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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El truco de los espejos (10 page)

BOOK: El truco de los espejos
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—¿Del automóvil del señor Restarick?

—Sí, Alex Restarick. Llegó esta tarde en su coche… después de todo lo ocurrido.

—Ya. ¿Cuando descubrió el cadáver del señor Gulbrandsen tocó alguna cosa de la habitación?

—Claro que no —repuso la señorita Bellever, algo molesta—. Sabía que no había que tocar ni mover nada. Vi la herida en la cabeza pero puesto que no se veía arma alguna, pensé que había sido asesinado.

—Y ahora, cuando nos acompañó hasta allí, ¿estaba todo exactamente igual a como estaba cuando usted descubrió el cadáver?

La señorita Bellever recapacitó unos momentos. Se echó atrás entrecerrando los ojos. El inspector Curry pensó que era de esas personas que poseen una memoria fotográfica.

—Una cosa no estaba igual. Entonces no había nada en la máquina de escribir.

—¿Quiere usted decir que la primera vez que entró en la habitación del señor Gulbrandsen pudo observar que éste estuvo escribiendo una carta, y que esa carta ya no estaba cuando volvió?

—Sí, estoy casi segura de que vi una hoja de papel blanco puesta en la máquina.

—Gracias, señorita Bellever. ¿Quién más entró en esa habitación antes de que llegásemos nosotros?

—El señor Serrocold, claro. Se quedó allí cuando vine a recibirles a ustedes. Y la señora Serrocold y la señorita Marple fueron también. Y la señora insistió mucho.

—¿La señora Serrocold y la señorita Marple? ¿Quién es la señorita Marple?

—Esa anciana de cabellos blancos. Fue compañera de colegio de la señora Serrocold. Llegó hace unos cuatro días para pasar aquí una temporada.

—Bien, gracias, señorita Bellever. Todo lo que nos ha dicho usted está muy claro. Ahora quisiera hablar con el señor Serrocold. Ah, pero primero tal vez con la señorita Marple… esa anciana. ¿No se llama así? Así podría irse a descansar. Es bastante cruel tenerla despierta hasta tan tarde —dijo el inspector Curry—. Debe haber sido un gran golpe para ella.

—La avisaré, ¿quiere?

—Si me hace el favor…

La señorita Bellever abandonó la habitación y Curry dijo mirando al techo:

—¿Gulbrandsen? ¿Por qué Gulbrandsen? Doscientos jóvenes desequilibrados. No hay razón para que no haya sido uno de ellos. Probablemente así será. Pero, ¿por qué Gulbrandsen? El único forastero entre estas rejas.

El sargento Lake dijo:

—Claro que todavía no lo sabemos todo.

—Hasta ahora, no sabemos nada en absoluto —repuso el inspector.

Se puso en pie galantemente al ver entrar a la señorita Marple. Estaba algo ruborizada y él apresuróse a tranquilizarla.

—No se preocupe, señora —a las ancianas les gusta que se les llame señora, pensó el inspector. Para ellas, los policías son de clase inferior y quiso demostrarle que sabía respetarla—. Todo esto es muy molesto, lo sé. Pero tenemos que hacerlo para aclarar el asunto.

—Oh, sí, lo sé —repuso la señorita Marple—. Es tan difícil, ¿verdad? Me refiero a sacar algo en claro. Porque cuando uno mira una cosa no puede ver las otras, Y a menudo nos fijamos en lo más equivocado, aunque es difícil saber si lo hacemos porque sí, o intencionadamente. Equivocamos la dirección, como dicen los ilusionistas. ¡Qué listos son, verdad! Y nunca he sabido cómo pueden arreglárselas con una pecera llena de peces…

El inspector Curry parpadeó y dijo, para traerla a la realidad:

—Tiene usted razón, señora. Conozco los acontecimientos que han tenido lugar esta tarde. La señorita Bellever me ha puesto al corriente. Estoy seguro de que habrán pasado muy mal rato.

—Sí, desde luego. Ha sido todo tan dramático.

