El Suelo del Ruiseñor (16 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

BOOK: El Suelo del Ruiseñor
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—Ando. Yo también le vi. No sabía que tu también habías reparado en él. No diste muestra de ello.

—¿Reconoció a Takeo? -interrumpió el señor Shigeru.

—Os miró a los dos detenidamente durante unos momentos y después fingió que no despertabais su interés. Pero el solo hecho de que se encuentre en Hagi da a entender que se ha enterado de algo -me miró y continuó-. ¡ Tu mercachifle ha debido irse de la lengua!

—Me alegro de que la adopción haya sido legalizada -terció el señor Shigeru-. Sin duda, esto te ofrecerá cierta protección.

Yo sabía que no tenía más remedio que contarle la conversación que había escuchado, pero me resultaba muy difícil mencionar siquiera la vileza de sus tíos.

—Disculpadme, señor Otori -comencé a decir-. Hoy he escuchado una conversación privada que estaban manteniedo vuestros tíos.

—Mientras estabas calculando, acertada o desacertadamente, el número de habitantes de la residencia, supongo -replicó entonces él, con sequedad-. ¿Debatían sobre mi matrimonio?

—¿Quién va a casarse? -preguntó Kenji.

—Parece ser que he aceptado un contrato por el que me comprometo a casarme para sellar la alianza con los Tohan -respondió Shigeru-. La dama en cuestión es una pupila del señor Noguchi. Se llama Shirakawa.

Kenji elevó las cejas, pero permaneció en silencio. Shigeru continuó:

—Mis tíos dejaron claro que la adopción de Takeo dependía de ese matrimonio -su mirada se perdió en la oscuridad, y añadió en voz baja-: Me encuentro atrapado entre dos compromisos. No puedo cumplir los dos, pero tampoco puedo romperlos.

—Creo que Takeo debería contarnos la conversación de los señores de los Otori -murmuró Kenji.

Me resultaba más fácil dirigirme a él.

—El matrimonio es una trampa. Quieren enviar al señor Otori lejos de Hagi, donde su popularidad y la oposición a la alianza con los Tohan pueden dividir a los miembros del clan. Alguien llamado Arai está desafiando a Iida en el oeste. Si los Otori se uniesen a él, Iida podría ser vencido... -me volví hacia el señor Shigeru-. ¿ Tiene mi señor conocimiento de esto?

—Estoy en contacto con Arai -respondió-. Sigue.

—Dicen que la señora Shirakawa lleva a los hombres a la muerte. Vuestros tíos están planeando...

—¿Asesinarme? -su voz no denotaba emoción alguna.

—No debería informaros sobre algo tan vergonzoso -murmuré, mientras la cara me ardía-. Ellos fueron quienes pagaron a Shintaro.

En el exterior, las cigarras cantaban. Yo sentía cómo el sudor se formaba en mi frente. El ambiente estaba cargado y no corría una gota de aire. La noche era oscura, sin luna ni estrellas. Las turbias aguas del río desprendían un olor rancio, añejo, tan añejo como la traición.

—Sé que no me cuento entre sus favoritos -dijo Shigeru-, ¡pero enviar a Shintaro para asesinarme! Deben de considerarme realmente peligroso -me dio unas palmadas en el hombro-. Tengo mucho que agradecer a Takeo. Me alegro de que venga conmigo a Inuyama.

—¡Bromeas! ¡No puedes llevar a Takeo hasta allí!

—Por lo visto, no tengo más remedio que ir, y si él está conmigo me sentiré más seguro. En todo caso, ahora es mi hijo y tiene el deber de acompañarme.

—¡Ni se os ocurra dejarme aquí! -añadí yo.

—¿Así que tienes la intención de casarte con Shirakawa Kaede? -preguntó Kenji.

—¿La conoces, Kenji?

—He oído hablar de ella... ¿Y quién no? Acaba de cumplir los 15 años y, según dicen, es muy hermosa.

—En ese caso, siento no poder casarme con ella -dijo Shigeru con voz ligera, casi bromeando-; pero no nos vendrá mal que todos piensen que sí voy a hacerlo, al menos por el momento. La idea de la ceremonia desviará la atención de Iida y nos proporcionará algunas semanas más.

