Jenny estaba buscando un vehículo cuando oyó el sonido de un motor que se acercaba. En el instante en que vio el PT Cruiser, saltó al estribo. A través de la ventanilla vio que Donatella cogía la pistola y se agachó. Los disparos pasaron por encima de su cabeza y luego se irguió, golpeando con el codo lo que quedaba de la ventanilla. A continuación, agarrando con fuerza la manija de la puerta y utilizándola a modo de punto de apoyo, se lanzó con los pies por delante a través de la abertura, golpeando el rostro de la italiana.
El torso de Donatella se arqueó en un acto reflejo, y su brazo derecho giró con el índice tenso en el gatillo de la pistola. Pero Jenny estaba preparada para eso, cogió su muñeca y la retorció con fuerza. Donatella dejó escapar un gemido y la pistola cayó sobre el asiento. Jenny le rodeó entonces el cuello con los tobillos y apretó violentamente sus largas piernas, creando así una prensa de tornillo. Donatella gritó, tratando de coger su pistola, pero Jenny apretó aún más la llave alrededor de su cuello y, jadeando en busca de aire, desistió del intento.
La cabeza y los hombros de Jenny estaban todavía fuera del coche y, cuando Donatella pisó el acelerador, el PT Cruiser saltó hacia adelante, resbaló sobre la grava suelta de la salida a la carretera y ganó el asfalto. Jenny chocó contra el marco de la ventanilla pero mantuvo la presión sobre el cuello de su enemiga.
En su lado de la carretera había un estrecho arcén y luego la casi desnuda pared de roca encima, que era el precipicio por el que Bravo y ella habían caído con el coche. Donatella hizo girar el volante hacia la derecha y el coche atravesó el arcén en dirección a la pared de roca. Una lluvia de chispas se desprendió del guardabarros delantero del PT Cruiser cuando el metal entró en contacto con un saliente de piedra, de modo que Jenny se vio obligada a cogerse de la parte superior de la ventanilla abierta a fin de mantener el equilibrio dentro del coche. Pero, al hacer este movimiento, la tensión de sus tobillos se aflojó y, con un violento tirón, Donatella consiguió liberarse. Al mismo tiempo, se inclinó hacia el asiento del acompañante para coger nuevamente la pistola.
Jenny lanzó una patada y el tacón de su bota alcanzó a Donatella con tanta fuerza en la caja torácica que perdió el control del volante. El coche chocó contra la pared de roca, rebotó, salió disparado hacia adelante, luego chocó contra un saliente rocoso y dio dos giros completos antes de que la parte trasera chocase por última vez contra la pared de piedra. Con un áspero chirrido de engranajes y metal arrancado, el PT Cruiser se deslizó sobre dos ruedas. Al regresar a la carretera recorrió otros quinientos metros sobre un costado hasta chocar primero contra el poste de alumbrado caído y, acto seguido, contra el camión que Donatella había manipulado.
Las dos pasajeras, aturdidas y magulladas por el breve pero escalofriante vuelo del coche, trataron de conseguir ventaja sobre su rival, pero durante los últimos metros de descontrolada carrera, la cabeza de Jenny golpeó contra el salpicadero. Antes de que el vehículo se detuviese por completo, Donatella la había cogido de la pechera de la camisa y pegado su espalda contra la puerta. Golpeó a Jenny una, dos, tres veces.
Un estallido de pequeñas estrellas blancas nubló la visión de Jenny, y la joven sintió un dolor lacerante en la cabeza. Trató de repeler el ataque, pero no parecía tener fuerzas para ello. Como si un martillo estuviese a punto de caer sobre ella, Jenny pudo sentir una especie de energía maníaca que brotaba de Donatella y eso la aterró. Tanteando desesperadamente detrás de ella, accionó la manija de la puerta en el momento en que Donatella alzaba el brazo para lanzar otro golpe. La puerta se abrió y Jenny cayó hacia atrás, fuera del coche.
Por un momento quedó tendida sobre el asfalto, atontada y jadeante. Luego sintió la lluvia que caía sobre su rostro y, como si cogiese fuerzas de ella, logró ponerse en pie. Sentía las rodillas débiles y las piernas apenas si la sostenían; estaba mareada, y cuando se llevó la mano a la parte posterior de la cabeza, sus dedos se tiñeron de sangre.
En el coche, Donatella había recogido la pistola.
Bravo esperó hasta que el PT Cuiser se hubo detenido. Bajo el tenue resplandor que desprendían las farolas al norte y al sur de su posición, vio que Jenny tenía problemas. Pero no fue hasta comprobar que Donatella estaba concentrada sólo en ella que supo cuál era la mejor forma de ayudarla. Corrió hacia el coche a través de la espesa niebla sin importarle el cable de electricidad caído sobre el asfalto. De vez en cuando perdía de vista su objetivo y, en una ocasión, estuvo seguro de que corría en círculos y lo había perdido por completo. Entonces se detuvo y trató de orientarse, pero era como estar a la deriva en una balsa en medio del océano. Todas las referencias estaban oscurecidas y la luz que caía sobre él parecía perfectamente uniforme, sin origen visible, de modo que no tenía una idea precisa acerca de dónde estaba el norte y dónde el sur. Entonces se abrió una pequeña brecha en la niebla, alcanzó a ver el destello de un metal coloreado y echó a correr en esa dirección a toda velocidad.