—Primero esa barahunda entre el señor Serrocold y… —se detuvo para consultar sus notas—, ese Lawson.

—Un muchacho muy extraño —dijo la señorita Marple—. Durante todo este tiempo me ha parecido ver algo raro en él.

—Lo creo. Y luego, una vez terminado ese penoso altercado, tuvo efecto la muerte del señor Gulbrandsen. Tengo entendido que usted acompañó a la señora Serrocold a ver el… el… cadáver.

—Sí. Me pidió que fuese con ella. Somos antiguas amigas.

—Exacto. Y fueron a la habitación del señor Gulbrandsen. ¿Alguna de ustedes tocó alguna cosa mientras estuvieron en la habitación?

—Oh, no. El señor Serrocold nos advirtió que no lo hiciéramos.

—¿Se fijó si había una carta o un pedazo de papel puesto en la máquina de escribir?

—No había ninguno —repuso la señorita Marple sin vacilar—. Me fijé porque me pareció extraño. El señor Gulbrandsen estaba sentado ante la máquina, así que debía estar escribiendo algo. Sí, lo encontré muy raro.

—¿Habló mucho con el señor Gulbrandsen mientras estuvo aquí?

—Muy poco.

—¿No hay nada especial… o significativo que usted recuerde?

La señorita Marple meditó unos instantes.

—Me preguntó por la salud de la señora Serrocold. Por su corazón, en particular.

—¿Su corazón? ¿Es que acaso padece del corazón?

—En absoluto, según tengo entendido.

El inspector Curry guardó silencio un par de segundos; luego dijo:

—¿Oyó usted una explosión esta tarde, durante la disputa entre el señor Serrocold y Edgar Lawson?

—Yo no la oí. Soy un poco sorda, ¿sabe? Pero la señora Serrocold dijo que había sido dentro del parque.

—Según creo, el señor Gulbrandsen abandonó la reunión inmediatamente después de cenar.

—Sí, dijo que tenía que escribir unas cartas.

—¿No demostró deseos de celebrar una conferencia sobre negocios con el señor Serrocold?

—No.

Y agregó:

—Ya habían sostenido una pequeña conversación.

—¿Sí? ¿Cuándo? Creí que el señor Serrocold había llegado precisamente antes de cenar.

—Eso es completamente cierto, pero cuando llegaba por el parque, el señor Gulbrandsen salió a su encuentro y estuvieron paseando por la terraza.

—¿Quién más lo sabe?

—Me parece que nadie más —dijo la señorita Marple—. A no ser que el señor Serrocold se lo dijera a su esposa. Dio la casualidad de que yo estaba mirando por la ventana…, observando unos pájaros.

—¿Pájaros?

—Sí, pájaros —y agregó, al cabo de unos instantes—: Creí que tal vez fuesen verderones.

Al inspector Curry no le interesaban en absoluto los verderones.

—¿Y por casualidad… —dijo de un modo delicado— no oyó algo de lo que decían?

—Sólo algunas palabras sueltas.

—¿Cuáles fueron?

La señorita Marple guardó silencio unos momentos antes de contestar.

—No sé exactamente cuál sería el tema de su conversación, pero su preocupación era que no llegara a conocimiento de la señora Serrocold. «Si pudiéramos evitárselo», eso es lo que dijo el señor Gulbrandsen, y el señor Serrocold repuso: «Estoy de acuerdo contigo. Es en ella en quien debemos pensar ante todo.» También hablaron de «una gran responsabilidad» y que tal vez debieran «pedir consejo».

Hizo una pausa.

—¿Sabe? Creo que será mejor que se lo pregunte al señor Serrocold.

—Lo haremos, señora. ¿Y no recuerda nada más que le haya parecido anormal esta tarde?

—Pues todo…

—Desde luego, desde luego.

Algo acudió a la memoria de la señorita Marple.

—Hubo otro incidente bastante curioso. El señor Serrocold impidió que su esposa tomara su medicina. La señorita Bellever quería que la tomara.

