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Authors: Dan Brown

El símbolo perdido (72 page)

BOOK: El símbolo perdido
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Nola recorrió con la vista el documento hasta localizar una de las frases que ya había leído.

Jim, la escultura dice que fue transmitida a un
lugar secreto SUBTERRÁNEO, donde la
información estaba escondida.

—El autor de esas líneas es el director del foro acerca del
Kryptos
—explicó Rick—, un foro que funciona desde hace años y que ha recibido literalmente miles de mensajes. No me extraña que una de las páginas contuviera por casualidad todas las palabras clave.

Nola siguió bajando la vista por el documento hasta descubrir otro mensaje con los términos buscados.

Aunque Mark ya ha dicho que los códigos de latitud/longitud del encabezamiento indican algún
punto de WASHINGTON cuyas coordenadas
señaló, debo decir que se ha equivocado en un grado, porque el
Kryptos
apunta básicamente a si mismo.

Parrish se acercó a la escultura y pasó la palma de la mano por el críptico mar de letras.

—Todavía queda una buena parte de ese código sin descifrar, y bastante gente cree que el mensaje puede tener algo que ver con los antiguos secretos masónicos.

Nola recordó entonces haber oído rumores acerca del vínculo entre los masones y el
Kryptos,
pero normalmente no prestaba atención a elucubraciones de grupos marginales. Sin embargo, al mirar a su alrededor y ver los diversos elementos de la escultura distribuidos por la explanada, se dio cuenta de que tenía ante sí un código fragmentado, un
symbolon
comparable a la pirámide masónica.

«Curioso.»

Por un momento, Nola llegó a pensar que el
Kryptos
podía ser una moderna pirámide masónica: un código fragmentado compuesto por varias piezas fabricadas con distintos materiales, cada una con una función propia.

—¿Crees que de algún modo el
Kryptos
y la pirámide masónica pueden estar guardando el mismo secreto?

—¿Quién sabe? —Parrish lanzó al
Kryptos
una mirada de frustración—. Dudo que alguna vez podamos descifrar el mensaje completo. Bueno, a menos que alguien convenza al director para que abra la caja fuerte y eche un vistazo a la solución.

Nola asintió. Ya empezaba a recordarlo todo. En el momento de su instalación, la escultura llegó con un sobre lacrado que contenía una descripción completa de todos los códigos utilizados. La solución del enigma fue confiada al entonces director de la CIA, William Webster, que la guardó en la caja fuerte de su despacho. Se suponía que el documento aún seguía ahí, tras ser transmitido de un director a otro a lo largo de los años.

Curiosamente, el nombre de William Webster le refrescó la memoria a Nola, que de pronto recordó otro pasaje descifrado del texto:

Está enterrado ahí fuera, en algún lugar.
¿Quién sabe el lugar exacto?
Sólo W W.

Aunque nadie sabía qué era exactamente lo que estaba enterrado, casi todos pensaban que las iniciales «W. W.» correspondían a William Webster. Nola había oído decir que en realidad aludían a un hombre llamado William Whiston, teólogo de la Royal Society, pero ni siquiera se había molestado en pararse a pensar al respecto.

Rick le estaba hablando otra vez.

—Tengo que reconocer que no entiendo mucho de arte, pero para mí ese Sanborn es un auténtico genio. Hace un momento estaba viendo en Internet otra obra suya, el
Proyector cirílico,
con unos focos para proyectar a su alrededor unas letras rusas enormes, sacadas de un documento del KGB sobre control mental. ¡Qué tipo tan raro!

Nola ya no lo escuchaba. Estaba examinando la hoja, donde acababa de encontrar la tercera frase, en otro mensaje del foro.

En efecto. Todo ese pasaje es una cita literal del diario de un arqueólogo famoso, donde cuenta la excavación y el momento en que
descubrió un ANTIGUO PORTAL que conducía
a la tumba de Tutankamón.

El arqueólogo citado en el
Kryptos,
como bien sabía Nola, era el célebre egiptólogo Howard Carter. El siguiente mensaje mencionaba su nombre.

Acabo de repasar el resto de las notas de campo de Carter, en Internet, y parece ser que encontró una tablilla de arcilla, con la advertencia de
que la PIRÁMIDE acarrearía peligrosas
consecuencias para todo aquel que perturbara el reposo del faraón. ¡Una maldición! ¿Deberíamos preocuparnos? :-)

Nola frunció el ceño.

—¡Rick, por favor! ¡Esa estúpida mención de la pirámide ni siquiera es correcta! Tutankamón no estaba sepultado en una pirámide, sino en el Valle de los Reyes. ¿Esos criptólogos no ven nunca el Discovery Channel?

