El Suelo del Ruiseñor (37 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

BOOK: El Suelo del Ruiseñor
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Desde el fondo del jardín del templo llegaba el sonido de una flauta, y las fluidas notas de la música me traspasaban el corazón. Entonces, experimenté la sensación de que nunca lograría recuperarme de mi sufrimiento.

Pasaban los días y yo no era capaz de abandonar el templo. Era consciente de que tenía que tomar una decisión y marcharme, pero cada día iba posponiendo ese momento. El anciano sacerdote y Makoto estaban preocupados por mí, pero me dejaban tranquilo; sólo se encargaban de recordarme que tenía que comer, bañarme y dormir.

Todos los días llegaba gente a rezar ante la tumba de Shigeru, y el goteo continuo de soldados, monjes, granjeros y campesinos pronto se convirtió en una oleada que desfilaba, respetuosa, ante la losa sepulcral. Los peregrinos se arrodillaban ante la tumba con los rostros empapados por las lágrimas. Shigeru había tenido razón: era más poderoso -y más querido- tras su muerte que durante su vida.

—Se convertirá en un dios -predijo el anciano sacerdote- y se unirá al resto de las divinidades en el santuario. Noche tras noche, yo soñaba con Shigeru, tal como le había visto por última vez: manchado de barro y de sangre, y cuando despertaba, con el corazón encogido por el horror, escuchaba el sonido de la flauta. Pero mientras yacía despierto, sin poder conciliar el sueño, deseaba oír su melodía, pues la música me hacía sufrir, pero me consolaba al mismo tiempo.

La Luna palideció y las noches eran más oscuras. Los monjes, que paulatinamente iban regresando al templo, nos contaron la victoria de Kushimoto. La vida en el recinto sagrado empezó a volver a la normalidad y los antiguos rituales sobre las cabezas de los muertos tocaron a su fin. Entonces llegaron noticias de Arai, que se había convertido en el señor de la mayor parte del territorio de los Tres Países. Al parecer, Arai se dirigía a Terayama a presentar sus respetos ante la tumba de Shigeru.

Aquella noche, cuando oí el sonido de la flauta, fui en busca del músico que la tocaba. Como yo había supuesto, era Makoto, y me emocioné profundamente al darme cuenta de que había estado velando por mí, acompañándome en mi sufrimiento.

Makoto estaba sentado junto al estanque, donde a menudo solía dar de comer a las carpas doradas. Concluyó la melodía y colocó la flauta en el suelo.

—Cuando Arai llegue al templo, tendrás que tomar una decisión -me dijo-. ¿Qué has pensado hacer?

Me senté a su lado. Caía el rocío y las piedras estaban húmedas.

—¿Qué debería hacer?

—Eres el heredero de Shigeru, tienes que tomar el testigo de su herencia -Makoto hizo una pausa y, al cabo de un rato, prosiguió-: Pero no es fácil, ya lo sé. Hay algo más que te reclama.

—No es que me reclame: exige mi presencia. Tengo una obligación... Nadie podría entenderla...

—Ponme a prueba -replicó Makoto.

—Ya sabes que tengo un oído muy agudo. Una vez lo comparaste con el de un perro.

—No debería haber dicho tal cosa, porque te molestó. Perdóname.

—No, tenías razón. También dijiste que sería muy útil para mis señores. Pues bien, sí que soy útil para mis señores, aunque ellos no son los Otori.

—¿La Tribu?

—¿Has oído hablar de ellos?

—Sólo un poco -respondió Makoto-. Nuestro abad los mencionó.

Hubo un momento en el que creí que Makoto iba a seguir hablando. Parecía estar esperando a que yo le formulara una pregunta, pero yo ignoraba qué debía preguntar. Estaba absorto en mis propios pensamientos y necesitaba expresarlos.

