El testamento (46 page)

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Authors: Eric Van Lustbader

Tags: #Intriga, #Aventuras

BOOK: El testamento
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Un poco más adelante, a la izquierda, vio una puerta que estaba parcialmente abierta. Se acercó con suma cautela y echó un vistazo dentro de la habitación. Un hombre estaba encorvado sobre una mesa donde había varios libros voluminosos abiertos. El hombre estaba hojeando uno de ellos. Luego se volvió para consultar otra pila de volúmenes y Rule alcanzó a ver un lado de su rostro: era Paolo Zorzi. Los músculos de los anchos hombros de Zorzi aumentaban de tamaño cuando estiraba y tensaba el torso, como si de un león o una pantera se tratara. Rule pensó en la profunda y constante hostilidad de Zorzi hacia él, y supo que era consecuencia de su amistad con Dexter Shaw. La naturaleza de los celos, pensó, atrapado momentáneamente por ese pensamiento, debía de ser como una serpiente, deslizándose a través de la espesura de otras emociones más obvias. Pero los celos lo coloreaban todo, incluso las intenciones de las personas más perspicaces.

Rule sonrió y sus labios se convirtieron en una línea fina y cruel. Todo estaba resultando demasiado fácil: no se había encontrado con ningún guardián, y ahora veía a Zorzi expuesto a través de una puerta parcialmente abierta, con la espalda vuelta hacia él, un blanco perfecto. Rule podía oler una trampa a mucha distancia, de modo que continuó su camino, dejando atrás el cebo que habían preparado para tentarlo. Él quería a Zorzi, por supuesto, pero había ido allí en busca de Bravo y no pensaba marcharse sin él. No ignoraba cuán peligroso era que Bravo estuviese con Zorzi. Sospechaba que era él quien había intentado socavar su relación con Dexter Shaw, y ahora que tenía a Bravo imaginaba que la historia volvería a repetirse y que Zorzi trataría de volver a Bravo en su contra.

La habitación en la que estaba Paolo Zorzi carecía de ventanas, un lugar donde la lógica indicaba que mantendría retenido a Bravo. Además, Rule pudo ver que Zorzi estaba examinando unos textos que versaban sobre códigos y claves para su solución; Bravo estaría trabajando en el código que Dexter había dejado para él allí en Venecia. Lo más probable, entonces, era que Bravo estuviese en esa habitación, en un lugar donde él no podía verlo. En cualquier caso, Rule sabía que no podía permitirse el lujo de ignorar esa posibilidad. Y eso significaba que necesitaba poder acceder a la habitación por otro medio que no fuese la puerta abierta que lo invitaba a entrar.

Avanzó cautelosamente por el corredor y pronto llegó a otro corredor que se abría a la izquierda y que calculó que lo llevaría a lo largo de la pared derecha de la habitación. Se asomó brevemente y vio que un guardián estaba apostado junto a una puerta cerrada que sólo podía dar acceso a la habitación.

Se cubrió con la capucha de su hábito y se dirigió hacia él con el estoque oculto a su espalda y la cabeza gacha. El hombre, un veneciano joven y delgado, le dijo:

—Llegas diez minutos temprano, pero puedo aprovechar el relevo.

Rule le asestó entonces un fuerte puñetazo en el plexo solar y luego, cuando el guardián se dobló en dos, repitió el golpe con el canto de la mano en el cuello expuesto del joven. Rule cogió al guardián cuando quedó inconsciente y lo arrastró hasta la esquina del corredor, donde lo dejó tendido en el suelo, en las sombras.

Al regresar a la puerta cerrada, apoyó la oreja contra ella y alcanzó a oír una voz que reconoció como la de Zorzi y alguien que le contestaba, pero la segunda voz se oía demasiado lejos como para asegurar que fuese la de Bravo.