Parrish se encogió de hombros.

—Ya sabes. ¡Gente de ciencias!

Nola localizó entonces la última de las frases.

Ya sabéis que no me gustan las teorías conspiratorias, pero será mejor que Jim y Dave se den prisa y
descifren ese SYMBOLON GRABADO para desvelar
su secreto final antes de que llegue el fin del mundo en 2012. Saludos a todos.

—En cualquier caso —dijo Parrish—, he pensado que querrías enterarte de la existencia del foro sobre el
Kryptos,
antes de acusar al director de la CIA de poseer documentación secreta sobre una antigua leyenda masónica. No creo que un hombre tan poderoso como él tenga tiempo para ese tipo de cosas.

Nola recordó la película de las ceremonias masónicas y las imágenes de aquellos hombres influyentes participando en un antiguo ritual.

«Si Rick supiera...»

En definitiva, fuera cual fuese el mensaje que finalmente encerrara el
Kryptos,
las connotaciones místicas eran evidentes. Nola levantó la vista para contemplar la resplandeciente obra de arte —un código tridimensional plantado en el corazón de una de las principales agencias de inteligencia del país—, y se preguntó si alguna vez revelaría su secreto final.

Mientras volvía con Rick al interior del edificio, no pudo reprimir una sonrisa.

«Está enterrado ahí fuera, en algún lugar.»

Capítulo 128

«Esto es una locura.»

Como llevaba los ojos vendados, Robert Langdon no veía por dónde iban, mientras el Escalade avanzaba a gran velocidad hacia el sur, por las calles desiertas. Sentado a su lado, Peter Solomon guardaba silencio. «¿Adonde me lleva Peter?»

La curiosidad de Langdon era una mezcla de intriga y aprensión, mientras su mente trabajaba a marchas forzadas, tratando por todos los medios de hacer encajar las piezas del enigma.

«¿La Palabra Perdida? ¿Enterrada al pie de una escalera, cubierta por una piedra enorme con símbolos grabados?» Le parecía imposible.

Aún recordaba los símbolos supuestamente grabados en la piedra, pero al menos desde su punto de vista, su encadenamiento no parecía tener ningún sentido.

«La escuadra de cantero, símbolo de honestidad y autenticidad.

»El dígrafo Au, símbolo científico del oro como elemento químico.

»La letra sigma, que además de ser la "S" griega es el símbolo matemático que indica la suma de todas las partes.

»La letra delta, la "D" de los griegos, símbolo matemático de la variación.

»El mercurio, representado por su símbolo alquímico más antiguo.

»El uróboros, símbolo de la unión y de todo aquello que está completo.»

Solomon todavía insistía en que los siete símbolos eran un «mensaje». Pero si en efecto era así, entonces Langdon no sabía interpretarlo.

El todoterreno redujo súbitamente la marcha, giró con brusquedad a la derecha y empezó a rodar sobre una superficie diferente, como si acabara de entrar en un sendero de acceso. Langdon irguió la espalda, prestando atención al menor indicio que pudiera darle una pista del lugar donde se encontraban. Habían viajado menos de diez minutos, y aunque al principio intentó seguir mentalmente el recorrido, no había tardado en perderse. Ni siquiera le habría sorprendido estar de vuelta en la Casa del Templo.

El Escalade se detuvo y Langdon oyó bajar una de las ventanillas.

—Agente Simkins, de la CIA —anunció el conductor—. Creo que nos están esperando.

—Así es —respondió una voz firme de militar—. La directora Sato nos ha telefoneado. Aguarde un momento mientras retiro la barrera de seguridad.

Langdon escuchaba con creciente confusión, convencido de estar entrando en una base militar. En cuanto el coche empezó a moverse otra vez, rodando por un tramo de pavimento inusualmente uniforme y liso, volvió la mirada ciega en dirección a Solomon.

—¿Dónde estamos, Peter? —quiso saber.

—No te quites la capucha —respondió su amigo con severidad.

Tras cubrir una breve distancia, el vehículo volvió a reducir la marcha y se detuvo. Simkins apagó el motor. Se oyeron más voces, que también parecían militares. Alguien pidió a Simkins su identificación. El agente la enseñó y habló un momento con los hombres, en voz baja.

De pronto Langdon sintió que se abría su puerta y unas manos fuertes lo ayudaban a bajar del coche. Hacía frío y soplaba el viento.

Solomon estaba a su lado.

—Robert, deja que el agente Simkins te guíe hasta el interior.

Langdon oyó el ruido de unas llaves metálicas en un cerrojo... y después, el crujido de una pesada puerta de hierro que se abría. Sonó como el mamparo de un buque antiguo.