—Mi padre era miembro de la Tribu y mis poderes extraordinarios los heredé de él. La Tribu me ha reclamado porque considera que está en su derecho. Hicimos un trato: me permitirían rescatar el cuerpo del señor Shigeru si, a cambio, yo me unía a ellos.

—¿Qué derecho tienen a pedirte tal cosa, cuando eres el heredero legítimo de Shigeru? -preguntó Makoto, totalmente indignado.

—Me matarán si intento escapar -respondí yo-. Creen que tienen ese derecho. Hicimos un trato, y por eso yo también pienso que tienen razón. Ahora mi vida les pertenece.

—Estoy convencido de que accediste al acuerdo bajo coacción -sentenció Makoto-. Seguro que nadie espera que lo cumplas. Eres Otori Takeo. No te das cuenta de lo famoso que eres, de la importancia de tu nombre.

—Yo le maté -dije. Para mi vergüenza, las lágrimas comenzaron a brotar de nuevo-. Nunca me lo perdonaré. No puedo tomar su nombre, porque le he quitado la vida. Le maté con mis propias manos.

—Le ofreciste una muerte honorable -murmuró Makoto, al tiempo que tomaba mis manos entre las suyas-. Cumpliste con todas las obligaciones que un hijo tiene para con su padre. Por todas partes te alaban y te admiran por ello. Además, tú mataste a Iida y te has convertido en una legenda.

—No he cumplido con todas mis obligaciones -respondí-. Los tíos de Shigeru tramaron la muerte de éste junto con Iida, y han quedado sin castigo. Además, Shigeru me encargó que cuidase de la señora Shirakawa, quien ha sufrido terriblemente sin tener culpa alguna.

—No me parece que eso sea una carga muy pesada -dijo Makoto, mirándome divertido. Yo me sonrojé-. Vi cómo vuestras manos se rozaron -dijo él. Tras una pausa, continuó-: Soy capaz de interpretar todos tus sentimientos.

—Quiero cumplir los deseos de Shigeru, pero al mismo tiempo siento que no soy digno. En todo caso, estoy atrapado por el juramento que hice a la Tribu.

—Si tú quisieras, el pacto podría romperse.

Tal vez Makoto tuviese razón. Por otro lado, quizá la Tribu no me permitiese seguir con vida. Además, no podía negar que había algo en la Tribu que me atraía. Continuamente recordaba cómo Kikuta entendía mi naturaleza y cómo esa naturaleza había respondido a los oscuros poderes de la Tribu. Yo era consciente de las contradicciones que guardaba en mi interior. Deseaba contarle mis secretos a Makoto, pero entonces tendría que revelarle todo, y no me era posible decir que era miembro de los Ocultos a un monje que veneraba al Iluminado. Yo pensaba que había quebrantado el mandamiento de los Ocultos, pues había matado muchas veces. Mientras hablábamos en susurros en la penumbra del jardín -el silencio sólo era alterado por la súbita zambullida de algún pez o el ulular distante de las lechuzas-, la amistad que nos unía se iba haciendo más profunda. Makoto me abrazó, y me dijo:

—Sea cual sea tu decisión, tienes que liberarte de tu congoja. Shigeru habría estado orgulloso de t¡. Ahora tú también debes perdonarte y sentirte orgulloso.

Sus cariñosas palabras y su abrazo hicieron que las lágrimas me asaltaran de nuevo. Entre sus brazos, noté que mi cuerpo volvía a cobrar vida. Makoto me había apartado del abismo y me había devuelto las ganas de vivir. Más tarde, me quedé profundamente dormido, y esta vez no soñé.

Arai llegó al templo con algunos lacayos y unos 20 soldados, pues había dejado el grueso de su ejército en el este, con la misión de mantener la paz. Tenía la intención de seguir cabalgando y establecer las fronteras antes de que llegase el invierno. La paciencia nunca había estado entre las virtudes de Arai, y en aquel momento su inquietud era patente. Era más joven que Shigeru -rondaba los 26 años- y se encontraba en su mejor momento. Era un hombre corpulento, con un carácter irascible y una voluntad de hierro. Yo no deseaba tenerle como enemigo, y él había dejado claro que quería que yo fuese su aliado y le apoyase en su enfrentamiento contra los señores de los Otori. Además, él había decidido que tenía que casarme con Kaede.

