Entonces oyó un sonido, como el ruido que produce el viento cuando alcanza el aparejo de un bote y tensa todo su velamen. Pero, obviamente, la lancha motora no tenía aparejo ni velas, y entonces se dio cuenta de que era el tío Tony, que canturreaba alegremente para sí. Estaba como pez en el agua, a los mandos de una embarcación veloz, a punto de chocar contra sus adversarios. «Él vive para esto —pensó Bravo—. Ésta es la razón de que el Voire Dei lo atraiga como una llama».
La lancha de la policía se acercaba a lo que Bravo consideró que era una velocidad alarmante.
Rule sólo interrumpió su canción el tiempo suficiente para decir «Espera», con la boca pequeña.
Bravo se cogió con ambas manos a la barandilla al tiempo que Rule empujaba hacia adelante el mando que abría la válvula de estrangulación y el
motoscafo
daba un brinco en el agua. Tuvo una visión fugaz de la expresión de asombro en los rostros de los policías que estaban a bordo de la otra lancha cuando el
motoscafo
se lanzó hacia ellos, y sintió que un estremecimiento le recorría todo el cuerpo. Luego Rule hizo girar el timón bruscamente hacia estribor. Había enhebrado la aguja con manos expertas y el
motoscafo
viró a una velocidad de vértigo, mientras su lado de babor se alzaba y cortaba el agua, creando una ola que se abatió sobre la lancha de policía como si fuesen piratas al abordaje.
Un momento después estaban lejos, con rumbo nordeste, en la dirección de Venecia, pero más específicamente hacia otro islote cuyo flanco septentrional se ofrecía ante ellos por la banda de estribor. Bravo miró por encima del hombro y vio que la inundada lancha de policía giraba a su vez y se lanzaba en su persecución.
—Hay algo raro en esa lancha —dijo Rule—. Es más larga y más baja que las que utiliza la policía de Venecia.
—Tienes razón. He reconocido a un guardián. No es una lancha de la policía.
Rule asintió.
—Zorzi ha encontrado nuestro rastro.
El islote se acercaba rápidamente por la derecha. Estaba desierto, lleno de cañaverales y pájaros y el olor dulce de la materia en descomposición. Ahora debían tener mucho cuidado porque, en algunos lugares, el agua era poco profunda y podía hacer encallar la lancha. Grandes bancos de arena surgían de las profundidades de la laguna para aportar terrenos donde las aves se alimentaban y también plataformas naturales para las almejas.
Ahora el sol se encontraba ya sobre el horizonte, una bola roja y abultada. La intensa luz atravesaba el agua con líneas onduladas, haciendo que el islote pareciera más lejano de lo que estaba en realidad. El aire se estaba calentando rápidamente, creando un período de perspectivas desorientadoras y fascinantes espejismos.
—No podemos permitir que Zorzi nos atrape —dijo Bravo, inclinándose hacia adelante para que Rule pudiese oírlo por encima del rugido del motor—. Tienes que llevarme a Venecia.
Rule hizo girar bruscamente el timón.
—No te preocupes —dijo con expresión sombría—. Mi intención es eliminar a Zorzi de la escena de una vez y para siempre.
Si Paolo Zorzi hubiese sido otra clase de hombre, a esas alturas ya habría sufrido un paro cardíaco, pero no había conseguido ascender hasta la máxima jerarquía de los observantes gnósticos por ser impaciente o impulsivo. «Todo a su debido tiempo», era su lema, e incluso en ese momento caótico, cuando el tenue futuro pendía de un hilo, él permanecía mortalmente tranquilo. No se había maldecido a sí mismo y tampoco a su tripulación por no haber sabido responder adecuadamente a la táctica suicida de Anthony Rule, pero decidió que no permitiría que Rule volviese a sorprenderlos.
Ahora, mientras reanudaban la persecución de la lancha en la que viajaban él y Bravo, Zorzi se hizo cargo del timón. En lugar de seguir directamente la estela del
motoscafo
, comenzó a acercarse desde la banda de babor, obligando a Rule a dirigirse hacia el pasaje de aguas poco profundas que se extendía entre su lancha y el extremo más septentrional del islote que se alzaba un poco más adelante. Sonrió cuando la distancia comenzó a reducirse. Con cada segundo que pasaba, las opciones de Rule eran más limitadas. Muy pronto ya no le quedaría ninguna.
—¿Ves lo que está tratando de hacer Zorzi? —dijo Bravo—. Obligarnos a encallar en los bajíos cercanos al islote.
—Sí, pero en ésta, como en tantas otras cosas, sufrirá una decepción.
La voz de Rule era baja y furiosa. El viento se colaba entre sus labios abiertos, empujando las mejillas hacia atrás y dejando los dientes al descubierto.
—Pero te diriges directamente hacia los bajíos —señaló Bravo.
—Zorzi estará encantado por la misma razón —dijo Rule.
