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Authors: Miguel Angel Asturias

El Señor Presidente (37 page)

BOOK: El Señor Presidente
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La repugnancia que le causaba la satisfacción de sus necesidades en la lata, multiplicada por la conciencia que le remordía satisfacer sus necesidades fisiológicas con el recuerdo de su esposa en forma tan amarga, le dejaba sin valor para moverse.

Con un pedacito de latón que arrancó a una de las correas de sus zapatos, único utensilio de metal de que disponía, grabó en la pared el nombre de Camila y el suyo entrelazados
y,
aprovechando la luz, de veintidós en veintidós horas, añadió un corazón, un puñal, una corona de espinas, un áncora, una cruz, un barquito de vela, una estrella, tres golondrinas como tildes de eñe y un ferrocarril, el humo en espiral...

La debilidad le ahorró, por fortuna, el tormento de la carne. Físicamente destruido recordaba a Camila como se aspira una flor o se
oye
un poema. Antojábasele la rosa que por abril y mayo florecía año con año en la ventana del comedor donde de niño desayunaba con su madre. Orejita de rosal curioso. Una procesión de mañanas infantiles le dejaba aturdido. La luz se iba. Se iba... Aquella luz que se estaba yendo desde que venía. Las tinieblas se tragaban los murallones como obleas y ya no tardaba el bote de los excrementos. ¡Ah, si la rosa aquélla! El lazo con carraspera y el bote loco de contento entre las paredes intestinales de las bóvedas. Estremecíase de pensar en la peste que acompañaba a tan noble visita. Se llevaban el recipiente, pero no el mal olor. ¡Ah, si la rosa aquélla, blanca como la leche del desayuno!...

A tirar de años había envejecido el prisionero del diecisiete, aunque más usan las penas que los años. Profundas e incontables arrugas alforzaban su cara y botaba las canas como las alas las hormigas de invierno. Ni él ni su figura... Ni él ni su cadáver. Sin aire, sin sol, sin movimiento, diarreico, reumático, padeciendo neuralgias errantes, casi ciego, lo único y lo último que alentaba en él era la esperanza de volver a ver a su esposa, el amor que sostiene el corazón con polvo de esmeril.

El director de la Policía Secreta reculó la silla en que estaba sentado, metió los pies debajo, se apoyó en las puntas echándose de codos sobre la mesa canela negra, trajo la pluma a la luz de la lámpara y con la pinza de dos dedos, de un pellizquito, le quitó el hilo que le hacía escribir las letras como camaroncillos bigotudos, no sin acompañar el gesto de una enseñadita de dientes. Luego continuó escribiendo:

«.., y conforme a instrucciones —la pluma rascaba el papel de gavilán en gavilán—, el susodicho Vich trabó amistad con el prisionero del calabozo número diecisiete, después de dos meses de estar encerrado allí con él haciendo la comedia de llorar a todas horas, gritar todos los días y quererse suicidar a cada rato. De la amistad a las palabras, el prisionero del diecisiete le preguntó qué delito había cometido contra el Señor Presidente para estar allí donde acaba toda esperanza humana. El susodicho Vich no contestó, conformándose con somatar la cabeza en el suelo y proferir maldiciones. Mas insistió tanto que Vich acabó por soltar la lengua: "Polígloto nacido en un país de políglotos. Noticias de la existencia de un país donde no había políglotos. Viaje. Llegada. País ideal para los extranjeros. Cuñas por aquí, cuñas por allá, amistad, dinero, todo... De pronto, una señora en la calle, los primeros pasos tras ella, dudosos, casi a la fuerza... Casada... Soltera... Viuda... ¡Lo único que sabe es que debe ir tras ella! ¡Qué ojos verdes tan lindos! ¡Qué boca de rosoli! ¡Qué andar! ¡Qué Arabia felice!... Le hace la corte, le pasea la casa, se le insinúa, mas a partir del momento en que intenta hablar con ella, no la vuelve a ver y un hombre a quien él no conoce ni nunca ha visto empieza a seguirlo por todas partes como su sombra... Amigos, ¿de qué se trata?... Los amigos dan la vuelta. Piedras de la calle, ¿de qué se trata?... Las piedras de la calle tiemblan de oírlo pasar. Paredes de la casa, ¿de qué se trata?... Las paredes de la casa tiemblan de oírlo hablar. Todo lo que llega a poner en limpio en su imprudencia: había querido enamorar a la prefe... del Señor Presidente, una señora que, según supo, antes que lo metieran en la cárcel por anarquista, era hija de un general y hacía aquello por vengarse de su marido que la abandonó...»

»El susodicho informa que a estas palabras sobrevino un ruido quisquilloso de reptil en tinieblas, que el prisionero se le acercó y le suplicó con voz de ruidito de aleta de pescado que repitiera el nombre de esa señora, nombre que por segunda vez dijo el susodicho...

