El tren de las 4:50 (22 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: El tren de las 4:50
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—Sí. Usted está perfectamente. No se me había pasado por alto.

Lucy se sonrojó.

—Si insinúa...

—No insinúo nada. Usted es una muchacha de una inteligencia fuera de lo común. Y estaría también gimiendo arriba, si fuera verdad lo que le ha parecido que yo insinuaba. De todos modos, estoy bien informado de quién es usted. Me he tomado la libertad de hacer ciertas averiguaciones.

—¿Y por qué ha hecho usted eso?

En el rostro del doctor Quimper apareció una expresión grave.

—Porque me he propuesto descubrir todo lo referente a las personas que vienen a esta casa y se instalan. Usted es una joven de buena fe que hace este trabajo para ganarse la vida, y que parece no haber tenido nunca ninguna relación con la familia Crackenthorpe antes de venir a esta casa. Por lo tanto, no es usted una amiguita de Cedric, ni de Harold, ni de Alfred que esté ayudándoles a hacer un trabajo sucio.

—¿De veras lo cree usted?

—Yo creo muchas cosas —afirmó Quimper—. Pero tengo que andar con cuidado. Ése es lo peor de ser médico. Pero sigamos. Pollo al curry. ¿Comió usted pollo?

—No. Cuando preparas el curry, comes sólo con el olor. Lo probé, naturalmente. Tomé sopa y un poco de crema cuajada.

—¿Cómo la sirvió usted?

—En boles individuales.

—¿Ha sobrado algo de comida?

—Si quiere decir si han quedado restos de comida, no. Todo ha sido lavado y guardado.

El doctor Quimper dejó escapar un gemido.

—¿Por qué tendrá que ser usted tan eficiente?

—Sí, dado el curso que han seguido los acontecimientos, no he sido muy oportuna, pero me temo que ya no tiene remedio.

—¿Qué le queda aún?

—Queda algo de curry: un bol en la despensa. Me proponía utilizarlo como base para una sopa fuerte esta noche. Queda aún algo de sopa de setas. Nada de la crema ni del postre.

—Me llevaré el curry y la sopa. ¿Y qué hay del chutney? ¿Tomaron chutney con la sopa?

—Sí. Está en una de esas jarras.

—Me llevaré también un poco. —Y, después de levantarse, añadió—: Subiré un momento a ver cómo siguen. Luego tendré que irme. ¿Cree que podrá aguantar usted sola hasta mañana? ¿Puede velar por todos? Le prometo que a las ocho en punto tendrá aquí a una enfermera.

—Quisiera que me lo dijera usted claramente. ¿Cree que ha sido una intoxicación o un envenenamiento?

—Ya le he dicho que los médicos no podemos sencillamente creer una cosa, tenemos que estar seguros. Si el análisis de estas muestras da un resultado positivo, tendré una base en que apoyarme. En caso contrario... —Se interrumpió.

—¿En caso contrario? —repitió Lucy.

El doctor Quimper puso una mano sobre el hombro de Lucy.

—Vele por dos personas en particular. Vele por Emma. No permitiré que le ocurra nada a Emma.

Había en su voz una emoción que no podía disimular.

—Aún no ha empezado a vivir —continuó— personas como Emma Crackenthorpe son la sal de la tierra. Emma... bueno, Emma significa mucho para mí. Nunca se lo he dicho, pero se lo diré. Vele por Emma.

—Puede contar que lo haré.

—Y vele por el viejo. No puedo decir que sea mi paciente favorito, pero es mi paciente, y que me condene si permito que se muera porque alguno de sus desagradables hijos, o quizá los tres, quiera cargárselo para poder echar mano a su dinero.

Dirigió a Lucy una sonrisa burlona.

—Vamos. Ya he hablado demasiado. Tenga los ojos bien abiertos, como una buena muchacha y, sobre todo, mantenga la boca cerrada.

El inspector Bacon estaba desconcertado.

—¿Arsénico? ¿Arsénico?