«¿Adonde demonios me están llevando?»

Las manos de Simkins condujeron a Langdon en dirección a la puerta metálica. Juntos, franquearon un umbral.

—Siga adelante, profesor.

De pronto, lo rodeó el silencio. Todo estaba muerto, vacío. El aire del interior del recinto olía esterilizado y artificial.

Simkins y Solomon se situaron a los lados de Langdon y lo llevaron, sin permitirle ver nada, a lo largo de un pasillo reverberante de ecos. El suelo bajo sus mocasines parecía de piedra.

Detrás de ellos, la puerta de metal se cerró con un estruendo que sobresaltó a Langdon. Las llaves giraron en los cerrojos. Para entonces, Robert estaba sudando bajo la capucha. Habría querido arrancársela.

De pronto, dejaron de caminar.

Simkins le soltó el brazo y se oyeron una serie de pitidos electrónicos, seguidos de un zumbido inesperado, justo delante de ellos, que Langdon interpretó como la apertura automática de una puerta de seguridad.

—Señor Solomon, a partir de este punto, el señor Langdon y usted continuarán solos. Los esperaré aquí —dijo Simkins—. Llévese mi linterna.

—Gracias —repuso Peter—. No tardaremos mucho.

«¡¿Una linterna?!»

El corazón de Langdon palpitaba aceleradamente.

Peter lo cogió del brazo y avanzó un poco.

—Ven conmigo, Robert.

Los dos atravesaron lentamente otro umbral, y la puerta de seguridad se cerró con un zumbido tras ellos.

Peter se paró en seco.

—¿Algún problema?

De pronto, Langdon sintió un mareo que amenazaba con hacerle perder el equilibrio.

—Creo que necesito quitarme esta capucha.

—Todavía no. Ya casi hemos llegado.

—¿Adonde?

Langdon sentía una pesadez creciente en la boca del estómago.

—Te lo he dicho. Te estoy llevando a ver la escalera que baja hasta la Palabra Perdida.

—¡Peter, esto no me hace ninguna gracia!

—No intento ser gracioso, sino abrirte la mente, Robert. Intento recordarte que en este mundo aún hay misterios que ni siquiera tú has visto. Y antes de dar un solo paso más contigo, quiero que me hagas un favor. Quiero que creas, que solamente por un momento creas en la leyenda. Convéncete de que vas a ver una escalera de caracol que desciende decenas de metros, hasta uno de los mayores tesoros perdidos de la humanidad.

Langdon estaba mareado. Por mucho que hubiese querido creer a su estimado amigo, era incapaz de hacerlo.

—¿Está mucho más lejos?

Tenía la capucha de terciopelo empapada en sudor.

—No, sólo unos pasos más, al otro lado de una última puerta, que abriré ahora mismo.

Solomon lo soltó un momento y, cuando lo hizo, Langdon se tambaleó, sintiendo que la cabeza le daba vueltas. Notó que le costaba mantenerse en pie y alargó una mano en busca de estabilidad, pero Peter no tardó en volver a su lado. El zumbido de una pesada puerta automática se oyó delante de ellos. Peter cogió a Langdon por el brazo y los dos volvieron a avanzar.

—Por aquí.

Franquearon cautelosamente otro umbral y la puerta se deslizó tras ellos, cerrándose.

Frío y silencio.

Langdon sintió de inmediato que el lugar donde se encontraban, fuera lo que fuese, no tenía nada que ver con el mundo al otro lado de las puertas de seguridad. El aire era húmedo, gélido, y olía a encierro, como el de un sepulcro. Tenía la sensación de estar en un espacio pequeño, rodeado de gruesas paredes. Sintió avecinarse un acceso irracional de claustrofobia.

—Sólo unos pasos más.

A ciegas, Solomon lo hizo doblar una esquina y lo situó con cuidado en una posición precisa.

—Ahora quítate la capucha.

Langdon aferró el terciopelo y se lo arrancó de la cara. Miró a su alrededor para ver dónde estaba, pero seguía ciego. Se frotó los ojos. Nada.

—¡Peter, esto está oscuro como boca de lobo!

—Sí, ya lo sé. Alarga la mano. Delante de ti hay una barandilla. Cógela.

Langdon buscó a tientas en la oscuridad hasta encontrar una barandilla de metal.

—Ahora mira.

Oyó que Peter movía algo y, de pronto, el haz resplandeciente de una linterna perforó la oscuridad. Estaba orientado al suelo y, antes de que Langdon pudiera ver lo que había a su alrededor, Peter asomó la linterna por encima de la barandilla y apuntó el haz de luz directamente hacia abajo.

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