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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El truco de los espejos (9 page)

BOOK: El truco de los espejos
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—¡Bah! Cualquiera de ésos —murmuró Walter.

Esteban, con ademán protector, dio un paso hacia Gina, cuyo rostro pletórico de vida era lo más atrayente de la habitación.

De pronto abrióse la puerta principal y entró un hombre con un grueso abrigo acompañado de una ráfaga de aire frío.

Su caluroso saludo resultaba algo desconcertante.

—Hola a todo el mundo. ¿Cómo estáis esta noche? Hay muchísima niebla en la carretera. He tenido que venir muy despacio.

Por unos instantes, la señorita Marple pensó que estaba viendo doble. No era posible que el mismo hombre pudiera estar al lado de Gina y a la vez entrando en la habitación. Entonces pudo darse cuenta de que se trataba de un gran parecido, no tan grande cuando se les observaba de cerca. Estaba bien claro que aquellos dos hombres eran hermanos y muy semejantes, pero nada más.

Esteban Restarick era delgado hasta resultar demacrado. El recién llegado era un tipo normal. El enorme abrigo con cuello de astracán le sentaba perfectamente. Era un hombre atractivo, de ésos que dan la sensación de autoridad, buen humor y éxito.

Mas la señorita Marple pudo observar además otra cosa: Que sus ojos se fijaron en Gina en cuanto entró en el vestíbulo.

—¿Me esperabais? —preguntó—. ¿Recibisteis mi telegrama?

Se dirigía a Carrie Louise, y se acercó a ella.

Casi mecánicamente, ella le tendió la mano, que él besó respetuoso. Fue un homenaje afectuoso, no mera cortesía teatral.

—Claro, querido Alex, claro. Sólo que, ¿sabes?, han ocurrido cosas.

—¿Qué ha ocurrido?

Mildred le informó con cierta fruición, que la señorita Marple consideró de mal gusto.

—Mi hermano Christian Gulbrandsen ha sido encontrado muerto.

—¡Cielos! ¿Quieres decir que se ha suicidado?

—Oh, no —apresuróse a decir Carrie Louise—. No es posible. Christian, ¡no! Oh, no.

—Tío Christian no era
capaz
de suicidarse, estoy segura —dijo Gina.

Alex Restarick fue mirándolos a todos. Su hermano Esteban hizo una inclinación de cabeza, asintiendo. Walter Hudd le devolvió la mirada con cierto resentimiento Los ojos de Alex se fijaron en la señorita Marple y frunció el ceño. Era como si hubiera encontrado un adorno donde no deseaba verlo.

Se veía que le hubiese gustado que le aclararan su presencia en aquella casa, pero nadie lo hizo y la señorita Marple siguió dando la impresión de ser una anciana dulce y distraída.

—¿Cuándo? —preguntó Alex—. ¿Cuándo ha ocurrido, quiero decir?

—Un momento antes de que tú llegaras —le dijo Gina—. Unos tres o cuatro minutos antes… porque, claro, oímos el disparo, sólo que no hicimos caso.

—¿Que no hicisteis caso? ¿Por qué?

—Pues, verás, estaban ocurriendo otras cosas… —dijo Gina sin respirar apenas.

—Desde luego —agregó Walter Hudd con remarcado énfasis.

Jolly Bellever entró en el vestíbulo por la puerta de la biblioteca.

—El señor Serrocold nos ruega que esperemos en la biblioteca. Será más conveniente para la policía. Menos la señora Serrocold. Ha sufrido un gran shock, Cara. He ordenado que le pongan una botella de agua caliente en la cama, La llevaré arriba y…

—Primero debo ver a Christian.

—Oh, no, querida.

Carrie Louise, poniéndose en pie, repuso:

—Querida Jolly…, tú no lo comprendes. —Miró a su alrededor—. ¿Juana?

La señorita Marple acercóse a ella.

—¿Quieres venir conmigo, Juana?

Se dirigieron juntas a la puerta. El doctor Maverick, que entraba en aquel momento, casi tropezó con ellas.

—Doctor Maverick —exclamó la señorita Bellever—. Deténgala. Es una imprudencia.

Carrie Louise miró con toda calma al joven doctor, incluso le sonrió un tanto.

—¿Quiere ir… a verle? —le preguntó éste.

—Debo hacerlo.

—Comprendo —se hizo a un lado—. Si usted cree que debe ir… señora Serrocold… vaya; pero acuéstese luego, y deje que la señorita Bellever cuide de usted. De momento es posible que no acuse el golpe, pero le aseguro que se resentirá después.

—Sí. Creo que tiene usted razón; seré razonable. Vamos, Juana.

Las dos ancianas pasaron ante el pie de la escalera al salir del vestíbulo, que tenía a la derecha del comedor y a la izquierda la doble puerta que daba a la cocina; hasta llegar a la habitación de los huéspedes, que había sido destinada a Christian Gulbrandsen. Era una estancia amueblada más como sala que como dormitorio. La cama estaba en una alcoba, y una puerta daba al cuarto de baño.