—Sí. Estaba en el curry. Aquí está lo que queda, para que lo analice el forense. Yo sólo he hecho una prueba rudimentaria, pero el resultado ha sido concluyente.

—¿Así que hay un envenenador?

—Eso parece.

—¿Y dice usted que están todos afectados excepto miss Eyelesbarrow? ,

—Excepto miss Eyelesbarrow.

—Eso parece un poco sospechoso.

—¿Qué motivo podría tener ella?

—Podría estar loca —sugirió Bacon—. Parece normal, pero siempre lo parecen, y, luego resulta que no lo son.

—Miss Eyelesbarrow no está loca. Se lo digo como médico. Está tan cuerda como usted o como yo. Y si se le hubiera ocurrido ponerles arsénico en el curry, lo hubiera hecho por alguna razón justificada. Además, siendo una joven tan inteligente, no habría tenido la torpeza de ser la única que se librase de los efectos del veneno. Lo que haría... lo que cualquier envenenador inteligente haría, es tomar una cantidad muy pequeña de curry envenenado y exagerar luego los síntomas.

—¿Y podría usted darse cuenta?

—¿De que había tomado menos que los otros? Probablemente no. Las personas no reaccionan siempre de la misma forma ante los venenos: la misma cantidad puede trastornar a unas personas más que a otras. Por supuesto —añadió el doctor Quimper animadamente—, una vez muerto el paciente, se puede decir de un modo bastante aproximado cuánto tomó.

—Entonces, podría ser —El inspector Bacon hizo una pausa para organizar sus ideas—. Podría ser que hubiese uno de la familia que armase más escándalo del necesario, alguien que está fingiendo con el fin de evitar las sospechas. ¿Qué piensa usted?

—Esa idea ya se me había ocurrido. Y es la razón de que esté aquí. El asunto está ahora en sus manos. He puesto allí a una enfermera en la que puedo confiar, pero no puede estar en todas partes a la vez. En mi opinión, nadie ha tomado bastante para morirse.

—¿Es decir, que el envenenador se equivocó?

—No. Me parece más probable que la idea fuese la de poner en el curry bastante cantidad para que pareciera que el envenenamiento era debido a las setas. La gente está obsesionada con la idea de las setas venenosas. Luego uno de ellos se pondría peor y moriría.

—¿Porque se le habría administrado una segunda dosis?

El doctor asintió.

—Por eso he venido a informarle en seguida y he mandado llamar a una enfermera especializada.

—¿Sabe lo del arsénico?

—Desde luego, lo sabe y lo sabe también miss Eyelesbarrow. Por supuesto, usted conoce su oficio mejor que yo, pero en su lugar, yo me iría allí y les haría saber a todos con perfecta claridad que están sufriendo envenenamiento por arsénico. Seguramente infundiría cierto temor a nuestro envenenador y no se atrevería a seguir adelante con su plan. Es obvio que contaba con que se achacarían los síntomas a la ingestión de setas venenosas.

Sonó el teléfono que había sobre la mesa. El inspector atendió la llamada.

—Muy bien. Pásemelo. —Y dirigiéndose a Quimper—: Su enfermera al teléfono. Sí, diga. ¿Qué? Una grave recaída... sí... el doctor Quimper está aquí conmigo. ¿Quiere hablar con él?

Le pasó el teléfono al doctor.

—Habla Quimper... Ya veo... Sí... Perfectamente. Mientras, vaya haciendo. Vengo en seguida.

Se volvió hacia Bacon.

—¿De quién se trata?

—De Alfred. Ha muerto.

Capítulo XX

A través del teléfono llegó la voz de Craddock con un tono de incredulidad. —¿Alfred? ¿Alfred?

—No se lo esperaba, ¿verdad? —replicó Bacon.

—No. En realidad, casi estaba convencido de que era él el asesino.

—Me comentaron que le había identificado el guarda del andén. El caso parecía ponerse feo para él. Sí, parecía que habíamos encontrado a nuestro hombre.