Arai la había traído consigo pues, según dictaba la costumbre, ella debía visitar la tumba de Shigeru. Arai consideraba que ella y yo teníamos que permanecer en el templo mientras se llevasen a cabo los preparativos para nuestra boda. Shizuka, que había viajado como acompañante de Kaede, buscó una oportunidad para hablar a solas conmigo.

—Sabía que te encontraría aquí -me dijo-. Los Kikuta estaban furiosos, pero mi tío los ha persuadido para que te dejen un poco más de tiempo. Sin embargo, el tiempo se está agotando.

—Estoy preparado para irme con ellos -repliqué yo.

—Vendrán a buscarte esta noche.

—¿Lo sabe la señora Shirakawa?

—He intentado avisarla, al igual que he intentado alertar a Arai -dijo Shizuka, con un toque de frustración en su voz.

Y es que Arai tenía planes diferentes:

—Eres el heredero legítimo de Shigeru -me dijo, mientras nos sentábamos en la sala de invitados del templo, una vez que ya había presentado sus respetos ante la tumba de Shigeru-. Lo más adecuado es que te cases con la señora Shirakawa. De ese modo, nos aseguraremos que Maruyama pase a su propiedad, y después, la próxima primavera, nos haremos cargo de los Otori. Necesito un aliado en Hagi

—Arai me miraba fijamente a la cara-. No me importa reconocerlo, tu reputación me resultará útil.

—El señor Arai es demasiado generoso -respondí-. Sin embargo, existen otros motivos que tal vez me impidan cumplir vuestros deseos.

—No seas estúpido -me cortó él-. Mis deseos y los tuyos encajan a la perfección.

La mente se me había quedado en blanco, mis pensamientos habían remontado el vuelo como los pájaros de Sesshu. Yo sabía que Shizuka nos escuchaba desde el otro lado de la puerta. Arai había sido el aliado de Shigeru; él había protegido a Kaede y, además, había conquistado la mayor parte del territorio de los Tres Países. Si debía otorgar mi alianza a alguien, ése era Arai. Pensé que no debía desaparecer sin darle una explicación.

—Todo lo que hice fue con la ayuda de la Tribu -dije yo, pausadamente.

Un ligero temblor de furia le cruzó el rostro, pero no pronunció ni una palabra.

—Hicimos un pacto y, para cumplir mi parte, me veo obligado a abandonar el nombre de Otori y marchar con ellos.

—¿Quiénes forman la Tribu? -estalló Arai-. Por todas partes me encuentro con ellos. Son como ratas en un granero. ¡Incluso los más cercanos a mí...!

—No podríamos haber derrotado a Iida sin su ayuda -repliqué.

Arai negó con su enorme cabeza y exhaló un suspiro.

—No quiero escuchar más tonterías. Fuiste adoptado por Shigeru, eres un Otori y te casarás con la señora Shirakawa. Eso es lo que te ordeno.

—Señor Arai -hice una inclinación hasta tocar el suelo con la frente. Era plenamente consciente de que no podía obedecerle.

Después de visitar la tumba de Shigeru, Kaede regresó a la casa de huéspedes donde se alojaban las mujeres y no tuve ocasión de hablar con ella. Anhelaba verla, pero tambien temía ese momento, pues me asustaba el poder que ella ejercía sobre mí y el que yo tenía sobre ella. Temía hacerle daño o, peor aún, no me atrevía a herirla. Aquella noche no lograba dormir, por lo que salí al jardín y me senté deseando el silencio, pero siempre a la escucha. Yo sabía que me iría con los Kikuta cuando vinieran a buscarme esa noche, pero no lograba quitarme la imagen de Kaede de la mente. La recordaba junto al cadáver de Iida, y sentía el tacto de su piel y su fragilidad cuando la hice mía. La idea de que no iba a estar junto a Kaede nunca más me atenazaba el corazón.