Carrie Louise se detuvo en el umbral de la puerta. Christian Gulbrandsen había estado sentado tras el gran escritorio de caoba, ante una máquina de escribir portátil. Y allí estaba, pero caído hacia atrás en el sillón.

Lewis Serrocold estaba de pie junto a la ventana. Había separado un poco la cortina y miraba al exterior.

Miró hacia atrás y frunció el ceño.

—Querida, no debieras haber venido.

Fue hacia Carrie Louise y ella le tendió una mano. La señorita Marple se apartó un poco.

—Oh, sí, Lewis. Tenía que… verle. Hay que saber exactamente cómo han ocurrido las cosas.

Acercóse despacio a la mesa escritorio.

Lewis le advirtió.

—No debes tocar nada. La policía debe ver las cosas tal como las encontramos.

—Claro, ¿entonces, fue asesinado?

—Oh, sí —Lewis Serrocold pareció sorprenderse de que se le hiciera aquella pregunta—. Creí que ya lo sabías.

—Lo sabía. Christian no era capaz de suicidarse y además era una persona tan sensata que no es posible que le haya ocurrido un accidente. Sólo queda la posibilidad de… —vaciló— un asesinato.

Acercóse a la mesa y se quedó mirando el cadáver con afecto y tristeza muy sinceros.

—El querido Christian. Siempre fue bueno conmigo.

Suavemente tocó su cabeza con la punta de los dedos.

—Dios te bendiga, y gracias, querido Christian —dijo.

Lewis Serrocold parecía más emocionado de lo que nunca le viera la señorita Marple.

—Quisiera haberte podido evitar esto, Carolina.

—Uno no puede evitar a los demás lo que quisiera —repuso ella—. Más pronto o más tarde hay que hacer frente a los hechos. Y es mejor que sea cuanto antes. Me figuro que te quedarás aquí hasta que llegue la policía.

—Sí.

Carrie Louise se volvió para marcharse y la señorita Marple la rodeó con su brazo.

Capítulo IX

El inspector Curry y sus acompañantes encontraron a la señorita Bellever sola en el Gran Vestíbulo.

Salió a recibirlos.

—Soy Jolly Bellever, compañera y secretaria de la señora Serrocold.

—¿Fue usted quien encontró el cadáver y nos telefoneó?

—Sí. Casi todas las personas que habitan en esta casa están reunidas en la biblioteca… al otro lado de esa puerta. El señor Serrocold se ha quedado en la habitación del señor Gulbrandsen para procurar que no se toque nada. El doctor Maverick, que fue el primero en examinar el cadáver, estará aquí dentro de muy poco. Tuvo que llevar a un… a uno de los muchachos a la otra ala del edificio. ¿Quieren que les muestre el camino?

—Sí, haga el favor.

«Una mujer muy competente —pensó el inspector—. Parece haberlo resuelto todo.»

La siguió por el pasillo.

Durante los veinte minutos siguientes la policía llevo a cabo su metódica inspección. El fotógrafo hizo las fotografías pertinentes. Llegó el forense y se reunió con el doctor Maverick. Media hora más tarde, una ambulancia se llevaba los restos mortales de Christian Gulbrandsen, y el inspector Curry se dispuso a comenzar el interrogatorio oficial.

Lewis Serrocold le acompañó hasta la biblioteca, donde miró inquisitivamente a los reunidos, tomando notas mentales. Una anciana de cabellos blancos, una mujer de mediana edad, la bonita muchacha que él viera algunas veces conduciendo un coche por los alrededores, y aquel ceñudo americano que era su marido. Un par de hombres jóvenes que de un modo u otro estaban mezclados en el suceso, y aquella mujer tan dispuesta, la señorita Bellever, que le había telefoneado y recibido a su llegada.

El inspector Curry había preparado su discurso y vio llegado el momento de soltarlo.

—Me temo que todo esto resulte muy molesto para ustedes —les dijo—, y espero no entretenerlos mucho esta noche. Mañana podremos repasar mejor las cosas. Fue la señorita Bellever quien descubrió la muerte del señor Gulbrandsen y por eso le pido que sea ella quien me haga un esquema de la situación general, lo cual nos evitará muchas repeticiones. Señor Serrocold, si lo desea, puede subir a hacer compañía a su esposa, y cuando yo haya terminado con la señorita Bellever, quisiera hablar con usted. ¿Está claro? ¿Hay alguna habitación reducida donde…?

—En mi propio despacho, Jolly —dijo Lewis Serrocold.

—Eso mismo iba a sugerirle —repuso la aludida.

Cruzó el amplio vestíbulo seguida del inspector y su ayudante.

La señorita Bellever procuró que se instalaran cómodamente. Parecía ser ella y no el inspector Curry quien dirigía la investigación.

Sin embargo, había llegado el momento de tomar la iniciativa. El inspector Curry tenía una voz agradable y modales corteses. Estaba tranquilo, serio, y daba la sensación de querer disculpar su intromisión. Algunas personas cometían el error de no saber apreciarle. Era tan importante para su trabajo como la señorita Bellever para el suyo, pero prefería no hacer alarde de ello.

Aclaró su garganta.

