El Suelo del Ruiseñor (29 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

BOOK: El Suelo del Ruiseñor
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—Ahora, escóndela en el dobladillo de tu manga. Ten cuidado, no te vayas a pinchar.

Kaede se estremeció, tan fascinada como horrorizada.

—No sé si sería capaz de usarla.

—Una vez, llevada por la ira, clavaste el cuchillo a un hombre -dijo Shizuka.

—¿Cómo lo sabes?

—Arai me lo contó. Cuando sentimos rabia o miedo, los humanos somos capaces de cualquier cosa. Lleva siempre tu cuchillo contigo. ¡Ojalá tuviéramos espadas!, pero resulta muy difícil esconderlas. En caso de pelea, lo mejor es matar a un hombre lo antes posible y apropiarse de su sable.

—¿Qué va a pasar ahora? -susurró Kaede.

—Me gustaría poder contártelo todo, pero sería demasiado peligroso para ti. Sólo quiero que estés preparada.

Kaede abrió la boca para seguir preguntando, pero Shizuka murmuró:

—Debes guardar silencio. No me preguntes nada más y no le digas nada a nadie. Cuanto menos sepas, más segura estarás.

A Kaede le habían adjudicado una pequeña alcoba situada en un extremo de la residencia, contigua a otra habitación más grande donde se alojaban las mujeres de la corte de Iida, con la señora Maruyama y su hija. Ambas habitaciones daban a un jardín que recorría la fachada este de la residencia, y Kaede podía oír el murmullo del agua y el ligero movimiento de los árboles. Durante la noche, Kaede notó que Shizuka permanecía en vigilia. Incluso, en una ocasión, se incorporó y vio que la criada estaba sentada, con las piernas cruzadas, junto a la ventana abierta. Su silueta apenas era visible bajo el cielo vacío de estrellas. Las lechuzas ulularon durante la noche. Empezó a llover al amanecer, y llegaron desde el río los reclamos de las aves acuáticas.

Kaede se quedó dormida escuchando a éstas; pero, más tarde, los estridentes graznidos de los cuervos la despertaron. Había dejado de llover y hacía calor. Shizuka ya se había vestido y, cuando vio que Kaede estaba despierta, se arrodilló junto a ella y le susurró:

—Señora, tengo que hablar con el señor Otori. ¿ Te importa levantarte y escribirle una carta o un poema? Necesito un pretexto para poder visitarle otra vez.

—¿Qué ha pasado? -preguntó Kaede, alarmada por la preocupación que mostraba el rostro de la muchacha.

—No lo sé. Anoche tenía que haber sucedido algo... que no sucedió. Tengo que ir a averiguar el porqué -y con un tono de voz más elevado, añadió-: Sí, prepararé la tinta, pero mi señora no debe ser tan impaciente pues tiene todo el día para escribir poemas.

—¿Qué puedo escribir? -dijo Kaede, con un hilo de voz-. No sé escribir poesía; nunca me han enseñado.

—No importa. Escribe algo sobre el amor de los esposos, los patos mandarines, las clemátides y el muro...

Kaede habría pensado que Shizuka bromeaba, pero su aspecto denotaba una profunda seriedad.

—¡Ayúdame a vestirme! -exclamó Kaede, con autoridad-. Sí, ya sé que es temprano, pero deja de quejarte de una vez. Debo escribir de inmediato al señor Otori.

Shizuka sonrió con aprobación, al tiempo que contemplaba el pálido rostro de Kaede. Ésta escribió algo, sin apenas saber lo que decía, y elevó la voz al decirle a Shizuka que fuera corriendo hasta la residencia del señor Otori a llevarle su escrito, y ésta, fingiendo desgana, partió. Kaede pudo oír entonces cómo su doncella se quejaba a los guardias y, después, las risas de éstos como respuesta.