Bajo la engañosa luz que ahora bañaba la laguna, Bravo no podía discernir los diferentes colores del agua que, desde las últimas horas de la mañana hasta el anochecer, los marineros utilizaban para diferenciar los canales de aguas profundas de los bajíos que podían hacer zozobrar sus embarcaciones. Las cartas de navegación eran efectivas en otras partes, pero la combinación de la luz cambiante y las traicioneras mareas hacía que, a menudo, esas cartas resultasen inútiles salvo en los escasos e importantes pasajes de aguas profundas.
Bravo vio entonces que, delante de ellos, el islote se acercaba rápidamente. Los campos acuáticos de cañaverales agitados por el viento, las brillantes charcas dejadas por la marea, una ola oscura, el vuelo de las aves sobre sus nidos y, justo más allá, como una serie de crestas de olas, un par de
barene
, planicies salinas que eran en realidad bancos de arena, pálidos como el cuello de una mujer, el más pequeño cada vez más cerca. En el más alejado había aproximadamente una docena de hombres con los pies hundidos en el agua hasta los tobillos mientras se dedicaban a su trabajo, recogiendo almejas que serían consumidas esa misma noche en los restaurantes de Venecia.
Rule no dejaba de mirar por encima de su hombro izquierdo como si le preocupase la posibilidad de que la falsa lancha de policía virase a babor. Mientras tanto, el
motoscafo
seguía acercándose cada vez más al islote. La lancha, con los motores a plena potencia, había reducido la distancia que los separaba de ellos. Y eso, aparentemente, era lo que Rule quería, puesto que no hizo esfuerzo alguno por aumentar la velocidad del
motoscafo
" , una actitud consistente con la de un capitán al que le preocupa la posibilidad de encallar su barco.
La falsa lancha de policía estaba ahora —según los cálculos reconocidamente inexactos de Bravo— a sólo tres botes de distancia de ellos. Al igual que había sucedido antes, todo era cuestión de escoger el momento oportuno.
—¡Tío Tony —gritó Bravo—, están sacando armas!
Rule viró bruscamente hacia la banda de estribor en dirección, aparentemente, al corazón de los bajíos. Bravo volvió a gritar, en esta ocasión realmente asustado. Pero, en lugar de encallar en los bajíos, el
motoscafo
salió disparado hacia adelante cuando Rule aceleró a plena potencia.
—Aquí hay un canal de aguas profundas —dijo Rule—. No está señalizado en los mapas porque es muy estrecho. Además, prácticamente desaparece con la marea baja.
Mientras escuchaba, Bravo había colocado su cuerpo en perpendicular al de Rule, de modo que pudiese mirar adelante y atrás con la misma facilidad. La lancha de Zorzi, con muy poco tiempo para ajustar completamente su rumbo, había rozado el borde del banco de arena y se dirigía ahora en la dirección opuesta. Sin embargo, ante la imperiosa orden de Zorzi, la lancha viró describiendo un arco cerrado y puso proa hacia el canal. Un momento después se lanzaba a toda velocidad a través del angosto canal y hacia aguas abiertas en persecución del
motoscafo
.
La falsa lancha de policía debía de contar con un motor mucho más potente, porque reducía la velocidad entre ambas embarcaciones con pasmosa rapidez.
—¡Los tenemos encima! —gritó Bravo cuando los primeros disparos de advertencia pasaron rozando la proa del
motoscafo
.
Cuando la lancha de Zorzi y los guardianes aceleró por primera vez, Jenny encogió las piernas a través del agua turbulenta —una acción nada fácil—, haciéndose un ovillo mientras encajaba los pies en la red del cabo que mantenía el amortiguador de golpes sujeto al costado de la lancha.
Jenny podría haber pensado que se trataba de un pequeño milagro que no la hubiesen descubierto, excepto porque todos los que estaban a bordo de la lancha de Zorzi —incluido el propio Zorzi— estaban tan empeñados en alcanzar a su presa que no tenían ojos para nada más.
Podía oír sus voces por encima del ruido del motor. De vez en cuando incluso era capaz de distinguir una o dos frases, aunque debía esforzarse por encontrarle algún sentido a lo que conseguía entender. Zorzi no dejaba de referirse a Anthony Rule como «el traidor», lo que, si bien era obstinado, también era consecuente, según ella, con lo que Zorzi pensaba. Eran las respuestas que le daban los guardianes lo que le resultaba desconcertante. Ellos le hablaban como si él, y solamente él, fuese el máximo responsable de los observantes gnósticos.
Rule continuó a toda velocidad siguiendo rumbo noroeste con la lancha de Zorzi reduciendo gradualmente la distancia. Sus perseguidores volvieron a disparar y Bravo sacó la SIG Sauer y devolvió el fuego.
—Olvida eso —gritó Rule—, y espera.
Un instante después hizo girar la rueda del timón bruscamente hacia estribor y, al mismo tiempo, aceleró el
motoscafo
a plena potencia, obteniendo del motor cada onza de velocidad que fuese capaz de generar. La proa, y luego todo el extremo delantero de la embarcación, se elevaron sobre el agua.
