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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El Suelo del Ruiseñor (38 page)

BOOK: El Suelo del Ruiseñor
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—Nunca querré a nadie más que a t¡ -dijo Kaede.

Lo cierto era que apenas nos habíamos mirado a los ojos con anterioridad. Nuestras miradas siempre habían sido encubiertas. En ese momento, cuando estábamos a punto de separarnos, nos miramos fijamente, sin modestia ni vergüenza. Yo notaba su dolor y su desesperación, y deseaba aliviar su sufrimiento; pero no podía hacer lo que ella me pedía. Mientras sujetaba sus manos y la miraba a lo más profundo de sus ojos, surgió una energía extraña y su mirada se intensificó, como si se estuviera ahogando. Entonces, Kaede suspiró y cerró los ojos. Su cuerpo comenzó a oscilar, y Shizuka dio un salto desde las sombras y la tomó entre sus brazos, al tiempo que caía. Entre Shizuka y yo la tumbamos en el suelo con cuidado. Kaede había caído en un profundo sueño, como me había ocurrido a mí ante los ojos de Kikuta en la habitación secreta.

Temblé, pues de repente me había quedado helado.

—No deberías haber hecho eso -susurró Shizuka.

Yo sabía que mi prima tenía razón.

—No tenía intención de hacerlo -repliqué-. Nunca antes había dormido a una persona, sólo a los perros.

Shizuka me dio un golpe en el brazo.

—Vete con los Kikuta. Vete y aprende a controlar tus poderes. Quizá junto a ellos puedas madurar.

—¿Se pondrá bien Kaede?

—Yo no entiendo de las cosas de los Kikuta -respondió Shizuka.

—Yo dormí todo un día.

—Lo más probable es que quien te provocara el sueño supiera lo que se traía entre manos -argumentó Shizuka, enfadada.

Desde el lejano sendero de la montaña me llegaba el sonido de alguien que se aproximaba: dos hombres caminaban sigilosamente, pero su sigilo no era suficiente para mí.

—Ya vienen -dije.

Shizuka se arrodilló junto a Kaede y la tomó en brazos sin dificultad.

—Adiós, primo mío -dijo ella, mientras el enfado perduraba en su voz.

—Shizuka -comencé a decir, cuando ya se dirigía hacia la habitación. Ella se detuvo un momento, pero no se volvió hacia mí-. Mi caballo,
Raku...
¿Podrías entregárselo a la señora Shirakawa? No tengo otra cosa que ofrecerle.

Shizuka asintió y se alejó hacia las sombras, hasta desaparecer de mi vista. Oí cómo abría la puerta corredera, sus pisadas sobre la estera y el ligero chasquido del suelo cuando tumbó a Kaede.

Regresé a mi habitación y recogí mis pertenencias, que eran muy pocas: la carta de Shigeru, mi cuchillo y
Jato.
Entonces, me encaminé hacia el templo, donde Makoto meditaba de rodillas. Le puse la mano en el hombro, y él se puso en pie y salió al jardín conmigo.

—Me voy -susurré-. No se lo digas a nadie antes del alba.

—Podrías quedarte aquí.

—No es posible.

—Entonces, regresa cuando puedas. Podemos esconderte. Hay muchos lugares secretos en las montañas donde nadie podría encontrarte.

—Quizá lo necesite algún día -respondí-. Quiero que guardes mi sable.

Makoto tomó a
Jato
en sus manos.

—Ahora estoy seguro de que volverás.

Makoto alargó la mano, trazó con sus dedos el perfil de mis labios, y me acarició los pómulos y la nuca.

Yo estaba mareado por la falta de sueño, por la pena y por el deseo. Anhelaba tumbarme y que alguien me consolara; pero oí que las pisadas ya cruzaban la grava.

—¿Quién está ahí? -Makoto se dio la vuelta blandiendo el sable-. ¿Despierto a los monjes?

—¡No! Son los hombres con los que tengo que partir. El señor Arai no debe enterarse.

Mi antiguo preceptor, Kenji, y el maestro Kikuta me esperaban bajo la luz de la luna. Vestían ropas de viaje, poco notorias y bastante modestas, y podrían haber pasado por dos hermanos, tal vez hombres de letras o mercaderes fracasados. Había que conocerlos muy bien -como era mi caso- para percibir su postura, siempre alerta; las marcadas líneas de sus músculos, que denotaban su gran fortaleza física; los oídos y los ojos, a los que nada escapaba, y su inteligencia suprema, que hacía que señores de la guerra como Iida y Arai pareciesen torpes y brutales.

Me arrojé al suelo frente al maestro Kikuta y toqué el polvo con la frente.

—Ponte de pie, Takeo -me dijo.

Para mi sorpresa, Kikuta y Kenji me abrazaron. Makoto me tomó las manos.

—Hasta la vista. Sé que nos volveremos a encontrar.

Nuestras vidas están ligadas.

—Enséñame la tumba de Shigeru -me dijo Kikuta con amabilidad, de la forma que yo recordaba. Él entendía mi verdadera naturaleza.

"Si no fuera por Kikuta, Shigeru no estaría bajo la lápida", me dije yo, pero sin expresar mis pensamientos. Envuelto por la paz de la noche, empecé a aceptar que el destino de Shigeru había sido alcanzar la muerte como lo hizo, de la misma forma que, en aquel momento, su destino era convertirse, para mucha gente, en un dios o en un héroe. Llegarían peregrinos hasta el santuario para rezar por él, para buscar su ayuda, durante cientos de años, y lo seguirían haciendo mientras Terayama existiese. Permanecimos de pie, con la cabeza inclinada, frente a la flamante lápida. ¿Quién sabe los pensamientos que Kenji y Kikuta guardaban en sus corazones? Yo pedí perdón a Shigeru, le di las gracias otra vez por salvarme la vida en Mino y me despedí. Creí oír su voz y pude ver su peculiar sonrisa.

El viento mecía los cedros centenarios y los insectos nocturnos continuaban con su insistente zumbido. "Siempre será así", pensé yo. Verano tras verano, invierno tras invierno, la Luna se hundiría por el oeste y devolvería la noche a las estrellas, y éstas, al cabo de una hora o dos, se rendirían ante el resplandor del So!. Y éste, a su vez, pasaría por encima de las montañas, arrastrando a su paso las sombras de los cedros, hasta descender de nuevo tras la silueta de las cordilleras.

De esta forma, el mundo seguía su marcha, y la humanidad vivía en él de la mejor manera posible, entre la luz y las sombras.

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