Luego llamó a las criadas para que trajeran el té y, una vez que lo hubo bebido, se sentó frente al jardín y lo contempló, mientras intentaba calmar sus temores y acopiar tanta valentía como Shizuka. De vez en cuando, sus dedos buscaban la aguja que escondía en la manga, o el suave mango del cuchillo que guardaba bajo su túnica. Recapacitaba sobre el hecho de que tanto Shizuka como la señora Maruyama la hubieran enseñado a luchar. ¿Qué esperaban que sucediera? Kaede se sentía como un peón en la partida que se estaba jugando a su alrededor, pero al menos habían intentado prepararla y le habían otorgado armas para defenderse.

Shizuka regresó al cabo de una hora y trajo consigo una misiva del señor Otori: un poema escrito con agilidad y pericia. Kaede lo leyó.

—¿Qué significa?

—Sólo es una excusa. Tenía que escribir algo como respuesta.

—¿Se encuentra bien el señor Otori? -preguntó Kaede, con formalidad.

—Sí, desde luego, y te aguarda con todo su corazón.

—Dime la verdad -susurró Kaede. Observó el rostro de Shizuka y vio la duda en su mirada-. El señor Takeo... ¿ha muerto?

—No lo sabemos -Shizuka suspiró profundamente-. No tengo más remedio que contártelo. Takeo ha desaparecido con Kenji. El señor Otori piensa que la Tribu le ha capturado.

—¿Qué quieres decir? -Kaede notó que el té que había tomado con anterioridad se le revolvía en el estómago y por un momento pensó que iba a vomitar.

—Salgamos a pasear por el jardín mientras todavía hace fresco -dijo Shizuka, con calma.

Kaede se puso en pie y le pareció que iba a desmayarse; las gotas de sudor, frías y pegajosas, se agolpaban en su frente. Shizuka la sujetó por el codo y la guió hasta la veranda. Luego se arrodilló ante ella y le calzó las sandalias.

Mientras caminaban con lentitud por el sendero bordeado de árboles y arbustos, el murmullo del agua del arrollo ahogaba sus voces. Entonces, Shizuka susurró de forma rápida y apremiante, en el oído de Kaede:

—Anoche Iida iba a ser asesinado. Arai se encuentra a menos de 50 kilómetros de distancia con un numeroso ejército. Los monjes guerreros de Terayama están preparados para tomar la ciudad de Yamagata. Los Tohan podrían ser derrotados.

—¿Qué tiene eso que ver con el señor Takeo?

—Él iba a ser el asesino. Él iba a escalar los muros del castillo por la noche. Pero la Tribu le atrapó.

—¿ Takeo? ¿El asesino?

Kaede sintió ganas de echarse a reír ante una idea tan disparatada, pero entonces recordó cómo Takeo solía encerrarse en su propio mundo oscuro y cómo intentaba siempre ocultar su destreza. Kaede cayó en la cuenta de que apenas le conocía más allá de las apariencias; pero ella siempre había tenido la sensación de que había algo más bajo la superficie. Respiró profundamente e intentó serenarse.

—¿Qué es la Tribu?

—El padre de Takeo era miembro de la Tribu, y éste heredó poderes extraordinarios.

—Como los tuyos -dijo Kaede, con aspereza- y los de tu tío.

—No, mucho más grandes que los nuestros -replicó Shizuka-. Pero tienes razón: también pertenecemos a la Tribu.

—¿Eres una espía? ¿Una asesina? ¿Es por eso por lo que finges ser mi doncella?

—Pero no finjo ser tu amiga -intervino Shizuka-. Ya te he dicho otras veces que puedes confiar en mí. Ya sabes que fue Arai quien me encargó que te cuidara.

—¿Cómo puedo saber que me dices la verdad, con todas las mentiras que me han contado? -preguntó Kaede, al tiempo que los ojos le ardían.

—Ahora te estoy diciendo la verdad -aseguró Shizuka, entristecida.

Kaede se sintió desfallecer por el impacto que las noticias le habían causado, pero pronto se repuso y se sintió tranquila y lúcida.

—En cuanto a mi matrimonio con el señor Otori, ¿lo organizó él para tener una excusa para venir a Inuyama?

