—¿Qué demonios...? —El doctor Quimper se adelantó rápidamente hacia Mrs. McGillicuddy, pero, con la misma presteza, miss Marple se interpuso en su camino.
—Sí —añadió miss Marple—, ella lo vio y le ha reconocido, y así lo declarará ante el tribunal. Creo que no es frecuente —continuó miss Marple con su voz suave y quejumbrosa— que alguien vea cómo se comete un crimen. Suele haber pruebas circunstanciales, por supuesto. Pero en este caso las condiciones fueron muy excepcionales: Hubo un testigo ocular del asesinato.
—¡Bruja endiablada! —chilló el doctor Quimper, que quiso lanzarse sobre miss Marple.
Pero esta vez fue Cedric quien lo cogió del hombro.
—¿De modo que es usted ese demonio asesino? —exclamó haciéndole girar sobre sí mismo—. Nunca me había caído bien. Por alguna extraña razón me parecía que era una mala persona, pero por Dios que no se me hubiera ocurrido sospechar de usted.
Bryan Eastley se apresuró a venir en apoyo de Cedric. Los inspectores Craddock y Bacon entraron en el comedor por una puerta más lejana.
—Doctor Quimper —dijo Bacon—, debo advertirle que todo...
—Puede enviar al diablo su advertencia —replicó el doctor—. ¿Cree que alguien va a hacer caso de lo que cuentan un par de viejas maniáticas? ¿Quién ha oído nunca hablar de ese galimatías del tren?
—Elspeth McGillicuddy —contestó miss Marple— informó a la policía inmediatamente, el mismo veinte de diciembre y dio una descripción del hombre.
El doctor Quimper sacudió los hombros repentinamente.
—Si alguna vez ha habido un hombre perseguido por una endiablada mala suerte...
—Pero... —empezó a decir Mrs. McGillicuddy.
—Tranquila, Elspeth.
—¿Por qué habría yo de asesinar a una mujer desconocida? —protestó el doctor Quimper.
—No era una mujer desconocida —replicó el inspector Craddock—. Era su esposa.
Así, ya lo ven ustedes —comentó miss Marple—, esto ha resultado ser, como yo había sospechado, algo muy sencillo. El crimen más simple que se pueda imaginar. Hay tantos hombres que asesinan a sus esposas.
Mrs. McGillicuddy miró a miss Marple y al inspector Craddock.
—Te agradecería que me pusieras un poco al corriente.
—El hombre vio la oportunidad de casarse con una mujer rica, Emma Crackenthorpe. Sólo que no podía hacerlo porque tenía ya otra esposa. Hacía años que estaban separados, pero ella no quería divorciarse. Esto encajaba bien con lo que el inspector Craddock me dijo de esa muchacha que respondía al nombre de Anna Stravinska. Ésta, según le había dicho a una de sus amigas, tenía un marido inglés y era, además, una católica muy devota. El doctor Quimper no podía arriesgarse a convertirse en el esposo bigamo de Emma, por lo que, siendo un hombre muy cruel y de sangre fría, decidió deshacerse de su esposa. La idea de asesinarla en el tren y poner luego el cadáver en el sarcófago del granero fue muy hábil. El se proponía que el asesinato quedase relacionado con la familia Crackenthorpe. Antes de esto había escrito a Emma una carta que debía suponerse procedente de Martine, con quien Edmund Crackenthorpe había dicho que iba a casarse. Emma le había contado al doctor Quimper todo esto sobre su hermano. Luego, llegado el momento, él la animó a que fuese a la policía con la historia. Quería que la muerta fuese identificada como Martine. Creo que se había informado de que la policía de París hacía investigaciones relativas a Ánna Stravinska y así se ocupó de que le enviaran una postal desde Jamaica que pudiera ser atribuida a ella.
Le resultó fácil preparar una entrevista con su esposa en Londres, decirle que esperaba reconciliarse con ella y que le gustaría que viniese a reunirse con su familia. No hablaremos de lo que sigue, porque es un capítulo desagradable. Por supuesto, era un hombre codicioso. Cuando pensó en los impuestos y en la merma de la renta que suponían, pensó también en lo mucho que le convenía aumentar el capital. Quizás había pensado ya en ello antes de decidirse a asesinar a su esposa. Como quiera que sea, hizo circular el rumor de que alguien estaba intentando envenenar al anciano Crackenthorpe, a fin de preparar el terreno, y luego acabó por administrar arsénico a la familia. No demasiado, por supuesto, porque no quería que Mr. Crackenthorpe muriese todavía.
—Pero sigo sin ver cómo pudo hacerlo —intervino Craddock—. Porque no estaba en la casa cuando se preparó el curry.
—No había arsénico en el curry entonces —señaló miss Marple—. Lo añadió después, al llevárselo para que lo analizaran. Es probable que hubiera puesto el arsénico antes, en la jarra del cóctel. Luego, naturalmente, le fue muy fácil, como médico de la familia, envenenar a Alfred y también enviar los comprimidos. En todo lo que hacía mostraba su descaro, su audacia, su crueldad y su codicia. La verdad, siento mucho, mucho —terminó miss Marple con una expresión tan fiera como pueda tenerla una amable anciana— que hayan abolido la pena capital, porque creo que si alguna persona merece ser colgada es el doctor Quimper.
—¡Bravo, bravo! —exclamó el inspector Craddock.
—Se me ocurrió que incluso si sólo ves a una persona de espaldas, retienes esa imagen como algo característico de esa persona. Pensé que si Elspeth veía al doctor Quimper exactamente en la misma posición en que había visto al hombre del tren, es decir, de espaldas a ella e inclinado sobre una mujer a quien sujetara por el cuello, era seguro que lo reconocería o emitirá alguna exclamación de sobresalto. Por esta razón hube de trazar mi pequeño plan, con la bondadosa ayuda de Lucy.
—Debo reconocer —reconoció Mrs. McGillicuddy— que me trastorné por completo y grité sin poder contenerme. Y, sin embargo, yo no había visto la cara de aquel hombre, y...
—Yo tenía un miedo horrible de que fueras a decir eso, Elspeth —señaló miss Marple.
—Iba a decirlo. Iba a decir que, por supuesto, yo no había visto su cara.
—Eso —afirmó miss Marple— hubiera sido realmente fatal. Ya ves, querida, él pensó que lo habías reconocido. Quiero decir que él no podía saber que tú no habías visto su cara.
—Entonces, menos mal que me tragué la lengua —dijo Mrs. McGillicuddy.
—Yo no pensaba dejarte decir una palabra más.
Craddock se echó a reír de repente.
—¡Ustedes dos forman una pareja maravillosa! ¿Qué viene ahora, miss Marple? ¿Qué le pasará a la pobre Emma Crackenthorpe, por ejemplo?
—Que sabrá olvidar al doctor, por supuesto. Y me atrevo a decir que, si su padre muriese, y no me parece tan robusto como él cree, se iría a hacer un viaje por mar, o quizá se quedaría en el extranjero, como Geraldine Webb, y hasta diré que algo bueno podría salir de ahí. Un hombre más decente que el doctor Quimper, espero.
—¿Y qué me dice de Lucy Eyelesbarrow? ¿Boda también en este caso?
—Quizá. No me extrañaría.
—¿A cuál de ellos va a elegir? —preguntó Dermot Craddock.
—¿No lo sabe usted? —dijo miss Marple.
—No lo sé. ¿Y usted?
—Oh, sí, me parece que sí.
Y le guiñó un ojo.
[1]
Test Match. Campeonato de cricket que se juega entre los mejores equipos de Inglaterra y Australia. (N. del T.)