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Authors: Giorgio Faletti

El tercer lado de los ojos (8 page)

BOOK: El tercer lado de los ojos
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El ruido del auricular al colgar se confundió con el de la puerta que se abría. Entró Maynard Logan, el jefe de policía, que llevaba en la cara su mejor expresión de circunstancias.

—Christopher, lamento enormemente lo que ha ocurrido. He venido en cuanto me he ent...

El hombre sentado al escritorio le interrumpió sin dar la menor señal de haber oído siquiera el sonido de sus palabras.

—Siéntate, Maynard.

Jordan nunca le había visto tan incómodo. Incluso le sorprendió que pudiera caer en un estado de ánimo semejante. Cuando el alcalde se dio cuenta de la presencia de su hermano en la habitación, la incomodidad aumentó todavía más.

Logan se acomodó en una silla. Christopher se inclinó hacia delante, apoyó los codos sobre la superficie de madera y apuntó el dedo índice hacia el jefe de policía.

—Maynard, quiero que capturen al que ha matado de esa forma a mi hijo. Le quiero encerrado en Sing Sing. Quiero que los otros detenidos le muelan a palos cada día, y quiero ser yo quien empuje los émbolos de las jeringas cuando llegue el momento de mandarle a tomar por culo.

Christopher Marsalis era un político, y como tal sabía cómo comportarse ante un público formado por posibles electores. Sin embargo, en privado su lenguaje no era siempre tan refinado como el que la gente solía relacionar con su imagen pública.

—Y quiero que sea Jordan quien lleve esta investigación.

Los tres se quedaron inmóviles. Jordan, junto a la ventana; su hermano, apuntando con el dedo, y Ruben Dawson, con la vista fija en la correa del reloj que llevaba en la muñeca. Solo el jefe de policía movía los ojos de uno a otro.

—Pero, Christopher, yo no...

—¡Yo no, una hostia, Maynard!

El jefe de policía trató de recuperar un poco el terreno que notaba que desaparecía bajo sus pies.

—De acuerdo, razonemos un instante. Personalmente, no tengo nada contra Jordan. Todos sabemos que es muy capaz. Pero él no es el único buen policía que existe, y además hay procedimientos que por lo menos yo...

Logan parecía condenado a no terminar nunca una frase. Jordan vio que su hermano se abalanzaba sobre las palabras como un halcón sobre un gallinero.

—Los procedimientos me importan un carajo. La mayoría de tus hombres no conseguiría encontrar su culo ni siquiera con un manual de anatomía en la mano.

—Tengo ciertos deberes con la comunidad. ¿Cómo puedo hacer respetar las reglas si soy el primero en transgredirlas?

—Maynard, aquí no estamos en un congreso de la policía. Sé muy bien cómo funcionan las cosas. La mitad de los policías de esta ciudad aceptan sobornos y la otra mitad mira hacia otro lado, mientras pasan sin cesar de un cincuenta por ciento al otro. Las reglas se hacen y se deshacen según la necesidad.

Logan intentó abordar el tema desde otro ángulo. Pero era el último recurso, y lo sabía muy bien.

—Jordan, esta situación le afecta personalmente y podría no tener la serenidad de juicio necesaria.

—Maynard, hoy todos hemos visto muchas cosas. Si Jordan ha tenido la frialdad de llegar y descifrar ese coño de número incluso después...

Christopher hizo una pausa y por un instante volvió a ser el hombre que Jordan había visto ante el cadáver de su hijo. Pero fue apenas un instante, y, con la misma rapidez, pasó.

—Si lo ha logrado incluso después de haber visto ese espectáculo, no creo que le cueste proseguir la investigación.

Maynard Logan tenía la expresión de alguien que debe mover una montaña con una cuchara.

—No sé...

Christopher no le dio tregua.

—Yo sí lo sé. O, mejor, sé muy bien qué quiero. Tú limítate a echarme una mano para hacerlo.

Por primera vez desde su llegada, Jordan hizo oír su voz.

—¿No creéis que mí opinión pueda contar un poco en toda esta discusión?

Maynard y Christopher le miraron como si hubiera surgido de la nada en aquel momento. En el rostro pálido e impasible de Ruben Dawson apareció la sombra de una sonrisa, aunque desapareció rápidamente.

Jordan abandonó su puesto junto a la ventana y se acercó al escritorio.

—Yo estoy fuera del juego, Christopher. Sabe Dios cuánto lo lamento por Gerald, pero a esta hora debería estar a más de doscientos kilómetros de aquí.

Su hermano alzó hacia él los ojos azules, buscando la mirada y el consuelo de los suyos.

—El camino estará esperándote cuando todo haya terminado, Jordan. Solo confío en ti.

Luego el alcalde se volvió hacia su jefe de policía, con una gentileza tan inesperada como interesada.

—¿Puedes perdonarnos un momento, Maynard?

—Por supuesto.

—Ruben, ¿quieres hacer compañía al señor Logan y ofrecerle algo de beber?

Dawson se levantó sin cambiar de expresión ni actitud y los dos salieron de la habitación, quizá aliviados con aquella pausa. A Jordan le alegró que el tacto de su hermano se hubiera extendido también a su inseparable colaborador.