—¿Qué te impide casarte de nuevo? -preguntó Kenji-. Acabas de mencionar los dos compromisos entre los que estás atrapado, y dado que aceptaste el matrimonio para que la adopción te fuera concedida, entiendo que Takeo es el primero de ellos. No estás casado en secreto, ¿verdad?

—Como si lo estuviera -admitió Shigeru, tras una pausa-. Existe otra persona.

—¿Me dirás de quién se trata?

—He guardado el secreto durante tanto tiempo que no sé si seré capaz de desvelarlo ahora -replicó Shigeru-. Takeo puede decírtelo, si es que lo sabe.

Kenji se volvió hacia mí. Yo tragué saliva y susurré:

—¿La señora Maruyama?

Shigeru sonrió.

—¿Cuándo te enteraste?

—La noche que nos encontramos con la dama en la posada de Chigawa.

Por primera vez desde que le conocí, Kenji se mostró alarmado.

—¿La mujer que apasiona a Iida, con la que quiere casarse? ¿Desde cuándo?

—No vas a creerme -respondió Shigeru.

—¿Un año? ¿ Tal vez dos?

—Desde que tenía 20 años.

—¡Diez años! -Kenji parecía tan impresionado por no haberse enterado antes como por el hecho en sí-. He aquí otra razón más para que odies a Iida -movió la cabeza, asombrado.

—Es más que amor -dijo Shigeru, bajando la voz-. También somos aliados. Ella y Arai, juntos, controlan a los Seishuu y el suroeste. Si los Otori nos unimos a ellos, podremos derrotar a Iida -hizo una pausa y continuó-: Si los Tohan toman posesión del dominio Otori, seremos testigos de la misma crueldad y persecución que sufrieron los habitantes de Mino, la aldea de Takeo. No puedo permanecer impasible mientras Iida impone su voluntad sobre mi pueblo, arrasa mis tierras y quema mis aldeas. Mis tíos, y el mismo Iida, saben que nunca me sometería a esta situación, y es por eso que quieren quitarme de en medio, Iida me ha invitado a su guarida, donde con plena seguridad se propone ordenar mi asesinato. Pero yo tengo la intención de sacar ventaja de esta circunstancia, pues es la mejor manera de lograr acceder a Inuyama.

Kenji le miró fijamente, con el ceño fruncido. Yo contemplaba la amplia sonrisa de Shigeru bajo la luz de la llama. Había en él algo irresistible; su valor encendía mi corazón. Entendía que la gente le quisiese tanto.

—Éstos son asuntos que no conciernen a la Tribu -dijo Kenji finalmente.

—He sido franco contigo. Confío en que mi secreto no salga de aquí. La hija de la señora Maruyama es rehén de Iida. Por otra parte, más que tu discreción, necesito tu ayuda.

—Nunca te traicionaría, Shigeru, pero hay ocasiones, como tú mismo has dicho, en las que nos encontramos con lealtades divididas. Sabes muy bien que soy miembro de la Tribu. Takeo es un Kikuta. Antes o después, los Kikuta le reclamarán, y yo no podré hacer nada por evitarlo.

—Takeo tendrá que tomar su propia decisión cuando llegue el momento -dijo Shigeru.

—He jurado fidelidad al clan de los Otori -dije yo-. Nunca os abandonaré, y haré cualquier cosa que me pidáis.

Yo ya me imaginaba en Inuyama, donde el señor Sadamu acechaba detrás de su suelo de ruiseñor.

6

Kaede abandonó el castillo de los Noguchi sin pesar alguno y con pocas esperanzas para el futuro, pero como apenas había traspasado las murallas durante los ocho años de su cautiverio y tan sólo contaba con 15 años, no podía evitar sentirse fascinada por todo cuanto veía. Durante los primeros kilómetros, varios grupos de porteadores la habían transportado -al igual que a la señora Maruyama- en palanquín, pero el oscilante movimiento la mareaba, y en la primera parada insistió en bajarse y seguir a pie junto a Shizuka. Era pleno verano y el sol lucía con fuerza. Shizuka le cubrió la cabeza con una pamela y sostuvo una sombrilla para protegerla de los rayos del sol.

—La señora Shirakawa no debe aparecer ante su marido con una piel tan oscura como la mía -dijo la muchacha, entre risas.