—Ya ve. Estábamos equivocados.

Hubo un momento de silencio. Luego Craddock preguntó:

—Había una enfermera en la casa. ¿Cómo ha podido tener este descuido?

—No puede usted culparla. Miss Eyelesbarrow estaba agotada y se había retirado a dormir un poco. La enfermera tenía a su cargo cinco pacientes: el viejo, Emma, Cedric, Harold y Alfred. No podía estar en todas partes a la vez. Parece ser que el anciano Mr. Crackenthorpe se alborotó mucho. Dijo que estaba muriéndose. La enfermera entró, se quedó con él hasta que se calmó, salió de nuevo y le llevó a Alfred un poco de té con azúcar. Él lo bebió y se murió.

—¿Otra vez arsénico?

—Así parece. Por supuesto, pudo haber una recaída, pero Quimper no lo cree, y Johnstone tampoco.

—¿Hay que suponer entonces —dijo Craddock con aire de duda— que Alfred era la víctima escogida?

Bacon contestó con evidente interés:

—¿Se refiere usted a que la muerte de Alfred no beneficiaba a nadie, y que en cambio la del viejo favorecería a todo el mundo? Supongo que es posible que haya habido un error. Tal vez el asesino pensaba que esa taza de té estaba destinada al viejo.

—¿Están seguros de que así es como fue administrada el veneno?

—No, en absoluto. La mujer, como buena enfermera que es, lavó todos los utensilios. Tazas, cucharas, tetera, todo. Pero, en todo caso, no veo de qué otra manera hubiera podido hacerse.

—Y eso significaría —opinó Craddock pensativo— que uno de los pacientes no estaba tan mal como los otros. Que vio su oportunidad y echó el veneno en la taza.

—Bien, no se repetirá la broma —afirmó el inspector Bacon con voz áspera—. Hemos puesto ahora dos enfermeras, aparte de miss Eyelesbarrow, y un par de hombres, además. ¿Viene usted?

—¡Ahora mismo!

Lucy Eyelesbarrow cruzó el vestíbulo para salir al encuentro del inspector Craddock. Estaba pálida y desmejorada.

—Veo que lo está pasando mal —dijo Craddock

—Ha sido como una pesadilla horrible. Anoche pensé realmente que todos estaban muñéndose.

—A causa del curry.

—¿Fue el curry?

—Sí. Muy bien sazonado con arsénico, con el toque de los Borgia.

—Si lo que me dice es verdad, debe ser... tiene que ser uno de la familia.

—¿No hay otra posibilidad?

—No. Ya lo ve usted, yo no empecé a hacer el maldito curry hasta algo tarde, después de las seis, porque Mr. Crackenthorpe me pidió especialmente que lo hiciese. Y tuve que abrir una lata nueva de curry, así que al menos ahí es seguro que no estaba el veneno. ¿Cree que el curry podría disimular el sabor?

—El arsénico no sabe a nada —señaló Craddock distraído—. En cuanto a la oportunidad, ¿quién de ellos tuvo la oportunidad de echar algo en el curry mientras se estaba guisando?

Lucy reflexionó.

—En realidad, cualquiera pudo deslizarse en la cocina mientras yo estaba poniendo la mesa en el comedor.

—Ya veo. Y ¿quién estaba en la casa? El viejo Crackenthorpe, Emma, Cedric...

—Harold y Alfred, que vinieron de Londres por la tarde. Ah, y Bryan, Bryan Eastley. Pero él se marchó antes de la comida. Tenía que entrevistarse con un hombre en Brackhampton.

—Esto encaja con la indisposición que sintió el anciano en Navidad —comentó Craddock—. Quimper ya sospechaba entonces que era arsénico. ¿Parecían todos igualmente enfermos la noche pasada?