Se sentó en la silla de madera de perfecto estilo Nueva Inglaterra que hasta unos segundos antes había ocupado Logan.

Christopher se apartó del escritorio y adoptó un tono de complicidad, buscando un efecto persuasivo.

—Logan hará lo que yo diga. Puedo darte el apoyo necesario; no tienes más que pedirlo. Y tendrás a tu disposición todos los medios de investigación posibles. Oficialmente no se dirá nada, pero la investigación la llevarás tú, a todos los efectos. Si quieres, Burroni estará a tus órdenes en lo que concierna a la parte oficial.

—No creo que se muestre muy entusiasta.

—Me he enterado de que en estos momentos tiene un problema con el Departamento de Asuntos Internos. Ya verás como se entusiasma cuando lo resolvamos y le pongamos ante los ojos un significativo avance en su carrera.

Jordan guardó silencio. El tono cómplice cedió paso a la súplica.

—Jordan, debes hacerlo.

Respondió con una pregunta que iba dirigida a ambos.

—¿Por qué?

—Porque esta mañana han matado a tu sobrino. Y además, porque trabajar de policía es tu vida.

Jordan bajó los ojos hacia el suelo, como si reflexionara. Pero en realidad se enfadó consigo mismo por no haber encontrado nada válido que replicar. Y había una razón; lo que acababa de decir su hermano era rigurosamente cierto.

«Ya no soy teniente, Rodríguez.»

Tomó su decisión en un instante, como siempre. Algunas veces se había arrepentido, otras no. Rogó que la situación en que se hallaba perteneciera a la segunda categoría.

—De acuerdo, lo haré. Hazme llegar cuanto antes una copia de las declaraciones, el resultado de la autopsia y de todos los análisis de la Científica. Pero tengo que moverme a mi manera. De vez en cuando te haré saber qué necesito y dónde.

—Como tú dispongas. Ruben ya tiene las actas del interrogatorio a LaFayette Johnson y un primer informe del forense. La autopsia se está realizando en estos momentos. Quizá llegue un informe provisional antes de que te vayas de aquí.

—Muy bien. Te mantendré al corriente.

Jordan se puso de pie y se dirigió hacia la puerta. La voz de su hermano le alcanzó cuando iba a coger el picaporte.

—Gracias, Jordan. Sé que lo haces por mí y...

Su hermano le interrumpió. Y eso era algo a lo que Christopher Marsalis no estaba acostumbrado.

Jordan le miró fijamente y el tono de su voz disolvió de golpe esa precaria solidaridad que durante unos instantes se había establecido entre ellos.

—Aunque sea por una vez, permíteme ser egoísta. No lo hago para acallar tu sentimiento de culpa. Lo hago para acallar el mío.

—Sea cual sea el motivo, te lo agradezco. No lo olvidaré.

A pesar suyo, Jordan esbozó una sonrisa amarga.

—Me parece que no es la primera vez que te oigo decir eso.

Vio que pasaba una sombra por el rostro de Christopher al oír aquellas palabras. Cuando cerró la puerta de la habitación, deseó que su hermano no tuviera conciencia. Quedarse entre cuatro paredes, solo, en compañía de esa presencia feroz, sería una prueba muy dura, incluso para él.

8

—Aquí tienes. Solo, cargado y sin azúcar, como a ti te gusta.

Annette dejó una taza de café
espresso
sobre la mesa, ante Jordan.

—Gracias, Annette. ¿Me cobras?

—El jefe ha dicho que invita la casa.

Jordan miró a Tim Brogan, que estaba detrás de la caja, y le dio las gracias con un gesto de la mano. La camarera indicó con la cabeza el televisor ubicado en el rincón opuesto del local. En aquel momento estaba sin voz, sintonizado en una película de la HBO. En la pantalla se veía a Harry Potter volando en una escoba, mientras jugaba una encarnizada partida de
quidditch
. Annette bajó la voz y ese cambio de tono los aisló por un instante del resto del mundo.

—Nos hemos enterado por las noticias, Jordan. Lamento mucho lo del chaval. Un asunto feo. Y yo de asuntos feos entiendo bastante.

—La vida es un asunto feo, Annette. Hace poco más de doce horas pensaba que este había dejado de ser mi restaurante habitual. Y en cambio...

Levantó la taza hacia ella e hizo un gesto de brindar, aunque fue tan amargo como el café que estaba bebiendo.

—Por los viajes fallidos.

Annette sabía qué escondía en realidad aquella frase, y le sonrió. Jordan vio sinceridad en sus ojos.

—Por los viajes aplazados, Jordan. Solo aplazados.

Un tío gordo y calvo, con una mancha de ketchup en una mejilla, que estaba sentado a una mesa situada detrás de ellos, le hizo señas. Annette se vio obligada a volver al mundo al que pertenecía durante ocho horas al día. Más las horas extras, como aquella noche.

—Enseguida vuelvo.