Viajaron hasta el mediodía, descansaron en una posada por algún tiempo y después continuaron por espacio de unos kilómetros hasta la caída de la tarde. Para cuando se detuvieron, Kaede se sentía embriagada por la belleza de lo que había contemplado: el brillante color verde de los campos de arroz, tan suaves y tupidos como el pelaje de un animal; los blancos ríos de cursos torrenciales que bordeaban la carretera; las cadenas de montañas que, una tras otra, se elevaban ante sus ojos, ataviadas con sus opulentos mantos verdes de verano, entretejidos con el color púrpura de las azaleas silvestres. Y las gentes de la carretera, de todo tipo y condición: los guerreros con sus corazas, armados con sables y a lomos de briosos corceles; los campesinos, que acarreaban productos que Kaede jamás había visto; las carretas, tiradas por bueyes o por caballos de carga; los mendigos y los vendedores ambulantes.

Ella sabía que no debía mirar a las personas con las que se cruzaban y que éstas tenían que arrojarse al suelo al paso de la comitiva, pero las miraba de reojo con tanta frecuencia como ellas a Kaede.

Iban acompañadas por los lacayos de la señora Maruyama. El jefe, llamado Sugita, trataba a la dama con la familiaridad de un tío anciano, y Kaede simpatizó con él.

—Me gustaba caminar cuando tenía tu edad -dijo la señora Maruyama cuando se disponían a cenar juntas-. Todavía lo prefiero; pero, para ser sincera, me asustan los rayos del sol.

La dama observó el terso cutis de Kaede. Durante todo el día había tratado a la muchacha con amabilidad, pero Kaede no lograba olvidar la primera impresión que sintió al conocer a la señora Maruyama. Le había parecido que no era del agrado de la dama y que, por alguna razón, ésta se sentía ofendida por ella.

—¿Montáis a caballo? -preguntó la muchacha. Durante el trayecto, Kaede había envidiado a los jinetes, tan poderosos y tan libres.

—A veces lo hago -respondió la señora Maruyama-, pero ahora que soy una pobre mujer desvalida que viaja a través del territorio Tohan me permito hacer el trayecto en palanquín.

Kaede la miró con ojos interrogantes.

—Sin embargo, todos dicen que la señora Maruyama es poderosa -murmuró.

—Ante los hombres, tengo que ocultar mi poder -replicó la dama-, pues no dudarían en aplastarme.

—No he cabalgado desde que era niña -admitió con sinceridad Kaede.

—¿Cómo es eso? ¡ Todas las hijas de los guerreros tienen que aprender a montar! -exclamó la señora Maruyama-. ¿No te enseñaron los Noguchi?

—Ellos no me enseñaron nada -dijo Kaede, con amargura.

—¿ Tampoco el manejo de la espada y el cuchillo? ¿Ni el tiro con arco?

—No sabía que las mujeres aprendieran tales cosas.

—En el oeste sí -hubo un corto silencio. Kaede, por una vez hambrienta, tomó un poco más de arroz.

—¿ Te trataron bien los Noguchi? -se interesó la dama.

—Al principio no; todo lo contrario -Kaede se encontraba dividida entre su habitual discreción ante todo lo que se le preguntaba y un intenso deseo de confiar sus penas a esta dama, que pertenecía a su misma clase y era su igual. Se encontraban a solas en la estancia, con la excepción de Shizuka y la doncella de la señora Maruyama, Sachie, que permanecían sentadas tan inmóviles que Kaede apenas notaba su presencia.

—Después del incidente con el guardia, me trasladaron a la residencia.

—¿Y antes...?

—Vivía en el castillo, con las criadas.

—¡Qué vergüenza! -respondió la señora Maruyama.

Ahora era su voz la que denotaba amargura-. ¿Cómo se han atrevido? Y pensar que eres una Shirakawa... -bajó la vista, y dijo-: Temo por mi hija. Iida la tiene en calidad de rehén.

—Cuando era niña no estaba mal -terció Kaede-. Los criados se apiadaban de mí. Pero cuando llegaba la primavera y yo ya no era una niña, pero tampoco una mujer, nadie me protegía. Tuvo que morir un hombre...