Y sonrió sin darle importancia.

—Pero, claro, es un detalle tan insignificante.

—Sí, claro. Bien, muchas gracias, señorita Marple. Esto es todo…, de momento.

Cuando la solterona hubo salido de la estancia, el sargento Lake comentó con el inspector.

—Es vieja, pero astuta.

Curry sonrió, asintiendo.

Capítulo X

Lewis Serrocold entró en su despacho y volvióse para cerrar la puerta, creando de ese modo una atmósfera de intimidad. Fue a sentarse, pero no lo hizo, en la butaca que acababa de abandonar la señorita Marple, sino en su propio sillón, tras de la mesa de escritorio. La señorita Bellever había brindado al inspector una butaca frente a la mesa, como si inconscientemente reservara el sillón de Lewis para cuando él llegara.

Una vez hubo tomado asiento Serrocold, miró pensativo a los dos policías. Su rostro parecía marchito y fatigado, como el de un hombre que está pasando por una dura prueba, cosa que sorprendió un poco al inspector Curry, porque aunque la muerte de Christian Gulbrandsen debió resultar un fuerte golpe para él, no se trataba de ningún pariente cercano ni amigo íntimo, sino de alguien a quien estaba lejanamente ligado a causa de su matrimonio.

Parecía que los papeles se habían cambiado. Daba la sensación de que Lewis Serrocold no estaba allí para responder a las preguntas de la policía, sino para ser él quien interrogase. Su actitud era la de un juez, cosa que irritó un tanto al inspector Curry.

—Ahora, señor Serrocold…

Lewis siguió sumido en sus pensamientos, y dijo con un suspiro:

—Qué difícil es saber lo que debe hacerse.

—Creo que debemos ser nosotros los que nos ocupemos de eso, señor Serrocold. En cuanto al señor Gulbrandsen, tengo entendido que llegó de improviso.

—Completamente de improviso.

—¿Usted no sabía que iba a venir?

—No tenía la menor idea.

—¿Ni tampoco el motivo de su visita?

Lewis Serrocold repuso tranquilamente:

—Oh, sí, sé a lo que vino. Me lo dijo.

—¿Cuándo?

—Cuando llegué de la estación. Estaba esperándome y salió a mi encuentro. Hablamos en la terraza. Fue entonces cuando me dijo el motivo que le trajo aquí.

—Negocios relacionados con el Instituto Gulbrandsen, me figuro.

—Oh, no. No tiene nada que ver con eso.

—La señorita Bellever creyó que podía tratarse de eso.

—Naturalmente. Eso es lo que debieron suponer todos. Gulbrandsen no hizo nada por variar esa opinión. Ni yo tampoco.

—¿Por qué, señor Serrocold?

—Porque consideramos de suma importancia que nadie sospechara el verdadero motivo de su visita.

—¿Y cuál era?

Lewis Serrocold guardó un corto silencio. Suspiró.

—Gulbrandsen acostumbraba venir un par de veces al año para celebrar reuniones con los socios. La última tuvo lugar el mes pasado. En consecuencia, no era de esperar que volviera hasta dentro de otros cinco meses. Creo, además, que cualquiera pudo darse cuenta de que el asunto que le trajo debía ser muy urgente, pero sigo pensando que la opinión general fue que vino por «cuestión de negocios», y que el asunto, aunque urgente…, se refería al Trust. Por lo que yo sé, Gulbrandsen no hizo nada por contrarrestar esta impresión… o tal vez eso creyera. Sí, quizás esto se acerque más a la verdad…

—Señor Serrocold, temo no comprenderle del todo.

Lewis no contestó de pronto. Al fin dijo, con gravedad:

—Me doy plena cuenta de que debido a la muerte de Gulbrandsen… que fue asesinado…, de eso no hay duda, tengo que exponer todos los hechos ante ustedes. Pero, con franqueza, me preocupa la felicidad y la paz de mi esposa. No tengo derecho a decirle lo que debe hacer, inspector, pero si pudiera evitar que ciertas cosas llegaran hasta ella, le quedaría muy agradecido. Inspector Curry, Christian Gulbrandsen vino aquí expresamente para decirme que mi esposa estaba siendo envenenada lentamente y a sangre fría desde poco tiempo atrás.