—Creo —contestó Lucy, tras un momento de reflexión— que el anciano Crackenthorpe parecía el peor. El doctor Quimper tuvo que dedicarle mucha atención. Debo decir que es un médico estupendo. Cedric metía mucho más ruido que los otros. Por supuesto, las personas robustas y sanas lo hacen siempre.

—¿Qué me dice de Emma?

—Se sintió bastante mal.

—Pero me pregunto ¿por qué Alfred?

—Sí. ¿Hay que suponer que era Alfred la víctima escogida?

—Es curioso. ¡Yo también me he estado haciendo esa pregunta!

—Esto parece tan falto de sentido. —Si yo pudiera solamente dar con el motivo de todo este embrollo. No tiene ninguna lógica. La mujer estrangulada del sarcófago era la viuda de Edmund Crackenthorpe, Martine. Supongámoslo así. Creo que ha quedado bastante claro a estas alturas. Tiene que haber una relación entre eso y el envenenamiento deliberado de Alfred. Todo queda en la familia. Pero aun diciendo que uno de ellos está loco, no adelantamos nada. —No, es cierto.

—Bien. Vele por usted misma —le recomendó Craddock—. Recuerde que hay un envenenador en esta casa, y que uno de sus pacientes del piso de arriba no está, probablemente, tan enfermo como pretende.

Después de la partida de Craddock, Lucy volvió lentamente al piso de arriba. Una voz imperiosa, algo debilitada por la enfermedad, la llamó cuando pasaba por delante de la puerta de Crackenthorpe.

—Muchacha... muchacha... ¿es usted? Venga aquí. Lucy entró en la habitación. Crackenthorpe yacía en el lecho, bien acomodado en sus almohadas. Lucy pensó que, para estar enfermo, parecía notablemente animado.

—La casa está llena de condenadas enfermeras —protestó el viejo—, pavoneándose por ahí, dándose importancia, tomándome la temperatura, y no me sirven lo que yo quiero comer. ¡No costará todo esto poco dinero! Dígale a Emma que las despache. Usted podría cuidarme muy bien.

—Todo el mundo se ha puesto enfermo, Mr. Crackenthorpe. Y comprenderá que yo no puedo cuidarlos a todos.

—Las setas —replicó él—. Las malditas setas son peligrosas. Fue esa sopa que comimos la noche pasada. Usted la hizo —añadió en tono acusador.

—No fueron las setas, Mr. Crackenthorpe.

—No la acuso a usted, muchacha, no la acuso a usted. Esto ha pasado otras veces. Una condenada seta venenosa se cuela entre las otras y hace su efecto. Cómo iba usted a saberlo. Yo sé que es usted una buena muchacha, y que no lo haría adrede. ¿Cómo está Emma?

—Se encuentra un poco mejor esta tarde.

—Ah, ¿y Harold?

—También está mejor.

—¿Qué es eso de que Alfred ha estirado la pata?

—No me explico que alguien le haya contado esto, Mr. Crackenthorpe.

El viejo soltó una carcajada como un relincho, muy divertido.

—Yo oigo cosas. No pueden ocultarme ningún secreto, por mucho que quieran. Así que Alfred ha muerto, ¿eh? Ése ya no podrá seguir aprovechándose de mí, ni verá nunca un penique de mi dinero. Todos están esperando a que me muera, ya se lo dije. Alfred en particular. Y es él quien se ha muerto. A esto lo llamo yo una broma del destino.

—Eso no es muy amable de su parte, Mr. Crackenthorpe —dijo Lucy severamente.

Crackenthorpe volvió a reírse.

—Les sobreviviré a todos ellos —cacareó—. Ya verá si lo hago, muchacha. Ya verá si lo hago.

Lucy se fue a su habitación, cogió su diccionario y buscó la palabra "tontina". Cerró luego el libro con expresión pensativa y se quedó mirando al vacío.

—No comprendo por qué desea usted verme —protestó el doctor Morris con gesto irritado.

—Usted conoce a la familia Crackenthorpe desde hace mucho tiempo —contestó el inspector Craddock.

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