Respiró profunda y lentamente y sus dedos se cerraron alrededor de la empuñadura del estoque. La otra mano cogió el pomo de la puerta y lo hizo girar poco a poco hacia la izquierda. Rule estaba en medio del proceso de apertura sigilosa de la puerta cuando sintió un ligero dolor en un costado del cuello. Se sobresaltó, volviéndose instintivamente, sus sentidos ya nebulosos como si estuviese borracho, y vio que un rostro lo mirada maliciosamente como una máscara de carnaval.

Luchando contra la droga que le habían inyectado, Rule comprendió lo ocurrido y se arrancó el diminuto dardo que tenía clavado en el cuello.

—Demasiado tarde.

El rostro malicioso se echó a reír.

Un instante después, el mundo desapareció de su vista y Rule se desplomó al suelo.

Los ojos de Bravo parecían salirse de sus órbitas y sentía que le ardían los pulmones. Sabía que si no conseguía pronto un poco de oxígeno perdería las pocas fuerzas que aún le quedaban, y una vez que eso sucediera, estaría completamente indefenso. No podía permitir que ocurriese.

Con la imaginación pudo ver a su padre y a sí mismo con once años, aprendiendo a usar su cuerpo, a estirarlo hasta superar sus supuestos límites naturales. «Relájate, Bravo —dijo Dexter—. Si lo intentas con demasiada intensidad, tu cuerpo se resistirá. Mente y cuerpo necesitan trabajar juntos, como un equipo». En lugar de seguir luchando con Anzolo, Bravo dejó que sus miembros quedaran laxos; permitió que sus párpados vacilaran y su respiración se tornó errática. Su recompensa fue la sonrisa en el rostro del guardián cuando éste se inclinó hacia adelante para ejercer más presión. Fue entonces cuando Bravo golpeó violentamente con la frente el puente de la nariz de Anzolo. De inmediato, una fuente de sangre comenzó a manar y el guardián se echó hacia atrás.

Bravo hizo girar las caderas y Anzolo perdió el equilibrio. Luego Braveman se levantó y golpeó con sus puños la oreja de su enemigo. Anzolo cayó al suelo y Bravo se le echó encima.

—¿Dónde está Zorzi? —inquirió al tiempo que golpeaba la cabeza de Anzolo contra el duro suelo de piedra—. ¡Dime adonde ha ido!

Anzolo se lo dijo.

Bravo lo soltó y comenzó a volverse. El guardián se abalanzó entonces sobre él con un movimiento desesperado, tratando de arrancarle un ojo, pero Bravo aprovechó su impulso, haciendo girar su cuerpo levemente y aplicando toda su fuerza detrás de su codo doblado. De inmediato notó cómo se rompía la clavícula de Anzolo, y luego el guardián se derrumbó en el suelo.

Un instante después, Bravo estaba de pie y corría hacia la puerta del refectorio.

—El efecto de la neurotoxina sólo durará dos o tres minutos —informó Alvise.

—Eso será suficiente —respondió Zorzi mientras observaba el rostro relajado de Anthony Rule. Éste lo miraba con la expresión asombrada que muestran las personas que han sido paralizadas.

Alvise y él habían llevado a Rule al interior de la habitación, donde lo habían sentado en un sillón a cuyas patas habían atado sus tobillos. Las manos estaban ligadas a la espalda.

Alvise había sacado un cuchillo y su brillante punta estaba apoyada contra el cuello de Rule.

—¿Te gusta el contacto de esta hoja, Rule? —preguntó—. ¿Cómo crees que te sentirás cuando la empuje centímetro a centímetro?

—Cuidado —dijo Zorzi suavemente, como si no hablase en serio.

—Quiero que pague por todos y cada uno de los pecados que ha cometido.

—Me temo que eso nos llevaría varias vidas. —Zorzi cogió un mechón de pelo de Rule entre los dedos—. ¿No es verdad, Anthony?

—Te han hecho una pregunta. —Alvise hincó la punta del cuchillo haciéndola girar, de modo que una espesa gota de sangre cayó sobre la hoja de acero inoxidable—. Es una descortesía de tu parte no responder a las preguntas.

