto, sin retrasos ni fallos técnicos.

El sonido del tecleo se hizo más pausado.

—Deje de preocuparse —dijo Duffy con un dedo suspendido sobre una tecla—. No habrá el menor retraso. Pero no cambien de idea, porque en cuanto pulse esta tecla, todo dependerá del sistema hidráulico. No podré detenerlo. Comprenda…

—Apriete la tecla de una puñetera vez —ordenó Waxie con impaciencia.

Duffy pulsó la tecla con un gesto teatral y se volvió hacia Waxie.

—Hecho —anunció—. Ahora sólo un milagro podría evitar la inundación de los túneles. Y por si no lo ha oído decir, en Nueva York están prohibidos los milagros.

45

D'Agosta observó las piezas de goma y metal cromado dispuestas sobre la mesa, cogió una y volvió a dejarla, irritado.

—Es lo más raro que he visto en mi vida —dijo—. ¿No podrían haber estado allí por casualidad?

—Le aseguro, Vincent —respondió Pendergast—, que habían sido colocadas con sumo cuidado en el altar, como si fuesen una ofrenda. —El despacho quedó en silencio mientras Pendergast se paseaba inquieto de un lado a otro—. Hay otra cuestión que me preocupa. Kawakita, al fin y al cabo, cultivaba la planta en acuarios. ¿Por qué lo mataron
y
quemaron el laboratorio? ¿Por qué acabaron con su única fuente de suministro? Si algo aterroriza a un adicto, es perder a su proveedor. Y el laboratorio fue incendiado intencionadamente. Dijo usted que se detectaron restos de sustancias inflamables en las cenizas.

—A menos que la cultivasen también en otra parte —sugirió D'Agosta, tocándose distraídamente el bolsillo delantero de la chaqueta.

—Adelante, enciéndalo —dijo Margo.

D'Agosta la miró.

—¿En serio?

Margo sonrió y asintió con la cabeza.

—Sólo por esta vez. Pero no se lo diga a la directora Merriam.

A D'Agosta se le iluminó la cara.

—Será nuestro secreto —prometió.

Sacó el cigarro, perforó la base con la punta de un lápiz, se acercó a la ventana y levantó la hoja corredera. Encendió el cigarro y exhaló satisfecho la nube de humo sobre el Central Park.

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