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Authors: Dan Brown

El símbolo perdido (69 page)

BOOK: El símbolo perdido
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Pero sus cuerpos chocaron, y Langdon vio una potente luz que se derramaba por el recinto a través del óculo e iluminaba el altar. Esperaba ver el cuerpo ensangrentado de Peter Solomon sobre la superficie de piedra, pero en el pecho desnudo que resplandecía bajo el foco de luz no había ni rastro de sangre, sino únicamente un denso entramado de tatuajes. El cuchillo yacía roto a su lado, aparentemente tras haberse hincado en la piedra del altar, en lugar de hundirse en la carne.

Mientras caía con el hombre de la túnica negra hacia el duro suelo de piedra, Langdon reparó en el muñón vendado en el extremo de su brazo derecho y comprendió, para su sorpresa, que acababa de derribar a Peter Solomon.

Cuando ya rodaban juntos por el suelo, los faros del helicóptero los iluminaron desde arriba. El aparato atronaba a escasa distancia, con los patines prácticamente en contacto con el extenso panel de la claraboya.

Al frente del helicóptero giraba un cañón de aspecto extraño que apuntaba hacia abajo, a través del cristal. El rayo rojo de la mirilla láser atravesó la claraboya y se puso a recorrer el suelo, directamente hacia Langdon y Solomon.

«¡No!»

Pero no resonó ningún disparo en el cielo..., sino únicamente el ruido del rotor del helicóptero.

Langdon sólo sintió una extraña oleada de energía que reverberaba a través de sus células. Detrás de su cabeza, sobre la silla con tapizado de cuero, el ordenador portátil emitió un raro siseo. Se volvió justo a tiempo para ver que la pantalla lanzaba un último destello, antes de quedar en blanco. Por desgracia, el último mensaje visible había sido inequívoco.

enviando mensaje: 100% completado

«¡Arriba! ¡Maldición! ¡Tiene que ascender!»

El piloto del UH-60 forzó el rotor para intentar que los patines no tocaran ninguna parte de la vasta claraboya. Sabía que los dos mil kilopondios de fuerza de sustentación que generaba el rotor ya estaban sometiendo al cristal a una tensión cercana al punto de ruptura. Por desgracia, la inclinación de los lados de la pirámide, por debajo del helicóptero, distribuía con singular eficacia el empuje y restaba sustentación al aparato.

«¡Arriba! ¡Ahora!»

Bajó el morro intentando alejarse de la pirámide, pero el patín derecho golpeó el centro del cristal. Fue sólo un instante, pero no hizo falta más.

El óculo gigantesco de la Sala del Templo estalló en un remolino de viento y cristales rotos que envió un diluvio de añicos a la sala de abajo.

«Están lloviendo estrellas.»

Mal'akh levantó la mirada hacia la maravillosa luz blanca y vio una nube de joyas refulgentes que bajaba hacia él cada vez más de prisa, como si quisiera envolverlo cuanto antes en su esplendor.

De pronto, sintió dolor.

En todas partes.

Pinchazos, cortes, latigazos. Cuchillos afilados como navajas se le hundían en la carne blanda. En el pecho, el cuello, los muslos, la cara. Todo el cuerpo se le tensó en un segundo, como si quisiera encogerse. La boca llena de sangre lanzó un grito mientras el dolor lo arrancaba del trance. La luz blanca en lo alto se transformó y, súbitamente, como por arte de magia, un helicóptero oscuro apareció suspendido sobre su cabeza, con su estruendoso rotor difundiendo por la Sala del Templo un viento gélido que a Mal'akh le heló los huesos y dispersó las volutas de incienso hacia los rincones más apartados de la estancia.

Mal'akh volvió la cabeza y vio el cuchillo del Akedá, roto a su lado, partido sobre el altar de granito, cubierto a su vez por una alfombra de cristales rotos.

«Incluso después de todo lo que le he hecho, Peter Solomon desvió el cuchillo y se negó a derramar mi sangre.»

Con horror creciente, Mal'akh levantó la cabeza y miró a lo largo de su cuerpo. Ese instrumento vivo creado por él y destinado a ser su ofrenda más grandiosa yacía en el altar, hecho jirones. Estaba empapado en sangre y grandes fragmentos de cristal sobresalían de la carne, apuntando en todas direcciones.

Débilmente, Mal'akh volvió a apoyar la cabeza en el altar de granito y fijó la mirada en el espacio abierto del techo. El helicóptero se había marchado, dejando en su lugar una silenciosa luna invernal.

Con los ojos muy abiertos y jadeando para poder respirar, Mal'akh se encontró solo en el altar enorme.

Capítulo 122

El secreto es cómo morir.

Mal'akh sabía que todo había salido mal. No había ninguna luz brillante, ni ninguna recepción fabulosa. Sólo oscuridad y un dolor insoportable, incluso en los ojos. No veía nada y, sin embargo, percibía movimiento a su alrededor. Había voces..., voces humanas..., y una de ellas, increíblemente, era la de Robert Langdon.

«¿Cómo es posible?»