Para cuando llegó al coche, ambas mujeres lo habían abandonado, Donatella empuñando una pistola. Pero, casi de inmediato, vio el fusil de francotirador en el suelo y lo recogió.
Jenny, en una posición que se tornaba rápidamente insostenible, alcanzó a ver a Bravo a través de la neblina perlada y supo lo que debía hacer si quería tener siquiera una posibilidad. Echó a correr, cayó, volvió a levantarse y corrió nuevamente sobre sus piernas inseguras.
Donatella, acercándose con cautela, vio la lógica de su huida. Si Jenny conseguía alejarse lo suficiente de ella, podría desaparecer en la espesa niebla. La idea de perderla ahora era insoportable, y Donatella echó a correr tras la chica. Había un leve chisporroteo hacia el que Jenny se había dirigido, y hacia allí fue ella también.
A través de la niebla alcanzó a ver movimiento, y luego una figura delgada y flexible se hizo brevemente visible. Apuntó y abrió fuego sin dejar de avanzar. La niebla se arremolinaba como si fuese agitada por una mano gigante, y entonces Jenny se hizo visible otra vez. Donatella apuntó a su enemiga con la pistola, y estaba a punto de apretar el gatillo cuando oyó una voz a sus espaldas.
—¡Suelta el arma!
Se dio media vuelta y vio a Braverman Shaw detrás de la puerta abierta del coche, apuntándola con el Dragunov. Donatella se echó a reír al ver con qué torpeza sostenía el fusil. No sería capaz de alcanzarla con un disparo, aunque no hubiese niebla. Ella podía matarlo de un solo tiro a la cabeza. No había nada que deseara más en el mundo y, volviéndose hasta quedar frente a él, levantó el cañón de la pistola. Podía sentir a Ivo a su lado, y le habló entre dientes para que supiese que su venganza había llegado.
—¡Ya me has oído! ¡Suelta la pistola ahora mismo o…!
Donatella apretó el gatillo.
Un momento antes, Jenny había llegado a su destino, pero no a tiempo. Donatella ya le había disparado una vez, aunque sin suerte. Ahora, cuando la niebla comenzaba a disiparse, ambas podían verse perfectamente. Jenny sólo necesitaba un momento más, pero no lo tendría. Contuvo el aliento como si eso la preparase mejor para la muerte inminente.
Entonces Bravo gritó y Donatella se volvió hacia él. Jenny aprovechó la oportunidad para agacharse y coger el cable de electricidad roto. Este producía un zumbido parecido a un relámpago distante o a un enjambre de abejas, y despedía una luz que parecía irreal. Cuando se incorporó estuvo a punto de perder el equilibrio a causa del mareo. La cabeza le dolía terriblemente y el corazón golpeaba con fuerza en su pecho. Avanzó tambaleándose y con el extremo del cable echando chispas delante de ella. Tocó a Donatella justo en el momento en que apretaba el gatillo. Su cuerpo se sacudió espasmódicamente mientras levantaba un pie en el aire. El hedor a carne y pelo quemados flotaba en el ambiente, y Jenny sintió náuseas.
Bravo, que había visto cómo Donatella erraba el tiro aunque no sabía la causa, la perdió de vista cuando la niebla volvió a arremolinarse, oscureciendo la escena. Sin pensarlo dos veces, abandonó su posición detrás de la puerta abierta del conductor y echó a correr, saltando sobre la caja de empalme y pasando junto al camión accidentado.
Encontró a Jenny, ensangrentada y respirando agitadamente, de pie junto al cuerpo sin vida de Donatella. Estaba a punto de preguntarle qué era ese hedor cuando vio que aún sostenía el cable de electricidad en la mano izquierda.
—Jenny, suelta el cable —dijo suavemente—. Déjalo en el suelo y apártate.
Ella permaneció inmóvil durante un tiempo que pareció interminable y luego, lentamente, alzó la vista hacia él.
—Jenny… —Bravo se colgó el fusil del hombro y se inclinó sobre la chica. Con mucho cuidado cogió el cable con una mano y le abrió los dedos con la otra—. Todo ha terminado —dijo, tirando de ella y alejándose hacia la niebla cada vez más espesa.
P
ERO no había terminado.
—Tengo que regresar —dijo Jenny.
—¿Regresar? ¿Regresar adonde?
—A ver a Kavanaugh.
—Jenny, tenemos que largarnos de aquí. No hay tiempo.
Ella se volvió y Bravo la siguió a través de la maleza crecida.
Hizo un esfuerzo por comprender lo que la joven sentía en ese momento mientras contemplaba la carnicería que habían provocado las balas en el torso y la cabeza de Ronnie Kavanaugh. Ahora no parecía en absoluto un tipo duro.