—No fue él. El matrimonio fue la condición que le impusieron para poder adoptar a Takeo. Una vez que aceptó, la boda le proporcionaba una razón por la que traer a Takeo a la fortaleza de los Tohan -Shizuka hizo una pausa, y después, lentamente, dijo-: Es posible que Iida y los señores de los Otori utilicen la boda como tapadera para la muerte de Shigeru, y éste es, en parte, el motivo por el que yo vine contigo, para protegeros a los dos.

—Mi reputación siempre resulta útil -dijo Kaede, con amargura.

Era consciente del poder que los hombres ejercían sobre ella y cómo lo usaban, sin importarles las consecuencias. De nuevo se mareó.

—Siéntate un rato -dijo Shizuka.

Los arbustos habían dado paso a una zona más abierta en el jardín, con vistas de las montañas a través del foso y el río. Al otro lado del arroyo se hallaba un pabellón, ubicado de forma que recogiera la brisa, y se dirigieron hasta allí, cruzando con cuidado las rocas que atravesaban el arroyo. En el suelo había cojines, y se sentaron sobre ellos. El agua que fluía por el riachuelo refrescaba el ambiente, y los martín pescadores y las golondrinas cruzaban el pabellón con repentinos destellos de color. En los remansos más alejados los lotos exhibían sus flores púrpura, y algunos lirios morados, cuyos pétalos tenían un tono similar al de los cojines, aún florecían al borde del agua.

—¿Qué quieres decir con que Takeo ha sido atrapado por la Tribu? -preguntó Kaede, mientras acariciaba nerviosamente el tejido del cojín sobre el que se sentaba.

—La familia a la que pertenece Takeo, llamada Kikuta, pensaba que el intento de asesinato iba a fallar. No querían perderle, y por eso vinieron a impedirlo. Mi tío tuvo que ver en ello.

—¿Y tú?

—No, yo opinaba que el asesinato debía intentarse. Pensaba que Takeo contaba con las posibilidades para lograrlo. Mientra Iida siga con vida, la rebelión contra los Tohan no será posible.

"No puedo creer que esto esté pasando", pensó Kaede. "Estoy atrapada en una traición. Shizuka habla del asesinato de Iida de forma tan liviana, que parece que se tratara de un campesino o un paria. Si alguien nos oyera, nos torturarían hasta la muerte". A pesar de que cada vez apretaba más el calor, Kaede sintió un escalofrío.

—¿Qué van a hacer con Takeo?

—Se convertirá en uno de ellos, y su vida será un secreto para nosotras y para todos los demás.

"Así que no volveré a verle", pensó Kaede.

Escucharon voces que llegaban del sendero, y unos instantes después la señora Maruyama, su hija Mariko y su acompañante, Sachie, cruzaron el arroyo y se sentaron junto a Kaede y Shizuka. La señora Maruyama estaba tan pálida como antes lo había estado Kaede y, de alguna manera imposible de definir, su talante había cambiado y había perdido en parte su rígido autocontrol. Entonces, pidió a Mariko que fuera con Sachie a jugar con la pelota que había traído consigo. Kaede hizo un esfuerzo para hablar con normalidad.

—La señora Mariko es una niña encantadora.

—No es muy hermosa, pero es bondadosa e inteligente -respondió su madre-. Cada día se parece más a su padre. Tal vez sea afortunada, porque incluso la belleza puede ser peligrosa para una mujer. Creo que es mejor que los hombres no la deseen a una -sonrió con amargura, y después se dirigió a Shizuka con un susurro-: Tenemos poco tiempo. Supongo que podemos confiar en la señora Shirakawa.

—No diré nada que pueda delataros -dijo Kaede, en voz baja.

—Shizuka, cuéntame lo que ha pasado.

—La Tribu ha apresado a Takeo. Eso es todo lo que sabe el señor Shigeru.

—Nunca pensé que Kenji pudiera traicionarle. Debe de haber sido un desengaño muy amargo.