Se marchó y dejó a Jordan con sus pensamientos. Aparte del componente emotivo, era un asunto feo. Habría que andar con pies de plomo, en todos los aspectos. Y, si no se equivocaba, la situación podía ponerse aún más difícil, suponiendo que ello fuera posible. Cuando cerró la puerta del estudio de su hermano en Gracie Mansion, todavía no había llegado el informe de la autopsia. Prefirió marcharse y dejar a Christopher con sus sentimientos de padre y sus deberes de alcalde. Jordan no sabía cuál de los dos papeles era más duro en aquel momento.

Telefoneó a Burroni y le citó para la hora de la cena, en la cafetería que había en la esquina de la Sexta Avenida. Mientras acababa de tomar el café vio al policía a través del cristal; lo siguió con los ojos hasta que llegó a la puerta.

Llevaba la misma chaqueta de ante y el mismo sombrero negro de ala redonda que le había visto por la mañana. Entró y echó una mirada por el local. Cuando vio a Jordan, fue directo hacia la mesa con su extraña forma de andar, como de jugador de fútbol. En una mano llevaba un periódico deportivo doblado en dos, del que sobresalía una carpeta amarilla.

Cuando llegó se quedó de pie ante Jordan. Podía verse reflejado en su rostro que deseaba estar en otra parte y con otra persona.

—Hola, Jordan.

—Siéntate, James. ¿Qué te apetece tomar?

Jordan hizo una seña a una camarera que pasaba. La muchacha se detuvo para tomar el pedido.

—Una Schweppes. Estoy de servicio.

Jordan escuchó sin pestañear el tono con que Burroni había subrayado las últimas palabras. El detective se dejó caer en una silla, frente a él, y dejó el periódico sobre la mesa. La carpeta quedó parcialmente a la vista; Jordan alcanzó a leer las letras «NYPD».

—Aclaremos las cosas de una vez por todas, Marsalis.

Jordan le miró con la expresión más irritante de que era capaz.

—No pido menos.

—Quizá yo no te guste, pero eso no tiene ninguna importancia para mí. El verdadero problema es que tú no me gustas. Y sobre todo no me gusta esta situación. Me duele lo de tu sobrino, pero...

Jordan alzó las manos y cortó de raíz un discurso que sabía adónde iría a parar.

—No digas nada. No sé qué te han dicho, ni me interesa. Pero me parece muy importante que escuches lo que voy a decirte.

Burroni se quitó el sombrero y lo dejó sobre la silla libre que había a su lado. Se apoyó en el respaldo y cruzó los brazos, a la espera.

—Lo estoy haciendo.

—No creo que pueda dolerte lo de mi sobrino. Piensas que era un chalado vicioso que ha tenido el fin que merecía y a quien nadie echará de menos. Es tu opinión, y no pretendo que lo entiendas. Pero creo que tendrás que aguantarte. No vamos a casarnos, James. Solo tenemos un trabajo que cumplir, por anormal que sea, pero es trabajo al fin y al cabo. Tú tienes tus motivos y yo los míos. Cada uno sacará provecho...

Burroni apoyó de repente los codos sobre la mesa y lo miró a los ojos.

—Si te refieres a ese tema del Departamento de Asuntos Internos, debes saber que yo...

Jordan no le dejó terminar.

—Ya lo sé. Sé lo tuyo y lo de mucha otra gente. Lo he sabido siempre, en todos los años que estuve de servicio, como has dicho tú hace un momento. Pero siempre he pensado que un buen policía, aunque a veces tenga alguna pequeña debilidad, en el balance final da mucho más de lo que coge. Si las debilidades son grandes, deja de ser un buen policía y se convierte en un canalla. Pero entonces es un problema de él y del juez. Pero hay algo más, y esto sí tiene importancia para ti.

—¿Y es?

—Pues que ahora ya no me importa una mierda, James. Tengo mis motivos para querer ponerle la palabra «fin» a esta historia. En todos los sentidos. Y el hecho de que la víctima sea mi sobrino tiene solo una importancia relativa. Después podré irme a un viaje que habría debido iniciar esta mañana.

La camarera se acercó y dejó sobre la mesa un vaso con un líquido claro lleno de burbujas y se retiró en silencio. Jordan hizo una pausa. Burroni aprovechó para beber un sorbo.

—Esto, en lo que a mí respecta. Por otro lado, tú serás el detective que arrestará al asesino del hijo del alcalde. Serás un héroe. Entonces sabrás qué es ser una estrella. Y también podrás dejar de preocuparte por los sobornos que has aceptado e ir a buscar otros.

Señaló con la mano el periódico deportivo que Burroni había dejado sobre la mesa.

—¿Apuestas a las carreras o al fútbol?

—Eres un hijo de puta, Marsalis.

Jordan hizo un pequeño gesto con la cabeza y esbozó una vaga sonrisa.

—Tal vez me venga de familia.

Se produjo un instante de silencio durante el cual cada uno hizo su recuento de muertos y heridos. Jordan decidió que, si era necesaria una tregua, aquel podía ser el momento justo para agitar, si no una bandera, al menos un pañuelo blanco. Indicó la carpeta que asomaba en medio del periódico.

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