—Tu tiempo se ha agotado. —Zorzi se inclinó sobre él, mirando sus feroces ojos vidriosos—. Ya no tienes a Dexter Shaw para que te proteja. Estás solo y desnudo delante de tu juez. —Tiró del pelo de Rule—. Ahora dictaré la sentencia y Alvise actuará como verdugo, una tarea que está ansioso por cumplir.

Los labios de Zorzi dejaron los dientes al descubierto.

—Eres culpable, Rule, culpable en todos los sentidos. Y ahora tengo la satisfacción de informarte de que la sentencia de muerte se hará efectiva en este mismo instante.

De pronto Zorzi percibió un ligero movimiento; luego Alvise cayó al suelo y la sangre lo salpicó como si fuese lluvia. Se irguió y miró a Bravo, que estaba apuntándolo con la SIG Sauer.

—¿Qué cree que está haciendo?

—Desátelo —dijo Bravo, señalando a Rule.

—Eso sería una imprudencia. No tiene idea de lo que hace, del grave error que…

—¡Cierre la boca y hágalo! —ordenó Bravo. Se mantenía a distancia de Zorzi para que éste no tuviese ninguna posibilidad de abalanzarse sobre él.

—No lo haré. —Zorzi se encogió de hombros—. Adelante, dispare mientras tenga una oportunidad. ¿No? Ya veo, no tiene ni el temple ni la fortaleza para hacerlo. ¡Cobarde! ¿Para qué le sirve a la orden?

En ese instante, Zorzi se abalanzó sobre Bravo, que apretó el gatillo de la pistola. Pero no sucedió nada: el gatillo estaba fijo en su lugar. Zorzi cayó sobre él y lo empujó contra la pared. Sonreía de un modo grotesco, como un ogro malvado salido de un cuento de los hermanos Grimm.

—La pistola está inutilizada, no puede disparar. ¿Dónde supone que se encuentra usted ahora?

Bravo golpeó entonces a Zorzi detrás de la oreja con la culata del arma. Zorzi se derrumbó igual que había hecho Alvise, y quedó allí tendido.

Bravo desató rápidamente a Rule.

—Tío Tony, ¿puedes oírme?

Rule movió ligeramente los labios pero ningún sonido salió de ellos. Sus ojos estaban ahora más claros y mejor enfocados.

—¿Qué te han hecho?

—Neurotoxina. —La voz de Rule era débil y aguda, como si no la hubiese usado durante algún tiempo—. Inyectada con un dardo.

—¿Puedes levantarte? Ven, deja que te ayude.

Bravo rodeó a Rule con el brazo y lo levantó; gruñó al alzarlo como un peso muerto. Todos los cortes y las contusiones que había sufrido en su combate cuerpo a cuerpo con Anzolo le ardían como si fuesen tatuajes.

Luego Rule comenzó a recuperar cierto control motriz y se hizo cargo poco a poco de su propio peso en piernas y caderas.

—¿Cómo me has encontrado?

—Vine en busca de Zorzi.

Rule asintió, todavía mareado. Se volvió hacia Zorzi.

—Mátalo, Bravo —dijo—. Es el momento perfecto.

—Tío Tony, debemos largarnos de aquí ahora mismo.

Pero Rule se resistía.

—Hazlo, Bravo.

—No, tío Tony, a sangre fría no.

—Te arrepentirás. Este hijo de puta irá a por ti.

—No soy un asesino.

—Esto no es un asesinato; es una ejecución. —Rule extendió la mano—. Dame esa pistola.

—Tío Tony, no.

Pero Rule había conseguido coger la SIG Sauer, apuntó a Zorzi y apretó el gatillo. Sin embargo, no pasó nada. Aprovechando la sorpresa de Rule, Bravo le golpeó la mano y la pistola salió volando. Ambos se quedaron mirándose fijamente durante un momento.