»A partir de ese momento el prisionero empezó a rascarse como si le comiera el cuerpo que ya no sentía, se arañó la cara por enjugarse el llanto en donde sólo le quedaba la piel lejana y se llevó la mano al pecho sin encontrarse: una telaraña de polvo húmedo había caído al suelo...

»Conforme a instrucciones entregué personalmente al susodicho Vich, de quien he procurado transcribir la declaración al pie de la letra, ochenta y siete dólares por el tiempo que estuvo preso, una mudada de casimir de segunda mano y un pasaje para Vladivostok. La partida de defunción del calabozo número diecisiete se asentó así': N.N.: disentería pútrida.

»Es cuanto tengo el honor de informar al Señor Presidente...»

E
PÍLOGO

El estudiante se quedó plantado a la orilla del andén, como si nunca hubiera visto un hombre con sotana. Pero no era la sotana lo que le había dejado estupefacto, sino lo que el sacristán le dijo al oído mientras se abrazaban por el gusto de encontrarse libres:

Ando vestido así por orden superior...

Y allí se queda aquél, de no ser un cordón de presos que entre fila y fila de soldados traía media calle.

—¡Pobre gente... —murmuró el sacristán, cuando el estudiante se hizo a la acera—, lo que les ha costado botar el Portal! ¡Hay cosas que se ven y no se creen!...

—¡Que se ven —exclamó el estudiante—, que se tientan y no se creen! Me refiero a la Municipalidad...

—Yo creí que a mi sotana...

—No les bastó pintar el Portal a costillas de los turcos; para que la protesta por el asesinato de
el de la
malita no dejara lugar a dudas, había que echar abajo el edificio...

—Deslenguado, vea que nos pueden oír. ¡Cállese, por Dios! Eso no es cierto...

Y algo más iba a decir el sacristán, pero un hombre pequeñito que corría por la plaza sin sombrero, vino, plantificóse entre ellos, y les cantó a gritos:

—¡Figurín, figurero, qién te fíguró, que te hizo fígura de figurón!

—¡Benjamín!... ¡Benjamín!... —lo llamaba una mujer que corría tras él con máscara de romper a llorar.

—¡Benjamín titiritero, no te figuró... ; ¿quién te fizo jura de figurón?

—¡Benjamín!... ¡Benjamín!... —gritaba la mujer ya casi llorando—. ¡No le hagan caso, señores, no le pongan asunto, que está loco; no se le quiere hacer a la cabeza la idea de que ya no hay Portal del Señor!

Y mientras la esposa del titiritero lo excusaba con el sacristán y el estudiante, don Benjamín corrió a cantarle el alabado a un gendarme de malas pulgas:

—¡Figurín, figurero, quién te figuró, que te fizo figura de figurón!

—¡Benjamín titiritero, no te figuró... ; ¿quién te fizo jura de figurón?

—¡No, señor, no se lo lleve, no lo está haciendo de intento, sospeche que está loco — intervino la mujer de don Benjamín entre la policía y el titiritero—; vea que está loco, no se lo lleve..., no, no le pegue!... ¡Figúrese cómo estará de loco que dice que vio toda la ciudad tumbada por tierra como el Portal!

Los presos seguían pasando... Ser ellos y no ser los que a su paso se alegraban en el fondo de no ser ellos... Al tren de carretillas de mano sucedían el grupo de los que cargaban al hombro la pesada cruz de las herramientas y atrás, en formación, los que arrastraban el ruido de la serpiente cascabel en la cadena.

Don Benjamín se le fue de las manos al gendarme, que alegaba con su mujer cada vez más recio, y corrió a saludar a los presos con palabras sacadas de su cabeza.

—¡Quién te ve y quién te vio, Pancho Tanancho, el de la cuchilla como cuero y punta con ganas en dormitorio de corcho!... ¡Quién te vio y quién te ve hecho un Juan Diego, Lolo Cusholo, el del machete colipavo!... ¡Quién te ve a pie y quién te vio a caballo, Mixto Melindres, agua dulce para la daga, mamplor y traicionero!...

¡Quién te vio con la plomosa cuando te llamabas Domingo y quién te ve sin el chispero triste como día entre semanas!... ¡La que les pegó las liendres que les destripe los piojos!... ¡La tripa bajo los trapos que no es pepián pa'la tropa!... ¡El que no tenga candados para callarse la boca, que se ponga los condedos!...

Empezaban a salir los empleados de los almacenes. Los tranvías iban que no cabía una gente. Alguna vez un carruaje, un automóvil, una bicicleta... Repentín de vida que duró lo que tardaron el sacristán y el estudiante en atravesar el atrio de la Catedral, refugio de mendigos y basurero de gente sin religión, y en despedirse a la puerta del Palacio Arzobispal.