—El señor Shigeru dijo que había sido consciente del riesgo que corría, y no culpa a nadie de la situación. Ahora su mayor preocupación es vuestra seguridad. La vuestra y la de la criatura.

En un primer momento, Kaede pensó que se refería a Mariko, la hija de la señora Maruyama, pero notó un ligero rubor en el rostro de la dama, quien frunció los labios y permaneció en silencio.

—¿Qué debemos hacer? ¿Deberíamos intentar la fuga? -la señora Maruyama se retorcía la manga de la túnica con sus pálidos dedos.

—No debéis hacer nada que pudiera levantar las sospechas de Iida.

—¿No piensa huir Shigeru? -preguntó la dama, con un hilo de voz.

—Se lo sugerí, pero asegura que no lo hará. Le vigilan de cerca y, además, considera que sólo sobrevivirá si no muestra temor. Debe actuar como si confiara por completo en los Tohan y en la alianza que han propuesto.

—¿Está decidido a celebrar la boda? -su voz subió de tono.

—Seguirá actuando como si ésa fuese su intención -dijo Shizuka, marcando sus palabras-. También nosotras debemos actuar de la misma forma, si es que queremos salvar su vida.

—Iida me ha enviado mensajes en los que me presiona para que me case con él -explicó la señora Maruyama-. Siempre le he rechazado a causa de Shigeru -la dama, perturbada, miró fijamente el rostro de Shizuka.

—Señora -dijo ésta-, no habléis de eso. Tened paciencia, sed valiente. Todo lo que podemos hacer es esperar. Debemos fingir que no ha sucedido nada extraordinario y prepararnos para la boda de la señora Kaede.

—Utilizarán el matrimonio como pretexto para matarle -dijo la señora Maruyama-. Kaede es muy bella... y también mortífera.

—¡No quiero causar la muerte de ningún hombre! -exclamó Kaede-. Y menos aún la del señor Otori -sus ojos se cuajaron de lágrimas, y apartó la mirada.

—¡Qué pena que no puedas casarte con el señor Iida y acabar con su vida! -exclamó a su vez la señora Maruyama.

Kaede dio un respingo, como si hubiese recibido una bofetada.

—Perdóname -susurró la señora Maruyama-. No sé lo que digo. Apenas he dormido, y el miedo me hace perder la razón. El miedo por él, por mi hija, por mí misma y por nuestro bebé. No mereces mi descortesía. Espero que puedas perdonarme -la dama tomó la mano de Kaede y la presionó ligeramente-. Si mi hija y yo morimos, tú serás mi heredera. Te confío mis tierras y mis gentes... Cuida bien de ellos -alejó la mirada, contemplando el jardín más allá del río, y en sus ojos brillaban las lágrimas-. Si es la única forma de salvar su vida, tiene que casarse contigo, aunque le matarán de todas formas.

En el extremo del jardín podían verse unos escalones en una apertura del muro de fortificación, junto a la escalinata, estaban amarradas dos barcas de recreo. Y al pie de las escaleras había una cancela que, según supuso Kaede, sería cerrada por las noches, aunque entonces estaba abierta. A través de ella se divisaban el foso y el río. junto al muro se sentaban dos guardias en actitud ociosa, aturdidos por el bochorno.

—Un paseo en barca nos libraría hoy del calor -dijo la señora Maruyama-. Es posible que podamos sobornara los barqueros...

—No os lo recomiendo, señora -dijo Shizuka, apremiante-. Si intentáis escapar, levantaréis las sospechas de Iida. Lo mejor que podemos hacer es aplacarle mientras Arai se acerca.

—Arai no entrará en Inuyama mientras Iida siga con vida -dijo la señora Maruyama-; no va a arriesgarse a un asedio. Siempre hemos considerado que este castillo es inexpugnable; sólo puede caer desde dentro -de nuevo apartó la vista del agua y miró el torreón-. Nos atrapa -continuó-; nos agarra con fuerza, pero tengo que huir.

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