Un segundo después oyeron un ruido en el corredor justo al otro lado de la puerta, y los dos hombres permanecieron inmóviles. Rule se llevó el índice a los labios, cruzó silenciosamente la estancia en dirección a la puerta y, sin dudarlo, la abrió de par en par.

Un guardián, con la mano aún en el pomo, trastabilló hacia el interior de la habitación y Rule le asestó un violento rodillazo que le rompió varias costillas.

—¡Vamos! —susurró Bravo, aprovechando la oportunidad para sacar a Rule de la habitación, lejos de Paolo Zorzi.

A pesar del odio que sentía por ese traidor, no podía ser cómplice de su asesinato a sangre fría. ¿Acaso eso lo convertía en alguien débil, en un cobarde? ¿Acaso su padre habría hecho otra elección? Después de todo, eso era el Voire Dei… él estaba lejos de las leyes civiles y penales que regían para el resto de los mortales. Pero ¿qué pasaba con las leyes de la moral? ¿Acaso el hecho de pertenecer al Voire Dei le otorgaba el derecho de anularlas? Y aun cuando lo hiciera, seguía teniendo la posibilidad de elegir en ese asunto y, para bien o para mal, había tomado esa decisión.

El corredor se extendía silencioso y desierto ante ellos. Rule le enseñó el camino y ambos volvieron sobre sus pasos hasta la puerta lateral. Para cuando la hubieron atravesado, Rule había recuperado gran parte de su fuerza y toda su astucia animal.

—Los guardianes que aún quedan estarán peinando la isla para dar con nosotros —dijo.

Y tenía razón, porque cuando se estaban acercando a las rocas donde Rule había dejado el
topo
, comprobaron que había dos de ellos vigilando la pequeña embarcación.

—¿Cómo vamos a salir de esta isla? —susurró Bravo.

—Tengo un plan —dijo Rule.

Él siempre tenía un plan. Hasta donde Bravo era capaz de recordar, el tío Tony tenía un plan para cada contingencia. Si necesitabas llegar del punto A al punto B, él conocía la ruta más rápida, la más sinuosa, la más tortuosa, además de la más razonable.

Continuaron avanzando con Rule al frente. El largo crepúsculo del verano había terminado y ahora estaba oscuro, pero sobre las aguas de la laguna unos hilos de débil luz amarilla marcaban los perímetros del profundo canal. Una gaviota pasó volando a baja altura, chillando con su voz quejumbrosa, y luego se lanzó en picado, rozando el agua, que se agitó con diminutas luces fosforescentes como esclavas brillantes en el doble brazalete del canal.

Cuando atravesaron los negros perfiles de los pinos, Bravo pudo ver más luces que salían de una sección del monasterio franciscano. El aire olía a resina, y luego percibieron una vaharada procedente de la laguna: piedra blanqueada y almejas, algas saladas que se entretejían en las profundidades.

Cuando se acercaron pudieron oír el sonido confuso de muchas voces.

—Los franciscanos han convertido la isla en un destino turístico —explicó Rule—. Una vez por semana tienen una visita guiada nocturna. Podemos mezclarnos con la multitud y regresar en el transbordador.

Pero cuando llegaron a las sombras que cubrían los alrededores del muelle vieron que la alternativa del transbordador sería imposible. La zona estaba patrullada por tres guardianes, sin duda después de que les hubieron contado a los franciscanos alguna historia plausible en cuanto a su necesidad de estar allí.

Ambos se dirigieron hacia la izquierda describiendo una especie de semicírculo, y al poco divisaron un
motoscafo
amarrado en el lado opuesto del gran transbordador. Moviéndose de una sombra a otra, Rule y Bravo se acercaron a la embarcación. Un monje franciscano estaba descargando los últimos barriles pequeños de una pila que había en la cubierta posterior del
motoscafo
. La gente seguía subiendo al transbordador, que hizo sonar dos veces la sirena para avisar de su inminente partida.

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