El estudiante burló los escombros del Portal del Señor a lo largo de un puente de tablas sobrepuestas. Una ráfaga de viento helado acababa de alzar espesa nube de polvo. Humo sin llama de la tierra. Restos de alguna erupción distante. Otra ráfaga hizo llover pedazos de papel de oficio, ahora ocioso, sobre lo que fue salón del Ayuntamiento. Retazos de tapices pegados a las paredes caídas se agitaban al paso del aire como banderas. De pronto surgió la sombra del titiritero montado en una escoba, a su espalda las estrellas en campo de azur y a sus pies cinco volcancitos de cascajo y piedra.

¡Chiplongón!... Zambulléronse las campanadas de las ocho de la noche en el silencio... ¡Chiplongón!... ¡Chiplongón!...

El estudiante llegó a su casa, situada al final de una calle sin salida y, al abrir la puerta, cortada por las tosecitas de la servidumbre que se preparaba a responder la letanía, oyó la voz de su madre que llevaba el rosario:

—Por los agonizantes y caminantes... Porque reine la paz entre los Príncipes Cristianos... Por los que sufren persecución de justicia... Por los enemigos de la fe católica... Por las necesidades sin remedio de la Santa Iglesia y nuestras necesidades... Por las benditas ánimas del Santo Purgatorio...

Kyrie eleison.

Guatemala, diciembre de 1922

París, noviembre de 1925, 8 de diciembre de 1932

Vocabulario

A

¡Achis!:
Interjección para expresar desprecio o repugnancia.

Aguacalado, s.:
Ahuecado en forma de guacal.

Aguadarse:
Aflojarse, perder fuerza y consistencia.

A la cran...:
Expresión popular por «a la gran...».

A la gran Zoraida:
Expresión popular idéntica a la anterior.

A la droga:
Mandar a paseo.

A la pura garnacha:
A pura fuerza.

A la tenta:
Juego infantil.

Alberjas:
Arvejas, guisantes.

Al mandado y no al retozo:
A cumplir lo mandado y no a distraerse.

A manada limpia:
A golpe limpio.

A memeches:
Cargar a la espalda.

A miches:
Expresión igual que la anterior.

Andar con esas plantas:
Andar con pretextos, excusas, etc.

Angurria:
De «estangurria»: Por extensión, ansiedad, ansia, congoja.

Apagarse el ocote:
Disminuir el entusiasmo, perder el gusto, la alegría.

Apaste, s:
Jofaina o palangana de barro sin vidriar.

Armarse:
Enriquecerse.Apropiarse de algo con maña o por la fuerza.

Arrebiáteseme:
De «rebiatar»: Unir en reata varias caballerías.Por extensión, pegarse, unirse, ir una cabalgadura a la cola de otra.

Asegundar la bañada:
Bañarse dos veces.

Asigún:
Según.

Asigunes:
Razones, motivos.

!Ay, fregado!:
iAy, me fastidio!

¡Ay, fuerzas!:
Interjección de ánimo.

Ay, su ponte, cuánto chonte...:
Juego de palabras que significa: «Date cuenta, fijate, cuánto policía.»

Ay, su pura concepción, cuánto jura...:
Juego de palabras igual que el anterior, tratándose de policía rural.

Azacuán, es:
Especie de milano migratorio.

B

Bartolina, s:
Calabozo, mazmorra.

Bicho,
s: Niño.

Bolo, s:
Borracho.

Boquitas:
Bocadillos que se sirven antes de beber copas de licor.

Brochota:
De «hacerse brocha».Hacerse el tonto, el desentendido.

Burrión, s:
Colibrí.

Buscaniguas:
Cohete rastrero -a ras de tierra- usado en las fiestas populares.

C

Cachirulo, s:
Remiendo que se pone en el trasero del pantalón.

Cacho, s:
Cuerno.

Cadejo:
Animal fantástico.Por extensión, el diablo.

Caer de leva:
Caer de tonto.

Caite, s:
Sandalia tosca.Por extensión, la cara en términos despectivos.

Calienta micos:
Hombre que excita a las mujeres.

Canducha:
Diminutivo de Candelaria.

Cantada, s:
Mentira, embuste, puro canto.

Contimás:
Vulgarismo por: Cuanto más.

Cara argeñada:
De «argecho».Cara marchita tempranamente.

Carga-sillita:
Cargar a una persona entre dos, haciéndole silla con las manos.

Casera:
Concubina.

Catrín, es:
Elegante, pulido, currutaco.

Caula, s:
Engaño, ardid, treta.

Cava tal distancia:
Abre tal distancia.

Cebón, es:
Perezoso.

Cenzontle (o sinsonte):
Especie de pájaro parecido al mirlo.Se distingue por lo canoro,

pues se supone que canta con 400 voces diferentes.

Clinuda, s:
Despeinada, con pelo en desorden.

Cocina del mercado:
Figones.

Cola de orejas:
Policía secreto que sigue constantemente a una persona por todas partes para oír lo que dice.

Colemico:
Rabo de mono.

Colocho, s:
Rizo.Dícese de la persona que tiene rizado el pelo.

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