Para su propia sorpresa, la voz de Kaede se quebró. Una repentina emoción empañó sus ojos de lágrimas. El doloroso recuerdo le volvió a la mente: las manos de aquel hombre, el cuchillo, la sangre, la muerte del guardia...

—Perdonadme -susurró.

La señora Maruyama extendió el brazo y, salvando la distancia que las separaba, tomó la mano de Kaede.

—Pobre niña -dijo, mientras le acariciaba los dedos-. Pobres niñas todas, pobres hijas nuestras. ¡Ojalá pudiera yo dejar en libertad a cada una de ellas!

Kaede sentía un deseo irresistible de estallar en sollozos y se esforzaba por recuperar el control.

—Después de que me trasladaran a la residencia, me otorgaron una doncella. Primero a junko, y después a Shizuka. En la residencia se vivía mucho mejor. Iban a casarme con un hombre mayor; pero él murió, y yo me alegré. Entonces empezó a extenderse el rumor de que todo aquel que me conociera o que me deseara encontraría la muerte.

Kaede escuchó cómo la dama respiraba hondo. Por unos momentos, permanecieron en silencio.

—Yo no quiero causar la muerte de ningún hombre -dijo Kaede en voz baja-, pero el matrimonio me asusta. No quiero que el señor Otori muera por mi culpa.

La señora Maruyama contestó con un hilo de voz:

—No debes decir eso, ni siquiera pensarlo.

Kaede la miró. El rostro de la dama, pálido bajo la luz de la lámpara, pareció transformarse al envolverle un repentino desasosiego.

—Estoy muy cansada -continuó la dama-. Te pido disculpas por interrumpir la conversación. A fin de cuentas, todavía nos quedan muchas jornadas de viaje.

En ese momento, la señora Maruyama llamó a Sachie, y ésta retiró las bandejas de la cena y preparó las camas. Shizuka acompañó a Kaede a las letrinas y le lavó las manos a continuación.

—¿Qué dije que pudiera ofender a la señora? -susurró Kaede-. No acierto a comprenderla: se muestra afectuosa conmigo, y al minuto me clava la mirada como si yo fuera a envenenarla.

—Son imaginaciones tuyas -dijo Shizuka, como sin darle importancia-. La señora Maruyama te aprecia mucho. Además, después de su hija, eres su pariente femenina más cercana.

—¿Ah, sí? -replicó Kaede. Cuando Shizuka asintió con énfasis, Kaede preguntó-: ¿Es eso tan importante?

—Si algo les sucediese, serías tú, señora, quien heredaría Maruyama. Nadie te ha hablado de este asunto porque los Tohan confían en apoderarse del dominio. Ésa es una de las razones por las que Iida insistió para que los Noguchi te tomaran como rehén -al no responder Kaede, Shizuka prosiguió-: ¡Mi señora es más ilustre de lo que pensaba!

—¡No te burles de mí! Me siento perdida en este mundo. Tengo la impresión de que mi ignorancia es absoluta.

Cuando Kaede se fue a la cama, los pensamientos se agolpaban en su mente. Durante la noche se percató de que la señora Maruyama también estaba inquieta. A la mañana siguiente, el hermoso rostro de la dama se veía cansado y denotaba cierta reserva. No obstante, trataba a Kaede con amabilidad y, en el momento de partir, ordenó que proporcionaran a la joven un caballo manso de color castaño. Sugita la ayudó a montar y durante el inicio del viaje uno de los hombres fue cabalgando delante de ella para guiarla. Kaede recordaba los ponis en los que había montado de niña, y su destreza como amazona empezó a resurgir paulatinamente. Shizuka no permitía que Kaede cabalgase durante todo el día, pues argumentaba que sus músculos se iban a resentir y que le resultaría demasiado cansado, pero a Kaede le encantaba avanzar a lomos del caballo y deseaba con todas sus fuerzas volver a montarlo. El ritmo del trote del animal calmaba a la muchacha y la ayudaba a organizar sus pensamientos. Lo que más consternación le producía era su falta de formación y su ignorancia sobre el mundo en el que se estaba adentrando. Era un peón del enorme tablero de ajedrez sobre el que los señores de la guerra jugaban su partida, pero Kaede deseaba ser algo más: quería entender las jugadas y ser partícipe de ellas.

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