Entonces, pude oír las suaves pisadas de una mujer. Shizuka puso su mano -muy parecida a la mía- sobre mi hombro, y murmuró:

—La señora Shirakawa desea verte.

—No debo verla -dije yo.

—Llegarán antes del amanecer -replicó Shizuka-. Le he contado a Kaede que nunca te dejarán libre. Lo cierto es que, a causa de tu desobediencia en Inuyama, el maestro ha decidido que si no partes con ellos esta noche, morirás. Kaede quiere despedirse de t¡.

Seguí a Shizuka. Kaede estaba sentada en el extremo de la veranda, y la pálida luz de la luna iluminaba débilmente su silueta. Pensé que reconocería su perfil en cualquier lugar: la forma de su cabeza, sus hombros y el movimiento tan peculiar con el que se dio la vuelta para mirarme.

La luz de la luna brillaba en sus ojos haciéndolos parecer negros remansos de agua de las montañas, cuando la nieve cubre la tierra y el mundo se vuelve blanco y gris. Caí de rodillas ante ella. La madera plateada olía al bosque y al santuario, a savia y a incienso.

—Shizuka me ha dicho que tienes que abandonarme, que no podemos casarnos -exclamó Kaede, en voz baja y desconcertada.

—La Tribu no me permitiría llevar esa clase de vida. No soy, y nunca podré ser, un señor del clan de los Otori.

—Pero Arai te protegerá; ésa es su intención. No hay nada que pueda ponerse en nuestro camino.

—Hice un trato con el jefe de mi familia -dije yo-. Desde ahora, mi vida le pertenece.

En ese momento, en el silencio de la noche, pensé en mi padre. Él había intentado escapar del destino que le marcaba su sangre y había sido asesinado por ello. Yo creía que mi tristeza había tocado fondo, pero este recuerdo la hizo aún más profunda.

Kaede dijo:

—En los ocho años que pasé cautiva nunca pedí nada a nadie, Iida Sadamu me ordenó que me quitara la vida, y yo no le supliqué que lo reconsiderara. Iba a violarme, y no imploré clemencia. Pero ahora te voy a pedir algo: no me abandones. Te ruego que te cases conmigo. Nunca volveré a pedir nada a nadie.

Kaede se arrojó al suelo delante de mí, y yo pude oír el sedoso murmullo de su manto al rozar el entarimado. También podía oler su perfume, pues su cabello estaba tan cerca de mí que me acariciaba las manos.

—Tengo miedo -susurró-. Temo lo que pueda sucederme. Sólo me encuentro a salvo a tu lado.

La despedida resultaba más dolorosa de lo que yo había imaginado. Ambos sabíamos que si pudiéramos yacer juntos, con su piel contra mi piel, el dolor cesaría al instante.

—La Tribu me matará -dije yo, finalmente.

—¡Hay cosas peores que la muerte! Si te matan, yo me quitaré la vida para seguirte -Kaede tomó mis manos entre las suyas y se inclinó hacia mí. Sus ojos ardían, sus manos estaban secas y calientes, y sus huesos parecían tan débiles como los de un pájaro. Yo notaba cómo la sangre corría a borbotones bajo su piel-. Si no podemos vivir juntos, debemos morir a la vez.

Su voz sonaba apremiante y emocionada. El aire de la noche se enfrió de repente. En las canciones y en los romances, los amantes morían por amor. Recordé las palabras que Kenji le dijo a Shigeru: "Estás enamorado de la muerte, como todos los de tu clase". Kaede también pertenecía a la casta de los guerreros, pero yo no. Yo no quería morir; ni siquiera había cumplido los 18 años.

Mi silencio fue respuesta suficiente. Sus ojos examinaron mi cara.

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