—Está bien —repetía Langdon sin cesar—. Katherine está bien. Tu hermana está a salvo, Peter.

«No —pensó Mal'akh—. Katherine está muerta. No puede ser de otra forma.»

Ya no podía ver; ni siquiera sabía si tenía los ojos abiertos, pero percibió el ruido del helicóptero que se inclinaba antes de alejarse. Una calma repentina inundó la Sala del Templo. Mal'akh sintió que los suaves ritmos de la tierra se volvían entrecortados y discontinuos, como cuando el régimen natural de las mareas se ve alterado por una tempestad inminente.

«Chao ab ordo.»

Ahora había voces desconocidas que gritaban y formulaban a Langdon preguntas perentorias acerca del ordenador portátil y el archivo de vídeo.

«Demasiado tarde. —Mal'akh lo sabía—. El daño está hecho.»

Para entonces, la película se estaría propagando como un incendio forestal por todos los rincones de un mundo escandalizado, destruyendo para siempre el futuro de la hermandad.

«Los más capaces de difundir la sabiduría han de ser destruidos.»

La ignorancia del hombre hacía crecer al caos. La ausencia de luz en la Tierra alimentaba la oscuridad que aguardaba a Mal'akh.

«He cumplido grandes hazañas y pronto seré recibido como un rey.»

Mal'akh sintió que alguien se le había acercado en silencio. Sabía quién era. Podía oler los óleos sagrados con que había ungido el cuerpo afeitado de su padre.

—No sé si puedes oírme —le susurró al oído Peter Solomon—, pero quiero que sepas una cosa. —Le tocó con un dedo el punto sagrado, en la coronilla—. Lo que escribiste aquí... —Hizo una pausa—. Eso no es la Palabra Perdida.

«Claro que lo es —pensó Mal'akh—. Me convenciste más allá de toda duda.»

Según la leyenda, la Palabra Perdida estaba escrita en una lengua tan antigua y arcana que la humanidad había olvidado cómo leerla. Esa lengua misteriosa —le había revelado Peter— era en realidad la más antigua del mundo.

«El lenguaje de los símbolos.»

En el idioma de la simbología, había un símbolo que reinaba supremo sobre todos los demás. Ese símbolo, el más antiguo y universal de todos, fundía todas las tradiciones antiguas en una única imagen solitaria que representaba la luz del dios del sol egipcio, el triunfo del oro de los alquimistas, la sabiduría de la piedra filosofal, la pureza de la rosa de los rosacruces, el momento de la Creación, el Todo, el dominio del sol astrológico e incluso el ojo omnisciente que todo lo ve, suspendido sobre la pirámide inconclusa.

«El circumpunto. El símbolo de la Fuente, el origen de todas las cosas.»

Era lo que Peter le había dicho un momento antes. Al principio, Mal'akh se había mostrado escéptico, pero después había mirado otra vez la cuadrícula y había notado que la imagen de la pirámide apuntaba directamente al símbolo del circumpunto: un círculo con un punto en el centro.

«La pirámide masónica es un mapa —pensó entonces, recordando la leyenda—, un mapa que apunta a la Palabra Perdida.»

Parecía que su padre le estaba diciendo la verdad, después de todo.

«Todas las grandes verdades son simples »La Palabra Perdida no es una palabra..., sino un símbolo.»

Ansiosamente, Mal'akh se había inscrito el gran símbolo del circumpunto en la coronilla y, mientras lo hacía, había experimentado en su interior una sensación de poder y satisfacción crecientes.

«Mi obra maestra y mi ofrenda están completas.»

Las fuerzas de la oscuridad lo estaban esperando. Su trabajo tendría recompensa. Iba a ser su momento de gloria...

Sin embargo, en el último instante, todo había salido terriblemente mal.

Peter seguía tras él, diciendo palabras que Mal'akh apenas podía comprender.

—Te mentí —le estaba diciendo—. No me dejaste otra opción. Si te hubiera revelado la verdadera Palabra Perdida, no me habrías creído, ni la habrías entendido.

«Pero entonces..., ¿el circumpunto no es la Palabra Perdida?»

—La verdad —declaró Peter— es que la Palabra Perdida está a la vista de todos..., pero pocos la reconocen.

Sus palabras resonaban en la mente de Mal'akh.

—Todavía estás incompleto —dijo Peter, apoyando con delicadeza la palma de la mano sobre la cabeza de Mal'akh—. Tu obra aún no está concluida. Pero, vayas a donde vayas, quiero que sepas una cosa... Yo te quise.

Por alguna razón, el suave tacto de la mano de su padre pareció quemarlo por dentro, como un potente catalizador que desencadenara una reacción química en su interior. Sin nada que lo anunciara, sintió una erupción de energía abrasadora que ascendió con fuerza por su envoltorio físico, como si cada célula de su cuerpo se estuviera disolviendo.

En un instante, todo su dolor terrenal se esfumó.

«Es la transformación. Está sucediendo.»

«Miro hacia abajo y me veo a mí mismo: un guiñapo de carne sanguinolenta sobre la sagrada losa de granito. Mi padre está de rodillas a mi lado, sosteniéndome la cabeza sin vida con la única mano que aún conserva.