Bravo, lanzado de un lado a otro de la cabina, vio que se dirigían directamente hacia el primero de los dos
barene
. Los recogedores de almejas, que se habían percatado de la persecución entre las dos lanchas, miraban paralizados cómo los
motoscafos
se acercaban a ellos a toda velocidad. Nadie —Bravo incluido— creía que Rule permitiría que su embarcación encallase en el banco de arena. Seguramente, razonaban, reduciría la velocidad como lo había hecho al huir de la lancha policial, haciendo un amago en el último instante.
Pero ese momento llegó y pasó; Bravo pudo sentirlo, y se sujetó a la madera pulida. Tres segundos más tarde, la quilla de la lancha rozó la elevación del banco de arena, pero, en lugar de encallar en el
barene
, Rule lo utilizó a modo de plataforma de lanzamiento para el
motoscafo
. La lancha se elevó en el aire, describiendo un elegante arco que los llevó por encima de ambos bancos de arena.
—¡Sí! —gritó Rule cuando la lancha se posó nuevamente en el agua de la laguna más allá de los dos bancos de arena. Las hélices dobles del
motoscafo
mordieron el agua y, con un estallido masivo, la lancha continuó su rumbo hacia Venecia.
Bravo miró hacia atrás y vio que la lancha de Zorzi se había roto y estaba meciéndose ociosamente más allá de los
barene
.
Rule rebuscó entre sus ropas.
—¿Dónde está ese maldito paquete de cigarrillos cuando lo necesito?
Acto seguido se echó a reír a carcajadas, medio aturdido por su espectacular éxito.
—Supongo que no puedo pedirte uno a ti, ¿verdad? —Hubo una breve pausa—. ¿Adonde debo llevar esta cosa? Ahora ya debes de saber adonde tenemos que ir.
Camille, a bordo de un elegante
motoscafo
blanco y negro en el Gran Canal, sostenía el teléfono móvil junto a la oreja y esperaba con la sangre zumbando en el oído. Era consciente de la ligera sensación de ansiedad, que ella atribuía a la anticipación. La llamada de Anthony Rule había llegado tal como él le había prometido, todo estaba encajando perfectamente en su sitio.
—Castello —dijo la voz de Bravo en su oído—. La iglesia de San Giorgio dei Greci.
—De acuerdo. —Ahora era la voz de Rule—. Iremos por un costado de la laguna a través de los canales hasta el Fondamenta della Pietà. Calculo que llegaremos dentro de unos quince minutos. ¿Te parece?
Camille, que ya había escuchado suficiente, dejó el móvil a un lado y le dio órdenes al capitán de que la llevase de inmediato a la Fondamenta della Pietà en Castello. Luego se acercó a donde estaba Damon Cornadoro con una expresión ceñuda en su atractivo rostro.
—Mi querido Damon, pareces realmente abatido —dijo ella con voz alegre—. Por favor, no me digas que has sucumbido a los celos.
—¿Acaso puedes culparme? Rule fue tu amante.
Camille sacó un cigarrillo y lo encendió.
—¿Y qué?
—Esa aventura con Rule duró años. Más de una vez me he preguntado si aún sientes algo por él.
—Si siento algo por él no es asunto tuyo.
—Pero tu hijo…
—¿Qué pasa con mi hijo? —preguntó ella bruscamente.
—Siempre me he preguntado… —Cornadoro dejó que Camille esperase, los ojos clavados en los suyos, la respiración contenida, una pequeña victoria, seguramente, pero una victoria al fin—. Siempre me he preguntado si Rule es el padre de Jordan.
Ella se dio media vuelta, los ojos oscuros, insondables.
El tema del padre de su hijo era tabú, él lo sabía, de modo que se acercó a Camille casi como un suplicante.
—Ahora yo soy tu amante, Camille. ¿Crees que sería capaz de compartirte con otro hombre?
Ella dejó escapar el humo a través de sus labios entreabiertos mientras contemplaba los magníficos palacios que se alzaban a ambos lados del Gran Canal.
—¿Camille?
Ella no estaba dispuesta a pensar en el padre de Jordan, no lo haría. De modo que, para calmarse, concentró la mente en otros asuntos. La fascinaba y, al mismo tiempo, la deprimía que los hombres sólo pensaran en términos de posesión. «No tengo eso; lo quiero. Ahora que lo tengo, jamás lo dejaré». Por supuesto, aquello que los convertía en previsibles hacía que se volviesen susceptibles para ella. Bien. ¿Qué debería contarle a su amante? No, obviamente, por qué había convertido a Rule en su amante; por supuesto, tampoco debía decirle que aún lo amaba del mismo modo que amaba cualquier objeto que fuese precioso para ella. En verdad, Camille jamás se sentía tan sola como cuando estaba en compañía de un hombre. Se los podía satisfacer tan fácilmente, conocer tan rápidamente, ¿y después qué? Su atención dispersa se volvía hacia otra parte, podías decirles que se fuesen a la mierda y ellos ni siquiera te escuchaban.