Un momento después, Bravo se removió, inquieto.
—Jenny, por favor, tenemos que marcharnos. La policía puede presentarse en cualquier momento, y si no es la policía, entonces automovilistas que pueden convertirse en testigos potenciales de nuestra implicación en dos muertes violentas.
Ella permaneció junto al cadáver de Kavanaugh un momento más mientras sus labios se movían en silencio. Luego asintió.
—Larguémonos de aquí.
Ambos regresaron corriendo al Lincoln de Kavanaugh, e instintivamente, Bravo dijo que él conduciría. Jenny no protestó. Después de cambiar de sentido, se dirigió hacia el sur tratando de no superar el límite de velocidad. La carretera de dos carriles se convirtió rápidamente en una de cuatro y, poco después, pudieron entrar en la autopista. El Lincoln era un coche muy cómodo y, lo que era aún más importante, muy sencillo de conducir. Kavanaugh había tenido la previsión de dotarlo de radio vía satélite, sensores de proximidad en la parte posterior y GPS.
Después de recorrer unos diez kilómetros, Bravo vio el cartel indicador iluminado de una gasolinera. Ambos utilizaron los mugrientos lavabos para lavarse lo mejor que pudieron y volvieron a reunirse en el Lincoln. Jenny había conseguido quitarse todas las manchas de sangre y tenía el pelo húmedo y brillante. Cuando Bravo le pidió que se diese media vuelta, le apartó el pelo y la acercó suavemente a él bajo las luces de sodio. Comprobó que la herida era sólo un rasguño y que ya había dejado de sangrar.
—¿Todo bien? —dijo ella.
Sus ojos relampaguearon, y su tono era duro y cortante.
—Dejemos las cosas claras de una vez por todas: soy yo quien te protege a ti.
Una suave brisa dejó expuesta su nuca, la carne color caramelo brillando bajo la luz, los huesos delicadamente curvos bajo la piel como esos cristales que se encuentran en la playa después de que el mar los haya pulido. Braverman la abrazó siguiendo un impulso y permaneció inmóvil durante un momento. Cuando se separó de ella, Jenny subió al coche sin mirarlo ni decir una sola palabra.
En las inmediaciones de Washington, D. C., Bravo detuvo el coche en una área de servicio que permanecía abierta las veinticuatro horas, el único lugar donde podían comer un bocado a esa hora de la noche. Eligió un reservado en la parte trasera, desde donde tenía una buena visión de la puerta y el ventanal que daba a la autopista. El instinto se había apoderado de él sin que fuese totalmente consciente de ello. Jenny estaba sentada frente a él y miraba a través de la ventana veteada por la luz y los reflejos fantasmales de los rostros. Cuando llegó la camarera, Bravo pidió por los dos: café, huevos fritos con la yema muy hecha, beicon, patatas fritas para él y tostadas.
Cuando llegó la comida, Jenny volvió a mirar fijamente la mesa.
—No me gusta el beicon —dijo.
Bravo puso todo el beicon en su plato.
—Espero que te gusten los huevos.
Ella lo miró.
—¿Quieres algo más para acompañarlos?
—Me gustan las patatas.
Bravo utilizó una cuchara para echar sus patatas fritas al plato de ella sin decir nada y le sonrió cuando ambos comenzaron a comer.
Una pareja mayor pagó la cuenta y se marchó, un hombre de mediana edad con un vientre prominente entró un momento después, se dirigió al mostrador, se sentó en un taburete y sus nalgas rebasaron ampliamente la superficie del asiento. Una mujer joven, con una gran cabellera y excesivamente maquillada, permanecía fuera fumando un cigarrillo. Su cadera se proyectaba provocativamente hacia adelante y la falda de cuero apenas si alcanzaba a cubrirle la parte superior de los muslos. Un coche se detuvo delante de la entrada y Bravo se puso tenso. La mujer maquillada arrojó la colilla del cigarrillo y se acercó al coche caminando sobre sus tacones de aguja. La puerta del acompañante se abrió y ella se deslizó en su interior con un movimiento largamente aprendido. El coche se alejó y Bravo dejó escapar el aire en silencio y volvió a concentrarse en la comida. En el restaurante había media docena de personas, pero ninguna parecía prestar la más mínima atención a los demás.
—Jenny, háblame —dijo Bravo minutos después.
Ella continuó comiendo con una especie de precisión mecánica, como si supiese que debía alimentar el sistema pero no saboreara la comida. Su mirada no se dirigía a él y tampoco al plato que tenía delante, sino que estaba enfocada hacia algo —o alguien— que él jamás sería capaz de ver.
Acababa de rebañar del plato los restos de huevo con un trozo de pan cuando, súbitamente, Jenny decidió hablar.
—Es sólo que, ya sabes, no lo enterramos.
—¿Crees realmente que eso hubiese sido inteligente de nuestra parte?
—¿Ahora eres un experto? —Como si acabase de descubrir la presencia de comida delante de ella, dejó caer el tenedor y apartó el plato con un gesto de disgusto—. Esto sabe a refrito.