»Siento una marea de rabia... y de confusión.

»No es momento para la compasión..., sino para la venganza y la transformación... Aun así, mi padre se niega a someterse y cumplir su papel, se resiste a canalizar su odio y su ira a través de la hoja del cuchillo, hincándola en mi corazón.

»Estoy atrapado aquí, suspendido..., atado a mi envoltorio terreno.

»Mi padre me pasa con suavidad la palma de la mano por la cara para cerrarme los ojos, que se desvanecen.

»Siento soltarse las ataduras.

»Se materializa ante mí un velo ondulante, que nubla y debilita la luz, y oculta al mundo de mi vista. De pronto, el tiempo se acelera y me precipito en un abismo mucho más oscuro de lo que podría haber imaginado. Aquí, en el vacío inhóspito, oigo un murmullo... Percibo una energía que cobra fuerza. Se vuelve cada vez más fuerte, aumenta a un ritmo sorprendente y me rodea. Siniestra y poderosa. Oscura y dominante.

»Aquí, no estoy solo.

»Éste es mi triunfo, mi gran recepción. Y, sin embargo, por alguna causa, no me embarga la dicha, sino un terror sin límites.

»Nada es como esperaba.

»La fuerza gira y se arremolina a mi alrededor con potencia arrolladora, amenazando con desgarrarme. Súbitamente y sin previo aviso, la negrura se condensa como una gran bestia prehistórica y se yergue ante mí en toda su inmensa estatura.

»Estoy viendo todas las almas oscuras que han existido antes que yo.

»Grito con terror infinito mientras la oscuridad me consume entero y me devora.»

Capítulo 123

En la catedral de Washington, el deán Galloway percibió un cambio extraño en el aire. Sin saber con seguridad por qué, sintió como si una sombra espectral se hubiera evaporado, como si un peso hubiera sido levantado... muy lejos de allí y, sin embargo, allí mismo.

Estaba en su escritorio, sumido en sus pensamientos. No podría haber dicho cuántos minutos pasaron hasta que sonó el teléfono. Era Warren Bellamy.

—Peter está vivo —dijo su hermano masón—. Acabo de enterarme y pensé que querrías saberlo en seguida. Se pondrá bien.

—Gracias a Dios —suspiró Galloway—. ¿Dónde está?

El deán escuchó de labios de Bellamy el extraordinario relato de lo sucedido desde que se habían marchado del colegio catedralicio.

—Pero ¿estáis todos bien?

—Nos estamos recuperando, sí —replicó Bellamy—. Sin embargo, hay una cosa.

Hizo una pausa.

—¿Sí?

—La pirámide masónica... Creo que Langdon la ha resuelto.

Galloway no pudo reprimir una sonrisa. Por alguna causa, no se sorprendió.

—Y dime, ¿ha descubierto Langdon si la pirámide ha cumplido su promesa? ¿Sabe si realmente ha revelado lo que la leyenda siempre ha dicho que revelaría?

—Todavía no lo sé.

«Lo sabrás», pensó Galloway.

—Ahora tienes que descansar.

—Y tú también.

«No, yo tengo que rezar.»

Capítulo 124

Cuando se abrió la puerta del ascensor, todas las luces de la Sala del Templo estaban encendidas.

Katherine Solomon aún sentía las piernas entumecidas mientras caminaba apresuradamente para reunirse con su hermano. El aire de la enorme cámara era frío y olía a incienso, y la escena que se desplegó ante sus ojos la hizo pararse en seco.

En el centro del magnífico recinto, sobre un altar bajo de piedra, yacía un cadáver tatuado y ensangrentado, acribillado por fragmentos de cristal roto. Arriba, una brecha enorme se abría hacia el cielo.

«¡Dios mío!»

Katherine desvió de inmediato la mirada y sus ojos recorrieron la estancia en busca de Peter. Encontró a su hermano sentado al otro lado de la sala, atendido por un médico, mientras hablaba con Langdon y la directora Sato.

—¡Peter! —gritó, corriendo a su lado—. ¡Peter!

Cuando su hermano levantó la vista, su expresión fue de alivio. Se puso de pie como movido por un resorte y fue hacia ella. Llevaba puestos una sencilla camisa blanca y unos pantalones oscuros, que probablemente le habrían ido a buscar a su oficina, en el piso de abajo. Tenía el brazo derecho en cabestrillo, por lo que el afectuoso abrazo resultó algo extraño, aunque Katherine casi no reparó en ello. Una familiar sensación de bienestar la envolvió como un capullo, como pasaba siempre, desde que era niña, cada vez que su hermano mayor la rodeaba con sus brazos protectores.

Permanecieron un momento abrazados, en silencio.

Por fin, Katherine susurró:

—¿Estás bien? ¿Bien de verdad?

Se apartó de él y bajó la vista hacia el cabestrillo y las vendas que cubrían el muñón de la mano derecha. Al verlo, los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas.

—Cuánto lo siento... por ti.

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