Curry inclinóse hacia delante.

—¿Qué?

—Sí, como puede imaginarse, fue un golpe tremendo para mí. Yo no sospechaba semejante cosa, pero tan pronto me lo comunicó Christian, me di cuenta de que ciertos síntomas que aquejaban últimamente a mi esposa eran compatibles con sus sospechas. Lo que ella y nosotros creíamos simple reumatismo, calambres en las piernas, etc., podrían ser muy bien síntomas de envenenamiento por arsénico.

—La señorita Marple nos dijo que Christian Gulbrandsen le preguntó por el estado del corazón de la señora Serrocold.

—¿Sí? Eso es interesante. Me figuro que pensó que tal vez fuera empleado veneno que atacara el corazón, puesto que conduce a la muerte sin despertar sospechas. Pero yo creo que el arsénico es más «discreto».

—Entonces, ¿usted cree que las suposiciones de Christian Gulbrandsen tenían fundamento?

—Oh, sí. En primer lugar, no hubiera venido a decírmelo de no estar seguro de ello. Era un hombre prudente y testarudo, difícil de convencer, pero muy astuto.

—¿Cuáles eran sus pruebas?

—No tuvimos tiempo de llegar a eso. Nuestra conversación fue muy corta. Sólo sirvió para que me comunicara el motivo de su visita, y para ponernos de mutuo acuerdo en no decir nada a mi esposa hasta que estuviéramos seguros de los hechos.

—¿Y de quién sospechaba?

—No lo dijo, y ahora creo que no debía de saberlo.

—Pudo haber sospechado…, pues, de otro modo, ¿por qué iban a asesinarle?

—¿Pero no hizo mención de ningún nombre?

—No. Nos pusimos de acuerdo para investigar el asunto a fondo, y él sugirió que le pidiéramos consejo y ayuda al doctor Galbraith, el obispo de Cromer. El doctor Galbraith es un viejo amigo de los Gulbrandsen y uno de los socios del Instituto. Un hombre de gran sabiduría y experiencia que hubiera sido de gran ayuda y consuelo para mi esposa… si hubiera sido necesario comunicarle nuestras sospechas. Queríamos que nos aconsejase sobre la conveniencia de llamar o no a la policía.

—Qué extraordinario —dijo Curry.

—Gulbrandsen nos dejó, en seguida de cenar, para escribir al doctor Galbraith. Estaba escribiendo la carta cuando le dispararon.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque cogí la carta que estaba en la máquina —repuso con toda calma—. La tengo aquí.

Y sacando de su bolsillo un papel doblado, se lo tendió a Curry, que le dijo a modo de reproche:

—No debía haberla cogido ni tocado nada de la habitación.

—No toqué nada más. Sé que ante sus ojos he cometido una falta imperdonable al coger ese papel, pero tenía una razón muy poderosa. Estaba seguro de que mi mujer querría ir a verle y temí que pudiera leer algo de lo escrito. Admito que hice mal, pero me temo que volvería a hacerlo otra vez. Haría cualquier cosa… cualquier… para salvar la felicidad y la vida de mi esposa.

El inspector no dijo nada más por el momento y leyó la hoja escrita a máquina:

«Apreciado doctor Galbraith:

De ser posible, le ruego que venga a Stonygates tan pronto como le sea posible. Estamos atravesando una crisis de extrema gravedad y no sé cómo debo resolverla. Sé cuan grande es su afecto por nuestra querida Carrie Louise, y su interés por todo lo que a ella se refiera. ¿Qué es lo que debe saber? ¿Qué es lo que debemos ocultarle? Éstas son las preguntas que no sé cómo responder.

Para no andarme por las ramas: tengo razones para creer que esa dama dulce e inocente está siendo lentamente envenenada. Lo sospeché por primera vez cuando…»

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