—Conozco algunos hechos personales por boca del señor Serrocold. El señor Christian Gulbrandsen era el hijo mayor del finado, Eric Gulbrandsen, el fundador del Trust Gulbrandsen y Compañía… y todo lo demás. Era uno de los socios de esta institución y llegó ayer inesperadamente. ¿Es así?

—Sí.

El inspector Curry pareció satisfecho de sus conocimientos y se dispuso a continuar.

—El señor Serrocold estaba en Liverpool. Regresó esta tarde en el tren de las seis treinta.

—Sí.

—Esta noche, después de cenar, el señor Gulbrandsen expresó la intención de trabajar en su habitación, retirándose después de haber sido servido el café. ¿Correcto?

—Sí.

—Ahora, señorita Bellever, cuénteme cómo descubrió el cadáver.

—Esta tarde se registró un accidente bastante desagradable. Un joven, un caso psicopático, vino muy alterado y amenazó al señor Serrocold con un revólver. Estaban encerrados en esta habitación. El muchacho disparó… puede ver los agujeros de las balas en esa pared. Por fortuna, el señor Serrocold resultó ileso. Luego de disparar, el joven quedó anonadado, y el señor Serrocold me envió a buscar al doctor Maverick. Le llamé por el teléfono interior, pero no estaba en su habitación. Le encontré con uno de sus colegas, y cuando le di el recado, vino aquí inmediatamente. Mientras regresaba, fui a la habitación del señor Gulbrandsen, Quise preguntarle si quería alguna cosa…, leche caliente, o whisky, antes de acostarse. Llamé, pero no obtuve respuesta, así que abrí la puerta. Vi que estaba muerto y le telefoneé a usted.

—¿Cuántas puertas de entrada y salida hay en la casa? ¿Y cómo se cierran? ¿Es posible que entrara alguien sin ser visto ni oído?

—Cualquiera pudo haber entrado por la puerta lateral izquierda. No se cierra hasta que todos se han retirado, y es por donde se sale para ir a los edificios del Colegio.

—¿Y hay unos doscientos o doscientos cincuenta jóvenes delincuentes en este Colegio?

—Sí, pero esos edificios están bien vigilados. Me atrevo a asegurar que es casi imposible que alguien pueda salir de allí sin ser visto.

—Tendremos que comprobarlo, naturalmente. ¿El señor Gulbrandsen había dado motivos para… cómo diremos… para que le guardasen rencor? ¿O había tenido alguna decisión en cuanto a organización que lo hiciera impopular?

La señorita Bellever negó con la cabeza.

—Oh, no. El señor Gulbrandsen no tenía nada que ver con la marcha del Colegio ni con su administrador

—¿Cuál fue el motivo de su visita?

—No tengo la menor idea.

—Pero le contrarió no encontrar al señor Serrocok e inmediatamente decidió esperar su regreso.

—Sí.

—¿Así que su intención, en definitiva, era hablar con el señor Serrocold?

—Sí. Pudiera ser… por ciertos asuntos relacionados con el Instituto.

—Sí, es de presumir. ¿Celebró la entrevista con el señor Serrocold?

—No, no hubo tiempo. El señor Serrocold llegó precisamente antes de cenar.

—Pero después de terminada la cena, el señor Gulbrandsen dijo que tenía que escribir unas cartas importantes y se retiró. ¿No sugirió el deseo de celebrar una conferencia con el señor Serrocold?

—No lo hizo —repuso la señorita Bellever, tras unos instantes de vacilación.

—Desde luego, es bastante extraño… si es que se había quedado expresamente para verle.

—Sí es extraño.

Parecía que la señorita Bellever reparaba en ello por primera vez.

—¿El señor Serrocold no le acompañó a su habitación?

—No, se quedó en el vestíbulo.

—¿Y no tiene usted idea de qué hora sería cuando asesinaron al señor Gulbrandsen?

—Creo que es posible que fuese el disparo que oímos. De ser así, fue a las nueve y veintitrés minutos.

—¿Oyeron el disparo y no se alarmaron?

—Las circunstancias eran algo anormales.

Y le explicó algo más detalladamente la escena desarrollada entre los señores Lewis Serrocold y Edgar Lawson.

—¿Y por eso a ninguno se le ocurrió que el disparo pudo haber sido hecho dentro de la casa?

—No. Yo, desde luego, no lo pensé. Nos sentimos muy aliviados al ver que no provenía de esa habitación.

Y agregó con aspereza:

—No es de esperar que en una misma casa y la misma noche se registren un crimen y un intento de asesinato.

El inspector Curry tuvo que admitir aquello como lógico.

—De todas formas —dijo de pronto la señorita Bellever—, creo que eso fue lo que me impulsó más tarde a dirigirme a la habitación del señor Gulbrandsen. Tenía intención de preguntarle si necesitaba alguna cosa, más era una especie de excusa para asegurarme de que todo marchaba bien.

El inspector Curry la observó unos instantes.

—¿Qué es lo que le hizo pensar que algo pudiera andar mal?

—No lo sé. Creo que debió ser aquella explosión. De momento no le di importancia, pero luego volvió a mi mente. Me dije que debió ser una explosión del automóvil del señor Restarick…

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